Chicago Chico

Published on June 2016 | Categories: Documents | Downloads: 39 | Comments: 0 | Views: 496
of x
Download PDF   Embed   Report

Comments

Content


J
Id e z
rasco
pDE CHILE ,
ARMANDO MENDEZ CARRASCO
e ica o Chico
DECIMOQUINTA EDICIO
NOVELA
Inscripción '1 25154
SANTIAGO DE OmLE
196 7
Dedicatoria
{.In día. Hace ya algunos años conocí a un
hombre generoso, abierto, sin rayas. Era Sergio
Welsh Bustamante. Supo que escribía; recogió
mis primeros trabajos y dióle forma de vida con
el nombre de "Juan Firula". A él, .lejano ahora,
dedico esta obra.
A. M. C.
CHICAGO CHICO
1" Edición: 9 Junio 1962.
2 ~ Edición: 20 Octubre 1962.
3
Q
Edición: 13 Enero 1964.
4..
1
Edición:
24 Noviembre de 1964.
5'·' Edición: 17 Julio 1965.
6 ~ Edición: 13 Agosto 1965.
7
9
Edición: 18 Septiembre 1965.
8'·' Edición: 4 Diciembre 1965.
9') Edición: 6 Marzo 1966.
lO" Edición: 20 Marzo 1966.
11" Edición: 11 Mayo 1966.
12'} Edición: 17 Mayo 1966.
13" Edición: 18 Julio 1966.
14
Q
Edición: 6 Septiembre 1966.
15" Edición: 25 Julio 1967.
En prensa:
Cachetón Pelota.
Uno
No creo que haya nacido bajo signo fatal. Sin em-
bargo, extraña inclinación me guiaba hacia caminos ile-
gales, caminos que dejaron un estigma en mi siquis.
Pertenezco a una familia de clase media. No obstan-
te, a menudo he oído hablar a ciertos familiares de su
rancia estirpe. Todo e ~ t o nunca me 'ha impresionado. Sé
concretamente que ganar algún dinero cuesta lágrimas
de humillación.
,. .

Quisiera revivir esos lejanos días de liceano. Quisiera
recordar el complejo mecanismo de las 'fracciones comu-
nes, los raro teoremas y las ecuaciones altas. Quisiera
verme transportado al parachoque de los viejos tranvías.
Ahora puedo confesar: jamás pagué un centavo de pasaje
cuando debía dirigirme de mi hogar de calle Víctor Ma-
nuel al Liceo "Miguel Luis Amunátegui", de Avenida
Portales. En alguna forma tenía que evitar el pago de
locomoción, pues el importe de diez míseros cobres por
cada viaje significaba una caliente hallulla de la \Pana-
dería "El Sol". En esos laI'lguísimos viajes, atravesando
Santiago de Chile de un extremo a otro, utilizando di-
versos ardides, esquivaba el cobrador de la Línea NQ 33,
Avenida Matta. Exponía la 'Vida.
Cuando mi ánimo era brioso, ¡hacía estas distancias
simplemente a pie. Ahí una raya de orgullo distinguía mi
frente: tenía la seguridad de que ni el cobrador ni otros
individuos podían detener mis pasos. El pan, adquirido
con tanto sacrificio, lo hallaJba más S'a'broso; era un pan
que poseía la virtud de extirpar el animal que residía en
mi estóméligo.
Un hecho me fastidiaba cuando efectuaba estas ca-
minatas: la capital chilena me parecía abominable, con
sus casas sucias, con calles polvorientas y con infinidad
de carretelas verduleras que pasaban al Mercélido o a la
Vega Central.
Muy temprano salían las mujeres con largas batas
descoloridas y ajustadas a limpiar las aceras. ¿iPor qué
ellas se mostraban desaliñélidas y con ojos cansados? To-
do esto, particularmente, me descomponia; pero yo no
podía gritarles mis angustias. Me sentía solo, rodeado de
un mundo que no acertaba a comprender.
¿No sería mejor vivir como pájaro? En muchas oca-
siones descubrí que no saJbía reír como los niños nor-
males. ¿Me considerruba un anormal? Mis desatinos pos-
teriores me darían, con el tiempo, un lugar que no
anhelaJba.
En mis años liceanos viví atorment'ado. Con mucha
continuidad, ni yo mismo me entendía. ¿IPor qué, por
ejemplo, me agradaba levantarme en los amaneceres.?
¿.No era esto una aJberración para los niños de mi edad?
La mañana fresca, el canto de los pajarillos multicolores,
los gallos madrugadores y la despedida de Venus cuan-
do descendía sobre la costa, me 'llJbstraían. ¿Por qué esa
remota belleza? !Minutos más tarde iría cruzando San-
8
tiago para a!horrar diez centavos y comprar una caliente
haltlulla de la Panadería "El Sol".
A las siete de la mañana de cada día, con absolUJta
precisión, me detenía en la puerta principal del !Liceo
"Miguel Luis Amunátegui". lEra el primer alumno en
poner mis pies en el aula de Segunda 'Enseñanza.
-y a ti, cabrito, ¿ te falla?
Jamás respondía estas palabras; pero movía en for-
ma mecánica la mitad de mi rostro, de ese rostro que no
podía apreciar el portero.
No fui un escolar destacado. No jugué en los re-
creos y me distanciaba de mis compañeros que se em-
bobaban leyendo las historietas de "Quintin El Aventu-
rero", o siguiendo las seriales, sentimentales y .fantásti-
cas, de "Don Fausto". Tampoco hice la cimarra. !Empe-
ro, una fuerza irresistible me empujaba hacia senderos
prohibidos.
-¡Como tú eres tan tranquilo, me imagino que se-
rás el mejor estudiante de tu curso!
No podía serlo; ello exigía una preocupación cons-
tante de las materias tratadas en clase. Me sentía dis-
tante de ese torrente de sabiduría que emitían esos
maestros serios y distinguidqs.
-A ver, Escudero, ¿ cuál es el cuadrado de un bi-
nomio?
:&''xistía un motivo básico que conducía mi cabeza por
rutas muy distantes. En verdad, vivía en un pequeño des-
orden hogareño y este desorden me afectaba. Mis padres,
a menudo asistían a ritos religiosos, poniendo rostros de
mártires como si hubiesen cometido delito. lEn este senti-
do, no podía comprenderlos. Si eran buenos o trataban de
serlo, ¿ por qué ponían esas caras estúpidas ante las
imágenes sagradas?
9
A mi padre no se le veía: el dinero. El decía que su
profesión no le alcanzaba para 'Vi'Vir. ¿ISería así?
-¿Qué te parece, madre, que yo trabaje para ti?
-.:-¡ Imposible, 'hijo! Tú serás médico.
La casa caminaba muy mal; con o sin razón, se mo-
tivaban peleas, discusiones inútiles, griterío de mis her-
manas menores que pedían restidos y calzones de seda.
Hubiera deseado desentenderme de toda esa vorágine
familiar. No pude. Todo se auna:ba: el liceo, el asunto
alimenticio, las desavenencias conyugales, mis hermanas
y mis continuos viajes al plantel educacional, evitando
la presencia del cobrador. Y como 'burla, sin necesidad
vital, sUI1gía tel intrincado teorema de Pitágoras, la filo-
sofía de :Santo Tomás de Aquino y la poemática de Mío
Cid.
Quisiera sepultar esos días: ¡No puedo!
y esto pasó siempre ...
Una mañana me levanté aterido. Con diecisiete años
sobre las espaldas, me sentía viejo. Consideraba que vivir
más era vicio. Como tantas veces salí de casa sin des-
ayuno. Mi padre dijo no tener dinero para el diario sus-
tento; mi madre se cruzó de brazos. Me tiritaban las
manos, los labios y mi camisa estCliba rota. No llevaba,
por cierto, .calzoncillos. En el paradero de Avenida Matta
con Santa Rosa había numeroso público en espera del
tranvía 33. DescuidadameIllte tomé un ¡boleto usado. En-
traría en el vehículo y se lo mostraría al cobrador con
soltura, mirándole de frente. Seguramente, en esta ope-
ración-engaño pasaría inadvertido y podríá llegar a las
vecindades de mi liceo como si tal, es decir, sin problemas
y con la risa juvenil de otros muchaohos.
-¡Los Boletost ¡Los Boletos!
10'
Se aproxima'ba el cobrador; sus ojos ávidos de dine-
ro, est8lban impacientes. El tranvía, al detenerse en cada
esquina, se quejaba por laflgo rato.
Me anticipé.
-j Aquí está mi boleto, señor!
El hombre no esperó un segundo; me irguió por la
solapa; hizo temblar la campanilla y el ,carro se detuvo
con -brusquedad. Antes de soltarme, me asestó feroz pun-
tapiés por las nalgas. Me mordí los labios.
-¡A mí no me hace huevón nadie! ¿Oíste?
Le quedé mirando con infinita pena, como dándole
a entender que haJbía sido cruel. En medio de mi aflic-
ción, capté risot8ldas y la música áspera de las ruedas
del tranvía puestas en movimiento. Mis pantalones des-
trozooos fueron testigos de mi pequeña tragedia.
D O S
En el sexto año de humanidades se trizó definitiva-
mente mi vida. En consecuencia, un nuevo panorrunra
surgía ante mis ojos.
Mi padre fue ultimado en un garito disfrazado de
billares de calle Merced.. n¡espués supe que tal arteria
cae en lel drama policial con el justo sobrenombre de
ClllCAGO CHIOO, en razón de albergarse por ahí la de-
lincuencia alta y baja de la nación. ¿ Qué haJbía pasado?
Mi padre era jugador, y todo su dinero se escurría bajo
la danza de los naipes y los dados. Un tal Ohucheta le
con éstos caIlgados. Cerró los ojos en su ley,
quedando con aquella cara estúpida que ponía en la
iglesia junto a mi madre. Hubo, por consiguiente, llanto
familiar y mi padre \fue colocado en el altar de los santos.
-¿Qué haremos ahora, thi10?
-iYo tra:bajaré para ti, madre!
La vieja mujer no contestó mis .pala:bras y desde ese
día reconcentró todas sus horas en mi frente.
Los estudios secundarios y mi C'arrera de médico que-
daron en el aire. ¡Mora había que trClibajar! Mis herma-
nas se fueron a radicar donde unas tías que vivían en el
austral pueblecito de iPitrufquén. lEn su presencia física,
nunca más supe de ellas. Mi madre no ¡quiso seguirlas,
pretextando que los hombres est3Jban en mayor peligro
que las niñas. Quedé sale frente a ella.
Deseé siempre los mejores días para mi mCliqre; pero
le di continuas molestias derivadas de asuntos dudosos.
En verdad, que anhelaba vivir sin (barreras, sin. hipocre-
sía, sin engañarme, -valiéndome por mí mismo. No me fue
posible; siempre hubo factores que detuvieron mis aspi-
raciones.
-¡Nada haces por triunfar, hijo!
Logré, 'por fin, un puesto de oficinista en el Almacén
"Roma", de calle Puente. Ahí, durante algunos meses,
me especialicé en hacer guías y en disponer el d.espacho
de artículos de primera necesidad. Me pagaban cien pe-
sos mensuales. Era un sueldo misera:ble; ap.enas alcanzaba
para subsistir.
Al poco tiempo, como tenía hClibilidad en mi traba-
jo, los dueños -unos testarudos italianos- me subieron
el sueldo a la cantidad de ciento cincuenta pesos por mes.
12
En el ajetreo cotidiano, noté que la confección de guías
y el despacho correspondiente estaba entregado total-
mente a mis manos, y que nadi1e se preocupa;ba del con-
trol. Coñsideré que no ha!bía delito en turtbio1? manejos,
pues me sentía bajo explotación.
Los vendedores al mostrador llegaban a mi ventani-
lla con una lista en que anotalban los pedidos: un saco
de harina, dos quintales de azúcar, cinco litros de aceite,
tres kilos de queso de Chanca y un sin fin de especias
vitales. En la danza de artículos alimenticios, recordé mis
días de liceano, del ahorro de míseros centavos recorrien-
do calles y avenidas para. comprar una hallulla. En el
Almacén "Roma" la mercadería era lluvia incesante. Me-
dité. ¿No hacía yo mismo el despacho? ¿No disponía
también la salida de las veloces camionetas 'a domicilio?
Entonces pensé en azul horizonte, en horizonte sin es-
trecheces. Así esperé con paciencia el instante clave.
En aquella fecha vivíamos en una casita de calle
Víctor Manuel, del barrio Avenida Matta. Y en mérito
a la verdad, diré que en muchos días los porotos eran
luces de bengala.
Un cajón de comestibles cayó en mi hogar. La ope-
ración dio resultado. Así se extinguió la necesidad esto-
macal; mi madre habló de un hijo bueno, cariñoso, res-
ponS'alble.
El trabajo del Almacén "Roma" se derrumbó: fui
eliminado por malos negocios.
T r e s
Mas esa vida hogareña. llevada con cierta rigurosi-
dad, me hastió. Traté de 'buscar otros parajes, ángulos
donde pudiese alternar con 'seres desconocidos. ¿ Por qué
consideraba que la gente de mi plano no me comunicaba
nada? En esos períodos de mi vida no me agradaba con-
versar con nadie; en cambio, observaba muoho. Tal vez
esto me hizo estru·ar mis sesos mucho antes que otros
jóvenes de mi edad.
Una noche de altas y baj'3.S estrellas caí en "La Bue-
nos un salón de baile d.e mala muerte de calle San
Diego con Pedro Lagos. Ahí se bailaba con pésima orques-
ta de jazz. Los músicos, barri'gudos y somnolientos, ejecu-
taban jazz parejo, sin insinuaciones, sometidos estricta-
mente a los signos dibujados en el pentagrama. Pero no
fue el conjunto musical donde detuve mis ojos, sino en
las muchachas y los jovenzuelos.
Las adolescentes vestían faldas ceñidas, de
taco alto, cinturones amplios y blusas semiabiertas; deja-
ban escapar peohos de formas irregulares. Algunas joV'en-
citas eran descuidadas; emitían olores comunes, emana-
ciones de sudor y polvos baratos. En los ademanes feme-
ninos ,habÍ'a descaro; deseaJban demostrar que ellas no te-
nían prejuicios en eso de lucir piernas y calzones bor-
dados.
Los muchaohos vestían pantalones de moda Oxford,
amplísimos; cha.quetas cortas, camisas 'blancas, cuello al-
midonado y un colosal nudo en la cOI'bata. En su mayoría
usaban zapatones de gamuza, descoloridos y lustrosos
por el aj etreo diario. El epílogo se circunscribía a grandes
melenas peinadas a la gomina.' Algunos, aún muy jóve-
nes, repintaban sus bigotes con extraños ungüentos de
fabricación casera. •
La noche de mi debut en "La Buenos Aires' se eje-
14
butaba un trczo de "Menphis Blues", de William C.
Handy.
lJa elaboración musical, exenta totalmente de swing,
no era razón para que los bailarines no se moviesen con
frenético ritmo. Diríase que esa juventud h8Jbía nacido
para el baile, incluyendo el amor estrambótico.
SIlencioso, como queriendo pasar inadvertido, me
ubiqué en un costado del salón. El humo negro de los ci-
garrillos "Monaroh" y "Premier", hacia los al-
tos focos imprimía mágico al cielo raso. Las mari-
posillas, intranquilas y tímidas, armonizaban con el ba-
lanceo monótono de la jazz-band. Quieto, abstraído por
las luces de colores, por el paso de los filóricos, compren-
dí que esa inquieta vivía el presente. Quizá
si muohos de esos jóvenes portaban una tragedia privada
o pública. ¡De qué valían amara los problemas? Simple-
mente vivían; no rezaba ahí el pasado, menos .el futuro.
"Los maracas viven pendientes del porvenir".
Salí de mi abstracción. No podía seguir inactivo. ;Me
decidí.
-¿Bailamos, señorita?
La muchaoha me miró con tamaños ojos. :IDl trato de
"señorita" no correspondía para un ambient'e tUIíbulento
como "La Buenos Aires". Me dejé llevar por el compás
moribundo de la orquesta, sometiéndome a oír la conver-
sación trivial de la bailarina. Una cosa preciso: su larga
cabellera que me azotaJba con vigor mi rostro. Aquello
era algo nuevo para mí.
que fuems del campo.
Me reí hacia adentro. Hubiera querido decirle io in-
trascendente que estimaba todo eso; temí la risa estri-
dente de la muchacha.
15
"Y si todo eso te parece intrascendente, ¿qué haces
aquí, imbécil?".
Medianoche. La calle S'an Diego es como una baila-
rina enferma. Muestra casas viejas, nuevas, galpones, si-
tios eriazos, edificios en construcción; plagas de letreros
luminoso, carteles desteñidos; hoteles dudosos; mujeres
errantes. Desajustado al ambiente comercial que reina
en esa arteria, se levanta por aJhí un plantel de Segunda
Enseñanza. La calle se corona con restaurantes, C'afetJc-
rías, pensiones y gentío indigente.
En Victoria, ülga dobló hada Arturo Prat y fue a
dar conmigo a la Cocinería "La Mundial". Quise opo-
nerme.
-¡Aquí pago yo, Chicoco!
No valía discutir. En mesa sin mantJel, más sucia que
limpia, aparecieron dos tazas de café con leche y un pla-
to hondo, desbordado de'sopaLpillas fritas en grasa. En un
rincón del negocio, una electrola luminosa -chocante
para el bajo ambiente- graznaJba un tango compadrito.
La muchacha comía sin nablar; ·a veces, de reojo, demos-
traJba satisfacción, inclinándose hacia lo picaresco.
-¿Por qué tenís la nariz tan larga? Es así el ...
Después volvió la calle Victoria; veíase ahíta de vie-
jos cacharros de mil novecientos treinta y tanto. Nume-
rosos hombres bebidos, con aire triunfal, entraban y sa-
lían de los múltiples bares y cantinas. Todo esto me
preocupaba. ülga me llevaoba del brozo; se notaba con-
16
tenta, satisf.echa, aIlihelante de algo que no podía com-
prender. Mi cabeza estaba en "La Buenos Aires", en los
timbales ásperos de la jazz...band, en la noche plena y en
OIga, la bailarina pizpireta. Yo pensaba, ilusamente, que
nuestra amistad, tan sin base, concluiría en la esquina
de Arturo Pr'at y Santiaguillo. No fUle así. Me condujo,
entonces, por obscura callejuela: piedras de huevillos, re-
flejos lejanos, altos y -bajos; veredas ca.rcomidas. Retro-
cedimos a San Diego, enfrentándonos ihacia Alameda
Bernardo O'Higgins. Aquello era como una película do-
cumental: cuadras y cuadras; letreros y vitrinas con
mercaderías inverosímHe.s; árboles quietísimos, resigna-
dos; borrachos canturreando su vicio. Luego el aviso su-
gesti:vo: "Hotel Las Noohes de Colón", piezas pam pasa-
jeros. ¿Piezas para pasajeros? En ella, todo aquello era
tan sin gracia, como beber agua en taza..
-¡Aquí comienza la fiesta!
No pude resistirme. La vieja mampara crujió de mo-
hosa. y la muchacha me apretó la m a n o ~ mostrando sus
ansias de acostarse rápido. .
-¿Qué te pasa,Ohicoco?
Quería replicarle; darle a entender tantas cosas.
-j Nos acostamos y tilín!
En el cuartudho h ~ b í a un catre sonoro y ruinoso; un
velador roñoso, cuadros de mal gusto y polvori'entos. En
las muraEas estrampábanse inscripciones obscenas, r.e-
cuer{]os bajos dibujos: "Aquí me planché la Sonia"; "el
24 de octubre le comí el chico a J acinta"; más allá: "pico
para el que lea". Algo anormal: "Teresa. y Raúl". Un co-
razón 'herido.
Sin reparo!' en aquellas palabras, la muohacha se le-
vantó los vestidos; me estremed íntegro. mste acto lo eje-
17
cutó con absoluta tranquilidad, sin pudor, sin mirarme.
En seguida, sus ojos al hallarse con ~ o s míos, cambiaron
de expresión. Aún recuerdo su falda azulina, ·el jersey
blanco y una boca recargada de rouge violáceo. Tenía el
rostro agradable, aunque una cicatriz transversal, en so-
brerrelieve, 'le daba aspecto de mayor edad. Sus peohos
todavía se conservaban altos. No usa'ba calzones.
-¿Cómo puedes andar así en invierno?
-El asunto de abajo no tiene estación.
Una luz roja precipitó el heoho, y un reloj distante
tocó dos campanillazos. A'hí, como despertándose, me
mordió por el cuello, me atracó a su cuerpo caliente, y
varias veces pasó sus manos por mi pelo. El instante me
producía una extraña y desconocida sensación. La mujer,
experimentada en la materia, notó mi nerviosismo.
----,Parece que nunca hubieras estado con mulero ¿ Es
así?
-Así es ...
Aquella revelación descontroló su vientre; se movía
como loba hambrienta, jadeant'e, vivísima, desrralleciente
a ratos. Me mordisqueaba los hombros, restregándose;
rara vez se soségaba. Luego gemía; era un gemido poco
común, distinto. Después habllilba incoherencias, cerraba
y abría los ojos, agitando la cabeza como confundida.
-No más, Chicoco. 1.e haces daño, Chicoco.
Vino la mañana; renació el canto de los gallos y mis
párplildos se entornaron sobre el pecho túrgido de OIga.
y me besó en paz.
18
e
(lI r o

Mis visitas a "La Buenos Aires" fueron regulares. Me
fascinó el ambiente. Comencé a llegar muy tarde a casa.
Mi madre no dijo nada. Ella seguía pensando en su hijo
angelical y puro.
Perdido el empleo en el Almacén "Roma", mi madre
comprendió que algo había que hacer por l'a vida. Siem-
pre anheló tener un pequeño taller de modas; de niña
estudió cort'e y confección en una escuel:a vocacional de
la región austraL En vida de mi padre, ella se dejó aba-
tir. De improviso, hizo resurgir el pasado y se vio envuel-
ta en figurines, modelos parisienses y géneros vistosos. El
dinero no escaseó más.
-Ahora, hijo, te v.estiré como corresponde.
Me sobé las manos; pero aquello me hizo mal: mi ma-
dre pagaría mis vicios. Ni siquiera comprendí que ha 'a
perdido la moral. ¿ Moral? ¿Acaso la tuve alguna vez?
Quisera borrar esos días de abuso familiar.
¡Veinte años cayeron sobre mis espaldas! Junto a la
nueva edad logré una filosofía personal. Mis pensamien-
tos, ¿interesarían a alguien? ~ a b í a que está;bamos vivien-
do para morirnos; no obstante, esto costaba asimilarlo.
Me atraía todo aquello que fuese anormal, pero me-
ditaba. Esforzábame por ser un hombre correcto: no po-
día. No entendía esa gente que frecuentaba templos,
transformando su rostro. Me imaginaba a Dios sentado
en un trono de luces, ,quizás un poco risueño.
y uego cala en lo mundano: "La Buenos Aires", con
su galería de granujas. OIga se enloquecía por el baile y
las sábanas. El tiempo, con todo, me hizo tomarle cariño
y pena grande. ¿ No había sido mi primer amor material?
¿ Por qué despreciarla?
'(Para vivir tengo que moverme. Si me detengo, re-
viento".
Al ülga le debía mis primeros pasos en el incierto
mundo del hampa. Poco a poco me iniciaría en el te:ijlpes-
tuoso mar del argot, coa de bajo fondo. Ya no hablaría
más de robo, sino de bollo; la que no mete ruido, deS{:ar-
taría a la cuchiHa; no r.ezaría haJblar del juez, sino del
curioso; el sustantivo detective, reemplazaríase por el vo-
~ a b l o tira; no procedería nombrar la lengua, únicamente
la sin hueso; no contaría el dinero, sino la música; como
sería innec.esario pagar una deuda de mil pesos, sin refe-
J.'irse a luca o lucrecia.
Así conocí los excéntricos ejemplares de la noche;
todos trasnochados por el humo lujurioso de la marigua-
na y de las mujeres desnudas. Haibía nacido para convivir
con seres fáciles, seres que no me congestionaban el ce-
rebro con temas culturales o académicos. Además, ¿cómo
pisar otro terreno si la vida me entregó un rostro durísi-
mo? En la mirada de muchas personas descubrí un pen-
samiento:
"La cara lo delata".
20
"¡Con ese gallo, ni a misa!";
o me quejo; el rasgo de hombre-bestia me puso de-
cididamente al lado de prostitutas 'bajas y delincuentes
altos. Si hubiese pisado ambientes de mi condición s o c i a l ~
¿ habría sido bien acogido? Quizás si hubiera caído con
exactitud en la tierra del fabulista bi1baíno.
El telón de fondo de ''La Buenos Aires" estremecía.
Ahí conocí a 1'luleta, háJbil lanza que operaba en tranvías
y buses; a Gomina, diestro ladrón del Barro Alto; a Ca-
rreta Vieja, embaucador y oafiche de Los CalleJones; a
Mario Corneta, vividor y borraoho consuetudinario; a
Malalo, explotador de la Rucia, simpatiquísimo y charla-
tán; y al pistolero Pomarropia, jugador de garitos. En el
centro de este marco, surgía la figura nefasta de Cache-
tón Pelota, gran seductor y tratante de 'blancas de lo
suburbios porteños.
"¡Poto que veo, culo violado!".
"No será mucho, Cachetón Pelota".
Por el momento no fue Gomina, Carreta Vieja, Mario
Corneta, Malalo, PomarfOlpia ni Cac'hetón Pielota quien
atrajo mis ojos. La contextura física y el modo de actuar
de Mulet me interesó. ¿ Qué hacía con su pie deforme?
Había notado que le rodeaban, que las muchachas seguían
sus palabras y que bailaba fox1trot, de estilo slow, con
cierta expedición.
"¡Nadie me quita lo bailado, mierda!".
Muleta era un muchaoho delgado, ojeroso, vestido
con suma modestia; su rostro vevelaba ingenuidad. Este
físico supo explotarlo, vaciando los bolsillos de los des-
preocupados que diariamente colgaban de traIllVÍas, gón-
dolas y buses.
21
"Mientras la gallá duerme, yo le despierto los bol-
illos".
Vivía también el mundo nochenieligo; el dinero lo be-
taba entre "La Buenos Aires" y el "Follies Bergere";
entre el "Salón Olimpia" y algunos cabarets de calle
Bandera y San Diego. Acerca de sus padres, no sabía na-
da. Cuando el licor le removía la cabeza, flaqueaba su
corazón.
"A mí no me caga nadie".
"Sosiégate, Muleta".
"¿ Sabís ?".
"Dime".
Entonces poníase a llorar a mares; convulsionaba
" ~ L a Buenos Aires" y ni siquiera la jazz-band, ejecutando
C'Tiger Rag", reposaba el ambiente. El trastorno le hacía
proferir obscenidades.
"¡Me hicieron con mierda!".
En seguida sobreveníalte un llanto tenue, y los ami-
gos le moja.:ban la frente para hacerle reaccionar.
"¡ Ya, Muleta! i Los maracas lloran !".
Cinco
Mi madre ignoraba el terreno que había. comenzada
a frecuentar. Por otro lado, el hogar prosperaba como por
encanto: flores principalés, muebles relucientes y ence-
rado de categoría. La casa se remozaJba. La era
abundante: papas fritas, caldo de vaca, 'budines, frutas
y bebidas gaseosas. Y más allá de la medianoche, la
dulce de mi madre:
canita está caliente, hijo. Te dejé un tecito en
el termo, y la virgencita para que vele tu sueño.
Me destruían sus palabras, .pero no podía reaccionar.
¿Por qué la defraudaJba? ¿Por qué ese vil engaño? ¿De
dónde procedía mi pésima sangre?
-Me imagino que una niña buenamoza te retien
por las noohes, hijo.
---<Sí, mamá. Estuve en ca8'a del Regidor Policarpo.
Confesarle la verdad, serí'a cruel. El baile de "La Bue-
nos Air,es", mi contacto sexual con OIga y la cáfila ham-
pona, constituían toda mi existencia. El mundo purísimo
que me ofrecía mi madre, no lo entendía.
-¿Sabes, hijo?
-Dime, mamá.
-Te dejé un regalito bajo la almohada.
Había ahí un qJijama nuevo, buena ·calidad.
-¿No comprendes, madre, que no nací para usar
esa prenda?
Me parecía fuera de tono ponerme esa extraña vesti-
menta para dormir. ¿No era mejor acost.arse desnudo?
-Tendrás que acostumbrarte, hijo. Sólo la gente
decente tiene pijama.

• •
23
Yo no quería ser decente. Anhelaba vivir a mi mo-
do, desligado de la forma tradici.onal.
El ambiente de "La Buenos Aires" comenzó a repug-
narme; siempre las mismas mujeres; los mismos rostros
masculinos, la palabrería con olor a sexo, la vieja ja711-
band ejecutando música straight y comercial. De común
acuerdo con OIga, una noohe visitamos el renombrado
"Follies Bergere", de Plaza Almagro. En ese centro tur-
bulento imperaJba como rey El CaJbro Eustaquio. ID! "Fo-
llies Bergere" era un salón de baile de forma rectangu-
lar, muy encerado, con espejos antiguos y con lámparas
de estilo. La orquesta, de músicos jóvenes, podía inter-
pretar con más soltura los viejos blues de New Orleans y
Chicago. Contrariamente al ambiente de ''La Buenos Ai-
res" había aJhí más compostura, más limpieza material.
F...n los rostros, de ambos sexos, se notaba, 'eso sí, también
ese cansancio mundano que lógicaJmente transforma el
interior de los seres.
-¿Sabís quién es ése, Ohicoco?
Me encogí de hombros.
~ E l famoso Cabro Eustaquio, un firmeza de la cama.
He ahí el retrato de alga. Ella no concebía nada
má5 que el mundo sexual. Tal vez, en una muchacha de su
clase, 'a¡quello no podía ser de otra manera. Mas alga no
tenía dobleces, yeso lo comprendí una nodhe en que dio
conmigo en su mínimo y coqueto rincón. Asilátbase donde
La Mimí, gordísima regente de caJlle Lingue.
-¿Sabís, Chicoco, que ni La Mimí me aguanta? De
repente, mE' pegará una sola patada en la raja y adiós
conmigo. Después no seré nada más que un patín.
La muchacha no toméliba en serio su liviano oficio.
~ 'o cumplia con nadie. Se enredaba con uno y otro in-
24
dividuo. Su irresponsabilidad sería algún día motivo de
mayor perdición. Tiempo atrás ha1bía sido puesta en la
caUe de otra ramería. Como galardón mostraba tosca ci-
catriz en la mejilla izquierda.
-El _ imbo me cagó la cara.
En casa de Mimí la juerga se inicia1ba a medianoche.
Se bail<ilba a los compases de ortofómca victrola. Podíase,
con algún alborozo para mí, escuchar de tarde ·en taxde,
"Mood Indigo", que Duke Ellington, famoso pianista de
co19r, h<ilbía compuesto en colaboración con Barney Bi-
gard. Entonces encontrroba hermoso roquel ambiente. Be-
bíase en casa de Mimí ponche arreglado por el Lalo; era
éste un homosexu<ill de nota_
Numerosos salones tenía esta casa de prostitución;
en ellos sobresalían los espejos con marquetería de bron-
~ , sillones desteñidos y mesilas de formas caprichosas.
En é3taJs el gracioso maricón iba colocando las guag;iiitas.
-Ya, pues; dhiquillas. Hay que mover el potito pa
calentar los pitucos.
El Lalo no escondía sus arrestos femeninos. No po-
día disimular ni' deseaba mostrarse en otro sentido. Po-
seía largas pestañas, manos finísimas, labios rosados y se
contorneaba como bailarina afro",cubana. Se sentía mu-
jer, obraba como tal, y se acercaba sin reticencia ta.n
pronto a OIga, a Chabela o a la propia Mimí. Cuando
algún juvenil contertulio -ya por burla o por estudio--
poníale encima sus ojos, Lalo enloquecía.
"Ya, joven, no me queme con ese fuego malulo que
me descuece el chico".
Otras veces su gentileza se expresaba en una frase
justa:
"¡De su mano, puñaladas!".
25
ji<
• •
En aquella noche en que OIga me invitó a casa de
Mimí, hervía el ambiente. Recuerdo que pedí una jarra
del clásico arreglado y que no contuve mis nervios, sino
al ver que OIga me busca:ba con curiosidad. Vestía traje
celeste, mostrando hombros y pechos atrevidos.
te había conocido ...
La muchacha todavía se veía bien. ¿Qué .hacer para
.sacarla de a...lJ.í? Por el momento, probalblemente contagia-
do por el rulcohol, tornábame sentimental. ¿No sería mejor
. echar las penas al viento? En esa noche, sólo en una oca-
sión bailé con OIga; a mi vista pasó repetidas veces con
jov.encitos que le apretaban el talle, que le besaJban el cue-
11o, diciéndole, con seguridad. frases que le excitaban.
OIga se defendía con su larga caJbeHera, castigándoles el
rostro.
Más allá de la madrugada, en medio de borrachos
mujeres ,seducidas en rincones obscuros, vasos
y licor desparramado en desorden, la fiesta había con-
cluido.
-¿Te quedarás conmigo, Ohicoco? Da gusto tener
un hombre como tú.
'Nada dije a OIga sobre el abandono de esa noche;
esto serviría como antecedente para retenerla a mi lado
por algún tiempo más.

• •
tEn el rincón de OIga había una cama 'blanda, silen-
ciosa y alba; en el velador, una imagen de María; un ro-
26
pero con vestidos llamativos y largos; una banqueta
aterciopelada y fotogra,fías raras en diferentes POS'2.S.
~ M e cargan los estúpidos que me gozan las tetas.
jAyúdame a desvestirme, Ohicoco! ¿SaJbís? Me siento
cansada.
Hubiera deseado alentarla.
-¿Te digo, Ohicoco?
-j Dime, Olguita!
-Nací para ...
-Bueno, bueno. No hay necesidad que lo digas.
Me costaba entender todo aquello que emitían los
la,bios de OIga. El ambiente la seducía, pero renegaba de
él. Sé que sacarla de ahí, halbría sido contralproducente..
Muy luego sentiría nost8Jlgia de 1a noche, de "La Buenos.
Aires", del "Follies Bel'gere" ...
-De niña me cagó mi ma,dre.
Empleaba para expresarse un lenguaje muy direc-
to; a veces cuidaba de él, dando la impresión de ha:ber
tenido algun-a educación social.
Se acercó para que le desabroohara el sostén, para
que le bajase las medias de seda, para librarla de las li-
gas rosadas. Después quedóse al borde de la cama, como
dominada por un pasado fantasma.
-Aún recuerdo las palalbras de mi madr.e: "virv'a-
mas en una cité que' se contorneaba por el i:pterior de
una manzana, una especie de conventillo, con ropa blan-
ca, tendida, con palos rústicos, con alambres donde se
enredaban viejas ñeclas, con dhiquillería raquítica, con
borrachos que entraban y salían, blasfemando de Dios y
de sus propios hermanos. Mi madre era larvandera. Yo
jugaba".
En su actitud reposada, no parecía una mUJer vul-
27
gar. Comprendí que se había emocionado por la lejanía de
su mirada, y por los puños apretados sobre los muslos.
No quiS'e interrumpirla. Abstraída, se pas8Jba la mano
por la cabeza, acercándose amorosamente a mí. Bajo el
... ugerente ambiente de madrugada, tampoco semejaba
una prostituta, sino un mujer caída en desgracia. Luego
cambiaba su rostro, me miraba con tristeza, estreme-
ciéndose:
"Si sigues mostrándole el poto a los chiquillos termi-
narás mal, mocosa rajaohudha".
Aquella frase no pudo olvidarla. La virginidad había
muerto con la sent'encia de su madre.
Un día obtuvo un empleo en casa de familia. El hijo
único, un adol.escente, eran los ojos de misiá Laurita Ruiz
Tagle. Cuando el joV'enzuelo comprobó que la nueva sir-
vienta tenía gran trasero, se olrvidó del Arcipreste d.e Hita
y se entregó por entero a soñar con el Infierno de Dante.
OIga le abrió las piernas sin quejarse. 'El mozo la ha-
bía poseído con brutalidad; aJquelJlo dejó huella en su
siquis.
En otro ángulo, el marido de misiá Laurita Ruiz
Tagle también descubrió las colosales asentaderas de OI-
ga. Pero este raro paj arraco de sociedad -pulcro y mo-
ralista-, que usalba cuello palomita. zapatos acharola-
dos, polainas blancas, camisa con pechera almidonada,
gabán n€gtro y pantalones rayados. era P"2za de museo,
con algún arresto momentáneo. En las reuniones fami-
liares, pregonaba:
28
Soy feliz con mi Laura. El matrimonio les algo di-
vino".
Una noche el jovencito y misiá Laurita Ruiz Tagle
asistieron a encopetada c'ena. ffit refinado eSiposo simuló
cansancio. Más allá de la medianoche apareció desnudo
en la pieza de O}ga.
"Pero usted me haJbía dicho, don Fernando, que era
feliz con ..."
L3. mucmacha terminó también por mostrarse com-
placiente con el vejete empolvado. Este concluyó por re-
tirarse vencido con el rabo entre l'as piernas.
-Al primer corcovo c3lYó como guata. i No se la
pudo!
Después OIga no quiso retenerse; en todas las resi-
dencias donde anheló ser honr3lda había un hombre al
acecho, un fhombre con rostro sexual, un hombre que l'e
observaba los pechos, l'as asentaderas m3lcizas.
-¡Este medio culo será mi perdiciónl
OIga tenía algo demoníaco en su cuefípo, sus gruesos
muslos eran 'tenazas que mordían; sus pechos los dejaba
caer sobre la boca de sus conquistadores con sadismo.
En seguida utilizaba su caibellera embriagada, en-
volviendo con ella la cara estúpida de sus briosos seduc-
tores.
"¡Chupa, mierda!"·
Continuaba en el borde de la cama; desnuda, quietí-
sima, tan remota como la Nebulosa de Andrómeda.
-A veces uso calzones, Ohicoco.
CU3lndo le correspondía la Visita Inspectiva de 'Sani-
dad, se ponía esa prenda.
29
-Me siento mareada con ellos. Cuando el doctor me
examina el hoyo, me pongo eolorada.
Con alguna pena, esa madrugada volví a dormir jun-
to al busto todavía abultado de OIga, la prostituta de
Lingue, bailarina de "La Buenos Aires" y del "Follies
Bergere".
S e s
La mujer-sexo se distanció de mí. No quiso que bus-
cMe los motivos de esa insólita decisión. ¿ Para qué? No
desanimé; seguía con mayor entusiasmo visitando "La
Buenos Aires" y el "Follies Bergere". Uno, dos días; una,
dos semanas. Nada.
"j Al Chicoco le dieron en el suelo!"
Me hice de nuevas amistades femenina-s; empero
ninguna de éstas podía reportarme aquel panorama tan
diverso que me ofrecía OIga. Al quizá conformán-
dome, pensé que equello era simple capricho de mujer.
i, Sería así la sicología de las rameras? N9 pude encon-
trar una respuesta.
-j A oiga. la pringaron, Ohicoco!
Alhí que mis piernas querían ceder. ¿ Por qué
no me había comunicado ese traspiés? Luego de muchos
días de retiro, me encaminé al lenocinio de Mimí. Quería
vef>la, estar a su lado, tocarla, así como lo había hecho en
"La Buenos Aires" en el "Follies Bergere", en el catre
, '
crujiente del Hotel "Las Noches de Colón" y ·en la cama
limpia de su cuartucho de calle Lingue. ¿Me había ena-
:norado de OIga? ¿Valía la pena que prolongase ese
amorío?
Al través de los cortinajes desteñidos de la casa de
Mimí, no divisé el vestido celeste y largo de la much'a-
eha. Tampoco capté su amplia sonrisa, ni vi su cabellera
bailarina, ni sus pechos pronunciados.
-¿Qué fue de OIga, LaUto?
Había algazara; 103 jovenzuelos se sacudían por los
salones como señores feudales. La victrola tocaba "Rosa-
madreselva", de Razaff-Waller. El solo de piano de 'I'ho-
mas "Fats" WaUer, de gran sentido hot, y el agudo re-
gistro de clarinete de Buster Bailey, me aminoró el do-
lor que me producía la ausencia de la mUClhacha.
Lalo me miró con tristeza. Me supuse malas noticias.
-¡Ay! ¡Qué tragedia, Chicoco! ¡Pobrecita! La Mimí
la puso patitas en la calle por haber cagado' a un pituco.
Pero usted, mi Ohicoquito rico, la puede ver en la Uni
o en San Antonio. Por allí patina la muy rajá. ¡Pobre
~ h i q u i l l a , mi Chicoco flor cita !
Partí a merodear a las proximidades de la Universi-
dad de Chile, cuy'ó vetusto edificio se levanta en Alame-
<:la Bernardo O'Higgins entre SaJ:l Diego y Arturo Prat.
Me ubiqué en un costado del monumento a don Andrés
Bello; desde ahí establecí mi observatorio.
Muy luego apareció una mUDhacha, otra y otra. ¿Por
31
qué habían elegido las puertas de ese plantel de enseña -
za superior para tan ilícito comercio? Descubrí la causa:
escasísima luz pública se advertía en la cuadra uni'versi-
taria. Las chiquillas patines en la jerga hampona, no
preocupruban de que ahí los científicos se tuteaban con
las estrellas, con las fórmulas químicas; también ignora-
ban que los hombres discutían sObre principios de liber-
tad y comprensión sociales. Ni remotamente podían supo-
nerlo: ellas veían al hombre-macho ~ u e deseaiba cim-
brarse sobre sus relajrudos vientres, convidarlas a un café
deslavado y dejarles un manojo de billetes descoloridos
sobre el velaaor de un hotelucho de tercera clas'e.
-Ya no rezra el pasado, Ohicoco.
Se había puesto a mi frente; se veía ojerosa. des-
cuidada, pelo desordenado, labios muy repintados, falda
ajustada, tacos chu€Cos, sin medias.
-Pero yo te quiero, OlguJta.
.-¿Y qué sacamos con eso?
. Nos fuimos a un rincón del crufé "Negro Bueno", de
Alameda Bt>rnardo O'Higgins y Ahumada. Estuvimos ob-
servándonos, tomados de la mano sin mover los laJbios.
-No me digas nada, OIga.
Le había tomado cariño; entonces recorrí su mejilla
marcada por la mano brutaJ. de Nimbo, prodigándole in-
finidaJd d.e besos suaves, silenciosos. En seguida habló
muy bajo.
-j Estoy maldita, Ohicoco!
-j Bueno, bueno. No hay necesidad que lo digas.
Bebimos muchas cervezas: 'dos, cuatro, seis, una do-
cena. Goma fondo, la ol'lquesta de Eddie Condon inter-
pretaba magistralmente "I'm Sorry 1 Made You Cry". Mi
32
preocupaclOn por OIga no era motivo para olvidar esa
::ecia grabación del banjo blanco. Inconscientemente co-
nocía, por golpes del corazón, todos los buenos ejecutan-
tes de la música hot, incluyendo los escasos improvisa-
dores de la raza blanca.
Subyugado por la música y trastornado por la pre-
sencia de OIga, me quedé solo. Al despertar, la mucha-
cha se había alej ado sin decirme adiós. Me lancé a la
calle para retenerla; ya era taI1de. Más ágil que yo, per-
dióse entre el gentío. nocturno, en medio de los viejos
tranvías, por los automóviles que se desUza¡ban die orien-
te a poniente y viceversa.
Minutos después pasaba a mi lado; iba del brazo de
un desconocido, risueña, con su desordenada crubellera aJl
viento, con sus peohos decadentes. Me sentía desdichado
cuando la ví hundirse por las escalinatas a'ltas, inmundas
y.estrechísimas del Hotel "Las Noches de Colón". Ahí,
donde tantas veces fue mía, quedruba Ol'ga, bailarina de
"La Buenos Aires", del "Follies Bergere", ex-asilada del
lupanar de Mimí.
S ete
-Yo sabía de tus malos pasos, hijo.
Traté de esquivar el sermón) buscando el corazón de
mi madre. Ella tenía la cabeza armoniosa y el pelo ínte-
gramente canoso. Su rostro despedía amistad y ternura.
Por ,su sua'Vidad d.e carácter semej alba una viej a abuela.
-Quisiera regenerar mi vida, madre.
Otra vez estaba mintiendo. En ese mismo momento
surgía la figura de OIga; entonces aparecía desnuda de
hombros y muslos, con- sus mamas turgentes y los:)jos
extraviados.
-Deseo una ocupación decente, madre mía. ¿Sabes
que estoy aburrido de vagar y vagar?
Mas toda aquella exposición no sería otra cosa que
palabras insubstancialles, viento que se escapa por los
entretelones de la noche.
-Te sIento otro, hijo.
Ya no veía a mi madre, sino la extensa melena bai-
larina de OIga. Era un perdido, un villano, tratando de
a mi vieja madre. ¿Por qué no respetaría su
blanca cabeza?
La mujer se paseaba emocionada por el saloncíto. A
r3.tos accionaba, sin decir palalbra; e tocaba sus oreji-
lla.s, demostrando feHcidad, E-entimienrto. _fe atrajo a su
falda y me retuvo en su regazo por largos instantes. Te-
nía los ojos húmedos.
-Eres igual que tu padre. El prometía; iba conmi-
go a la iglesia y allá le pedía a Dios que le
Me sudaba el cuerpo; estábame sumiendo en un
pantano de mosquillos venenosos y carnívoros.
-No te defraudaré, madre mía.
Mi vieja madre se perdió hacia el dormitorio; iba fo-
gosa. VolvIó con U!l1 gran paquete; me saltó el corazón.
¡. Un nuevo regalo t3iTI inverosímil como el pijama?
-Para tI, hijo. ¡No quiero que nadie te mire en
menos.
34
Era un hermoso terno de gabardina, plomizo; una ca-
misa blanca y un juego de colleras enohapadas.
Me noté bien vestido. Y para colmo de mi satisfac-
ció, mi madre ha:bía colocado -algUnos biUetes en el traje
nuevo.
-Ahora podrás aspirar a un traba10 decente, hijo.
-Desde luego, mamacita linda.
S'alí a la calle r.esuelto a todo; me sentía principal,
pleno de orgullo y alegría.
Por callejuelas y avenidas de la capital caminé ensi-
mismado, Creyendo toparme con la visión de OIga. Nada.
Sólo advertí el imponente edificio d.e la Casa de BeHo, las
muchaohas felices subiendo las escalinatas malolientes
del Hotel "Las Noches de Colón". ¡Cómo salcar a OIga de
ese ambiente denigrante! .
Había dejado morir algunos días; hubiera querido no
retornar a esas calles donde las adolescentes se pescan de
la vida; empero, una presión desconocida me impulsaba
a esos lugares. Ahora, eso sí, tenía un argumento de peso:
rehacer la vida de OIga. velar por su salud y obligarla a
respirar el ai.-re puro de la mañana. ¿Me estaJba volviendo
loco '{ Quizá si pensaba en todo eso por sentirme bien
Yestido; sé que caminaba seguro, con alire triunfal.
La noohe se presentaba egoísta. OIga no existía en
las vecmdades de la Universidad de Ohile. Me dirigí en-
tonces a carlle San Antonio, segundo punto donde las
muchachas enredan sus corazones por unos sucios y
esenciales billetes.
Me acerqué a un grl,lpO de mujeres. Sentí el peso de
35
alguna mirada. He ahí latentes sus ojeras, los labios car-
mesí, ffiloS faldas. ceñidas, sus pechos inclinados, los tacos
altos y el andar sensual. Entre ellas, tampoco divisé a
OIga. ¿Estaría en una blanca sala del Hospital San
Luis? ¿Penaría en la Casa Correccional? O tal vez un
cafiche astroso extraía sus últimas latidos materiales.
Me confundí. Giré sobre mis pasos y me. enfl"'enté a una
prostituta joven, rubia teñida, de ojos penetrantes, de
falda atrevida, de pasitos cortos, un poco torpes. Debí
inspirarle compasión.
-¡.A!h! ¿Eres tú?
Me reconoció.
~ l amor de alga. ¿Verdad?
--El mismo.
--OIga se fue al puerto. AJquí ya no podía trabajar.
La mujer adiiVinaba mis pensamientos. Le di las
gracias, abrazándola como si fuésemos viejos amigos y
me lancé a vagar por las céntricas calles santiaguinas.
Dejé pasar una hora; probablemente dos horas. Un
aviso de luces danzantes me detuvo: "Ramis CIar. 1892.
Salón Olimpia". ¿Qué sería aquello?

., .,
Noche intensa; caRes azotadas por llovizna cruel, ba-
rrillo incrustado en las aceras, viejos papeles vagabun-
dos, frío y nostalgia de OIga: necesidad de beber. Un pa-
sadizo, estl"'echísimo, una empleada espafj.ola en la caja,
una cafetera expr.ess, vomitando vapor; frascos repletos
de pastillas, pasteles, bandejas, copas, vasos, tazas goar-
rones, mujeres alegres. Un salón amplio, mesas 86p'ejos,
36
jovenzuelos inquietos, amanerados, descuidados, y el aire
partido por la melodía de "Ohina Boy". La oI1questa, en
todo caso, anulaba la frialdad de los conjuntos comercia-
les que solía escuchar en lalS sal8JS de baile de "La Bue-
nos Aires" y del "Follies Ber-gere".
Caminé entre mesas y sillas distraídClimentJe, mas in-
tenso griterío atrajo mis ojos. Ahí estCliba 1a cáfila ham-
pona: el lanza MU!l.eta, el laldronazo Gomina; Carreta
Vieja, el cafiohe de Los .Callejones; Malalo, amor de la
Rucia; Pomarropia, discutido jugador. Más allá, ocupan-
do silla y media, las nalgas suculentas de Cachetón Pe-
lota, tratantes de blancas de los barrios porteños. Entre
mesa y silla, Mario Corneta, diciendo dispar8Jtes.
-j Qué contái, pus Ohiooco maraca!
-j Aquí estoy, pus borracliín de
-Ahora que te chuteó la Olga, volvís al cahuín.
-j Dej en al Ohicoco tranquilo que está cargado al
amor espiritual!
-j Buena, Gomina!
y el eco de una jajajá general.
Cuando la cátila hampona notó mi indiferencia, dio
con su mirada a otros contornos. En la pista una mucha-
dha muy joven se movía con vigor.
-j Ohitas el culo lindo!
Cachetón Pelota en accion; MaJI'io C0!I1eta, embru-
tectdo por el alcohol, simulaba sus ágiles movimientos'.
-i Este potito me lo si:r:vo hoy día!
mucho, Caohetón Pelota.
El homogéneo conjunto de Fernando Lecaros ter-
minó bien con "China Boy"; la muchacha pasó muy
cerca de la mesa. Su fr8Jgante efluvio enloqueció a la
37
cáfüa hampona. 'Se hallaba sola; su cortejante la acom-
pañó Illasta la mesa.
¡El· grupo de hamponés a la carga!
-j Esta cabra es del cahuín: vive donde la Lechu-
guina.
-¡Las huevas, Carreta Vieja! ¿Conocís la Francesa
d.e General Jofré? Allá cul·ea con disimulo.
-¿Con disimulo dijiste, Muleta cagón?
-¡Por el culo querrás decir, tonto huevón!
El parquísimo Pomarropia tomó la palabra; su voz
autoritaria no admitía répM.ca:
----IEl asunto no tiene impor,tancia; ustedes se abo-
gan en la mierda. La negTa tiene ib11lena5 ancas para
sentarla .en el pelao. ¡A tra;barjar, muchaOhos!
Ni corto ni p.el'ezoso, entré en combate:
-¿Bailamos, señorita?
La respuesta fue concreta; en la pista me balan-
ceaba a los compases de "Carolina in the Morning". El
acompañante anterior, al descubrir mis ímpetus amo-
rosos, me miraba con malos oj os. ¿A quién temer si la
cáfHa controlaba mis pasos? No le di importancia.
-¡<Descuídense con el Chicoco, no más! Esta madre
que se hace la cartucha, nos va a planchar a todos!
-j Gomina, Cochino!
Muleta respondió en tono femenino:
-¡Ay, tonta cola, que te hacías la maraca!
Observé de cerca a La muchacha; tenía peinado al-
to, tez morena, ojos verdes, busto A ve-
ces, cuando sonreía, semejaba I1!iña de familia; sin em-
bargo, pertenecía al ambiente. Sanidad aún no la 'había
atrapado.
-Tus amigos vienen a bailar o a pelar.
38
----&<; que son muy tímidos los
-No se nota. Sobre todo ese guatón con cara de
sapo.
-j El mentado Cachetón Pelota! ¡La madre más
gorda del Olimpia!
El final de "C'arolina in tJhe Morning" estuvo sub-
rayado de emotividad. Entonces insinué a la muchacha
que se fuera a la mesa de mis buenos amigos.
-¡Qué más da!
La cáfila hampona se excitó; aquello fue un golpe
que ninguno olvidaría.
-j Este Chicoco es un demonio!
Tomé a Persy -nombre ra>ro-- como arte, como
entía necesidad, en ciertos instantes, de oír ·buena mú-
sica de j azz. ¿ J azz? A la fecha, toda'vía esa tendencia
estética hallábase en fase primaria. ¿ Era sólo música
de baile? ¿ Ritmo de alucinados? Nunca dudé al res-
pecto.
Una noche de mi niñez, allá en las laderas del Ce-
!ro La Cruz, en Valparaíso, sentí una tocata que emer-
gía límpida desde un ventanal de niñas alegres. Me re-
tuve. ¿ Qué extra50 mundo se abría a mis sentidos? .Ahí
r.omprendi que la trompeta de Louis "Satohmo" Arm-
strong, luminaria negra de Nueva ürleans, me daña;ba.
¿ Qué recursos poseía el hot-jazz?
Cuando ya mi materia se ha>bía alzado .por los aires,
con mucha continuidad, comencé a visitar' un solitario
amigo de calle San Francisco de la capital. Era un hom-
bre rubio, reposado, un tal Woodthouse, quien tenía una
39
discoteca de primera línea. Habíase esforzado por conse-
guir los solos más sorprendenJtes de la modalidad hoto
Podía, en su bohemio rincón, escucha'r tan pronto las
1nterpretaJciones del cometista León "Bix" Beiderbe-
cke -fallecido prematuraJInente-- como los golpes .emo-
cionados de Gene Krupa. Todo aquello me trastornaba.
-Nadie puede aún captar la profundida del jazz.
Cuando Armstrong" canta o toca, por ejemplo, baja los
párpados y lentas -Lágrimas corren por sus mej illas. Qui-
zás ellas no se vean.
Una extraña mezcla de aJILvio y de ahogo me pro-
ducía el encuentro de este hombre rubio, de ascenden-
cia norteamericana, quien, al referirse al jazz, sobrepa-
saba la emoción de la noclhe estrellada. Le veía como
ausent'e, arrinconado en remotísimos sueños.
-Willie Bunk Johnson lo dijo: "El jazz es música
del corazón, no miente". No obstante, no lo compren-
den aún, y eso es todo. Al arte no puede esconderse; MIo-
ra como el viento, es avasaJllador como el océano".
Después charlaba sobre Kinlg Oliver, Bunny Beri-
gan, Charles Teagarden, DU!ke Ellington, Joe Sullivan,
Biny Taylor, Thomas "Fats" Waller, Benny Morton, Di-
ckie Wells, Jay Higginbotham, Lawrence Brown, Fre-
derick "Keg" Johnson y Bessie Smith, llamada con jus-
ticia "Emperadora del Blues".
-"Los músicos de ja'ZZ son improvisadores. No
pueden compararse con lps ejecutantes de partituras
clásicas o selectas. Estos deben someterse. El músico de
jazz, como el pintor y el poeta, nace; no se forma. Es
un creador".
40
Ocho
¿Jugaba la noohe conmigo? Llegué a considerar
absurdo que. hubiera seres que se acostasen temprano y
que disfrutaran de los rayos solares. ¿Me impulsó el
jazz a la perdición? ¿Me inclinó el haile por el abismo?
¿Me trastornaba el rostro de una mujer? En la soledad
de mi cuarto, muy cerca del' dormitorio de mi madre,
me daba a pensar hacia donde caminaba. De una cosa
estéllba seguro: héllbía descendido de nivel socia'l y me
hal,laba en el plano de Gomma, Muleta, Carreta Vieja,
Mario Corneta, Pomarropia y Cachetón \Pelota. ¿Reha-
cerme? ¿Volver atrás? AquelJlo era tan inverosímil co-
mo arrodillarme ante Dios y pedirle, en vano, que per-
donase mis pecados. Comprendía que algo fundonaba
mal en mi céllbeza. ¿ Por qué seguía 'buscando gente
ajen'31 a mi dase?
-Terminarás mal, hijo.
-Lo sé, madre. Hay una fuerza superior que me
precipita hacia los centros de baile.
Mi madre comenzó a mover las cej as. El hecho sig-
nificaba que había perdido la fe en mí. Tenía razón;
aunque me esforzaba por salir del círculo vicioso, fra-
casaba. En mi vida, la luz del astro era tan sin asunto
como intentar buscar tréllbajo. Con todo, mi buena ma-
dre estaba preocupada de atenJder los deseos más exi-
guos. Ademá::i, seguía encontrando bajo la élJlmohada el
pijama impecaible; el tecito en EIl termo y Qa imagen de
María para que V'elase mis sueños. Cuando en los atar-
deceres abandonaJba mi hogar de Víctor Manuel, des-
pués de dormir todo el día, una extraña 'inquietud me
tI"aSpasaba el corazón. ¿ Me estaba condenando? Mi ma-
dre salía a la puerta, me besaJba la frente y erguía su
mano varias veces antes de que yo enfilase hada Ave-
nida Matta.
..
'" '*'
En el "'Salón Olimpia" me olvidaJba de todo. Volvía
la música de jazz, las mujeres escotadas, las bromas in-
tE:rmit'entes de mis amigos raros y las luces de colores
que me hacían soñar.' ,Este nuevo centro de baile, algo
más aJCogedor que los otros, tuvo un efecto sicológico
. sobre mi existencia, borrando, al menQs por algún tiem-
po, el camino de desastre en que ¡probélJblemente force-
jeaba OIga. Mi raJdical cambio de Icar,ácter había sido
capta:do por mis compinohes de la noche.
-jiDéjaJte de huevadas, Chicoco! ¡Los potos sobran!
~ o ,es que me preocupe, Mul1eta. Estoy agradeci-
do; vivía ciego.
--A mí, Clücóco, me importan un comino las mu-
j eres; todas paJgan mélJl.
Persy, mi nueva compañera de baile, que .escucha-
ba el diálogo, saltó:
-Si no fuera por nosotras ustedes sonarían como
tarro.
Intervino entonces Gomina.
~ B u e n a , Persy. Est'ai caJbra manda pelota. Pero
hay que reconocer que algunas la cagan.
La orquesta, dirigida por Fernando Lecaros, inter-
pretaba "At the Jazz Band Ball", escrita por La Rocca
y Shields, especialmente para 1a Original Dixieland Jazz
Band, cuya novedad había tenido el honor de escuchar
42
gra:bación Brunswick en casa: de mi amigo norteame-
ricano. Si yo hubiera tenido en ese instante la mala
ocurrencia de decir que conocía esa melodía, todos ha-
brían reído de mis conocimientos jaJZzísticos. Dentro del
irregular mundo en que me desenvolvía, este fue un
secreto que si:empre supe guardar. Además, ¿ a quién po-
dría interesar, por ejemplo, que "Nobody's Sweetheart"
estuviese magistralmente gmbaido por la banda de los
"OhicagO'ans"? Aquello tan fuera de tono co-
mo vestir frac a Muleta o de smocking a Cachetón
Pelota.
Breves momentos duró la paz.
-De las mujeres mejor no hay que <hablar.
Persy, la esbelta bailarina del "Olimpia", atacó
otra vez.
-Tú, Muleta, ha:blas en contra de las mujeres, y si
te las quitan, te mueres.
-Son necesarias, Persy, pero destiñen.
-¿y quién no destiñe? -asintió la muchooha.
Apacigüé los ánimos:
-Bueno, a bailar, que el mundo se va a acabar.
-Esas son palabras, Chicoco. ¡Los maracas pelean!
En el Sa'¡ón de calle Huérfanos se Ibailaba diaria-
mente de 19 a 21 horas y de medianoche a tres de la
madrugada. El ambiente era muy heterogéneo. Así, por
ejemplo, las jóvenes procedían de los diversos prostíbu-
los que circundaban la ciudad: Los Callejones, Maipú,
General Mackenna, Vivaceta, San Isidro, Eleuterio Ra-
43
rnirm, ~ingÚe, Eyzaguime y otros. A veces muy de t md~ ':, .:(
en tarde, csian por.&$ adolwqntes linupfas; es decir, !.+(
elemento que trabajaba como cqjera o at mostrador de !:
d g b zwgou:io chtrico. Na era impfble ver en el ter- ;, t
kllino a funeiondriEas pf~blicm, xmlfixxdes, particwl* tl
.es, ' Todas, 8in .embarga, Ib;w sin initemiób, q W hud y: '
, yendo. \de amar,^ instantes.' Despu6s e r q Mucidm en
;r:& ckibteiluchw o cier&w e m s de cita sin letrero. Laii;
. &~hchtmhas se e m- n con @ viejo cuento de la tis.
b tía, mas al16 de la rnedianwhe, wa un hoüibre de
3Ústro ídiota, sexual.
La galería ms9ic.ulins~ ers bp&imsnte, la cátüa
:
lpmpna reinaba en lor; p&&lw. Za. dwmcibn de "'La
Bq~nos Aires" y del nF~lina E&tygereP' había si& dedi-
1
'
nitiva.
4 Si ;en el sexo femanim nbtáib~nse extra%@ cara% re-
pintwlas, en 1- jovemfinos e& eil!m trwponis el co-
mentarh. Una rnseLer & chse media y baja dwttach-
Í
3
haae en el "Salón Olhpi&": eoniacf* &ies, hhbües
l~dmnfs, tratantes de
por los vualos ,ter& xlmihda Y 1
' qbierto8; ~fanadores, 1
' ' ubicadares de pirrato% y
d
Ehcima de lia fsrnrsia, si@ sob-$b un cuello duro,
!
?
la mnrisa, mplira, un b m cturc6 cbmplice de limpieza
,
y muchas Iumeeiarr, ltkdmndo en dsdivoms bWw, De
J
1
ve8 en ~uando, w m~ m d c- de las adalescentes in*
I
$8r~mS, 'ea* par a ~ ~ f ~rficiaulea & ~ ~ a r a b ~ ~ y ~jt$rci-.
4
b; rd~eteckives, praifmores primaria, in~lec&u&1e, m-
1
plmdos de bancas, oficinistas aniestesiaida~; por d kcJeo
i
I de &$ Underwmds. La briosa juventud &abe y judía,
i
con ms edriden4es aullidos' milaa~ios, amenizaban la
1
tertulia nautmaa del "&slbn Olimpia"',
1QS golpes ~mgulliw.
-ipte á que ep *&fa&, mi&&!
u3 bmddad br0:ta de tCKíw
" S a l h O1lmpiaW era. e@: War h
Haba ea la viefa al a un
tina de la m
jutrentu4, impidieMo da@tr- qu$ !@aibilia ~n la o
' pfir'te. 1
*
* I Q
,
-Y. ttl, j por q ~ 6 1- i .EAirg~EtúE, ~ i c o c a ?
En htwte b
del "mg de 'b m
traspuse ,el um%raJ del '*&lb . O~mgh", me detuve d
l mt e 'de aria vitrina fiuniinarda.. rea;lid'&ie, tenía ,&A
tura mediana. ¿Qué hacer? Traté de eXlgIr a mi cere-
bro alguna forma para estirar mis huesos; en todo caso
el proceso de crecer no pódía gestarse en veinticuatro
horas, sino en un largo período.
-Si no crecís, Chicoco, "adiós, que t.e vaya bien".
No quería perder a Persy como compañera de bai-
le. Por primera vez, un hecho secundario me preocupa-
ba. ¿No habría otros problemas más principales de qué
interesarse? El factor trabajo, por ejemplo; acostarse
temprano, corregir los malos pasos, encuadrarse en una
senda normal!.
"¿ Qué leseras estás pensando?"
Todo esto, que hubiese sido razonable, no me im-
portaba. Ahora deseflJba crecer, y Cflecer para atraer a
Persy, pa·ra que nadie me robase la "vedette" del gru-
po, para evitar la sedución fatal que veía en los rostros
de Caichetón Pelota y Mario Corneta.
-La Persy quiere pico y vos dale con el baile.
Baile sobre baile. ¿Qué me interesaba que Persy tu-
viese hermosos muslos? Crecer y crecer, ¿qué me im-
portaba que los peohos de la muohacha fuesen redondos
y prietos?
En la tairde del día siguiente h i c ~ mi entrada habi-
tual: el "Sa'lón Olimpia" desdoblábase en alegría y mú-
sica ligeras. La Cáfila hampona hflJbíase reunido alrede-
dor de las consabidas maltas y pílseners. Los modismos
y los disparates hacíflJn .tembl'8lI' los escasísimo grupos
moderados.
-¿Qué me decís, pues Chicoco, todavía la llorái por
OIga?
46
-A la tonta había que quitárselo con cuchilla.
-La Persy quiere papa y el Ohicoco baile y baile.
Mudo, como distante, me senté al lado de mis desal-
mados amigotes. Había crecido cinco centímetros, pero
nadie captó ese detalle. ¿Cinco cenJtímetros? Aquella
gente vivía su mundo y poco le interesaba que algún ser
creciera o decreciese. Para la cáfiJa hampona lo único
concreto era restregarse sobre las muchachas, decirles
"te qUÍ'ero" y acostarse con ellas. ¿Casamiento? Esas pa-
labras hubiesen sonado tan extrawagantes como atra-
vesar el Océano Pacífico en una lancha al garete.
-j Los maracos se casan!
La -cáfila hampona giraba en torno all epíteto ma-
raco. El vocablo encuadraba en la acepción homosexual,
mas ninguno de esos visitantes olímpicos ejercía la so-
domía. Empero habla,¡ban de maraco con tal naturalidad
como decir simplemente pan, té o a;zúcar. "Los maracas
se van", "los maracos lloran", 'los maracos no bailan".
¿Los maracos no bailan?
Entonces saltaba como celaje sobre los brazos de
Persy y me balanceaba a los compases de "1 love jazz",
que "Satchmo", "Boca de Maleta" ha,¡bíase graJbado con
The All Stars, muchos añcs ha, en sello íDecca.
-¿y qué te pasó, Ohicoco?
Le había sorprendido mi nueva, estatura.
-¿Me guardas el secreto, Persy?
-¡Ni qué hablar, Ohicoco Ma'lo!
Le dije que sus palalbras me ha,¡bían alpocado; que
busqué una fórmula para crecer con velocidad.
-i Qué extraordinario!
A la mañana siguiente del ex-abrupto de Persy,
compré un par de zéi.patos, tipo batoto militar, de caña
47
Y : .
ri
,k
A M r a m mdPS$ Mt2&iam~, &vP:~-?
Mi nwva ehtara me
- j CX~i hs d pato rim 'de h. Pmq!
-No ~er& mz~clho, C/ BUG~&~R '~1iota.
-m bbkt~o
,oiexuakes.
4 í 2 b i ~ o m &a&; m& tima que de repnk va
a &ir mn P ~ ~ I S J F retn pel e cwá&ro ~ T D - .
--;No sal&, M&ta bonntaa que & d-&Ecos;~ e& firme-
za, pert~ p'al b&e?
La edfi2.a hamp*
fiQiUmp28" había dado origen
al erili'h0 ~aQ"k%hcdtY~ V a PQ
48 .
da. .Las' c a f h del '*&+ldn OIltyylpiat' ar w a&ori&1.6?1~,
muy lirrrpi~ && wrt, jD$ ropa? EIl Mahlo, p~ BJ&I-
@a, aplohba ieb la Rucia. .la Rucia "J.& rmera de pros-
t Wa ; nriiljer 1WM&dom, fiel mmrD pm, 'un poca got-
dit por lei. ghnasib de euw muslos;
-¿Y p r qZL&niq k-i~ ur dk la IRui(tL, MWo T
la torta tranq-!'
Cutondoi Mal&I?o, m Iss
pmar de la cRu@ia, daibfht que el
neru,qae la @:da mretxlfrg: Wbk
fu- mabithrl.8~. 91 14W rbi&&es
procedía m forma cmsl. rsihi sd~kiat~, la Zkwii$ ae
mula perdida. Al prtmer pu , =í.a a 1- pies db
stl dmfio.
- "&No WTs;, M&fialito, qu& que cmpr-e un
r@do nuevo? Ya %@n z n f , y h Wme l a n i ,
zar&".
Ma111ro no en9ndfa e-; rques5a dinero pwa
despElf61rrmh mtre m qi goi s d& "W6n O1frn$lt'a Bl'
ficLmam mficErce, junta c;on P m a m k -tenia Wciatjvas:
"~AQu~ p w ~ p, irriega! jkrqi;Uí psga W~ O, el 'm-
stadw?".
mro cafiohr$ en w e
viga. Rdi o y dZt owrrx~
lm; éste expímb 'm
neai, aCdiIeianm? Una
nombrs~s iliustbs: Jum
A.iM ISs nmhe Se partia esn
calwturimm ; mucha@ $8,
18s pie~13.m~). Hp %%&%ban ~~~ awznSo
&RS, ar ( 3~ ..~nsuzules e m o dams delieEud:&i:
4
V'eíase ta:mbién a chiquillería desnutrida que escondía
inútilmente sus nlél:riciHas en los atardeceres.
"¡Calle con olor a poto viejo!".
De esas mancebías, Carreta Vieja recibía cuotas, di-
nero que quedaba en "La Buenos Air,es", en el "Follies
Bergere" y en el "Salan Olimpia". Carreta Vieja era ge-
neroso, ejecutivo, parco .en el ha:blar; sonreía con gra-
cia y aquello era su fuerte entre las mujeres livianás.
¿ y su apodo?
"¿ Conocís la Ma:rgot, viejo?"
"¡La Margot! Carreta viej a, vi1ejo".
De ahí hrubía sUflgido su sobrenombre. Lo sabía ro-
do; era sabio pedante. Ninguna mujer se le había esca-
pado.
"¿ Qué tal la Teruca, viejo?".
"Carreta vieja, viejo".
Nunca pude entender cómo aJquellos seres vivían sin
preocupación alguna, indirferenJtes a ciertos heohos so-
cirules, reacios a las limitaciones, enteramelllt;<e irrespon-
sables. Es ~ i ' e r t o que me parecía a 'la cáfila hamípona co-
mo dos gota:s de agua; empero había UlI1a diferencia: yo
pensaJba, me amargaJ"kYa. Por el momento, todo reajuste
o rectificación era paJj a al viento; quizás con el tiempo,
por atlgún sendero, me aproximaría a una vida utópica,
tan remotísima como lal' estrellaJs que tililaJn más allá
de la galaxia nuestra.
Mario Corn'eta desenvolvía sus días entre el vino y
el sueño: pocos sabían de dónde saHan esos morlacos
que dejaba sobre las mesas del "Salón Olimpia". Muy
50
rara vez entreabría un ojo para ubicar el traste de una
bailarina.
"Segurament.e que tiene una firmeza que escupe".
Ela un borracho notable, pasivo, risueño, a r3itos
muy lúcido, que dormía a ratos. La cáfila hampona le
quería por su buena presencia. Otros le atribuían ex-
trañas desviaciones, pero ello no estaba comprobado.
"Habladurías, ( hicaco; Mario Corneta es muy
hombre".
Procedía de acomodada familia, de viejos escudos y
armas; había sido oficinista de la Ford Motor Company;
como a muchos, la noche le torció el cerebro. Un día le
pasaron un Ford de prueba, último modelo. En los te-
nebrosos Callejones le desplumaron la máquina. Al día
siguiente le dejaron cesante.
"Me cágaron, cabros".
"¿ Te cagaron? j Escoba! i Tú los cagaste primero!"
Gomina era un simple ladrón; estrujaJba los chalets
y bungalows de El Golf y Ñuñoa. Para ello tenía exce-
lente olfa ,o: sabía cuando la familia Errázuriz, Varas o
Larraín salían a cambiar de aire a sus pertenencias de
Viña del Mar o a sus reductos palaciegos de la región
austral de Los Lagos. Entonces presentábase a su tra-
bajo con una maleta de fuelle, con un diablito y ccn
manos enguantadas; demolía los roperos, las cómodas y
las emperatrices. Los daños causados eran muy supe-
riores al dinero que recibía de los reducidores de calle
Esmeralda.
Pomarropia era personaj e de película. Tenia gran
destreza para ubicar puntos y giles, y una manada de
fieles hampones a su servicio. Como raya pasruba por
todos los rincones sociales de la noche; le acompañaba
51
su figura indiscutibl,e de gentleman. Sabía manejar las
cartas tan bien como las mujeres.
''lfna cosa me ca'gó, mi amarr,e legal con La
Carlota".
La Carlota explota'ba a las adolescentes de provin-
cia; .en sus huestes sólo había muchachas "dieciocheras",
y muy cerca de ella, dando vuelta en torno al gran pas-
t,el, Uln grupo de homosexuales. El Lola
Puñales, ,El MarianeUa y El Muñeco. .
La vi.';Iita de Pomanopia a los clubes y cabarets
era, en sí, un acontecimiento socia,}. El buenmow juga-
dor no permitía que nadie pagase; él pedía, por ejem-
plo, una boteHa de whisky en el elegante y sobrio Tap
Room; bebía un sor,bo, dejando el valor íntegro de
aJquéHa. La propina de un mil pesos quedaba dando
vuelta, como fanta'sía, en la caJbeza del garzón.
"¿ Se habrá e:quivocwdo el futrecito?"
"¿No te dais cuenta, tonto huevón, que es Poma-
rropia, el jugador más grande de la noohe?"
"¡Ah! ..."
Una vida fastuosa corría por la melena engominada
de este hombre que tenía el poder de retener en su fren-
te los rayos solares. No concluía a1hí el desfile. En la
mesa contigua, donde solía reunirse la cáfiJla hampona,
había dos' o tres indivoduos malagestados. Estos suje-
tos -que para el ,común de los parroquianos pasasban
inadvertidos- respondían pOi' las espaldas de Pomarro-
pia. Est'e -según decían- se dedicaba también al obs-
curo negocio de trat'antes de blancas, salpicando sus
aventurillas con uno u otro contrabando de escala ma-
yor. Tra,baja¡ba, con gnm a:stucia, refugiándose en los
días turbulentos en casa de ,La Carlota. La policía no
52
podía atraparle. ¿ Acaso no había siempre un det'ecti.v
sentado a su mesa?
"i Los tiras los arreglo yo!"
En el caso de los hampones de centros nocturnos, la
leyera sorda. Muy a lo lejos se disponían redadas. La
cáfila hampona sabía los de las Comisaría
Judiciales de Investigociones y jamás caía en esas ope-
raciones denigrantes, cuya caza se a bo-
rrachos, mujeres triviales, adolescentes sin prontuario.
La cáfila hampona, en cuyo centro gravitaba, pro-
cedía de todos los caminos sociales. Si Mario Corneta
arrestos de "'gran señor y rajadiaJblos", .Muleta
venía de las capas más humildes de la sociedad; de esos
lugares donde al imperio de los vi.entos se inclinan los
conventillos, se remecen las poblaciones callampas y los
perros aullan de hambre. Pomarropia, por su parte, era
personaje .enigmático; Malalo, el cañche de la Rucia
p
tenía padres maestros. Ellos le dieron educación moral
p
quizá demasiado rigurosa, plena de consejos y ejemplos
altos. El muchaoho había terminado por desrviarse y no
hubo fuerza. capaz de rectificarle.
"Pobres viejos; se forjaron ilusiones conmigo. ¡Los
cagué, Chicoco!"
u ,e v e
Decididamente mi vida se inclinaba hacia rutas de
desastre. Mi madre seguía prodigándome un corazón
completo. Su pequeño taller resurgía, la clientela au-
mentaba y los figurines caían, como en cuentos de ha-
das, de la Casa Dior, Mallet y Juventus, de París. Afian-
zada la posición económica, mi madre me comunicó la
idea de visitar a mis hermanas que e habían cobij ado
en casa de unas tías en el austra;l pueblecito de Pi-
trufquén.
madre. Yo cuidaré la casita.
En medio de emocionados besos y abrazos, se diri-
gió en el tren nocturno al sur de Chile.
-·Lo único que te pido, hijo, antes de separarnos,
es que te portes bien. Abandona la S€nda de perdición
que tuvo tu padre. j Cuida la casita, >hijo!
Ponía tal énfasis en sus palabras, que me estre-
mecía.
-Están demás tus consejos, mamacita.
El ronco pitear de la locomotora Mikao me sacudió
íntegro; la fina culebrina de hierro y acero púsose en
movimiento.
hijo mío.
-Hasta pronto, mamacita.
El tren se perdió en la obscuridad de la noche; mi
madre blandía un pañuelo claro; después su rostro se
extinguió de mi mente.
Apretujado entre el gentío me quedé solo; lenta-
mente, como sonámbulo, aJbandoné el gran andén de la
Estación Central. En esos m,ismos instantes, ya presen-
tía mis nuevos desvíos cerebrales. Aturdido por el hu-
mo espeso de las locomotoras, mi cabeza rodaba en va-
rios mundos: la extensa de 01ga, el pedho sober-
bio de Persy y loa ,cáfila hampona del "Salón Olimpia".
f.:
* •
Como era muy temprano para la jornada nocturna
del "Olimpia", encaminé mis pasos tlacia mi hogar. Pa-
Ta ello, subí a un tranvía de loa línea 33. ¿Línea 33? Vol-
54
vi a recordar mis días de infancia, mis días grises; las
calientes halluUas de lla Panad,ería "El 'Sol". ¿ No era
más feliz que ahora? Volví aJl presente.
.Ahí esta:ba mi casa de Víctor Manuel; piezas lim-
pias, cuartos resucitados por la mano de mi madre. Jun-
to con accionar la llave, me sentí dueño del mundo. Una
ojea:da rapidísima a las distintas dependencias y la luz
del mal; es decir. mis presentidos desvíos cerebraLes.
Mi madre había puesto algunos pesos en mis bolsi-
llos para satisfacer la neces1dad estomacal. No obstante
yo estimGiJba que el dinero elipeIliaJS a:1canzaría paTa una
(\ dos tandas del "Olimpia", y junto con ello anula:r el
continuo despilfarro del vertiginoso Pomarropia; d'es-
lumbral' a Muleta y Gomina; beber cerv·ezas frescas y
homenajear al bonachón de Carreta Vi.eja, a Malalo,
a Caohetón Pelota y Mario Corneta. En mi locura pen-
saba hacerle valioso regalo a Persy, la ibaJilarina de la
noche.
Una lechuza bohemia partió la noche.
Mi hogar tenía muchas cosas 'paJra reducirlas a di-
nero. ¿ Me estaba volvitendo loco? ¿ ~ e n d r í a Ifuerzas para
destruir alquello que era mío?
"¿ Y no estamos viviendo para morirnos, idiota-?"
En la primera noche olímpica, el dinero de mi
madr·e quedó sobre la mesilla del garzón Gutiérrez.
-El Ohicoco está gastando la torta. i Este Ohkoco
e una fiera!
Creía en esos halagos; me entía estimulado, estí-
mulos vanos; positivos para esos días.
-----<Mientras no se ooma la p1ersy ...
Se referían a la muohaoha como si fuese predio ex-
própiado. Pers,y, en verdad, se ha:bía aJcercado más a mí.
55
Desde que redescubriera mi nueva estatura, no existía
hombre aliguno .en su vida de da'11Zan1ie. Sin embar,go, al
acecho esta:ban Mario Corneta, el y el barri-
gudo Cachetón Pelota. .
-¿Para qué sirven los borrachos? Ni para bacinica
estás bueno, Mario Corneta.
-j Poto que veo, culo en el suelo!
. -No s.erá mucho, Cachetón Pelota.
---<Esta rajita me la sirvo yo, Cachetón Pelota.
Cuando de madrugada fui a dormir a casa, luego
de lujuriantes bailes 'en brazos de Persy, comprendí que
iniciaría una nueva danza, una da'nza sin oI1questa: el
desfile de C08as para vender o pignorar. En la extensa
hilera levantó cabeza un selwicio de plaqué SoHngen, que
nri madre aún no ha'bía entrenado. Luego el radio de
velador, y un prendedor d.e oro que hallé escondido en
un anti'quísimo cofre. La CCilja de Crédito ¡Popular NQ 1,
de Serrano y Diez de Julio, me fue, por algunos días,
tan familiar Icomo la pista reluciente del "Sajón
Olimpia".
---lEl Chicoco está paleta; s·e la puede y la gasta.
-i Le está dando cuerda aJ1 reloj en forma!
Aquello me fascinaba; ahora esta:ba siendo conside-
rado y podía sentirme tan como Pomarropia, o
como el chistoso cafiche la Rucia, el notwble Malalo.
Todos me rodeaban. En ese período existencial, me sa-
bía con bríos. El ,garzón Gutiérrez, pequeño de estatura,
gordito y risue,ño como ramera nueva, haJbía llegad9 al
máximo de gentileza: me reserv'aba una mesilla en el
56
carde de la pista de baile. Antes que .ompeza,se la fun-
ción vespertina, una tarjeta indicaba este hecho.
"Mesa reservada pélira .el señor Escudero".
Nadie teI;lÍa la suerte del señor Sólo 'Po-
marropia ,había conseguido, cUélintdo expresamente lo pe-
día, esa distinción. Mayormente eso no le intel'esa:ba al
famoso jugador. ¡Su paso por el Olimpia" era
fugaz, pues debía atender los gilles y puntos que a diaJrio
loe ubicaban sus lugartenientes.
Mis desatinos me dieron un inmeiecido rango, po-
sición que me cegó; tal circunstancia me hizo despreo-
cuparme tot'almente de Persy. Si las mujeres
¿ por qué amarrarme a una determinada muchacha?
-Tú, por la cuestión del baile, perdís los mansos
cueros.
-Por hueveta te comerán la Persy.
-Cachetón Pelota le bajará los calzones.
-¿Querís cerrar el pico, Muleta?
-Buenos, pues tonta loca.
Ante la presencia de un nuevo elemento
llegué al desvarío.
-¿Er.es capaz de cambiar a Persy por una mujer
desconocida?
-¡Te falla muy fuerte, Ohicoco!
"Soy un imbécil", me dije.
Viose entonces a Cachetón Pelota bailando mejilla
a mejilla con la excitante Persy.
-poto que veo, poto violélido.
-j A la Persy se le calentó el motor!
Mis ojos se habían detenido en Ninoya; joven mu-
chacha, de amplias célideras, esbelta, prostituta de la
Nena del Piano, de la maloliente calle Camilo Henríquez.
57
Ninoya era muy festiva cuando bailaba; no poseía ese
.ving extraordinario que corría por la sangre de Piersy,
pero enloquecía su abultado trasero.
-¡ Este sí que .es poto, mierda!
-Poto que veo, culo en el suelo.
-Aquí si que no, Caohetón Pelota.
A ratos, mi ex-compañera de baile me clava:ba sus
ojos, dándome a entender que era un desleal y descen-
trado.
-¡La cagaste, Chicoco; se te va la Persy!
La mafia comenzó a funcionar: Cachetón Pelota
saltó otra vez sO'bre la pista, sacudiendo su colosal ba-
rriga. Persy se dejó llevar.
En la primera noohe, la muchacha fue seducida
bajo las ardient'es sábanas del Hotel Osorno.
-j Poto que veo, culo en el suelo!
-jBuena, Cachetón Pelota!
El audaz Cachetón Pelota hizo sucumbir a la bai-
larina de la noohe. Mas .el asunrto no terminó ahí; el
gordo quería estrujarla en los prostibulos porteños. Per-
sy rehuyó la proposición, y el defraudado Cachetón Pe-
lota pregonó su hazaña en todos los confines del "Salón
Olimpia".
~ L a tonta es buenona pal bail'e, pero se cimbra
mejor en el pico.
Mario Corneta, eterno enamorado de la bailarina,
se desfiguró; se le vio constantemente bebido, discu-
tiendo, mordiéndose semidormido. A veces quejándose;
a ratos a la ofensiva, neurótico:
-¿y cómo te fuiste a acostar con ese guatón ho-
rroroso?
-¿y qué querís, si tú pasái como tagua?
58
La caída de Persy me impresionó; me sentía parti-
ulannente responsaJble.
j El Chicoco es un imbécil!
¿ Y yo? Bueno; yo hacía cinco días que no me re-
cogía a mi cuarto de calle Víctor Manuel. Me avergon-
zéliba; pero en vano intentaba 'buscar élilguna fórmula
de desahogo. Ninoya surgía con fuerza; aquello era co-
mo volver a vendar mis ojos. Por último, ya descontro-
lado, tomé otra resolución descabellada; decidí tomar
pensión en el prostíbulo de la Nena del Piano para estar
bien cerca de la muc.haoha.
"¡Se empató el Ohicoco!"
La gorda ramera puso mala cara, pero a n t ~ los
billetes, cedió:
-Bien, ChlCOCO; si te pilla el Nimbo, no contís con-
migo.
~ E s e asunto lo arreglo yo, Nenita.
Cuando Ninoya era requerida por algún' parroquia-
no, la Nena del Piano gruñía:
~ E s a rajasuelta está quedá.
La pieza de Ninoya era muy acogedora; se exhtbían
copias de cuadros famosos, artisticas fotografías de la
muchacha y una estatuilla de la Virgen del CarmeT'.
¿ Por qué en todo esto había algo sagrado? Más allá po-
día verse una alfombra persa, un ropero de raulí de
tres cuerpos, una mesilla con revistas picarescas y una
cama amplia, muy suave. Después la vida: un bidet
portátil, paños higiénicos, una botella con permanga-
nato, profilácticos, jaJoones, peinetas, cepillo, rouge, lá-
pices y pinohes varios.
Luego la voz dulce de Ninoya.
59
-Tú tienes algo de excepcional. ¿No te has dado
cuenta que estoy desnuda?
Quizá f.sa preocupación por los !hechos materiales
baya sido causa de muchos disgustos o de numerosos
éxitos pasajeros. ¿'Por qué sólo pensaba en la música
<le jazz, en el baJHe, y ·en la noche?
--Ti'enes rostro de diablo, pero hay algo en ti de ...
-Bueno, Ninoya. ,Estoy '8Jburrido de los retratos.
Contestaba las preguntas de Ninoya sin sentirlas.
¿ Preguntas? ¿ Qué remediaba aquella especulración fí-
sica? Estaba viviendo otro mundo. ¿Ninoya desnuda?
De pronto, me noté pleno de angustia. ¿Por qué haJbía
desmantelado la casa de mi madre? ¿No era mío todo
aquello? ¿Y qué obtenía con amargarme ahora?
-¡Vuelve, Chicoco! i'Estás. como ·en la luna!
Entone.es, por primera vez, vi desnuda a Ninoya.
La muchacha $le mostraba traJntquila, sin acaloramiento,
sm d ~ s e o . s . Después se dejó envolver por besos y abrazos.
-Así, Chkoco, pfro bien suavecito.
Tenía prietos muslos y llamativo lunar próximo al
ombligo. Aquella. parte le bailaba sin d·etenerse. De sú-
bito, qúedó quietísima y yo sentí la tristeza de sus ojos.
Ninoya haJbía llegado aJI prostíbulo como tantas
otras chiquillas de provincia. otra vez, aJl. escuchar la
vieja histoi'ia. surgía la figura de Nimbo, aquel harpón
de armas tomar que marcase la mejilla izquierda de OI-
ga. Sí, sí, OIga, ex-bailarirl'a de "La Buenos Aires", del
"'Follies Bergere", ex-'asilada del lenocinio de la Mimí.
Nimbo le halbía pintado una vida de S'Ileños: un
60
puesto de cajera; vestidos, paseos y la noche luminosa
del Gran antiago.
La muchacha" se sentia manvviHada por el buen
trato del "cazador de blancas". Luego surgía la fascina-
ción del centro; los c'afés elegantes, las vitrinas artísti-
cas, las tiendas de lujo, los. cines, los teatros, los letre-
ros luminosos.
"Todo esto puede ser tuyo, Ninoya".
"Tanto da el trellbajo de cajera, Nimbito".
En la primera noche santiaguina, Ninoya había pi-
sado una alcoba elegantísima. Un hombre desconocido
le atendía fogoso, inquieto, ansioso. Muy pronto, surgía
ambiente musical, luces tenues, licores surtidos, alfom-
bras, plumones y un larguísimo diván. ¿No era eso de
otro mundo? En la mitad de la noc'he, Ninoya esta!ba
ya tendida, boca abajo, mordiendo los suav,es plumones,
quizá pensando en sus crédulos padres. En una mesi-
lla espera'ba un puñado de billetes arrugados.
Estrujada prematuramente, Ninoya había pasado a
una ramería de segunda clase. Después venían las con-
siguientes .bromas.
"Te das cuenta, Jeanette, la tontra de la Ninoya
creyó en el cuento de la cajera. Ahora tiene la mansa
cajita ..."
"Muera en la rueda, comadre, porque a usted le
pasó lo mismo",
Ninoya lograba aún mantenerse principal. Se veía
esbelta. Era muy aStada y sobria en el vestir. Podía fá-
cilmente confundirse con una niña de familia, descon-
tando sus colosales asentaderas. Pero ella habías'c con-
formado a su nueva suerte; incluso, con alguna in1ge-
nuidad, le remitía dinero a sus viejos padres sureños.
61
En extensas misivas, les cont31ba lo subyugant'e que le
parecía vivir en la capit'al. Entonces les hacía un ,bos-
quejo de la Quinta Normal de Agricultura, del Club
Hípico, del Hipódromo, del Museo de Historia Natural,
del Cerro San Cristóbal y del Pa'lacio de Bellas Artes.
De paso, volviendo al mundo de la imaginación y la
mentira compasivas, les sobre peripecias
de cajera.
"No vís, Adolfo, cómo la chiquilla tenía razón. Fi-
gúrate que ahora quiere Uevarse a Isabelita para edu-
carla en Santiago".
En el caso de Ninoya, ¿por qué volvía pI pasooo?
-1Si yo les pudiera contar que la realidad es otra.
En sus palabras se mostraba resignada, tratando
de dar a entender que había deseado un camino distinto.
---.contigo se puede conversar, Ohicoco.
-¿y qué saco con eso, Ninoya? Mis estudios huma-
nísticos no me sirven nada.
-Algún día, Ohicoco.
Un mundo nuevo capté durante el lapso que convi-
ví en el prostíbulo de la Nena del Piano. Medité mucho
sobre extraños chasquidos, ruidos diferentes, gritos
'afiebrados, palabras obscenas, ajetreos, música de mala
caJlidad. ¿Qué pasaba más aNá de esa En
esas ocasiones las parejas discutían; se cobraban celos.
"Deja mirarte, mierda".
Ninoya vivía en esa vorágine de piernas y sexos,
de licores y luces, de quejidos y mordiscos.
mal que Nimbo no está en casa, Chicoco.
'La mano de Nimbo estaJba en todos los prostíbulos.
¿Cómo un hombre podía maJllejM tantas mujeres? Tan
pronto se cimbraba en el vientre aJbultado de la Nena,
62
ome seducía a Ninoya, Sonia y otras asiladas.
-No podemos negarnos. El Nimbo es fiero y es
también cariñoso. Cuando nos trata mal, es más rico.
-No te entiendo.
-Tú nunc'a entiendes nada.
-A veces reniegas de él; ahora le encuentras "ca-
riñoso y rico".
Luego la muchacha :retornó un poco al pasado.
-OIga dejó huellas aquí.
-Las rhuellas las tÍ'ene OIga, pero en la mejilla.
----<Sea como sea: no tenía decoro.
- ¡Moralista!
Le expliqué cómo la había conocido; por qué le es-
taba agradecido.
-¿La defiendes?
-j Debo defenderla!
Hice un retrato de la prostituta errante; con su mi-
rada baja, tratando de atraer incautos en las vecindades
de la Universidad de Chile y en calle San Antonio. La
partida de OIga a Valparaíso me había congestionado.
~ P o r ese, quizá, te hallo raro., Sé que la prostitu-
ción demuele; que la calle fascina; y que el final es una
enfermedad incurable.
Répitió en voz alta el nombre del hampón.
-¡Nimbo! ¿Sabes que también marcó a Sonia? Una
vez me escapé por segundos. El Nimbo quería poseerme;
me hallaba indispuesta. "Estoy enferma, Nimbito". "¿ y
qué me importa a mí esa huevada?" Me entregué. Des-
pués me trató de mugrienta, de caliente y sucia ... Na-
die comprende las reacciones de Nimbo.
Nimbo, como la maffia. amaba la noche. El frecuen-
taba otros recintos: el "Zepelín", de c ~ l l e Bandera; el
63
"Tabaris", de Alameda Bernardo O'Higgins y Estado; el
viejo "Ohantecler", de San Diego con Avenida Matta.
Por ahí movía su gente, por ahí tenía sus picadas; por
ahí deambulaban sus guardaespaldas, c:afiches de menor
escala. Era amante inmoral, ardient'e, celoso, de mal ge-
nio, buenmozo, de ojos verdes, destellantes, alto; de pelo
rubio, con ciertos mechones negros, circunstancia que le
hacía singular. Tenía .alguna similitud física con el Ca-
bro Eustaquio, rey de la Plaza Almagro.
Las noches junto a Ninoya p'asaban entre abrazos y
besos; decía sentirse orgullosa de contar con un hombre
tranquilo. ¿ Tranquilo? Entonces quitaba las sábanas y
dejaba a Ninoya al descubierto; sensualmente ésta se
daba vuelta, dándome la espalda. Así le admir8lba' su
hermoso trasero provinciano.
-¿Me sacas a dar un paseo mañana, Ohicoco?
-¿Mañana? ¿ No has pensado que mañana podemos
estar muertos?
Por la tarde del día siguiente estábamos más vivos
que nunca; nos preparamos para un largo viaje por el
Gran Santiago.
La muchaoha vistió con suma sencillez. Se puso fal-
da amplia, plisada; una blusil1a blanca, de cuello almi-
donado y una corbata negra, de moda pajarito. Después
calzó zapatillas de ballet y pintó sus ojos con .exquisita
gracia. Se veía hermosa, casi exótica. ¿ Quién podría adi-
vinar que en ella vivía una mujer trivial? En su pre-
senda surgía' un solo enemigo: su descomunal huma-
nidad.
------El paseo será a pie, Ninoya.
64
-¡A pie!
-¿y qué hay?
_¿I o sabes. Chicoco, que siempre paseo en auto?
Algunas muchachas de prostíbulos no sabían de esas
cosas. En todos sus viajes al centro utilizaban vehículos
de arriendo' por ello, cuando cierta mariposilla se deci-
día por un paseo a pie, era fácil establecer su identidad.
"Es Malula, de la casa de La Carlota".
Camina,ban forzadas, se enredaban en sus largos ta-
cos, se cimbraban demasiado: desperta:b'an inconsciente-
mente la atención.
"¡ Chita el culo pa temblor ... !"
Ninoya era distinto, restando su parte posterior.
Como midiendo pasos, caminamos por Camilo Henrí-
quez: calle sucia, de ohiquillos peloteros, de gente desa-
seada, de vendedores ambulantes. Algunos supl.emente-
ros descalzos pregonaban "El Imparcial" y l'fJJas Noticias
de Ultima Hora". Los hombres miraban, se miraban; se
volvían, gesticulando sin ce."ar.
Ninoya se desentendía de todo eso; tenía persona-
lidad.
-j Por la flauta el medio culo!
Santiago avanzaba: Diez de Julio, Portugal y la si-
nuosa Alameda Bernardo La muohacha me
llevaba del brazo; deteníase en todas las vitrinas; su
andar brevísimo excitaba al simple transeúnte.
-¡,Este patito hay que tratarlo de usted!
-j Buena, 'buena, huevón tonto!
Yo no hacía' caso de la palabrería de los hombres;
inaya no daba problemas: de sus delitos anatómicos
ella no tenía la culpa.
j El cerro Santa Lucia a la vista!
65
---<Por alhí, por lo menos, no hEllbrá curiosos, Ohicoco.
-¡Ojalá!
Comenzamos a subir el cerro paso a paso; las prime-
ras luces de los departamentos y las casas comunicalban
el avance de la noche; pestañeaba la gran ciudad.
-¿Verdad que ornamentó el cerro don Benjamín
Vicuña Mackenna?
----,Sí, Ninoya. El roquerío lo transformó en arte..
-¿y eso del pacto con el Dialblo?
-Huevadas, Ninoya.
-¡Cochino!
-Perdona, Ninoya. Me oLvido que voy contigo.
Llegamos a una planicie luminosa; parecía una pla-
zoleta encajada en el cor?-zón del cerro. Algunos mu-
ohElldhos jugEllban a la pelota. Se detuvieron. MirEllban una
y otra vez a Ninoya; me hice el distraído; se hablaban
entre sí, discutían, cambiaban impresiones respecto a la
muchacha. Un chicoco de pecas no pudo retenerse.
-¡Buen material, viejo!
Siguieron jugando ~ quizás si más de alguno siguió
el traste de Ninoya con cierta melancolía.
En lo más alto del cerro, allá donde parecen unirse
las estrellas, el aire 'est-;aba perfumado por el follaje del
Santa Lucía. Santiago se veía sumido en espesa bruma.
El alumbI'iado público teñía la gran urbe, quitándole el
ea·rtsancio. Las calles céntricas se notaban alhitas d3 au-
tomóviles, buses y crujientes tranvías. Los peatones mo-
víanse con rapidez; de lejos esos seres semejaban hor-
mIgas .envueltas en luces y sombras sugerentes.
Ya terminaba el paseo. Ninoya se mostraba didhosa,
desenvuelta. Descendimos por caprichosas escalerillas;
siempre abrazados, a veces Inquietos ante el pr,ecipicio,
66
a ratos subyugados por las briosas enredaderas que se
comían la tierra secular del viejo Huelén. Durante breves
instantes nos vimos rodeados de arbustos: lilas quejum-
brosas. Por el sendero inclinado tomé en peso a Ninoya;
en la semi-obscuridad sentí su mirada, el choque de las
rodillas con las mías y los vestidos amplios que se corrían
por sus mu&l.os. Me aC'aJ'ició con mucho cariño y dijo
quedamente.
-¡Amor mío!
En pleno anochecer nos servimos un aperitivo en el
foyer del Lucerna, un viejo café de la calle Ahumada.
Desde el Salón de Baile, una orquesta de jazz comercial,
tipo "straight", ejecutaba -con alguna pedantería- ai-
res de Chicago y New Orleans.
Entraban y salían parroquianos; muchachas y jo-
venzuelos, gente soñadora, todos atraídos por el signo
majestuoso del gran salón.
De pronto, para mí, el escenario se invirtió; en la
puerta del Lucerna, frente al Banco de Chile, Ninoya
hizo detener un taxi.
~ H o y , a medianoche, llega Nimbo, Ohicoco. Si no me
encuentra en el oficio me dejará peor que OIga. Tú com-
prendes, ¿ verdad?
¿ Quién me ·entendería a mí?
' ~ A la mierda, Ninoya! Todas estas maracas son
iguales".
Die %
Mi paso por la vida de Ninoya lo tomé como simple
aventura. Volví 'al viejo "Salón Olimpia". Deseaba, en
alguna forma, anular el vacío que me producía esta nue-
va muchacha.
Una extraña nostalgia me vino de pronto: vi la ima-
gen de OIga, vagando por las callejuelas de Valparaíso.
¿ Habríase reintegrado a al'gún prostíbulo porteño o sería
pasto de los vagos y pillos que deambulaban por Caleta
Jaime? ¿Caleta Jaime? Ese breve refugio pesquero me
quedó dando vueltas en la cabeza. ¿ Y si fuese por ella?
"¡Al puerto se ha dicho, mierda!"
"¿ Te .está fallando el Chicoco?"
En el "Salón Olimpia", bajo el humo de los Liberty
y los Opera, envuelto en la gracia de esa inquieta juven-
tud, escuclhando "Singing The Blues", que ejecutaba con
acierto la orquesta de Fernando Lecaros, tiré líneas fu-
turas sobre una servilleta de papel crepé.
La Ciudad de los Vi'entos me fasciua'ba; por las ne-
gras laderas del cerro de La Cruz !había levantado ma-
teria, admirando el tempestuoso pecho del Océano Pa-
extasiado con los viejos faluchos y los últimos ve-
l,eros bailarines.
Con el pensamiento fijo en los intrépidos "pique-
ros" y las armoniosas gaviotas, volví a la imagen de OI-
ga. ¿ Por qué no traerla a mi c'asa, cuidarla y decirle a
mi madre de su enfermedad? Sé que ella perdonaría mis
desatinos, considerando esa actitud como acto cristiano.
Mientras meditaba, todo me parecia absurdo, incluyen-
do la risotada de la eMila hampona y los intencionados
modismos de Muleta y Gomina.
-Al Ghicoco le falla muy refuerte, ya se enamoró de
alga; le comió la color al Nimbo y ahora ¡al puerto los
boletos!
y luego la voz desafinada de Gomina:
-La OIga 'es más puta que las gallinas y el perla
dale cargado al amor espiritual. ¡Huevón tonto.
A mi lado se hallaba p.ersy, recostada en los brazos
68
de Mario Corneta. Cachetón Pelota al acecho; se sentía
orgulloso, risueño, triunfante.
-j Poto que veo, culo comido!
-No s'erá mucho, Caohetón Pelota.
Los temas de la G,áfila hampona siempre giraban so-
bre lo mismo: sexo, más sexo.
-; Chitas el culo rico de la Persy! j La tonta estran-
gula el pico con el choro!
-Ya pasó tu cuarto de hora, Cachetón Pelota.
El dúo picaresco estaba formado por Muleta y Gomi-
na; Malalo y Carreta Vieja constituían la galería de
aquella pareja; Pomatropia observaba, divirtiéndose de
ser el amo de este grupo de maffiosos.
-El Chicoco es calentador de agua. j Las huevas que
se planchó la Ninoya!
-Bueno; si el Nimbo actúa quiere decir que la pi-
chula del Chicoco anduvo por aJhí.
-¿No irá al puerto huyendo del Nimbo?
-El Ohicoco sabe muoho, a veces se pone más pe-
sado que el consomé de caballo.
-iBuena, G o m i n a ~
Dejé al grupo en lujuriante borrachera y disparates.
Mario Corneta, ebrio como cuba, dormía como lirón. Al
ojo, ei vicioso Cadhetón Pelota.
o n e e
De madrugada llegué a mi hogar. En el suelo yacía
cariñosa carta de mi madre. Volvía por sus consejos, pro-
metiéndome rápido regreso a. la capital.
"Llevaré una gallinita para que la comamos los dos.
Las chiquillas te envían muchos besos y abrazos. Dicen
que te portes bien y que te echan de menos".
Ante el contenido de la misiva, me dio pena la vida
que llevaba. ¿Por qué me esforzaba en caminar por un
sendero que no me correspondía? Nunca lo supe, jamás
traté de averiguarlo.
A la mañana siguiente entré en rarezas; si a veces no
podía vivir sin la presencia de la cffila hampona, ahora
deseaba, por algunos días, no ver a nadie. Me atrincheré
en ese alero familiar, dedicándome a pensar a qué Ihabía
venido al planeta. En alguna forma quería decidir mis
días y comprender si mi posición era necesaria o funesta
para la sociedad. Si me consideraba inservible, inútil,
¿ no era preferible aCaJbar de una vez? Todavía no había
pen-sado en el..suicidio. Me sentía, eso sí, abrumado por
heohos que no estaba ~ n condiciones de entender. ¿Me
estaJba trastornando o anhelaJba un camino decente? Ni
10 uno, ni lo otro.
Uno, dos, tres días. Comida iIlJVerosímil: huevos fri-
tos, chorizos, pan añejo, fruta seca, café, té. Vagaba por
las d'esérticas pieza.s; veía la' cabeza armoniosa de mi
madre; asistía a las jugarretas de mis graciosas herma-
nas. Me parecía verlas correr por entre 103 jardines de la
geométrica Plaza de Pitru[quén. 'No deseaba salir a la
calle. Me sentía tranquilo reposado. Vivía un mundo si-
lencioso; me hastiaba el gentío. ¿No era atrayente todo
eso? ¿Y la música de jazz? ¿Por qué no había consegui-
do una discorola para oír aquella maravillosa grabación
t i t ~ l a d a "The Minor Drag"? Entonces suponía captar las
manos negras y gruesas de 'Nlomas "Fats" Waller sobre
el teclado blanquísimo del piano. Observaba su recia
frente, las cejas tupidas y arqueadas; sus ojos fijos, pe-
netrantes; la nariz aguileña, un poco deforme; su cara
gorda, quizás un tanto cansada por las exigencias de su
mágico arte. Por encima de eso, admiraba l ~ ancha son-
70
risa y la agilidad de su cuerpo. Después vol'Vía a redes-
cubrirle cantando "Baby Brown". En esta ocasión le no-
taba con tongo, con camisa plomiza, con chaleco obscu-
ro, risueño, siempre risueño. Ahí me derrumbaba y len-
tas lágrimas rodaban por mis mejillas. Decididamente si
alguien me hubiese sorprendido en es€ iIlSJtante, inclu-
yendo mis amigotes, habría pensado que un fuerte des-
equilibrio mental habíase apoderado de mí. ¿No era a.sí?
En ese único retiro voluntario de mi vida busqué loo
seres queridos, allegándome, in mentis, a esa extraña mú-'
sica que poseía la virtud de hacerme descansar.
'"
'" '"
Una mañana, contrariamente a lo normal, me le-
vanté muy de madrugada: había resuelto mi viaje a Val-
paraíso, mi soñado peregrinaje en persecución de la pros-
tituta erran.te. ¿Pensaría OIga en mí?
"Quizá no la vea nunca".
Si muchos seres logran mediante el proceso de la
meditación y pensamiento purificarse, diré que aquel
extravagante en.cierro me fue más pernicioso que benig-
no. Entonces, como loco de remate, vacié la cómoda de
mi madre, haciendo un gran bulto con toda la ropa in-
terior de ella y mía, con las sábanas y otras prendas de
uso externo. Descontrolado por desviada idea, enfilé con
gran paquete hacia la Caja de Crédito Popular NQ 1, de
Diez de Julio y Serrano.
En la Casa de Empeños voluminosa cola; su-
mado a esto, se producían gritos, estrellones, blasfemias,
maldiciones, maltrato consabido del tasa-
dor; gente quejumbrosa y ¡bromista. ¿Merecía estar en
71
el centro de 'ese pueblo apretujado? No quise especular
en un tema odioso, y me di a pensar en las callejuelas
del Barón, en El Almendr.al enigmático, en la Plaza
Victoria, en los cerros pintorescos y 'en la Plazoleta
Echaurren, donde se bafen en retirada y conjunción los
marinos y marineros desplazados de todas las naciona-
lidades.
Me trasladé a tierra.
-¿'Podría quinientos?
-Ciento cincuenta cadhos; ni un cinco más.
El tasador flespondía en "coa"; los colistas de la Ca-
ja de Crédito Popular se habían acostumbrado a la prác-
tica de la vulgar jerga.
Mientras alguna dactilógrafa confeccionaba el bole-
to, sacaba mis cuentas mentalmente. El dinero me ser-
viría para una estada de dos días en el puerto. En ese,
lapso observaría el modo _de bailar de los porteños. ¿Se-
rían más filóricos .gue los santiaguinos? Una v.sita al
' ~ R o y a l " al "Checo" o al "ManHa" bastaría para tomar
una impresión Caibal. Después me daría vuelta como
trompo, agotando todos los medios para ubicar el para-
dero de OIga; visitaría también Viña del Mar y metería
mi nariz en la casa de la renombrada Flor de Té, leno-
cinio que decían conJrolaba desde Santiago el sin par
Cachetón Pelota. ¿Y si 01ga hubiese mejorado? Me veía
con ella bailando en el "Royal", remecido por el ritmo
sugerente de "Caravana", de Duke iEllington. Luegp
volvía por mis viejos pasos, y entonces recordaba a la
otra Olga, la prostituta de "La Buenos Air,es" y del "Fo-
llies Bergefle". ¿HaJbría vuelto por esos antiguos dancing-
clubs? Aquello, en verdad, era tan difícil como pensar
que el sol-estrella pudiera dejar de asomarse por el pe-
72
cho de Los Andes.
-¡Fernando Escudero!
De la Caja de Crédito Popular N9 1, de inmediato,
tomé la dirección de la Estación Mapocho. Me sentía des-
envuelto, bien vestido, con dinero suficieIl!te para abor-
dar con éxito la empresa más esca:brosa. Con paso firme
adquirí un boleto para Valparaíso, tercera clase. ¿Terce-
ra erase? No deseaba malgastar un centavo, pues ignora-
ba los vientos que podrían correr en la urbe porteña. ¿ Y
si el dinero se me iba antes de lo previsto?
"¿ Y qué más da, tonto feo?"
Entré en el gran andén de la Estación Mapocho;
bajé breves escalinatas. Lancé mi vista por los aires.
Aquel armatoste de hierro retorcido semejaJba un mons-
truo recostado sobre el gentío, sobre los viejos carros, so-
bre las maquinas eléctricas. Abajo estábamos (los hombres,
las mujeres, los niños, los bultos malheClhos, las maletas,
los maletines; todo era movimi.ento.
Un pitazo. El vagón de la t'ercera clase era de made-
ra, quejumbroso; daba la impresión de estar cansado por
el ajetreo cotidiano de ir y venir por los acerados rieles.
El coche de primera clase tenía asi'entos muelles; los
otros eran de madera, mal barnizados, con muchas ra-
yas. ¿ Qué importaba?
Me acomodé en un rincón; quería cerrar mis ojos y
abrirlos frente al Océano Pacifico. ¿ Podría demostrar in-
diferencia ante los suc'esos comunes de un tren ordinario?
Santiago de Chile iba quedando atrás; agonizaban en
el bail8 casas viejas, rancherías, perros flacuchentos, ba-
surales, animales· vagabundos, mosquerío, burros inmu-
tables, hombres huraños, muj'er.es Chasconas. ¿ Era eso
Santiago de Chile en las afueras?
73
A menudo rechinaban los carros: ruidos metálicos;
se movía el cable de socorro: avisos comerciales, balan-
ceo; las gentes iban hacia adelante y atrás. Se perdió la
capital.
Paisajes campesinos. Se abrió la puerta trasera del
vagón; zumbidos, viento. Un jovenzuelo de uniforme
azul, con gorra semi-militar, pedía los pasajes, más atrás
le seguía un hombre grave, ceremoniosa: el conductor.
-¡Pasajes al puerto!
Le pasé el boleto; el hombre me escudriñó; siguió.
Nada.
Se inició un desfile de cerros áridos, de potreros
verdes, de alambres y postes telefónicos; después plani-
cies destellantes de sol. Algunas nubecillas egoístas par-
tían en dos el espacio infinito. A través de los sucios ven-
tanales, ciertos pajarillos coquetaiban con el convoy,
luego torcían, perdiéndose por entre los altos árboles del
bosque. En otros instantes descomunales pajarracos, co-
mo suspendidos, husmeaban el terreno desde el aire.
¿Aves de rapiña?
El tren seguía rodando: Batuco, Tiltil, Rungue, La
Cumbre, Las Ohilcas, LlayUay, Calera, La Cruz, Quillo-'
ta, Limache, Peña Blanca, Villa Alemana, Quilpué. ¿ Por
'qué tanta tierra reseca? ¿ Por qué terreno sin cultivar?
Una voz interna retuvo mis ímpetus sociales.
"¿ y qué tenís tú que preocuparte de' huevadas si vas
al puerto en busca de OIga?"
Entonces volví al plano regular; sonreía. En verdad
que otros seres podían pensar esas cosas por mí. Me con-
vencí. ¿Qué obtenía con devanar mis sesos?
Logré desent.:mderme de la rea:lidad; no vi ya el
campo abierto ni la gente del vagón; tomé posición
74
egoísta, dándome a meditar en hechos de mi propia in-
cumbencia. ¿Y a quién interesarían éstos? j A na:die!
Pero me satisfacía. Conscientemente no era nada más
que un extraviado que intentalba construir un destino.
¿Construir Un destino? ¿No iha huyendo de él? No me
entendia. Me sabía en coche de tercera clase, rodeado
de pueble genuino, camino de Valparaíso, dejando atrás
a mi madre y mis hermanas menores. ¿Por qué me mo-
vía? ¿Por qué ha1bía desmantelado mi hoga:r? Todo
aquello, forzosamente debía tener una r'espuesta, una
contestación que no podía hallar. Por el momento, mi
extraño viaje ihacia el puerto no tenia otra base que
una nueva locura, una locura "premeditada, casi orga-
nizada. ¿ Por qué confundía las líneas del bien y del
mal?
se vino encima la Estación Barón. Descansé.
"Despierta, cabeza loca".
y abrí tamaños ojos. Valparaíso acogió mi garganta
con desesperación. Me sentí tamba:lear. Allá arriba, no
muy alto, estaba 'el Cerro Barón, negro y sucio como
prostituta callejera; a mis ptes el gasómetro; hacia el
lado de Viña del Mar, hileras de capachos carboníferos,
cruzando el cielo en pos del Océano Pacífico. Desde el·su-
cio malecón vaciaJban su negra carga los vapores mer-
cantiles, carbón que iba a acumularse en la colosal ba-
rriga del gasómetro porteño.
No lejos de la Estación Barón erguíase una torre.
con un reloj incrustado por cada lado. ¿Por qué cami-
naba disparejo?
Luego se advertía un tropel de niños, grupos de mu-
jeres, borrachines, caballos flacos, burros esqueléticos.
góndolas sudadas por una emoción no descriptible.
75

Sponsor Documents

Or use your account on DocShare.tips

Hide

Forgot your password?

Or register your new account on DocShare.tips

Hide

Lost your password? Please enter your email address. You will receive a link to create a new password.

Back to log-in

Close