Monica Sanders

Published on June 2016 | Categories: Types, Creative Writing | Downloads: 42 | Comments: 0 | Views: 1061
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Mónica Sanders Salvador Reyes

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Content

MONICA

SANDER'S

RIBLIOTFCA D E E S C R I T O R E S CHILENOS

0 l3mpresa Editora
Zlg-Zlyg. S. A., 1951.
Derechas reservados.
rnscriacibn N.O 13827.
de Chile.

--

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NOVELA
(La Edici6n)

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Ai capitan

SIJFIIS HAIJGEb,

'

d pilortr
A L A D I N PAVIB

y

Q

i o h 10s

tripulantes del

INDU.5 6.
en agradecintLento de su cordial
hospitalidad,
A los ariitgos del Grupo de Voluntaiios del

ROTE SAL? A V I D A S ,
aalientes mantenedores de la grun
Iradicirin rnuritima chilenu.
A

L AI,PAKAISO.

puerto tnuyor en la GeoArolia YoPtecu
(Iniversal. y en el c u d estri matr5culado
rl vie i o hergutitin de nri

corcrtdn.

s,k.

1 , “MONICA SANDERS” es una novela

y

todos

personajes son completamente imaginarios, de
tal nodo que si se les encuentra alguna sem,ejanza
con personas que verdaderam.ente existen, tal semejanza debera‘ atribuirse
una iura cwualidad.
que sorprernderci a1 autor mds que a nadie.
sus

2. Se encuentran en esta novela algunos dirilogos

entre personajes populares. Es posible que algin
celoso del color local me reproche el no darks su
lenguaje vbrdadero. He huido voluntariamente de
cusi todos 10s modismos y de todas las deformaciones verhales, que me parecen nada mcis que recursos jaciles y que. a mi juicio. diJicultan la lectura.

B .

R

0-

L

' 0

G

0

ANTES de la aparicidn de BARCO EBRIO y EL
CLTIMO PIRATA, el tema del mar habta sido apenas

rozado por nuestra literatura. Salvador Reyes pus0 de
moda 10s stmbolos marinos: las pipas, las gorras de cap i t d n o las camisetas a rayas, tanto como el ocdano misnto y sus peligrosas posibilidades, mostrando la grandeza -y la crueldad- de 10s hombres y monstruos que
habitan en las aguas, el tirico sinsentido de sus aventuras, el aire libre de sus rudas pasiones.
&ut significaba todo eso? Antes que nuda, esteticismo. Puertos y veleros servtan de pretext0 para dibufar bellas im&genes e n un&prosa elegante que e n la
Cpoca de la publicacidn de 10s primeros libros de Reyes f u t una revelacidn entre nosotros. E n seguida, exotismo, fuga hacia archipidlagos indecisos, exultacidn
d e lo pintoresco, repugnancia por la seguridad burguesa, entrega a1 universo de la imaginaci6n. Pero t a m - '
bitn, muy en et fondo, una particular desesperanza y
hasta un cierto pdnico, impregnado de fascinaci6n, anle la vida primordial.
Hun pasado casi treinta afios. Los temas se mantienen, pero se ha invertido su orden. Lo que en las primeras obras era s610 una reflexidn informulada tras el
cntusiasmo de las acciones, es ahora, ni mds ni menos,
e; motivo central: la desesperanxa, el terror, el desamparo del hombre y su soledad en el sen8 de la Natu9

-

aleza (Los hombres son uquz tambikn Naturaleia). E11
I L E DESOLATION -la nouvelle que public6 la REV U E D E S DEUX M Q N D E S -, el mar ha perdfdo todas
sus galas veraniegas. Y a n o resuenan en 61 10s exultantes alaridos de tu pirateria. Dos cazadores de focas luchan por sobrevivir en la islu rnds siniestra del mundo,
peleando contra el mar y contru las artes solapadas de
u n viejo contrabandfsta que tiene a su hija por dnica
compafiia. La historia de amor, casi insignfftcante, entre et mds joven de 10s caxadores y la muchacha montaraz, es tan elemental como el resto. Crueles son 10s
encuentros furtivos sobre 10s ingrutos acantilados, desprovistos de calor humano y de euforia senstble. E n la
jria oquedad del mundo las especies se matan y se deGoran, despuds de un fugaz interval0 de amor ffsico.
N u d a mas.
Creo comprender aquf lo que el mar significa en
esta 1itera.tura: la in humanidud de la Naturalexa sin
disfraz, en cuyo sen0 oscuro el tiburon acecha a su presa, la ballena devora a 10s cardumenes y la medusa es
sitiada por su contrario. Bella Naturalexa, mas bella
que el hombre impuro y n o menos espantable. Bella y
terrible, fie1 a sf misma, reverenciada por el autor en
todos sus ltbros, t a n intensamente como desprecia, a
causa de su mentira esencial, a 10s mentirosos hombres
Por eso tl so10 admira sin condiciones’ a 10s caracteres
nrrojados, que consciente o inconscientemente aceptan
la brutalidad de su condicidn Aqueltos que no se disfraxan.
Habria que preyuntarse. i p o r que esta nision sombrta? No hay respuesta segura. Pero, entre muchus, me
clsnlta caprichosanzente la imaye?t de un n f f i o solitario
u voluntarioso, hijo unico, nacido y criado en el desierto,
gue mira u n mar todavta poblado por velerss que d i e Pen en busca de sulitre con sus tripuluciones abigarraclus coni0 los viejos equipajes pirutas; u n niiio que tie!:e u sus espuldas Ea pantpu reseca g ante sus ojos el
mar,yue, n ~ d siilld de lu bahla empavesada, es tambien
?in parnmQ absoluto. “ L a noche eru neyru y frtu. con
7

estrellas pequenas y effmerus perdidus en el infinit0 y
ulgo desolado que parecia empapar la atmdsfera.”
Por la zntensidad equilibradu de lit acclb7~,por SZL
amenidad y la fluidee de su estilo, por la realidad de
sus personajes, por sus descripciones de buena calidad
poetfcu, por su dfscreto ciasicismo, MONICA SANDERS
es la mejor obra d e Salvador Reyes y una de las mds
Gistinguidas novelas chilenas que conoxco. No hubria
necesidad de penetrar mds lejos para reconocerle un
merito que de seguro confirmardn 10s a?ios. Pero, con
todo eso, hav e n ella algo mas. Repito que sus personajes son vivos, algunos notablernente bien captados, como el Cara de Doctor, maleante del puerto; el Gringo Roy, justa reprssentacion de detraqu8 chileno;
el capitdn Gustavson. Todo eso esta muy bien; mds
ctun, excelente. Y , )io obstante, sin que la accibn sueTie a falso e n la novela, nace la sospecha de que ella y
sus protagonistas Sean e n el fondo secundarios, buenos
pretextos para la expresion de otra cosa. Ideas no, ciertamente. N o , n o se trata de tesis, sino de sentimientos,
ae una confrontacion prirnaria del artista con el mundo, de ult didlogo del autor con la totalidad de la vida.
En este sentido, MONICA S A N D E R S -y ya se advertia
algo de lo mismo en obras unteriores de Reyes- es la
versidn de u n duelo entre el hombre y la existencia, que
Salvador Reyes traduce con su lirismo sin esperanxa.
Los misnzos simbolos pueden conducir e n el arte a
expresiones contrurias. La literatura marina de Salvador Reyes parecia una fbrmula feliz de evasibn, una
rebelibn de las imagenes contra la existencia sombria
0 anodina. Sus heroes cortaban amarras 11 pronunxiaban
udioses sin nostalgici. Hun pasado 10s a?ios, y el autor,
fie1 a un tema profu7ido e n el cual se expresu lo mcis
definitivo de su propia personalidad, h a publicudo otros
libros, nozwlas, nouvelles, cuentos breves, que nos permiten uhora comprender mejor el signlficado de las
obrus anteriores
11

iQu8 buscaban sus hombres e n el mar? Parece justo decir hoy, despuds de una mirada de radio rnds extenso, que, como e n la sentencia de D’NnEmar, no persegufan, sfno la vida, una entrega rnds ardiente a su peligrosidad y su placer. Pero, j e n qud co;isl:ste para elbos
esta entrega, mds atld de sus aventuras, r i d s atld de

la accidn? Hay un sekreto propbsito comun que entaxn
al pirata Sharp y sus compafieros, a1 hCroe de R U T A
DE S A N G R E , a 10s portegos consumidos por el spleen
de Valparaiso, port de nostalgie, a1 niiio .y a1 hombre adulto de NORTE Y S U R . Tal vez sirve para todos ellos la respuesta que daria el capitdn Moreno
e n M O N I C A SANDERS: iban e n busca de “un puente
de mando, pulido como un espejo, donde el hombre
aprende a mirarse hasta lo rnds profundo de si mismo”.
Pues para Salvador Reyes la aventura es cso: accion
v ensimismamiento e n sus formas mds desnudas y puras; accion y soledad, es decir, ntedios que Elevan a1
conocimiento de si. i Q U 6 lejos parecfan ir! A 10s ultimos confines de‘ la tierra, que el autor fingia adorar por
fiebre de exotismo. Y , claro, iban lejos, muy lejos, a un
lugar tnfinitamente distante, geogrdficamente indeterminable y casi inaccesible: hacia sf mismos.
Llega et momento de preguntar aut5 encontraban.
N o mucho, pero, a pesar de todo, algo hallaban, algo
mds verdadero, aunque mds modesto, que las ilusiones
que embriagan a 10s que n o intenlan la aventura: “cosas
errantes y sin esperanxa, 10s dolores volupluosos que
crean la soledad humana y nos hacen comprender la
d u k e inutilidad de vivir. . .” En la triste pax del deseo
aplacado, e n la vuelta cada vex menos tempestuosa del
mismo deseo, el muchacho de R U T A DE S A N G R E , tras
la adolescenciu y la juventud, terminaria por descubair
como zinica substancia del mundo a esa soledad inmensa por la que el mar, gran magnetixador, lo fascinaba.
Soledad que, para quien se niega a 10s consuelos eternos, configura “Ea d u k e inutilidad de vivir”. La vida
es vana, u n parpadeo e n 10s ojos pesadamente cerrados
de la Naturalexa; d u k e parpadeo, sin embargo; d u k e
axar. D u k e y aterrorixador, pues iquidn es mds cruel

xz

que el hombre?, iquien es mas destructbop “El utafe
pone at descub!erto, quelsrando lo cotidfano, el eterno
ahandono y la soledad permanente que Iyoman la zinipa realidad de la vida.”
Salvador Reyes es morbosumente sensible a esa patetica contradiccion d e lo humano, a la incomprensible guerra -y aliunza- de la clulxura y la crueldad. Su
solucion literaria parece ser la de transjorrnar el dram a real e n espectaculo. A la desesperacion preffere uli
discreto escepticisnio: el mundo es grande, terrible e
insondable. E n consecuencia, no se compromete con
?ringuna ideologia. Todas le parecen demasiado falsas
para poder sostenerse sin el aliment0 de una esperanea, y 81 no tiene esperanxa alguna. Y , como no es posible sorprender el todo de la sociedad sin una intuictitn
que nos permita representarnosla, la sociedad n o le
preocupa. Si tuviera alguna f e e n el hombre, Salvador
Reyes seria anarquista. N o estd demasiado lejos. Per0
es excesivame?rte aguda en el la conciencla sombrda,
m t e la cual el Universo entero, n o solo el hombre, se
Presenta como cruel, indescifrable, monstruosa lucha.
Para 10s cazadores, la muerte brutal de las buc6licas ballenas es sdlo una rutina que agudiza su vista JJ
templa sus masculos, sin insptrarles aprensidn alguna.
Solo Percy Roy, periodista invitado a una de las expediciones, siente la que otros tambidn experimentartan
si estzivieran e n su sttuncidn, si pudleran verse a si
ml:SmOS. La operacidn de caxa esta varias veces descrita con, excelencfa. Roy “percibio distintamen?te 10s mol’imientos de las aletas, la forma de las enormes cahea s que cortaban el oleaje, e2 batir de las colas, 10s surMores de 10s espautos, el aqua que subZa bagando los
lomos u de escurrfa despu8s. Los contornos d e esas masas oscuras parecian pesar sobre el mundo. “Una de
ellas vu a vnorir”. Lo pens6 confusamente: todo su
ser estaba colmado por la nriguslia de la muerte, por el
horror de aniquilar esa vdda inmensa, esa fuerxa terrible que emergia del fondo del mar y que parecia confundida con la fuerza misnia del mar.. .” La obsesidn.
de Ea muerte incuba aqui, e n estas pdgfnas y e n otras
13

,

d e l autor, u n sentimiento que suele converttrss en, su correlativo: ld ciega adoracidn d e Id vtdd elententdl que
crea y destruye sus propias obras. Vitalism0 que exigiria una salida mtstica hacia lo trascendente y que se
da en este caso en toda la pureza de su desesperacton,
exaltando ciertos actos extremos, el herofsmo o el amor
fzsico, y menospreciando a todos 10s otros que no alcanzan a la medida mayor de la vida; insatisfecho, por
ziltimo, ante todos.
E l momento culminante del libro pie parece la descripcidn -easi una fantasia- del desembarco de la baElena en el puerto, en la que se juntan l a originalidad
d e las imdgenes y la profundidad emocional de la expresidn e n una pdgina maestra. Este canto tristemente
hermoso a la muerte de la Naturalexa es una de las claves del libro y de toda la creacidn literaria del autor,
cuya obra habria que adscribirla -si ello fuera necesario- a una posicion de defensa de la nnturalidad
humana.contra 10s artificios de la cuttura. E n toda novela hay siempre implicit0 un 3uicio de valor, mas c;
menos visible, acerca de las encarnaciones y construcciones del hombre. Aunque no se quiera, toda noveln
es el desarrollo de un ideal -0 varios- de personalidad
La que e n este cas0 Reyes nos propone es, sin seguilcxactamente el perfil de ninyun personaje particular,
una forma humana natural, casi primitiva, y con '10s
refinamientos de la naturalexa primitiva idealixada
en el amor, la amistad, la imaginacidn y la aventura.
Mas, paraddjicamente, esta ntisma personalidad ejerrt .
plar es u n instrumento e n manos de la Moira que teir
y desteje 10s destinos. Obltgado a luchar contra e b m e n fos hostiles, el hombre resulta destruyendo el ornato, la
bellexa y la magia de la vida. En el camino de su propio
aniquilamiento, 61 empobrece' la realidad y crea, dentro
y fuera de si, las condiciones de su miseria. La caza d t
la ballena es terriblemente bells; menos bella hoy que
antes, cuando 10s arponeros confiaban s610 e n la fuelrxu de su braxo, pero, de todas maneras, bella todavla.
Llegard el diu, sin. embargo, e n que no hayn ballenas
en 10s mares y con eso habrd terminado otro capitulo

14

en la epopeya decrectente de la accldn hu??tana e n p u g na con una Naturaleza que era viruen. La passta genera a su contrario.
Me pregunto de nuevo: ~icdntotrubaja aquz el simbolo de la Naturaleza? E n la obra de Salvador Reyes,
ella es lo real, lo unico definitivanente real frente a1
ldnguido coraxdn huntano que se tratciona a si misnlo
“Lentamente, a travds &e 10s afios, a travds de alcoholes distintos, de rebeliones y de ldgritnas, hemOS ido CGnociendo una sola verdad: que no nay esperattza y que.
cualesquiera que hubieran sido el rumbo y la caden,cin
d e nuestro paso, teniamos que llegar a la misma meta.”
Pero subitamente el escepticismo se huce cdlido
cordial, tierno, cuando lo fecunda la buena animalldad
de la Naturalexa. El autor no se fortalece ni consuela
sino cuando se siente, como el capZt&n Moreno, “parte
de una voluntad y de una fuerza quizds e n constante
lucha contra la Naturaleza. quizas voluntad y fuerzcl
de la Naturalexa misma”
LNovela de amor y de aventuras marinas? Si, naturalmente; pero, como e n Conrad y Melville, en C s t u
aparece aquella metafisicu de la accion a v e n t y e w que
liene que v e t con la gran cuestion de las relacinnes entre el hombre y el mundo, cuestion que. planteadw
no sdlo hajo la forma de un conflict0 entre el Iuchndor
humano y su adversarto exterior, sino tambien corm
encuentro ZntImo e n que se miran y desgarrern lo natural ,V lo human0 dentro del hombre mismo, es el yrcln
tema de la literatura novetesca. Pocas novelns nuestras
parecen nids sugerentes qwe M O N I C A SAIVDERS e n
Wte fundamental sentido
LUIS OYARZUN

SE ABRIO bruscamente la puerta del comedor y la
figura de Martin, aureolada por la masa de agua que
giraba a su espalda, se inclin6 hacfa adelante:
-iCap, cap, perdemos la ballena!
Julio Moreno S O l t 6 la taza que se llevaba a 10s labios y el cafe humeante se derram6 sobre el encerado,
quemhndole 10s dedos. Ea rapidez del movimiento con
que se levant6 no le di6 tiempo para afirmar el pie y
resistir el nuevo bandazo: dando trastabillones lleg6
a la puerta del comedor, e iba a salir, cuando una ola
enorme sumergi4 toda la banda de estribor y vino a
estrellarse a la entrada. El capitan espert, un instante
s, chapoteando en el agua, corri6 a proa.
El Polo, el cocinero, se qued6 inm6vi1, con una cacerola en la mano, mirando hacia la puerta como si la
srlblta desaparicibn del capitan le hublera rnaravillado, Sonreia, y a1 contraer su labio superior, dejaba
a1 descubierto 10s dientes separados y agudos. Curioso
de 10 que ocurrfa, pretendid asomarse a1 puente, pero
otra ola se precipitd sobre la puerta y, aunque 61 se
retir6 vlvamente, no pudo esquivar parte del chapu26x1. Sin dejar.de sonreir se enjug6 la cara con el delantal, cerr6 la puerta y, I cuatro patas, se pus0 a cazar la taza que haMa dejado caer el capitan y que
rodabn por el suelo corn0 una gota de azogue. A1 Isedo,
en la cocina, Josts, el ayudante, tarareaba “La Balomi-

ta'", fregando las allas. Coma la cocina estaba a sotavento, habfa dejado la puerta abierta y contemplob2i
plBcidamente la agitacidn del mar: a# amparo de sus
golpes.
Ya Moreno se habia unido a 10s que trataban de
salvar la ballena. La masa de la alfabara, de unos Veinte metros de largo, emergia del torbellino de espuma,
girando y azotando contra la borda, y volvfa a desaparecer cuando la ola, despues de levantarla, se desplomaba sobre el navfo. Una gruesa cadena la aferrah a por el nacimiento de la cola, y a la luz cruda de 10s
reflectores se veia que la cadena habia entrado en la
carne y casi la cercenaba completamente. A cada
s:tcudida 10s anillos penetraban m8s hondo. El capitan
se di6 cuenta de la situacidn a1 primer golpe de vista:
en pocos momentos mas la cola se desprenderia por
completo. Pero ya el piloto Brito habfa hecho un corte un metro m&s hacia la cabeza del animal. Ayudado
por Martin y por Baucho, Brito blandfa su enorme cuchillo, y apenas el CiliIldrQ brillante se ponia a su alcance, dejaba caer un golpe que hacia saltay un trozo
de carne sanguinolenta. La muesca quedaba instant&nearnente lavada por la ola.
-i Todavia alcanzaremos a aferrarla! -grit6 Brito, vohi6ndose hacia el c a p f t h .
Xu voz fuC arrebatada por el viento. La ballena
caia en la concavidad de las olas antes que el navio, y
cuando Cste se levantaba de nuevo, el cuerpo del animal emergia del rernolino blancuzco y quedaba casi
colgando, suspendido de un aelgado trozo de carne. Como de costumbre, se habian arnputado las aietas de la
cola y bajo la luz electriea se veian brillar 10s muiiones
blancos, sln una gota de sangre.
El capitan habfa calculado que el viento soplaba
con velocidad 9, y eso era lo que hacia la tarea tan penosa. Per0 habfa una Oltfma oportunidad de irnpedir
ia pCrdida de la ballena: aprovechar la calma que se
producia cada, tres olas grandes.
Asi es el mar: parece que sus tropelea furiosos
obedecen sin cesar a1 latigo del viento, sin dar un rni-

18

-

nuto de tregua al pobre navio que desaparece en la voragine y emerge luego temblando de la quilla a1 mastil. Sin embargo, el caos del huracan y del agua est&.
sujeto a una especie de ritmo, y Cste impone unos minutos de calma despuCs de una sucesidn dc tres olas
furiosas. La tripulaci6n sabia que en ese momento el
barco conservaba una estabilidad snficiente para pabar una nueva amarra en el corte que habia abierto el
piloto y que esa amarra no aflojarfa. Per0 era necesario obrar con rapidez y precisi6n para no desperdiciar
ni uno solo de 10s preciosos minutos. Ya habian pasado dos grandes olas. Los reflectores del “Alcatraz” iluminaron la masa glauca de la tercera, que vino hinchandose de un furor mas brutal que el de las otras.
El capitan Moreno, el piloto Brito, el coniramaestre
Rubio y 10s dos marineros animaban la faena con griLOS que les llenaban la boca de agua salada:
-iAguanta, aguanta, aguaanta! . .
El “Alcatraz”. fino ballenero, surgi6 de la profundidad del torbellino y se encaram6 Bgllmente sobre el
lomo de la tercera ola.
--Firme, mi alma! . . * iNO aflojis, hija de la grandisima. . . !
A traves de la masa de agua que cay6 sobre ellos,
10s marinos, aferrados a 10s obenques, clavaban 10s ojos
escocidos por la sal en la cola de la alfabara. Si resistia el golpe, la partida estaba ganada.
-iYa, nifios, ahora! . iYa, nifios, y a la tenemos!. .
La cola habia resistido. La ballena surgid de la
espuma, girando a1 costado del “Alcatraz”, sostenida
Por un delgado trozo de carne, que aguantaria algunos minutos. El barco se mantuvo inm6vil un segundo
4 se inclin6 despues a babor con dulzura y elegancia.
Una ola, juguetona como una gata, rasgufid apenas la
borda y se escurri6 dibujando un rapido trazo blanco.
El cuerpo de la alfabara qued6 quieto junto a1 navio I,
apaciguado.
El capitan ealt6 sobre la amurn

-

19

--Atenci6n, Rubio! iSujeta Pirme! iVOy a pasar
la amarra! -grit6 a1 contramaestre.
Habia dado a Bernardino Rubio el extremo de la
cadena y, apoyhndose en la alfabasa misma, di6 soga
para rodear el cuerpo del animal.
-iRBpidO, capitan; rapido, por la vida! iLa cola
se cortal -au116 Brito, sujetando a Moreno por la cintura para que 6ste pudiera emplear sus dos manos.
-iLigero, ligero! iEchale! iYa, Bchale! -gritaron
Martin y Baucho, listos para cualquier evento.
Con movimientos precisos, Moreno pas6 la cadena bajo la cola y empez6 a correrla hacia la cabeza
del animal. No era la primera vez que el capitan se veia
en tal situaci6n y, perfectamente tranquilo, sabia que
la partida estaba ganada. Aprovechando una pequefia
ola que levantaba el cuerpo del cetaceo, quiso con un
solo impulso llevar su amarra hasta la muescit donde
dcbla fijarla, pero, a1 tirar hacia sf, la cadena resisti6.
Brito, dandose cuenta de la dificultad, volvi6 la
cabeza y vi6 a1 contramaestre Rubio que se debatia con
el otro extremo de la cadena enredado entre las manos.
-iDa soga, por la madre! iDa soga! --grit6 el piloto.
El capitfin sinti6 que la cola cedia. Un segundo inks
y todo estaba perdido. Tir6 hacia si y se encontr6 con
la cadena floja entre las manos. De no haberlo sostenido Brito, habria caido a1 agua.
Todo ocurri6 tan rspidamente, que ni Martin n i
Baucho pudieron impedir el desastre. El tiron del cap i t h hizo rodar a Rubio sobre cubierta y el extremo de
la cadena que sus manos abandonaron se escurrid sobre la borda como una rBpida culebra antes que los
marineros pudieran atraparlo.
Los cuatro hombres prorrumpieron en maldiciones, pero no abandonaron la empresa: Martin tom6 el
extremo de la amarra de manos del capithn y \70rri6
a estribor. Toda la cadena sali6 y Brito pas6 de auevo la otra punta a Moreno. RBpidamente Bste rode6
k t cola; per0 ya era demasiado tarde: el “Alcatraz” se
20

est,rerneci6 violentarnent,e. El momento de calma habia
pasado y 10s marinos comprendieron que todo estnba
perdido. Antes que el capit&n alcanzara a la muesca
en que debia fijar su amarra, la primera de las tres
nuevas olas grandes se precipit6 sobre ellos. El navio
se levant6 sobre la masa de agua en un bandazo pr2fundo y el cuerpo de la alfabara, con la cola cercenada, cedi6. Rrito y Baucho se aferraron a 10s obenques,
sujetando a1 capithn, que habia perdido su apoyo.
Cuando 10s cuatro hombres sacaron la cabeza fuera
del torbellino, buscaron a la ballena con la mirada.
Apenas pudieron distinguir la masa negra que desaparecia entre ias olas, girando sobre si misma.
Se quedaron un momento en suspenso. Zuego iza-.
ron a1 c a p i t h sobre la borda y saltaron a la cubierta
barrida por el agua. En ese momento se oy6 la voz alegre del cocinero que gritaba:
-jDebe ser un tiburdn que le cort6 la cola!
-iTa tienes cara de tiburbn, boludo! -vocifero
Moreno.
Brito y 10s dos marineros agitaban 10s brazos y
maldecian a grandes voces.
-iLa culpa es de este desgraciado! -an116 el cap i t h , buscando con la vista a1 contramaestre. Bernardino Rubio no estaba junto a 10s otros hombres. “Se
lo llevd el mar”, pensd Moreno, peso en ese momento
el “Alcatraz” levantaba la proa y el agua que se escurria dejd al descubierto el cuerpo del contramaestre
tendido junto a ]la amura.
Brito y Martin lo arrastraron hacia el centro de
la cubierta. El hombre no estaba desvanecido, pero
parecia incapaz de tenerse en pie. Lacio como un traPO, se caia de las manos de 10s marinos y 10s miraba con
ojos estopidos.
-iLlCvenlo a1 comedor y vean si se ha quebrado
algo! - o r d e n 6 el capithn.
El Polo, que habfa presenciado toda la escena con
su cara llena de risa, ech6 a correr hacia la cocina.
El contramaestre fuC transportado casi en vilo. 8us
piernas colgaban lamentablemente entre las siluetas
21

del illloto y de Martin. Estos no parecian tomar demasiads' precauciones para impedir que la cabeza de su
comuafiero encontrara duros obst&culos. Hasta se huhieri dicho que se abandonaban dulcemente a1 rudo
balance. Los reflectores habian sido apagados, per0 a
la vrga fosforescencia de las olas, 10s impermeables de
10s marinos, chorreando agua, brillaban corn0 caparazones de monstruosos insectos.
. lulio Moreno se qued6 un momento inm6vil en la
oscmdad. iQUC mala suerte! iPerder una alfabara de
masie veinte metros! iY antes una esperma!. . . Habia eido un dia fatal. Bueno.. . LQUCse saca con echar
malaiciones? No era el primer0 ni seria el filtimo viaje inutil. .
Cuando entr6 a1 comedor, encontrd a Eernardino
Rubio echado en la banqueta. Su cuerpo se bamboleaba como un sac0 a medio llenar; tenia la cabeza incliiiada sobre el pecho y 10s brazos colgantes. Parados
frente a el, don Antenor Brito, Martin y el maestro de
cocina lo contemplaban curiosamente. El capit&n interrogcal piloto con un gesto.
-Est& borracho -respondi6 el piloto.
-L&u~?
-iBorracho, capitan; borracho como tetera!
-iPor la mismisima, . , !
loreno se despojd del impermeable, lo arroj6 a
un rmc6n y cogid a Bernardino por las ropas del pecho. ron una mano lo levant6, sacudiendolo con violencia DespuCs lo dej6 caer. El Contramaestre .quiso
aferrirse a la mesa y mantenerse erguido, per0 un cabeCeQlo hizo sentarse con una violencia c6mica, que
el cBdnero celebr6 a carcajadas. Rubio ern un tip0
huesudo, de rostro largo y estrecho; estaba palido y
teniala boca entreabierta y babosa.
la voz colerica del capitan cort6 en seco la risa
del Polo.
+,De ddnde ha sacado trago este hombre? iPil0to, used es responsable! iMire lo que nos cuesta su

descuilo!
22

...

Don Antenor Brito no pared6 inrnutarsc. Era un
chilote de cincuenta y cinco afios, de rostro ancho y
bona,ch6n, de reclo busto, bien plantado sobre piernss
cortas y s6lidas. Estaba cubierto aun por el impermeable, del cual continuaba chorreando agua.
-Tal vez sea culpa niia, capitan -repuso-,
pero
no sC c6mo me la h a jugado este gallo. HiXe tiempo
que le tenia echado el ojo, y le dije a usted que no se
podia tener confianza en este desgraciado. Usted, cap i t h , no ha querido creerme, aunque sabe que yo no
hablo nunca por dejar.
-Martfn -dijo Moreno-, registra la litera de este hombre inmediatamente.
El mariner0 di6 media vuelta y sa116 del comedor.
El capitan cogi6 de nuevo a1 borracho por 10s b r a m
y empez6 a zarandeasllo.
-iEsta es la ultima vez, hijo de perra! iESta es
la Gltima vez que me la juegas!
Bernardino Rubio se bamboleaba entre las tnanos
del capitan. Su larga cabeza iba de derecha a izquierda
y de adelante atrhs, sobre el. cuello nervioso. Dos o tres
veces fuC a chocar contra el mamparo y a1 golpe siguieYon una queja y un hipo. Los ojos del borracho, ojos
redondos y claros cuya expresih, habitualmente estupids, se hallaba acentuada por la embriaguez, se esforzaban por seguir con una gran mirada vacia a1 hombre que vociferaba:
-iEsta me la vas a pagar, cochino borracho!
EL cocinero habia retirado todos 10s objetos exPuestos a radar por el fuerte balance. Un impermeable
colgado de un gancho bailaba con animaci6n. A peSar del estruendo de las olas lleg6 el ruido de una cacerola que se desplomaba en la cocina.
Moreno solt6 a1 fin a Rubio, per0 no por eso dej6
de continuar sus imprecaciones:
-LTQ Crees, baboso, que voy a jugarme mi reputacidn por ti? La otra vez nos sacaste del rumbo; ahora me haces perder una ballena.. . iHijo de la grandisima. . . ! Debfas ncordarte que he sido el Onico que te
ha tendido la mans: que nadie quiere saber nada de
23

un vicfoso como tit y que yo te he embarcado contra
la opiniQii de todos.
Bernardino Rubio ala6 hacia el capitan sus largas
manos huesudas.
-iierd6n, c a p l t h ! . . . iNunca mhs! . . .
8u idea fu6 nefasta, porque la sQplica, balbuceacia entre dos hipos, exacerbd la iuria de Moreno. O h
vez la manaza de dste tom6 a1 infeliz por el cuello, a1
mismo tiempo que 10s improperios se reanudaban.
-iTe crefa un poco hombre, desgraciado; te creia
capaz de cumplfr tu promesa y de no tomar m&s.iNo te
da vergtienaa, hijo de perra? En cinco afios que navego
en el “‘Alcatraz”, nunca ha habido un borracho a bordo. iY tenias que ser to, el hombre a quien he ayudado y a qufen le he matado el hambre!
El capithn remat6 la W i m a palabra con dos palniadas formidables, propinadas en las mejillas de Rubio. El piloto Brito intervino:
-Capittin, la culpa es mia por no haber vigilado
mejor a este hombre, conociendo su vicio.
--.Y
m8s mia, don Antenor, por haberlo enganchado, por haber tenido lhstima de 61. iNO hay que tener
nunca lhstima de nadie! iAhora, lo juro, aunque vea
un boludo murickdose de hambre, lo dejard reventar!
Rubio, a quien el capitan habia soltado, se frotaba las mejillas encendidas por 10s golpes, con la cabea8 apoyada en la mesa.
-iPerd6neme, capithn! Yo soy su amigo; soy como su hermano, capithn. iUsted sabe que lo guiero corno a un hermano!. . . 4 r u e s a s lagrimas empezaron
a rodar entre sus dedos y todo su cuerpo se contrajo
en hlpos y sollozos.
-iNO sd c6mo no te mato, perro! Pero dsta es la,
~ l t i m avez que navegas conmigo. Volveras a )as tabernas. iYa no eres bueno mas que para curarte!
Bernardino, con 10s ojos convertidos en surtidores,
se aferr6 desesperadamente a la chaqueta del. capithn.
Este di6 un rapid0 paso hacia atrhs g el borracho, que
no aflojaba presa, fud arrastrado y rod6 a1 suelo, donde
qued6 &ipando Y solloaando. En ese momento Martin
6

24

I

apareci6 con tres litros de aguardiente, dos vaclos N
uno a la mitad.
-Estaban bajo el colch6n del contramaestre.
JosB, el ayudante de cocina, se asomaba curiosamente y parecia divertirse con la escena tanto como
su jefe.
-iEh, t!i --le grit6 Moreno-, lleva a este desgraciado a su litera! Ay&lalo to, Martin. Tira esas botellas al mar. i'ff que este hombre no se me presente sobre cubierta hssta el fid del viaje!
Mientras el infeliz Bernardino Rubio expresa ba
en un lenguaje balbuciente la intensidad de 10s sentimientos de fraternidad y contrici6n que habian invadido su a h a , fuC arrastrado hacin popa lpor Martin
y Jose, que hacia bromas nada espirituales a costa de
sus desgracias de borracho. El capitfin sali6 tambien
del comedor y de un salto se encaram6 a la escalera del
puente seguido del piloto.
El Rucio Aldana se hallaba a la barra, con el capuch6n del impermeable echado sobre el gorrito blanco
de mariner0 yanqui, del cual no se desprendfa nunca.
El Ruclo tenia veinticinco afios y habia empezado a navegar hacia diez, como ballenero en la isla Santa Maria, cazando el cachalote en chalupas y con.arp6n a
mano. Todavfa contaba con entusiasmo las peripecias
de la peligrosa faena. Una vez un cachalote que habfa
sido arponeado y a1 cual se acercaban para rematarlo a lanzazos, seg!in la costumbre, despedaz6 de un golPe de cola la chalupa en la cual el Rucio se encontraba como remero. Uno de 10s tripulantes, seguramente
aturdido por el choque, no habfa podido ganar a nado, como 10s demfis, la costa cekana. Dos dias despues
el mar arroj6 su cadfiver, ya mutilado por 10s peces.
El cachalote, con el arp6n bien hundido en el lomo,
habfa muerto sin duda, per0 nunca pudo saberse a
d6nde lo habfa arrastrado la corriente. Todas las baswedas resultaron inutiles.
El Rucio era de mediana estatura, esbelto y de
apariencia rnhs bien delicada, de modo que m8s de un
m a t h hsbfa tenida una sorpresa a1 enfrentarse con
25

el en famosas batallas de las cuales el Rucio Aldana
habfa salido siempre victorioso.

El capitan Moreno apoyb una mano en el hombro
del muchacho, di6 una rapids mirada a1 compas y dijo:

-Asi va bien.
-Asi va bien -repiti6 el Rucio.
El viento golpeaba como una masa s6lida. A pesax

de que el puente estaba protegido por telas hasta la
altura del pecho de un hombre, las rafagas se arremolinaban dentro del estrecho cuadrilhtero. Se hubiera podido decir que el “Alcatraz” se hallaba dentro de
la noche como dentro de una bolsa de goma negra, sacudida brutalmente; que se estrellaba contra las paredes de esa bolsa y que iba de un Iado a otro como un
objeto sin voluntad. Pero todas Bsas no serian mhs que
imagenes deatinadas a dar (desde luego, sin conseguirlo) una impresibn de las sacudidas del mar, de la violencia del viento y de la obscuridsd compacta de la
noche. Eh realidad, el “Alcatraz”, ballenero de 350 toneladas, construido en Noruega hacia chco aiios, tenia
voluntad y su proa fijaba un punto invariable del horizonte invisible. Mi las olas ni el viento, con todas sus
furias, lo desviaban. Una presibn caei insensible de la
niano del Rucio Aldana bastaba para mantener la ruta a Valparaiso.
Como es verdad que el ojo humano habituado a
determfnadas visiones las capta cusndo son imposibles de distinguir a otro ojo no familiarizado con ellas,
el capithn Moreno y el piloto BriCo, a pesar de la profunda oscuridad, vieron la proa del “Alcatraz” que remontaba las olas y que caia despues como para clavarse en la montafia de agua que venfa a su encuentro.
Cabeceo y balance t n que cabian todas las variaciones
posibles del movimiento, per0 que el barco ejecutaba
con agilidad, como adelantandose a1 empuje de la ola
y esquivando con gracia su castigo. La popa parecia
sumergida en un remolino fosforescente; el agua barria la cubierta y grandes rollos de espuma giraban

sln cesar contra 10s maniparos del comedor y las claraboyas que cubrian la camara de maquinas.
El sac0 de goma negra debla estar atado a la cola
de un gato loco. i Q U 6 noche! Como para poner en peljgro un barco del tonelaje del “Alcatraz” que no fuera tan marino como 61. Moreno y Brito estaban orguIlosos. iYa podian pegar el viento Sur y la furiosa
marejada! . . . Ellos sabian lo que valia el ballenero, cuyo
coraz6n de ochocientos caballos latia con un ritmo regular.
Los dos hombres bajaron del puente. En la parte
inferior de la escalera tuvieron que esperar que se retirara la masa de agua para ganar de un salt0 el comedor. Apenas habian cerrado la puerta, una ola formidable se estrell6 contra ella. A1 sentirlos entrar, el
Polo vino de la cocina.
-Cafe.
Moreno y Brito colgaron sus impermeables y se sentaron. La puerta se abri6 y Carlos Mujica, el primer ingeniero, salt6 dentro, cerrando precipitadamente. Mujica era un hombre alto, delgado, de aspect0 taciturno.
-&Todo va bien? -pregunt6 el c a p i t h .
-Todo bien.
-En cubierta nos ha ido mal, don Carlos. Ya sabe: perdimos la alfabara por la culpa de ese maldito
borracho de Bernardino. No nos queda m8s que volver
a Valparaiso. Con este tiempo no hay esperanzas de
poder seguir la caza. iQuC mala suerte en este viaje!
El ingeniero baj6 la cabeza sin responder. El Polo
aparecid con dos tazas de cafe humeante, que no pudo colocar sobre la mesa por In violencia del balance.
El capitan y el piloto las mantuvieron en el aire, siguiendo los bandazos y sin poder evitar que se derramars una parte del liquido.
-Cafe -pidid el ingeniero.
-i A1 tiro!
-Este viento -continu6 Moreno- va a durar vatrios dias.’Es inWl continuar en alta mar. Po quisiera
que don Santiago aproveehara el mal tieingo para me-

ter el “Alcatraz“ al clique y arrcglarle la helice. Ray
frotacibn, jno es vesdad?
-Sf, mucha frotacibn -dijo el piloto.
-Y las ballenas ya est8n harto salvajes de por si
para asustarlas todavia m8s con el ruido de la helice.
-Si seguimos asi -seplicb el piloto-, ya no POdremos acercarnos a ninguna. 6No es cierto?
E1 ingeniero no contestb. No tenia nada que decir
rnientras no se tratara de sus motores. El estaba de
acuercio en lo de la frotaci6n de la hklice. Sin duda habla algo de frotacibn, pero 61 ignoraba hasta qu6 punto aquello podia espantar a las ballenas. Sblo hacia
quince dias que Carlos Mujica se habia embarcado en
el “Alcatraz” y era la primera vez que ponia 10s pies
en un ballenero.
El Polo le alar@ la taza de caP6, que 61 mantuvo
en el aire. A pesar de su cuidado, derramo una parte
del liquid0 sobre su pantalbn. El cocinero celebrd el accidente con grandes risas, mientras trataba de secarlo
con su pafio. Los otros tambi6n rieron. No eran gentes
como para perder el buen humor a causa de 10s contratiempos del viaje. jQu6 hacesle? iOtra vez iria mejor
0 menos mal! CuRndQ la buena suerte da vuelta la espalda hay que hacerse el leso y quedarse tranquil0 esperando que pase la racha. iASi es la vida del mar y
-asi la vida del. ballenero! . . . El Ilnico real motivo de
descontento para todos era la borrachera de Bernardino Rubio. Eso si que no podia cargarse a In cuenta de
la mala suerte. Rubio habia comprometido la reputacibn
del “Alcatraz” y con ello heria a todos, desde el capit8n hasta Jos6, ayudante de cocina nada mhs, per0
no por su humilde condicibn menos tripulante de un
ballenero. Jose ya habia expresado a1 Polo, su jefe, con
qu6 placer contemplaba la posihilidad de sealizar un
viejo proyecto:
-Ahora que van a echar a Eernardino, le voy a
patear el culo. Si no hubiera sido contramaestre, lo hubiera pateado hace tiempo.
Estos vigorosos propbsitos encontraban la m8s
amplia aprobaci6n por parte del Polo, quien se sentfa
28

alejado de Bernardino, en lo general por la antipatia esporitanea que el contramaeotre le inspiraba, y en lo particular por unos clento cincuenta pesos que Cste habia
olvidado devolverle. La memoria de Rubio permaxlecia
reacfa a las repetidas y frecuentes apelaciones dell cocinero. ~ Q u i e npodia saber si las patadas de Jose no
surtirian rnejor resultado?
Toda la tripulaci6n conde~abaa Bernardino. Un
barco ballenero no puede enorgullecerse de perdBr una
presa por ebriedad de uno d us hombres. Para el capitan resultaba vejatorio q
se hubiera burlado su
autoridad a1 introducir licor a bordo; el piloto quedaba
en mala posicidn, y el ridiculo alcanzaba hasta al ayudante de cocina y al huakpero. Aparte la perdida de la .alfabara, 10s otros contratiempos de la caceria entraban en el lote de las malas jugad
ormales del mar.
Los hombres no protestaban.
i&UC diablos! . . . No siempre todo podia salir al
pelo. Habia que reconocer, eso si, que la mala pata se
habia ensaiiado con el “Alcatraz” en este viaje, de tal
rnanera que Baucho (Juan Bautista Araya Mercado)
habfa dicho con raz6n: “Nunca nos ha ido tan mal;
parece que estamos meados de perros”. Nunca tan mal,
en efecto: el dia anterior, despuds de haber navegado
sesenta millas al Oeste, a las diez de la maiiana, habian
divisado un cardumen de espertiias. No hub0 manera
de clavar un arp6n. Apenas, el “Alcatraz” se acercaba, las grandes colas lustrosas se ergufan perpendicularrnente y no quedaba en la superfieie sino un vago .
remolino desplazandose hacia popa. Estas escaramuzas duraron toda la mafiana. “ESla hdlice que 10s asusta”, decia el capitdn. Los muchachos, exaltados a1 prinCiPiO, prorrurnpfan en interj ecciones, pero a mediodia,
Ya aburridos, apenas si soltaban alguna obscexiidad
cuando veian sumergirse 10s cachalotes. Moreno estuvo mucho tiempa con la mano sobre la culata del cafibn y, cansadQ a1 fin, volvid al puente y encendid su
pipa. Despues de rnediodia, el viqnto Sur empez6 a SOPlas con violencia. “Oiga, don Antenor -habia dicho
el capitfin cuanda el piloto bajd de 1s cofa--, casi me
29

~

clan ganas de volver a Valparaiso“. El pfloto no creia
tampoco que se pudiera hacer gran cosa; pero, en fin,
Moreno resolvid seguir adelante. El viento habia aumentado a la caida de la tarde. Un poco m&s y y a nj
el ojo experimentado de Antenor Brito podrla distin-1
guir 10s espautos entre las crestas de las olas. Con un
balance como el que habia tomado el “Alcatraz”, solo
un cafionero de la habilidad de Moreno podia tener esperanzas de clavar un arp6n.
U lo clavo hacia las cinco de la tarde. La maniobra de inflar el cachalote habia resultado pesadisfma
a causa de 10s bandazos del navfo. Eran las seis de la
tarde cuando todos 10s esfuerzos de la tripulacion fu?ron compensados con el arponeamiento de una alfabara, un magnifico animal de mas de veinte metros.
Mucho cost6 inflarla y amarrarla a babor, porque la
violencia del viento habia aumentado todavia, pero,
en fin, la faena se termin6 ya de noche, a la luz de 10s
reflectores. Resuelto Moreno a regresar con sus dos
presas a la caleta del Cerezo, donde se hallaba la fabrica, se lanz6 en busca del cachalote. Pero s6lo el diablo hubiera podido averiguar hacia d6nde la maldita
bestia habia sido llevada por la corriente. Como no podia existir error en la posici&n,anotada, el “Alcatraz”
siguio la ruta normal hasta las diez de la noche. Todos
10s hombres, menos 10s ingenieros y sus ayudantes, se
hallaban en el puente y en 10s obenques, con 10s ojos
adoloridos a fuerza de fijarlos en las tinieblas: por ninguna parte se descubria el brillo de 10s faroles plantados en el lomo del cachalote.
-Yo le amarrt! dos faroles a ese cabr6n -repetia
sin cesar Martin.
Tal vez el viento habia arrancado el mhstil que sostenia las luces y que habia sido profundamente incrus.
tado en el lomo del animal; tal vez alguna corrientc!
inesperada.. . Moreno no quiso quebrarse la cabeza con
suposiciones. Cualquizra valia la del cocinero, cuya
voz no dejaba nunca de hacerse ofr en una circunstancia importante: “Quiz& resucitd el muy diablo, y se Ins
echo .


30

Coma el vtento aumentaba, 61 capltkn consider6
que, aunque se encontrara el cachalote, serfa ya muy
dificil tomarlo a remolqua. Mejor era conformarse con
la alfabara, presn magnfflca, despues de todo. ASf ihabia dado la orden d e poner rumbo a la caleta del Cerezo.
Una hora m8s tarde habia sobrevenido el otro contratiempo: la pbrdida de la alfabara a causa de es?
borrachfn de Bernardino.
Moreno y el. piloto pasaban revista a las cathstrofes de la jornada: lo del cachalobe, en fin.. . Eso entraba entre las desgracias del oficio. iPero lo del contramaestre!. . . iIba a ser necesario trabajar de firm:
para rescatarse del ridfculo en que 10s arrojaba el maldit0 borracho!
-Alguna vez habfa de irnos mal; no siempre se
puede estar en primera linea -anot6 Brito.
-Mientras tengamos frotacidn e n la helice nos ir8
mal. Cada vez peor -grud6 el capit&n--. Ya se Io he
dicho a don Santiago.
-Per0 61 no lo C r e e .
-iClaro! Como somos 10s que cazamos mfis, Cree
que le voy con cuentos.
-Habria que decirle-que venga a la caza 61 mismo
para que se dB cuenta -sugiri6 el ingenisro.
-iQue va a venir! No hay fuerza humana que
obligue a don Santiago a poner el pie en un barco. Dice que se marea de s61o ver a un mariner0 por la calle.
-Hay que convencerlo para que mande el “Alcatraz” a1 dique.
Moreno se pus0 de pie y cogi6 su impermeable.
-Usted me ayudara manana, don Antenor, a discutir con el viejo. Ahora me voy a acostar. Buenas noches.
El capitkn sali6 del come3or, aprovechando una ligera calma. El piloto, qu? lo acompafi6 hasta la puerts,
se volvi6 hacia el ingeniero.
el
-Creo que si yo no estoy presente --dijo-,
capitan le quiebra las costillas a Rubio.
--iLe peg6‘)
31

--Un par de palmadas formidables. Moreno 2s
hombre muy controlado, pero se pus0 furioso.
-Con raz6n.. .
-iEsO si, con raz6n! Usted sabe que Moreno es
siempre j usto.
La cara melanc6lica del irigeniero se anim6 con
una vaga sonrisa.
4 e g u n usted, piloto, el capitan ed un hombre
perfecto.
-Yo no digo que sea perdecto; todos tenemos
nuestros defectos; pero 61 tien’e menos que 10s demhs.
-Asi es -concedi6 Mujica--r Yo lo Conozco POCO, per0 he ofdo hablar bien de 61 en todas partes.
-Yo conozco a Julio desde que el era cabrito. Yo
era contramaestre en el “Estrella Polar”, de la compafifa de San Carlos. Para mi es algo asi como mi hijo.
El otro hizo un gesto de asentimiento.
-La suerte no ha sido igual para 10s dos -continu6 el piloto, moviendo pensativamente la cabeza-.
El ha llegado a capithn, y yo me he quedado atrhs.. ,
--La vida es asf -murmur6 el ingeniero. Y se bebib las altirnas gotas de su cafe.
-No digo que yo me considere incapaz de ser capithn. iligfirese usted! . . . i’Con la ,experiencla de cua:
renta afios! . . . Pero, claro, yo no he podido ilustrarrne,
estudiar las matematicas necesarias. iY no es que fuera tonto en ml juventud, don Carlos! Es que me case
muy cabro, y he tenido que pegar duro para ganarme
la vida y alimentar a la familia.
--iTiene usted muchos hijos?
-Seis.
-iDiablO! Yo tengo dos y se lo que cuestan.
.-Yo no me quejo, don Carlos -sigut6 Brito, encendiendo )el cigarrillo que acababa de liar. Cuando una
persona le cafa en gracia, le complacia confidenciarae
con ella. Mujica, con su cara triste y su gran crane0
calvo, le parecia un hombre serio y reflexivo-. Yo no
me quejo, porque soy feliz con mi familia. Julio no se
ha casado ni se ha enredado con ninguna mujer pox
largo tiempo. Cuando un hombre quiere progresar en
32

la vfda, tiene que estar libre de compromises. Esa ha
side ia gran ventaja de Julio; asi pu90 ahorrar y cuan-

do llegd el tiempo, desernbarc6 y se PUSO a estudiar. Ne
tenia que mantener a nadie; hacia lo que le daba la gana. Ahora ya tiene sus chauchas juntas. U el gallo sigue libre, urabajando para si mismo.
El ingeniero se %rot6la calva con la mano abberta,
repetidas weces.
-Per0 no es vida la del hombre solo --dijo.
--Cuando uno es marino.. .
--Justamente: hay que csrnbiar. Uno se hastfa en
10s barcos, rodando por ahl, en 10s camarotes. Entonces
es bueno llegar a la casa.. .
- 4 1 , si -repuso el piloto-;
no crea que me quejo.
Claro que rn,e habria gustado llegar a capithn, pero he
tenido otras satisfacciones. Ahora, a mis afios, ya no
voy a tener la idea de cambiar de rumbo. 6No es cierto?
Tuve la suertle de casarme muy joven con una mujer
que me salid seria y trabajadora. Tengo un hogar respetable, y soy un marino estimado en todas partes.
Seguramente usted habfa oido hablar de mi antes de
emharcarse en el “Alcatraz”.
-jXa lo creo! --repuso el ingeniero con calor-.
Usted es bien popular, piloto.
La cara bonachona de Brito se colore4 de SatiSfaCci6n. El Polo, que ofa la charla desde hacfa un mornento, intervino:
-iBah, don Anterior Brito es farnoso! En todas
Partes lo sespetan, pero aqui en el “AlcatraP es un
amigo para cada tripulan te.
-iCBllate tb. intruso! -repuso el piloto, riendo y
Pavoneandosc de satisfacci6n-; i no estarnos hablando contigo!
E3 Polo no se inquiet6: con las piernas bien abiertas, para resistir el balance, sigui6 plantado alli, escuehando la charla.
--La vlda es rara -sigui6 Brito--; nunca es igual
Para dos personas; no hay dos pobrezas iguaks. Yo
tengo una casita en el cerro Artilleria, y vivlria bien
contento si una de mis hijas no estuviera enferma.

,

.

Tisene paritlisis infantil, y, aunque 10s medicos me dan
esperanzas, creo que no sanarit. Es una gran pena, porque la nifia es inteligente y de no mala cara. Tengo tambien una chiquilla de quince afios, que me preocupa.
Aqui donde usted me ve, don Carlos, mis hijas no son
nada feas. Han salido a la madre. Esta cabrita de quillce afios es harto bonita, y por eso tenemos que vigilarla mucho.. . Con 10s trabajos y las penas pasadas,
mi mujer ha envejecido. Per0 ahora tenemos una buena situaci6n: mis dos hijos mayores son buenos muchachos. Uno les ya primer piloto en un vapor de la
Internacional; el otro es contador. Nos ayudan mucho
para la casa; mi hija mayor est& casada con un hombre serio; yo gano buena plata. El pr6ximo afio podre
comprar una casita mejor, y si mi otra hija se casa,
ya no tendre mits que preocuparme de la enfermita y
de la menor, que tiene siete afios.
-Usted es un hombre felliz, don Antenor.
--Si, feliz. Claro que me duele no haber llegado a
capitkn, pero tengo la satisfacci6n de ser respetado,
de que el nombre de Antenor Brito Rodriguez sea COnocido en la marina mercante.
-iYa lo creo! -confirm6 el ingeniero, con energia.
-Lo que es aquf, en el “Alcatraz’:, usted es bien
querido, piloto -intervino el Polo-, per0 lo va a ser
mas todavia cuando eche a ese mugriento de B2rnardino.
. Brito escuch6 a1 cocinero y luego se dirigi6 a MUjioa:
-Ya ve usted, don Carlos: eso le pasa a1 capitan
de pur0 Sbueno. Julio conoci6 a Rubio hace mucbos
anOS, a bordo de un barco d e la Sudamericana. El tiPo
ya iba mal entonces, pero Julio le tom6 simpatia Y lo
ayud6. Despues se perdieron de vista. Hace dos rfmes~
Julio encontr6 a ese infeliz en Valparafso, misierable9
hambriento. Le tuvo litstima y lo ‘ernbarc6 cam0 contramaestre. Yo no estaba de acuerdo, pero no quise
oponerme, para que despues no digan que uno le ne@
34

r
. Bernarhabia prometido no tomar mas.
Se hizo un silencio. El piloto chupaba lentamente
su cigarrilllo. El ingeniero dijo:
-Es un pobre tipo, digno d e l&stima.
-A mi no m e da l&stima -repus0 el Polo, vivamente-. A mi me h a estafado ciento cincuenta pesos
y ha querido ponerme mal con el capitan. Por suerte
que don Julio me conoce hace ya muchos afios. Apenas
Bernardino deje de ser contramaestre @el “Alcatraz”
me las va a pagar. iY bien pagazlas! i1Cochin.o borrauna oportunidad a un hombre en desgracia..

din0

cho!

-iVaya, maestro! - 4 i j o el ingeniero con su sonrisa triste-. Usted tampoco le hace ascos a1 trago.. .
-&Yo? iBiga, piloto, por la Santfsima! &Alguna
vez he estado curado a bordo? iDiga, piloto! iEn cin:o alios que navego con usted! . . .
El Polo agitaba furiosamente la servilleta por encima de su cabeza. Ya no sonreia, y sus dientes agudos y separados, que de ordinario daban a su sonrisa
una expresi6n infantil, aparecian ahora entre sus labios como pequefias puntas cruellzs.
-iDiga, piloto!. . .
-Per0 yo no hablo de beber a bordo -explicb suavemente el ingeniero-; me refiero a beber en tierra ...
La crispaci6n desapareci6 del rostro del cocinero.
Se ech6 a reir con grandtes caroajadas.
-iBah, en tierra! -dijo-.
iEn tierra es otra cosa! ...
-Lo de Rubio es muy desagradable -continu6 el
Piloto, sin hacer cas0 de las carcajadas del cocinero-.
El capitan estsba tan furioso, que no se fij6 en lo que
decia. Me ech6 ‘a mi la responsabilidad de la borrachera de Rubio. “Por no haberlo vigilado”, me dijo. Per0
inmediatamente comprendi6 que el anico responsablre
es el misrno, por haber embarcado a un tipo de esa
calafia, y todavfa mas, contra mi opini6n. Yo conozco
a Julio Moreno mejor que el mismo; los golpes de la
vida no le han endurecido el coraz6n; es bueno; est&
siempre dispuesto a ayudar a un amigo. Cuando @ejd
35

ios balleneros de San Carlos para embarcarse en 10s
veleros de Hosschaler, el alemAn &e Rulerto Montt, yo
le dlje: “Un dia volver&s a las ballenas”. El se reia y
decia que yo estaba loco. Ya.10 ve ustied ahora: convertido en el mejor cafionero de la compafiia.
El Polo, fatigado de mantenerse en equilibrio, habfa apoyado las dos manos (en la mlesa y seguia atentamente ilas palabras de Brito, como si Cste contara
cosas muy nuevas para 61.
-LTe acuerdas, Polo -pregunt6 el piloto-, de la
primera caza de Moseno?
-iNo me voy a acordar, don Ante!
Como (el ingeniero parecia interesado, el chilote
repiti6 la historia que le gustaba siempre evocar:
-Julio Moreno, un aAo despuks de recibirse de capitlZn, volvi6 a las ballenlas, como simple piloto. Recibi6
Pecciones de un cafionero norulego, y estiivo practicando un tiempo bajo sus 6rdenes. Cuando la compafiia
trajo 10s nuevos barcos, ,el “Piquero” y el “Alcatraz”, le
dieron el mando de Cste, hace ya cinco afias. i,Te acuerbas, Polo?
-iYBa lo creo, don Anbe!
-Yo me vine como piloto can Julio desde el principlo. El Polo tambiCn vino en ese primer viaje. No se
puede ustec: imaginar, don Carlos, lo nervioso que yo
estaba al!B arriba,
la cofa. Tenfa rniedo de que Ilegara el momento de anunciar Pas ballenzs. iNO fuera a
ser que Julio errara 10s tiros! El dfa estaba claro’y tranquilo, pero yo me frotaha 10s ojos, porque creia que,
de puro nervioso, no iba a poder divisar 10s espautos.
Julio estaba fumando en el puente, como si tal cos%
Hacia las tres, pegue el grito: “iBallena a estribor!”
Cuando mire a la cubierta, me di cuenta de que todos
los muchachos estaban tan nerviosos COMO yo.
-Asi
Rile -confirm6
el Polo-; nos parecfa que
cadia uno de nosotros era el arponero.
-Ca&ame, don Carlos, que ha sido una de las v@ces en que he sentido mejor 1s que es, en el momento
de 1s caza, la tripulaci6n de una nave ballenera: juri
36

solo corazbn y un solo cuerpo, don Carlos! Usted ya lo

ha. visto. . .
XI ingeniero asinti6 con la cabeza:
I

--Else dia, Julio Moreno era el anico tranquil0 de
todos nosotros. Andando despacio, se fuC por In pasarela h a s h proa, sin quitarles el ojo a 10s espautoos. Y o
qeguja m&s sus movimientos que 10s Be las ballenas.
Cuando estuvo junto al cafibn, ajustd con calrna las
arejeras de su gorro. Ninguno de nrrsotros respiraba.
Nos acercgbamos a 10s animalefs: eran dos gsandes cachalots. Vi la proa del “Alcatraz” casi sobre elliOS. iH
Moreno que no tiraba! . . . Tuve que morderme 10s labios para no gritarle: “iTira!” iSe imagina usted el.
efecto que habria hecbo mi grito? Y o estnba loco; 10s
segundos pasaban, y Moreno no disparaba.
-Todos esti5,bamos sin resuello -dijo el cocinero,
tragando saliva a la sola evocacibn.
-iMO
disparaba nunoa! . . . Las ballenas ibnn a sumergirse; el instante precis0 Iba a pasar.. . Y de pronto, ipaf!: el chicotazo de la linea. Un solo grito se oy6
a bordo. Lo$ muchachos saltaban de gusto. El m8s
grande de los dos cnchalotes coleteaba eon el arp6n
clavado en el lomo.
-iFuB brutal! -exclam6 el Polo, frotandose L s
manos.
-Con Moreno no bay ballena que se escape -termind el piloto.
Desde la cocina lleg6 un estruendo de cacerolas
acompafiado de las interjecciones de Jose. El Polo comi6 al iugar del desastre.
-i$ue noche! -dijo
el piloto, levantandose-.
BuenO, ya le (be dad6 bastante lata, don Carlos, y ahora me VOY a ver la 10s muchachos y a dormir. Si sigue
este vknto y don Santiago se resuelve a meter el “Alcatraz” al dique, tenclremos algunos dias de descanso.
Empuj6 la puerta del comedor y sali6 a cublerta,
El viento lo peg6 contra el mamparo. El barco s u b h
vertklnosamente en la cresta de las olas y se precipitabs despues con una velocidad todavla mayor. El agua,
barria la cubierta, rernoviendo sus colas sombrias.
37

Don Antenor Brito subid a1 puente. El Rucio
habia\ sido relevado por Baucho. Don Antenor cambi6
nlgunas palabras con 61, verific6 el rumbo, baj6 rApidamente y se dirigi6 a popa. Alli, a1 abrigo de la claraboya de la sala de mhquinas, estaba “Toribio”, el gato de
a bordo. El indeliz maullaba tristemente. Tenia 10s pelos, pegados por el agua salada, y sin duda aquello le
escocia la piel. El piloto lo cogid bajo el brnzo y baj6
con 81 a su cabina.

38

DON SANTIAGO Avendaiio, gerente de Harrisson y
Co., armadores del “Alcatraz”, oy6, sin inmutarse, toda

la historia de 10s acontecimientos deplorables que el
capitfin Julio Moreno le trazd sin economizar detalle:
perdida del cachalote, borrachera del contramaestre
Rubio, p6rdida de la alfabara, sin olvidar las dificultades que surgian en la caza a causa de la vibraci6n de
la helice.
Bernardino Rubio fu6 invitado, sin especiales muestras de cortesia, a entrar en la oficina del gerente. No
habia problema ni discusi6n posibles; su falta era grave, imperdonable. Bernardino Rubio desde ese instante dejaba de formar parte de la tripulaci6n del ‘‘Akatraz” y del personal de la firma Harrisson y Co.
El gerente se expresaba con una claridad tal, que
Bernardino no tuvo ninguna dificultad en comprender
We se le echaba a la calle.
-El sindicato se entendera con usted -respondid
de mal humor a1 gerente.
Pero cuando Bste le pus0 en la mano 10s billetes
correspondientes a su paga y a un mes de desahucio,
Bernardino tuvo la revelacidn de 10s fastidios que le
acmearia el ir a explicar su cas0 a 10s compafieros, el
discutir con ellos, el volver en su compaiiiia a alegar
, con ese viejo despota y marrullero de don Santiago.
Cierto que el crzpithn Moreno, abusando de su fuerza,

39

habia golpeado a Bernardino; cierto que se le prlvaba
de trabajo; cierto que toda la tripulaci6n del “‘Alcatraz” habia organizado en contra suya una aborninable intriga, acus&ndolo de borracho y afirmando que
por su culpa, se habia perdido una ballena. iealumnias!
iRidiculas calumnias de ese farsante de Moreno!. . .
iSe creia un macanudo porque habia llegado a capithn! Bernardino habria podido llegar tambien si hubiera querido, per0 61 no era un patero y no se habia
arrastrado a 10s pies de 10s jefes por unos cuantos galanes. Ahora el fantoche aquel se permitia hacerlo despedir a 61, nl contramaestre Bernardino Rbbio. LEsta.ba bien!. . . El no reclamaba por esta monstruosa
injusticia. iPara que? &No est% el mundo plagado de
injusticias? i N o son despbticos y brutales todos 10s
hombres que ejercen la autoridad? Cierto es que Eernardino era arrojado a la miseria. LPero no est& el
mundo lleno de miserables y de harnbrientos? iAl diablo todo!. . . Lo mejor era perder de vista a ese sinvergiienza del gerente y no hacerse mala sangre con discusiones inutiles . . .
P como por casualidad, casi vecino de Harrisson y
Co., se hallaba el bar “La Cruz del Sur”, cuyo patr6n
era su amigo, Bernardino Rubio a1 abandonar la oficina de las armadores baj6 resueltamente los seis peldafios que conduclan a la sals de este acreditado estableclmiento.
Los tripulantes del “Aicatraz” tomaron cada uno
su camino: Don Antenor Brito se dirigib a su casita
del cerro Artillesia; Baucho y Martin, a1 cerro Mariposa. A1 fin de la aventura, Martin resultaba beneficiaao, pues el capitan en la misma oficina de don Santiago le habia comunicado su ascenso a contramaestre,
en reernplazo de Rubio. Su j ~ b i l oera grande, pero no
podia, igualar al de Jose Cardoso, ayudante de cocina,
que pasaba a la categoria de marinero. Cargado como
una pila elCctrica, Jose comprendib que necesitaba desprendesse del exceso de entusiasmo producido por la
feliz noticia y corrid tras Bernardino cuando este salia
de la oficiha. Per0 fut! inatll que lo husmeara a dere40

cha e izquierda: el pgjaro habia volado. Sin imaginarse
que se hallaba a pocos metros, en el eonfortable subterrkneo del bar “La Cruz del Sur”, Jose volvid en busca
del Polo, murmurando: “iBueno La mala Isuerte! iPQ
qhe habia jurado pegarle dos patadas nhora mismo!”
Ni el capitan Moreno ni el piloto Brito pudieron
convencer al gerente de que era necesario llevar el “Alcatraz” al dique.

--Este viento sur terminarh rnafiana o pasado LPara que vamos a perder tiempo? icon
~ s t e d capithn,
,
no.hay ballena que se escape!. . . iusted se rle de las vibraciones de las helices!. . . iAh!
Antes que se me olvidc: en el prdximo viaje ilevara
usted un pasajeso, un periodista.. .
Consult6 su block de notas:
-Se llama Percy Roy. &Loconoce usted, capitan?
Le llaman el Gringo Roy.. .
-Me parece que he oido hablar de el.
--Es un hombre simphtico; sera un buen compafiet o de viaje, per0 creo que le pone un poco.. .
-iDiablo! Me libro de un curado y usted me echa
otro encima. iNO, pues, don Santiago, eso es abuso! . . .
-iBah! Seguramente se marears apenas el “Alcatraz” salga del molo. No se preocupe usted de nada.
WS lo hare inscribir en el 1-01de la tripulacidn y usted
i o encontrarh cuandla vnya a ernbarcarse.
-De modo que la helice.. .
-i&u6 helice ni que pamplinas! Usted arponea a
las ballenas como le da la, gana, capithn. jUsted. es el
terror do mares!. . .
CUandQ don Sant,iago Avendafio queria economiZar dinero y gnnar tiempo se mostraba de buen humor.
Julio Morcno salic5 de la oficina acompafiado de risas
3‘ brornas. El’sistema no fallaba nuncn a don Santiago.
El capitan salt6 a un autobris en la misma calle
Blanco. Eran lias cuatro de la tarde de un dia vierner
Y habIa mucha circulacibn. Los hombres iban de prisa; laS mamparas de las oficinas comerciales giraban
Sin. cesar; 10s automovilistas claxonaban con impacfenria. se ve‘ian muy pocas mujeres en .esa calle en cndn
dijo el viejo-.

41

una de cuyns puertas una plancha de cobre o un letrero sobre el muro indicaba una compaliia de navegaci6n, de seguros, de exportacion, o un banco, un bafete de abogado, de bolsista, cuando no la sede de una
empresa industrial. Algunas puertas de 10s pisos bajos
se abrian sobre s6tanos en 10s que se hallaban instalados comercios maritimos, oficinas y bares. Esos edificios, levantados a comienzos del siglo, testimoniaban
la influencia sajona que Valparaiso habia recibido en
la Cpoca de su mayor desarrollo. E n la calle Blanco,
como en Serrano, Prat, Lord Cochrane y otras del puerto, no escaseaban 10s rincones que sugerian alguna I%
pida imagen londinense. 0 de a.lgun otro puerto nbrdico. Nada espectacular, por cierto: apenas una in;presion Iigera, per0 profunda, como la de u n rostro
que no evoca un parecido, sino mas bien un aire de familia. Bastaba una puerta, la ensefia de un comercio,
el aspect0 de una esquina para producir esa relacibn.
La colonia brithnica, tan abundante en otro tieitipo,
habia impreso su huella en las calles portefias y en
algunos cerros, corn0 el Alegre y Playa Ancha. Huella
un tanto desvanecida,-de la cual en ciertos momentos,
como, por ejemplo, en las horas vacias de 10s domingos
de sol, se escapaban un vag0 perfume cosmgpolitn y
una nostalgia injustificada por un pasado que no habia
tenido nada de extraordinario.
Per0 en la tarde de un dia viernes,’la calk Blanco
rechaza toda impresidn de melancolia. El autnbus del
capithn Moreno volaba entre la agitaci6n comercial
de peatones y vehiculos. Desembocd en !a Avenida Brasil, cruzd la plaza de la Victoria y sigui6 en, busca de
la Estacidn del Bar6n y del camino a Vifia del Mar. Asi
atravesaba todo Valparaiso, que, a1 pie de sus cerros, y
sobre una estrecha cornisa, ofrece todos 10s aspectos de
la vida urbana junto a1 mar, cada uno con su propio
caracter y cada uno bien separado del vecino.,
En el centro de la larga cornisa estan la calle Condell, con sus tiendas de lujo: la plaza de la Victoria,
con su aire sefiorial; la avenida Brasil con sus grandes
compafiiss comerciales; la avenida Pedro Montt, con
42

teatros y cines. Los extremos, el Puerto y el Barbn, son
populares, per0 no semejantes. Valparaiso no repite
nunca sus motivos, y mucho menos en esos barrios donde se anima una vida espontknea y poderosa; vida de
pueblo portefio, que no es ni alegre ni triste, per0 que
esth siempre en acci6n, siempre alerta, como mirando
al mar para no permitir que el barco favorable pase
sin descargar SIX mercaderia. Los almacenes del Puerto y del Bardn son distintos: 10s pequefios restaurantes y las cocinerias tambiCn lo son; 10s bares de uno y
otro barrio no tienen nada de parecido, como tampoco
las calles, aunque algunas Sean igualmente estrechas
y suban a 10s cerros con la misma sinuosidad. Hay una
diferencia de atmdsfera y de tono humano tan patente
entre 10s dos extremos populares de Valparhso, que no
se necesita ser demasiado sensible para perclbirla. Esa
diferencia prueba que, contrariamente a lo que muchos
afirman, la pobreza no uniforma a las gentes ni a las
cosas. El pobre tiene siempre csrhcter e imprime carkcter a su medio. Es increible, porque a primera vista parece que dispone de elementos muy reducidos; per0 la
verdad es que el pobre extrae su originalidad de su riqueza interior,, constantemente nutrida por la naturaleza, y la proyecta en torno suyo. En cambio, la burguesia es mon6tona, y la riqueza, aun mas.
El capitan Moreno dej6 su autobfis en la subida
Bar6n y echd a andar cerro arriba. Su cas8 hacia esquina en la avenida, en la parte en que s610 h a y edificios del lado del cerro, de modo que frente a ella se
Presentaba todo el puerto como desde un balc6n gigantesco. De noche se dominaba desde alli un Panthstico
Panorama de luces que la bruma del invierno hacia mas
fanthstico. Hacia Recreo y Vifia se perdian las vagas
guirnaldas brillantes, mientras bajo la cas8 la ciudad
desplegaba su tapiz de dibujos complicados. De las gaS a S fOsforescentes de la bruma emergian las torres y las
siluetas de algunos altos edificios. Desde la Esbacidn
del Bar6n subla el vapor blanc0 de las locomotoras atravesado por 10s destellos fugitivos de 10s fanales. La
nwhe parecia hecha de cristales muy finos, cortados
43

en trocitos peauenos y dispuestos de manera Caprichosa para que despddieran 10s mayores brillos posibles.
Julio Moreno habfa comprado aquella casa hacia
diez afios, cuando pensara casarse. Era entonces primer piloto y navegaba entre Valparafso y Amberes. Se
le reconocia ya COMO hombre serio, que no bromeabs
con el tsabajo. No habfa tenido que hacer grandes esfuerzos para conseguir que su cuenta en la Caja de
Ahorros llegara a la bonita sumx, en est? tiempo, de
veintid6s mil pesos, porque ni el alcohol wl. el juego
ui las mujeres le hacian perder la cabeza. Cuando se
trataba de tomar unos tragos, acompafiaba de buena
gana a 10s compafiieros, per0 no segufa nunca la juerga. “Moreno sabe cortarla”, decian en 10s puertos.
Tampoco les hacia ~ S C Oa Ins nifias de la vida, per0 una
vez, en tren de confidencias, dijo a un amigo: “A mi
lo que me gusta es una amiguita agradable para conversar, para ir a1 teatro, a1 cine.. .”
Un dia, en Valparaiso, aparecid la chica soiiada.
Era simpktica, inteligente, le gustaba conversar e ir
a1 teatro, per0 desde el primer momento se inostrd reeuelta a no acostarse con el joven capitbn, que media
un metro ochenta de altura, era nncho de espaldas,
estrecho de talle y tenia unos ojos negros que hasta entonces no habian conocido el fracaso. Tales prendas
dejaban insensible a la muchacha, ]la cual cuando subfa por Tubild6 hacia su casa, moviendo las caderas,
hacia que las miradas de las mujeres se empaparan de
rencor y que las de 10s hombres se tornaran espesas,
cssi materiales, como para lamer su silueta fina.
Cada dos meses Julio Moreno pasaba uncs dias
con Patricia, la gloria de la subida Tubildh, y cada vez
ponia en prhctica un nuevo plan bien estudiado en la
soledad de sus cuartos de guardia. Intltil: la virtud de
la chica era mhs fuerte que todas las astucias del navegante. Pens6 que habria tamblen un plan organizado por parte de ella y que, rnientras 61 se hallaba en
viaje, Patrida se desquitaria de una castidad fingidn.
Dejd encargo de vigllarla a personas de mucha con44

--

flanza, per0 10s informes recogicios a1 regreso no dejaron la menor duda: Patricia era efectivamente virtuosa. “Virtuosa, inteligente, bonita.. . i,Por que no
rile cas0 con ella?”, pens6 Moreno. Claro que 10s ojos
negros y aterciopelados de la muchacha eran muy vivos y que a veces se fijaban en ciertos hombres con
ulla especie de impucior chocante; claro que aquel contone0 de caderas escandalizaba a unas y enardecia a
otros. “Pero &as -pens6 el marino- son cosas de la
juventud. Felfzmente, la juventud de las mujeres dura.
poco.”
Queria familiarizarse con esta idea, pero no terminaba de encontrarla bastante s6lida. Sin embargo se
decidid. iEn fin, no era para seguir quebrhdose la cabeza! Julio Moreno compr6 la casa en el cerro Bar6n
y pidM la mano de Patricia a su padre, un caballero
empleado en la Municipalidad, que lo recibi6 de chaquet y lo felicit6 por su acertada elecci6n. “Mi hija es
una joya”, asegurd el digno funcionario.
Julio sabfa que aquel sefior, vestido de negro, con
cuello de pajarita y corbata de nucio hecho, no podla
mentir. Sin embargo, intent6 un ultimo ataque a la
virtud de la novia. Ella lo rechaz6 con mayor tranquilidad que otras veces y le dijo: “Si nos vamos a casar,
ipara quC hacer eso ahora? iTe cuesta mucho esperar
un poco tiernpo?” Lo que el marino habia buscado era
eso justamente: un rechazo; pero un rechazo menos
fib, menos razonado. Tanta ldgica y tanto racfocinfo
le dieron miedo y rompi6 su compromiso. El padre de
Patricia fu6 diciendo por todas partes que Julio Moreno era un desvergonzado y que habia tratado de seducir a su hija. Desgraciadamente, Moreno no se ente*b de estas habladurias y se vi6 asf privado del placer
3Wreto que experimentan tsdss 10s hombres cuando
se
acusa de CompoPtamiento canalla con las mujeres. como un Don Juan que se ignora, Moreno reanud6 SUs viajes en la linea Valparaiso-Amberes.
A pesar de que hacfa carrera en esa compafila, no
estaba contento. Xabia empezado su vlda de marino
en 10s balleneros de San Carlos y la habia contininado
45



en 10s veleros de Hosschaler. Ahora sufria la nostalgia
de las duras faenas y de las largas navegaciones de antaco, como si algo esencial le faltara en 10s steamers
pequefios y elegantes, entre cuyos pasajeros 61 se sentia un pasajero mas. TJn dia se habia encontrado con
don Antenor Brito en Valparafso y Cste le habia dicho: “TO volveras a 10s balleneros”. El se habia
ecbado a reir. “No, tanto como eso no. Ya pasaron 10s
tiempos de 110sgrandes sacrificios.” Per0 la idea habfa
quedado sembfada y fructific6 cuando la firma Harrison y iCo. le p~opusodarle el mando del “Alcatraz”, que
venia en viaje desde Noruega. La Compafiia Ballenera del Norte, que habia instalado su fkbrica modernisima en la caleta del Cerezo, no alcanzaba, con sus
cinco cazadores, a surtir suficientemente la planta
beneficiadora. Harrison y Co. iba a cazar para ella con
el “Piquero” y el “Alcatraz”. Era una ocasi6n Onica para que Julio Moreno volviera a su antigua vida, “a la
vida del verdadero marino”, como 61 decia.
La planta del Cerezo era una maravilla tCcnica.
En cuatro o cinco horas no quedaba el menor rastro
de una aifabara de 120.000 kilos. Hasta la altima astilla de hueso y la mhs insignificante particula de grasa desaparecian en 10s retorcidos tubos de las calderas.
-iNada de olor, nada de putrefacciones! --decia
el ingeniero jefe de la planta husmeando el aire corn0
un perro de caza.
Moreno pensaba en 10s establecimientos balleneros de San Carlos, donde habia trabajado cuando nico.. A varios kil6metros el viento empujaba el olor
nauseabundo. All1 se aprovechaba nada mas que la
grasa de 10s cetaceos. Se 10s despedazaba sobre plataformas ya cubiertas de una costra pestilente y bajo las
cuales se podrian 10s despojos. Bastaba que una persona se acercara por alll durante algunos momentos para que sus ropas quedaran impregnadas de la insopor‘table fetidez. Habfa que estar muy acostumbrado
o tener el estdmago muy s6lldo para no vomitar en las
proximidades de 10s grandes calderos donde hervia
la grasa de ballena. Tal era el cas0 de Moreno. En rea46

lidad, desde el principio, habia resistido perfcctamente
a. esos olores que hacian palidecer a viejos lobos de

mar. “He nacido para vivir entre ballenas”, decia,
riendo. Y recordaba un episodio de sus primeras navegaciones en 10s viejos barcos de San Carlos: cruzaban
el golfo de Penas con un viento tan Iurioso que parecia
querer arrancar la costra del planeta. Habia sido necesario amarrar a1 timdnel, y 10s hombres no se aventuraban sobre el puente sino con las mils grandes precauciones. Las olas lo barrian todo. Dos marineros,
tendidos en el suelo del comedor, se arrastraban de
cuando en cuando hasta la puerta, la abrian y vomitaban contra e€ agua que les bafiaba la cara. En el
castillo de proa habia otros mareados. El cocinero, un
chilote capaz de relrse de las llamas del infierno, tuvo
en ese momento la idea de abrir un barril de tOCin0 en
el comedor. Aquel tocino era cien veces mils pestilente
que la grasa podrida de las ballenas. Sin embargo, el
cocinero afirm6 que era de la mejor calidad y que, dejhdolo algunos dias al aire, tomaria un perfume delicioso. El capitan, que se hallaba en el COmedQr, y 10s
dos marineros mareados, prorrumpieron en alaridos
de protesta, en maldiciones y en injurias dirigidas contra el cocinero, para terminar sdplicilndole que arrolara esa pestilencia a1 mar. El cocinero, muy digno,
declar6 que no se podia perder un aliment0 tan preCioso, que haria agua la boca a 10s gourmets mils distinguidos. “Si es tan bueno -gimi6 el capitan-,
c6maselo usted, maestro, y no nos infecte con esa porWeria.’’ Y agreg6, poniendo sobre la mesa un billete
de cincuenta pesos: “Esto es suyo si es capaz de comer
Tin solo bocado”. El cocinero se ech6 a reir, murmurando entre dientes frases desdefiosas para 10s “marinos
delicados como nifias de convento”. Se inclin6 sobre
el barril, cortc) un trozo, lo levant6 con aire de triunfo,
Der0 cuando se lo acercaba a la boca arroj6 el manjar
suelo, hizo una extrafia cabriola y corri6 hacia la
Puerta. A pesar de las olas que lo bafiaban, estuvo alli
UnOS cinco minutos echando el alma y lamrntilndose.
El capitan, pataleando de la risa sobre su banqueta,
47

tendl6 la mano para tomar su billete, per0 Julio Moreno, testigo de Ia escena, lo retuvo: “No se apure tanto, capithn; yo me comer6 el tocinito”. Y tan tranquilo, mordi6 un buen pebazo, lo sabore6 y se lo trag6,
como si hubiera sido la mejor presa de: pavo de una
boda. De sdlo verlo #comer,el capithn y 10s marineros
se ponian verdes y lanzaban gemidcs.
Moreno se guard6 10s cincuenta pesos.
a
Ahora recordaba el episodio a1 pensar en la planta
beneficiadora del Cerezo. El progreso lo habla transformado todo: el visitante de est6mago mhs delicado
podfa recorrer la fabrica de la Compafifa Ballenera del
Norte sin esponerse a sufrir la menor molestia. Los
iiitestinos, lo unlco que no se aprovechaba de 10s cetaceos, desapareclan, se volatilizaban. No habia descomposlcMn, suciedad ni mal olor. Todo estdba limpio
P impecable en la fiibricsl de la csleta del Cerezo. La
caza de la ballena tambien se habia transformado. El
nlarinero Martin podia contar sus aventuras en las inmediaciones de la isln Santa Maria, donde no hacfa
muchos afios se practicaba la caza del cachalote con
chalupas a rem0 y lanzando el arpbn a mano. Ahora
!as grandes ballenas -la alfabara de veinticincs metros de largo, la poderosa ballena azul- se hallaban
redlucidas a la condicibn de animalillos inofensivos. De
nada les servfan sus gigantescas colas dotadas de una
fuerza capaz de hacer zozobrar una embarcaci6n de
gran tamario; d e nada la potencia colosal de sus aletas, cnpaces de remolcar las 350 tonel.adas del “Alcatraz”. La apocaliptfca maqulna de la naturaleza se detiene brutalrhente al recibir la granada que el capitan
dispara desde la proa de su buque, bien a1 abrigo de
todo peligro. Sin embargo, a pesar de la seguridad y
del confort que el progreso ha dado a1 oficio, el bal.lenero es de 10s pocos hombres que nun pueden gozar lo
que queda en el mar de libertad y de aventura. Julio
Pdoreno preferia esa vida caprichosa y sacrificada a la
que se mide por 10s itinerarios fijos de 10s vapores.
Mientras habla navegacio en elllos habia tenids la impresi6n de que perdia poco a poco ese instinto que
48

P

permite a1 marino el echar mano de mil recursos y astucias en su lucha con el. oceano; le pasecfa que, lentamente, el mar se convertia. en un desconocido para
el. “Si sigo aqui -se
decfa-, terminare por tenerle
miedo.”
As4 despues de pensarlo hien, vo’lvi6 a 10s ballene-

ros. Cuando muchacho habia hecho algunas experiencias de tiro, de modo que y a conocia’ lo que era un
c1afi6n arponero. A1 empufiarlo nuevamente, se sPntid
duelio de si, seguro del exito. Pus0 tanto entusiasmo
que, a1 cab0 de unas cuantas lecciones, el capitan noruego, su maestro, lo declar6 experto. Moreno practicd

tarnbien el trabajo del piloto en la cofa, trabajo que
tiene una influencia deeisiva en el resultado de la caza,
y al verse en el pequefio barco, barrldo por las olas, en
el puente no protegido del VientO, sin itinerario fijo,
siguiendo las rutas caprichosas de las ballenas, comprcndi6 que nunca habia tomado una decisidn mAs de
acucrdo con su personalidad. Ese era el oficio que le
gustaba; asi era como concebfa la vida del marino.
CUandQ don Antenor Brito acept6 embarcarse en
e1 “Alcatraz” como piloto, bajo el mando de Julio Moreno, declar6: “SOYdemasiado viefo para aguantar a
10s nuevos; yo no respeto m8s que la experiencia”. Al
regresar de la primesa caza, aquel hombre justa dijo,
lnostrando a Moreno: “No SC cdmo se las arregla este
diablo, per0 en lo tocante a experlencia, yo le sac0 el
sombrero”.

-

1 1 1



EN EL MUELLE Prat, cerca del embarcadero y a1
borde mismo del agua, se levanta una pequefia construccidn de madera que puede ser confundida con una
garita de la Aduana. Es el “Bote Salvavidas”.
El viajero sensible, que no se conforma con la
apariencia de las cosas, sin0 que gusta aventurarse
entre sus potencias secretas y nutrir las zonas nocturnas de su alma con 10s elementos amargos del tiempo,
del mar y la separacidn, visitara siempre el “Bote Salvavidas” de Valparaiso como uno de 10s sitios mhgicos del mundo en que se concentra la poesia de 10s
puertos.
En un principio este. local no fu6 sino el cuartel
del “Cuerpo de Voiuntarios del Bote Salvavidas” .
Cuando sopla el temporal;. cuando las olas, como tiburones elhsticos y transparentes, muestran sus largos
colmillos de espuma, y 10s clavan en las bordas de las
barcas pesqueras; cuando sus mandibulas formidables
cercenan las amarras de 10s navios; cuando, a travCs
de la obscuridad y de la confusibn, 10s reflectores Ianzan sus sefiales angustiosas, el “Bote Salvavidas” va a1
encuentro del desastre, tripulado por unos cuantos
hombres resueltos a no tolerarle a1 mar sus malas jugadas.
Esos hombres salvan nhufragos, restablecen espias, aferran cadenas y, despu6s de horas de lucha y

50

!

de peligro, vuelven a su Cuartel. Si la guardia 10s r e -

leva o el temporal amaina, cada cual va a sus ocupaciones habiluales, uno tras la ventanilia,de una oficina
bancaria, el otro en un bufete de abogado, ei otro en
zin alrnacen, el otro con el bisturf,
Apenas el bardmetro da la alarma, se estableee una
guardia fija en el cuartel del "Rote Salvavidas". La
guardia dispone de cabinas, con literas y ojos de buey
como a bordo. Existe tambiCn una gran sala donde el
directorio de la institucidn celebra sus sesiones y donde algunos mlembros se rednen a almorzar 0 a comer
en la intimidad. Esa sala estB adornada con trofeos de
batallas contra la tempestad, con recuerdos del viejo
Valparaieo y de amigos que han pasado en vapores modernos o en navios que ahora se pudfen en el rinc6n
de un puerto lejano.
En un principio eso era todo; per0 corn0 10s voluntarios y ciertos amigos se complacfan en aquel sltio,
naci6 la idea de crear un restaurante. Se instal6 este
en una pequeiia sala con galerfa de cristales sohre el
mar. La clientela afluyb, atraida por lo pintoresco del
sltio y por la excelencia de la cocina. A la entrada del
comedor, el goloso empieza por recrear la vista en una
completa exposicidn de pescados y mariscos. Se ven
all1 las gordas langostas de Juan FernBndez; 10s choros
de concha negra, que pueden meterse distraidamente
en el bolsilo del chaleco en lugar del estuche de lor
anteojos; 10s erizos, que, si hablaran, podria cada fino
de ellos representar una eomedia de mdltiples personajes, tantas son las lenguas que encierran en sus
caparazones espinudos; 10s locos, cuyo discreto comtamiento basta para demostrar la inutilidad de la psiquiatria; el congrio, que es 91 dnico pez que une el
gran tamafio a1 sabor exquisito, es decir, el pez mBs
Wneroso; las corvinas, que parecen de plata pura, a
tal punto que debieran guaniarse en refrigeradores
fillndados. En fin, tods la fauna del mar chileno, la mBs
SabrOsa 9 variada del mundo.
SP entra desde el malec6n -por
una pequefin
Puerta rdstica sobre la cual se lee en elegantes carac51

/

-

teres: “Cuerpo de Voluntarios Bote Sa1vavidas”- a un
patiecillo donde hay un masti1 y una especie de puente
de mando con su bithcora de cobres bien brufiidos y su
rueda de timdn irnpecable. El edificio se compone de
do5 cuerpos separados: a babor el restaurante, a estribor el cuartel, Allf todo es tan Hmpio y tan exact0 que
podrfa decirse que, a pesar de algunas plantas y enredaderas de la entrada, el “Bote Salvavidas” es cullso el
puente que un navlo deJ6 olvidado sobre el malec6n. t
La sala del restaurante es pequefia, baja de techo
y con una galeria que avanza sobre el mar, de manera
que 10s oidos de 10s comensales esthn siempre acariciados por el chapoteo de la resaca. En el mulo perpendicular a1 muelle Prat fondean algunas naves, nacionales.
Clertas pophs quedan tan cerca de la galeria, que por
las rioches, cuando el navio parte, el hombre sensible
que bebe su cafe o su digestivo, despuks de una eomida
suculenta, tiene la impresih de que el comedor va a
remolque. 8 e ha dado el cas0 que el hombre sensibirj
se ha puesto de pie, emocionado, agitando si1 pafiuelo
para despedirse de VaXparafso, y que Valparaiso le ha
cnvlado el reflejo de sus luces llorosas coni0 en una
verdadera partida.
En fin, 10s barcos esthn tan cerca de la gsleria que,
mientras URO come, se divierte mirando la actlvidsd
que reina en las cubiertas: Xas plunias oseilan; las lingadas surgen de las entrnfias del navlu y vScn a depositar sobre e3 malecdn ( 0 viceversa) cajones, sacos, fnrdos, planchas de metal, rnadcras, rnhquinas y objetos
rams que parecen absolutamente indtiles, pero que
deben servir para algo, puesto que son enviados de un
puerto a otro. Se ven Xas popas negras con 10s nombres
de 10s navios y 10s puertos de rnatrfcula escritos en letras blancas o doradas, y 10s pasaJeros que re embarcan, unos muy tranquilos, otros dando gritos para que
les pasen sus maletas. Se ven 10s paziuelos que se agitan y se oyen ciertos ruidos apagados: el golpe de un
cab0 en el agua, el tintineo de un telegrafo de mtiquinas, una voz de mando y, de pronto, ahuyentando to52

do eso, la sirsna, como diciendo malhumorada: “;Basta de adiQSeS y de preparativos! iNos vamos!”
Del otro extremo de la galeria se domina el. mue]le Pra,t y se divisan 10s malecones a l ~ que
s strscnn !,os
vapores de Europa y de 10s Estadns Unidos. Por entre
cordajes y groas se perfilan nib lejos aiin la chirnenea
de un barco de guerra o las vesgae de un V i e j O Velcro.
Las lfneas se entremezclan e n la movilidad marina, e1 hum0 borra ciertos contornos, pero desde la gnleria del “Bote Salvsvida s” gueden seleccionarse la3
imhgenes esenciales de un gran puerto perfectamente equipado para todas las experiencias de la poesfa
aventusera, la cual, a pesar de apoyarse en las baladas
nosthlgicas de 10s navegantes y en el desgamamlcnto
de 10s adioses, se confunde con la psesia comereisl.‘
Los conochientos de .embarque, las pdlizas de seguro
marltimo, 10s roles de tripulacidn tienen un poder evocador indiscutible. Son adem As documentos indispensables para que se produzcan 18 despedida amarga y el
recuerdo imperecedero, para que el barco parta y el
destino de 10s solitarios se cumpla.
En torno a1 “Bote Salvsvidns” circulan el agente
de aduana y el vagabundo de 10s muelles; el uno agitando sus papeles y el otro arrastrando 10s pies; chc u l m el huachtm,dn que va a montar la guardia a
hordo de 10s faluchos y el gsnnuja que VFA a tenderse
tras una ruma de mercaderiss, con el vientre nl sol,
para descansar de 15s fatigas de !a noche; circulztn el
marinero, el vaporino, el capitan mercante, el hombre de negocios, el oficial de la Armada que ntrnviesa
entre grlias y mStquinas sin que ni una particula de
carb6n ni una gota de aceite se atrevan a maneharle
el unaforme. Todos ems personajes van y vienen,
Unos de psisa, a1 encuentro de la fortuna o del deber;
10s otros lentamente, de regreso de todas las eaperanzas y de todas las certidumbres. A cada uno, el
Puerto brinda una promesa: un carqamento que se
Vender& triplicando el valor de su costo; una cabina
confortable desde la cual se Vera el mundo; un rinC6n. d@cala en el cual se podrh ir a1 encuentro de una

53

.

miseria diferente; un puente de’ mando, pulido como
un espejo, donde el hombre aprenderti a mirarse hasta 10 m8s profundo de si mismo; una taberna bien
surtida; un amor, ligero como el olvldo o pesado como
la eterna felicidad.
El puerto cumple la promesa hecha a cada uno:
se abre como el cofre de un pirata atiborraclo de tesoros. No hay rn& que alargar la mano: para unos,,
la joya prodigiosa; para otros, la cuerda del ahorcado.
De noche el “Bote Salvavidas” es m8s que nunca
uno de 10s raros sitios del mundo que el sibarita de
10s viajes y el vagabundo de 10s muelles marcan en
sus mapas con una C ~ U Zazul. Las luces de sus pequelias ventanas y de su galeria vigilan -con esa indiferencia aparente que tienen las pupilas de 10s gatos- 10s mil gestos, reflejos, ruidos y roees furtivos
que contiene el puerto nocturno. Esas luces, que el
inexperto confundiria desde el mar con las de la estacidn 0 con 10s fanales de algun vapor atracado a la
dhrsena, vienen a ser como 10s fuegos que 10s exploradores encienden junto a sus camparnentos en el eornz6n de la jungla y en torno a 10s cuales merodean
las bestias sigilosas. A su claridad se dibuja a veces
una silueta vaga, una sombra rtipida. &Quiz&un vigilante, un granuja, un mariner0 retrasado, un tip0 que
registra la noche en busca de una miserable aventura
o de un recuerdo amargo? No se sabe. La oscuridad
escamotea instanbhneamente la figura apenas esboiada y la hunde en esa atmdsfera que el olor penetrante del mar nocturno hace densa y como pegajosa.
La persona que en el verano se asorna a las ventanas o a la galeria del “Bote Salvavidas”, o que en
el invierno pega la nariz a 10s cristales, ve rielar en dl
agua negra las luces de laS linternas‘ marinas y de
10s reverberos del malec6n; oye el chapoteo de la resaca, el golpe de un cabo qlle cae al mar, un silbido
wagado, un ruido de pasos apenas perceptible, un
grito breve que puede ser de un hombre o de un p&jar0 marino turbado en su SueAo. InolCi1 es pretender
54

descifrar esos pequefios sigqos secretos. El observador
de la ventana o de la galerin debe conformarse -y
ya tiene bastante- con tender la oreja a :a voz que
viene de lo profundo de la noche y que le habla de
cosas errantes y sin esperanza, de todos esos dolores
voluptuosos que crean la soledad humana y nos hacen comprender la duke inutilidad de vivir.
Como quien dice a popa del “Bote Salvavidas”
est& la estaci6n del puerto con su blanca torre. Tras
ella, Valparafso despliega el semicfrculo de sus cerros
en que millones de luces arden, como 10s cirios .de un
aitar de Navidad, con la Cruz del Sur en lo alto.
*
*

*

Cuando Julio Moreno lleg6 a1 “Bote Salvavidas”
encontr6 tres personas en la pequefia pieza junto a
la sala del restaurante en que acostumbraban a reunlrse algunos intimos. Estaban alli 10s capitanes
Gustavson y Artigas, y el doctor Varela, todos del
Cuerpo de Woluntarios. Gustavson era un finlandCs
enorme y exuberante que, despues de navegar por
todos 10s mares durante cuarenta alios, habfa echado
el ancla en Valparaiso, “puerto -segim decia- con
pie1 de culebra y sex0 de mujer”. Su habitual gestlculaci6n y parloteo contrastaban con la impasibilidad de Artigas, hombre enjuto, de ojos pequefios y
bigotes de mandarin. El doctor Varela, que frisaba
10s treinta y ocho afios, era un colorin grande, de buen
humor, muy atildado en el vestir.
-iHola, Moreno! -grit6 Gustavson, a1 ver aparecer a1 ballenero-. LConoces el nuevo cuento? Una
muchacha del campo, en la noche de bodas.. .
Hablaba el espafiol con un acento espantoso. Artigas le interrumpid:
-iUn momento! 6QuB andan contando por ahi,
Moreno? iEs cierto que te h a dado por pegsrles a tus
marineros ?
-6Pegarles a 10s marineros? No. iPor qub?
55

-El Sapo Garcia va diciendo que les pegask a
dos hombres; que Bernard0 Rubio est& en el hospital.. .
Moreno se ech6 a reir.
-@n e l hospital? iHombre! Si esta en el hospital, debe ser a causa de In mona que se ha pegado
con la paga. Lo que ocurri6 es que lleV6 t m g 0 a bordo
y se emborrach6. $or su causa perdimos una alfabqra
de veiate metros, por lo rnenos.
-&Y le pegaste?
-Apenas un soplamocos.
Como 10s otros estabsn interesados, Moreno t i m
que contar la historia con todos siis detalles. Cuando
termin6, Caustavson prorrumpid en improperios, con
una violencia tal, que parecia que el pequelio recinto
iba a estallar.
-iHijo de una.. .! i A l mariner0 que se me emborracha yo lo cuelgo de una vergs! jPor la grandisirna! Cuando yo era capitdn del “Islandia”. me pas6
la misma mano: un carajo me embarch aguardiente.
Le d i una sola guantada y fue a quebrarse tres costillas contra un cabrestante. iMaldito cabrdn! . . . Tu,
Moreno, eres muy suave; pareces”sefiorita y 10s aallos
ya te est&n tomando el pelo.
--Rubio no tiene arreglo -dijo Artigas reposadamente-; es un borracho perdido.
-Me habia prometido corregirse, y como lo conozco hace mucho tfempo, qulse ayudarlo p crei. . .
La carcajada de Gustavson hizo tembiar todo el establecimiento.
-Eso me recuerda -a,ull6el cuento de la chiquilla que crefa que 10s hombres.. .
Pero tampoco esta vez el capitbn pudo contar su
historia. Artigas volvi6 a interrumpirle:
--@~Anclosales, Moreno?
-Maiiana, si (el viento amaina.
-Mafiaan no habra vlento --dijo Qustavson, agnchdndose para mirar all cielo por la pequefia ventana.
El doctor Varela sirvi6 cuatro vasos de pisco sobre
56

~

~

I

I

la mesa colocada en el centro de la habitaci6n. Los ami-

se sentaron.
-En este viaje embarcar6 un pasajero -dijo Moreno-. Es un sefior Roy. El Gringo Roy creo que le
liarnan. iLo conocen ustedes?
--Yo Is conozco -muglb el finland&-. Suele venir por aqui. Bs muy divertido: sabe una pila de historias.
--TambiCn yo 10 conozco -dijo el doctor Varela-,
y rnuy bien: estuve en el COlegio con 61.
-+Que clase de tip0 es, doctor?
--Muy bucnn persona, buen amigo.. .
-1Xe oido deeir que su padre era rnuy rics, per0
que 61 no tiene ni un cobre, #apenaspara tomsrse algunos traguitos, porque le gusta ampinar el codo. !Sagos

lud!

Gustavwn rib de su reflexi6n y slz6 el vasa Los
otros le imittaron.
--El padre de >PercyRoy -explicb el m6dicoera
un ingl6s que llegb a C M k muy jovm, poco despues de
la Guerra del Pacifico. Logrd reunir una gran fortuna.
Percy nacid en un palacete de ViAa. El viejo Roy movia sumas fabulosas en la Bolsa y s u nombre figusaba
en el directorio de todas las compafiias industriales
m9s importantes del pais. Caando se cas0 la iherman3.
mayor de Percy, 10s diarios publicaron phginas enteras
Para (Tar detalles de In lujosa eeremonia Y &el baW
Principesco que la sigui6. Percy sal16 &PI
cslegb Mac
Kay para Oxford, y v ~ h i balgunos afios m&s tarde para asistir a1 matrimonio de su hermana menor, que no
fu6 menos suntuoso que el otro. Mister Roy segula. maW d n d o millones, y l a gente aseguraba que el mismo YS
QO sabia cuA1 era su fortuna.
-Yo me xcuerdo del viejo --spuntd el capitan
&4rtkaS--. Era un sefio'r alto: seco, siempre vestido de
c h a ~ ~ u gris.
et
'Gustavson continuaba fijo en su primern idea:
--El muchacho es bueno para el trego.
--La era desde joven -continub el m&iico-. DesPUCS de beber en todos 10s c~ubesy bares de Valparab57

so y Villa, Percy volvi6 'a Inglaterra. Oi decir que el
viejo estaba desilusionfado de su unico hijo hombre:
buen muchacho, per0 inotil, habituado a la vida facil,
sin iniciativa ni ganas de trabajar. Las dos hijas se
habian casado con hombres ricos, vinculados a 10s negocios y a la politica, y elllas y sus maridos consideraban a Percy como un perdido.
Estas palabras escandalizaron a Gustavson.
-iHombre, qu6 barbaridad! iQU6 gente mas #est&
pida! iPerdido posque le gusta el trago! LPara que vivir si no se puede tomar?
-Hace un momento dreplic6 Artigas-, querias
colgar a1 contramaestre Rubio porque se embosrachb.
Gustavson prorrumpi6 en clarcajadas, dandose golpes tremendos en su samplia barriga. Cuando se tranquiliz6, 10s otros pidieron a Varela que siguiera su historia.
-En 1930 se vi6 aparecer otra vez a Percy por
nuestros babes. Como ahora, entonces era simpatico,
per0 miis charlador, y, naturalmente, mas generoso.
Gastaba el dinero a manos llenas, jugaba futbol y era
regular boxeador. Ahora no tiene un centavo, y se ha
puesto medio hurafio. En ese tiempo, las muchachas
mas bonitas y capetonas se peleaban a1 Gringo. Se hizo
popular. Tan pronto estaba en un baile del gran mundo como en el ring, disputandose un campeonato de
aficionados. Para todos fuC el Gringo Roy, que se hacia querer, de unos por desprejuiciado y alegre, de
otros por 10s millones del papa. Yla entonces iba como
ahora, sin sombrero, per0 mucho mas elegante, sitempre con trajes claros, corbatas llamativas y un diario
en la mano. Ha conservado esa costumbre: cuando
quiere explicar algo, saca un lapicito y hace dibujos en
la margen del diario. Le gustaba, a meces, frente a un
vaso, contar las aventuras que habia corrido en Europa
y NarteamCrica. Habila andado por las regiones mas lejanas d e 10s Estados Unidos, Canada y Alaska. Tenia
verba y humor. Algunas nifias lo cornparaban a1 principe de GaEes. Percy no dej6 de aprovlechar la aureola
novelesca que lo envolvia.
58

-iNO

era tonto el gallo! -anotb

Gustavson.

31 estall6 la crisis econ6mica. Una maAana
son6 un disparo en el palacio de 10s Roy, en ViAa. En--El



contraron a1 viejo envuelto en una bata de sedn, bien
afeitado, tendido en su cama, con una bala en la sien.
8 u mujer cay6 enferma a ca,usa de la impresibn, y muri6 poco despuCs, sin enterarse de su ruina. De la lenorme fortuna del viejo sblo quedb el chalet de Playa Ancha, que las dos hermanas ricas dejaron a Percy, tal
vez por Ihstima, o tal vez porque la propiedad no valis
nada. Percy se fu6 a vivir a1 viejo chalet, que todavia
habita, Aunque disminuyeron considerablemente las
invitaciones para las fiestas del gran mundo, el Gringo continu6 frecuentando 10s barles, 10s rings y 10s estadios, y todiavfa atrajo durante un poco tiempo la
atenci6n de .las nifias. Ahora ya hace aAos que la gente
copetona lo ha olvidado, y que l’as nifias no 10 comparan al ex prfncipe de Gales, del cual creo tambien que
pocos se acuerdan. .
--Ultimamente he visto que arbitra algunos matches -dijo el capithn kctigas, deportista entusiasta.
-Sf, el Gringo ya no boxea, ni juega futbol, pero
ha conservado cierta, popularidad en 10s estadios. Ha
escrito tamhien algunas crdnicas deportivas en “La
Unidn”.
-Par aqul ha venido con una mujex medio rubia,
de piernas macanudas. iQU6 buena rhembra!
Los ojos de Gustavson, perdidos entre 10s pelos de
SUs ceias espesas y de sus mejillas mal afeitadas, bri]laban a1 evoear 10s encantos femeninos.
El doctor Varela, que conocia a fondo la cr6nica
Porbefia, explic6:
-Es su mujer, M6nica Sanders. Fud una de las be1lezas de ViAa hace quince aiios, hija tambiCn de un
Padre millonario, que se arruin6 y rehizo su fortuna
” a r i a veces, hasta que, a1 fin, muri6 sin dejar mits
que deudas. Mbnica es muy intelligente, y desde joven
tuvO fama de emancipada. Se corrleron mUChas historias sabre ella, per0 la pobre habrfa tenido que cam59

.

biar de ,amante cada semana para llegar a tener fodos
10s que se le atribnyen.
bonita? -preguntb Artigas.
El vozarrbn del cnpit;ftn Gustavson alcana6 el tono m&s ensordeciidor:
-i Macanuda, hombre! i Brutal
-Fu& muy linda. -continu6 Varela reposadamenti?--, pepo ehora debe xndar por 10s cuarenta Bfios, y
est$, iin poco marchita. Tiem el pelo castafio claro, 10s
ojos grises, la tez m’ate, la b c a grande. Es de medifana
estaturn, n&lida. Buena hembra, COMO dice Gustavson.
-LNO ves, no ves? --grit6 el viejo, triunfante-.
iQu6 decla yo? Hay tnes cosas que nadie me gana a
apreciss de un sols golpe de vista: 10s barcas, el trag0
y I’as mujeres.
El capittcn Artigas se atus6 el bigotillo chinesco, y
CQment6:
-Eres un verdadero carnet de identidad, doctor.
-En todo cas0 --dijo Juljo Noreno-,
cuando mi
pnsajero suba a bordo del “Adcatraz”, estart5 bien informado de su vida y milagros.
-~&uierss anas detalles, Julio? -pregunt6 el m6!a

t
m
.

tienes mas.. .
Cuenta, cuenta, matasanos! -pidi6 el finlandCs, llenando nuevamente loa vasos.
-Bueno. Mbnics, en uez de casarse con alguno de
loa pijes que la cortejeba o con a!gh ricachbn, corn0
lzabria sido Mgico, anduvo por ahi trastornando %a56v m e s 5’ viejss. Se contc) que un teniente de navio, un
tal hivarez, se suicid6 por ella. La muchacha se Fan6
un ynestigio que no favorecia tlas pretensiones de la rica familia Sanders. En ese tiernpo, las costumbres no
Bran tan libres como ahona. Hubo t a m b i h un lio con
un in@&, gerente de Banco. Ea mujer del inglCs arm6
un escandalo a Mbnica, en piiblico, y la muchacha le
di6 un par de caohuchas delante de mucha gente, en
un bsr de Vifia. A pesar de todo eso, como era. bonita.
y con padre millonario, no faltaban 10s que guerian
casmse con ella. Al fin el viejo Sanders, aburrido d e --Si

-j

60

tanto lis, la envid a Europa idjn compafiia de una tia.
Dicen que M6nica de36 a la sedora e n Suiza y se fuB
de juerga a Paris y a Lonckes. Volvi6 CUatro afios mas
tarde, y se pus0 de novia con i n abogado santiaguino,
parece que el hombre, cuando mnoci6 rnejor a su futura, le tuvo miedo. Una semana antes de la boda, tomb el avi6n para Nueva York, y estuvo ausente hasta
que la gente se olvidd un poco del caso.
--iY despuCs? -gregunt& Moreno.
-Despu& el viejo (Sanders murid y la famiria qued6 en la ruina. M6nica siguid dando que hablar, per0
mucho menos, porque y a era pobre y porque ya se habfa dicho de ella todo lo. que se podia decir. Pasaron alg u m s aiios. Siempre encantadora y 'elegante, pero menos Encsca y aJegre, la heroina anduvo de un lado a
otro, hasta que ixn buen dfa aparecid casada con Percy
Roy, su amigo de la infancia. 'Cree que l u 6 en el 3 5 . . .
--iY c6mo es ahora? iEs fie1 a su rnarido, o siguz
corriendo juergas?
El medico se encogid de hornbros.
-iQh! Ahora no se sabe.. . M6nica Sanders ha
pasado 'de moda, y, aunque haga lo que hiciere, ya no
interesn a nadie. Y o me imagino que debe llevarse bien
con Roy.
-iQW gareja!
-Buena parefa -afirmo Varela--: dos que han
co1locido la vida.
-Roy es simpatico -dljo Gustavson-; por aqui
ha vcnido 60s o tres weces. Un dla le 01 un cuento muy
C6mico.
Varela se dirigi6 a Moreno:
-Pues ya sabes q u i h es tu pasajelro. No te aburrirks con (51.
--Si no se rnarea.. .
--ibh, el Gringo es tip0 navegado!. . .

I V

A LA NOCHE siguiente, Julio Moreno se encontr6
con el doctor Varela ea ei restaurante “Peter-Peter”,
y, despues de comida, ambos se encaminaron a1 muelle
Prat. El medico queria saludar a Roy, a quien no habia
visto desde hacia muclho tiempo.
El viento sur habia cesado, y una brisa apacible
empujaba por el cielo de septiembre grandies jirones
de nubes plateagas de luna, Los dos hombres echaron
a andas hacia el puerto por la calle casi desierta. Pasaban 10s tranvfas con un estruendo de vieja ferreteria, sacudiendo a 10s escasos pasajetos como mufiecos
de cera en una vitrina 2luminada; en la plaza Anibd
Pinto, un carabinero, inm6vil y cubierto por su poncho
de Cnstilla, ofrecfa el aspect0 masivo de un monumento; en la esquina, un suplementero se esforzaba por
agotar su provisi6n de sevistas ilustradas; cerca dn la
subida Ecuador, desde un terce,r piso ocupado por un
circulo social, llegaban 10s acordes de una orquesta, Y
se veian las siluetas de 10s ba21,arines pasar por la claridad de las ventanas; un grupo de hombres y mUJeres subia cantsndo hacia el cerro. La calle, abandonada de su animaci6n diurna y curvandose suavemente,
daba la impresi6n de que se acurrucaba en su modorra.
El medico dijo:
-Cuando uno sale be este barrio, dan ganas de
G2

r1

---

apagar las lucles como cuando se sale de una pieza en
que ya no queda nadie.
Llegaron a la plaza Sotomayor, cruzada por autombviles y viajeros que salian. de la Estaci6n del Puerto; en la esquina de Bllanco, dos muchachas les murmuraron una invitaci6n al pasas. Bajo un farol, un
hombre inmovil, fumando una colilla, las con templaba.
El restaurante de la eslacibn<estaba muy concurrido. Varela se detuvo ante uno de 10s ventanales y
mir6 hacia adentro. Desde una mesa donde habia cuatro personas, una muj er rubia, elegantemente vestida,
le hizo sefias con la mano.
-&&uien es? -preguntb Moreno-. Luna nueva
conquista?
Varela sonri6 enigmatic0 y satisfecho.
A1 pasar frente a la garita del muelle, el carabinero d e guardia salud6 a Moreno.
-LSe va esta noche, capitan?
-Dentro de una hora.
-Buen viaje.
-Gracias. Buena guardia.
El agente de Harrison y Go. vino a1 encuentro del
marino. Le acompaliaba un hombre de mediana estatura, dle cara redonda, vestido con un impermeable
Wis. bn una mano tenia un pequefio 'saco de viaje, y
en >laotra un diario. No llevaba sombrero, y sus escasos
cabellos rubios formaban una especie 5e copete. Antes
que el agente hiciera las presentaciones, el medico se
adelant6:
-iHo!a, Percy!, LquC es de tu vida? 9Aqui tienes a
tu capitan, Julio Moreno..
Percy Roy dej6 en el suelo el sac0 y estrechd la
mano de 10s dos hombres.
-Hacie rnucho tiempo que no te veis -agreg6 Varela-. que haces?
El otro sonri6 encogiendose de hombros.
-Lo de siempre. .., poca cosa. . . (,Y til? LVienes
tambiCn a cazar ballenas?
63

1

-iMombre, no! Nada 1118s que a despedirlos a UStedes. Yo andc siempre merodeando por estos lados. Ya
sabes que tengo la chifladura marina.
El grupo se acerc6 hacia el muelk, y Moreno grit6
a un hombre que se hallaba en un bote atracado a la
escaPa :
-iEh, Polo! LtEmbarcaste mi maleta?
43, capitan.
-LX la mantequilla?
-Todo est8 listo, capithn.
-Ben. Espera.
Se volvi6 hacia Percy Roy.
-Iremos a tomar el trago del adids -dijo-.
Es
traaci6n entre 10s balleneros.
Roy asinti6 y se pus0 en camino entre Moreno y
Varela, hacia el “Bote Salvavidas”.
En la pequefla saila de 10s intimos habfa gran anirnaci6n y mucho humo de tabaco. Se encontraban alli
10s capitanes balleneros Artigas, Robinson y Erikson,
10s dos primeros que se hacian ‘a lit mar esa xnisma noche, y el dltimo, que se quedaba en el puerto por uni3
averia de la mhquina; el capithn Gustavson, que habia
traido su acordeda, y Luis Vidaurre, duefio de una ferreteria de la calle Serrano y teniente del “Bote $ahaviaas”. Sobre la mesa se veia una botella d e acquavite,
sodeada de muchas otras de cerveza.
Moreno present6 a su pasajero, y Roy Iu& recibido
cordialmente por la bulliciosa sociedad.
-L$ui6n no conoce a1 capithn Gustavson? -dijo
Rdy all estrechar la, mano del finlandes-. Es un autentico poxtefio.
-iChro que lo soy! Apostemos que vivo en Valparaiso m h tiempo que usted.
-iGuidado, capithn, no vaya a perder la apuesta!
--replie6 riendo Percy Roy-. Mire que yo he nacido
aqul y que soy mAs viejo de lo que parezco.
-&Asf es que Ya uste3 a cazar la ballena? -intervino Artigas-. Pues tiene que ernpezar por esto.
Men6 un vas0 de acquavite y uno de cerveza y 10s
alargd a1 visitante.
64

r
--Primer0 el chico, de un solo golpe, y despu6s un
sorb0 de cerveza.

--si, yfa s6 -contest6- Roy, sonrlendo-; lo h e bebid0 en alguna parte.
$11 doctor Varela golpeb la espalida de Artigas.

-iInfitil la advertencia, capitan! El Gringo Roy
ha hecho emala en todos 10s puertos del mundo, y su
lema es: “En cada puerto una monia”. &No es ci(erto,
Gringo?
Todos empezaron a habbr a la dez. El unico que
se limitaba a hacer gestos expresivos era el noruego
Erikson, que, 11,egadIo recientemente de su patria, no
sabia en espafiol sino doa o tres improperios.
-Un poco de mbiIca, Gustavson -pidid Roblnson.
Sin hacebe suplicar, e l vicejo empezd a maqipulear
su acordedn. Sus manos enormes tiraban del fulelle como de la braza de gavia. Tocb as1 un aire popular finland&.
-jCanta ahora, Gustavson!
-iNo, no, que no cante! Tiene una voz insoportable.

-Un coro, entonces.
-Bueno, un CWO.
i A y , Aurora, me has echado a1 abandono,
y o que tanto y tanto te queria! . .

.

El carp iba mal: Vidanrre desafinaba como de costumbre; Robinson no sabia la letra; Varela se retrasaba, prolongandq exagepadainente la ulltima palabra de
cads verso, y Gustavson vociferaba. El Qnico que tenia
bUena voz y sabia cantar era Airtigas, pero resultaba
imposible ofrlo en ,media del caos lfrico. Sin embargo,
Waron a1 fin de la cancidn y resolvieron repetir. La
segunda vez Percy Roy se uni6 *a ellos.
-6Le intenesa a usted, seiior Roy, la CaEa de la
ballena? -pregunt6 Robinson, sirviendo nuevos vasos,
cuando cesd la batahola.
-iQh! --repuso el Gringo,
le confieso que no

.

me Intlresa demasiado. Me gustaria ir a CaZarlaS si
las ballenas t a m b i b , estuvieran armadas y pudieran
arponear a 10s cazadores.
-iHombre -exclam6 Artigas-, que btlentas intenciones tiene usted para nOSOtrOS!
-No, no es que les desee mal a ustedmes; es que soy
uno de esos que no sienten entusiasmo por matar a
quien no puede defenderse.
-LNO es usted cazador ni siquiera de conejos?
-Los cazadores de conejos debieran ser procesados como asesinos.
-Per0 10s conlejos hacen mucho mal a 10s sembsados, devastan 10s campos 4 n t e r v i n o Vidaurre.
El Gringo Roy repuso dulcemente:
-Yo recorrf 10s campos de Francia y de BcSlgiCa
despuCs de la-guerra del 14, y me convenci de que el
animal que hace m& estragos es el hombre.
-Y a un animal feroz como el tigre, por ejemplo,
i l o cazaria usted? Zos ingleses son entusiastas de ese
deporte.
-Yo of decir en Znglaterra: “Si el gentleman Cam
a1 tigre, es deporte; si el tigre caza al gentleman, es ferocidad”.
La frase, muy celebrada por todos, produjo a Gus’ tavson tal crisis de hilaridlad, que tuvo que tomarse
cuatro vasos de acquavite y cuatro de cerveza seguidos para recuperar la respiraci6n.
L w ballenas se defienden a su manera --dijo Moreno-: se escabullen. Ya lo ver& usted.
Artigas apoy61
-Y antes, cuando se cazaban con arp6n de mano
y en botes a remo, mataron iz muclios balleneros.
Roy cedi6 ante tantos contradictores.
--Si, per0 ahora.. . En fin, “La Uni6n” me ha pedido un reportaje sobrme la caza, y no tengo m8s que ir.
-iTrabajas ahora en “La Uni6n”? -pregunt6 Varela.
-Te dire.. . --repuso el Grinco, rienbo-, tanto como trabajar, yo no trabajo en ninguna parte. Algunos
canchitos por aqul y por all&.. . Trato de no adqufrir
66

r

la mala costumbre del trabajo, y creo que felizmenlx
he llegado a la edad en que se est& a salvo be mntraer
nuevos vicios.
Viaaurre, que ‘era hombre de principios y aficfonado a discutir, no despmdicib la ocasibn. Con cierto Bnfasis dijo:
-Lusted Cree que el trabajo es un vicio, seflor
Roy? El trabajo exagerado e infitil puede serlo, per0 el
normal.. ,
Percy Roy mir6 dulcemente a su interlocutor, y lo
encontr6 animado de 10s m&s nobles sentimientos. A
pesar del terlio que le producian las discmiones, no
juzgb decente ceder el te’rrenu, a1 primer ataque, y repus0 con el tono menos combativo que pudo:
-Yo no le puedo decir a usted nada sobre ,ese
punto. Y o no s6 cukl es la diferencia entre el trabajo
exagerado y el normal. Yo no he trabajado nunca, y no
entiendo de eso.
Vidaurre, que hubijeira querido responder con una
frase irbnica, no pudo contenerse:
-Hasta ahora no habia oido a nadie vanagloriarso
de ser un inutil.. .
-Yo no me vanaglorio de nada -x?epuso Roy,
acentuando su dulzura-; me limito a reconocer que
soy un inutil, como usted, con toda justicia, mle califica. Lo unico que puedo decir en mj justificaci6n es que
10s infitiles no son solamente 10s’ociosos; hay tambi6n
trabajadores indtilles. Y &os son 10s mas pebligrosos.
El tono conciliadm de Roy no lograba desarrugar
el entrecejo die Vidaurre. En aquella frente se leia la
responsabilidad del ciudadano consciente de sus deberes. Como paTa terminar, repuso con tono seco:
-Todo hombre que trabaja es fitil; todo hombre
que trabaja produce riqueza.
Los demas seguian la discusi6n con un inter& divertido. Hasta Gustavson habia dejado de vociferar y
miraba a Vidaurre y a Roy con sus ojillos maliciosos,
Perdidos en una maraAa de pellos.
“Debo decirle que tiene rai6n”, pens6 le1 Gringo,
Pero casi a pesar suyo repuso con voz apacible:
67

-No lo crea usted: hay trabajadores que son perfectamente in~tiliesy hasta nocivos. Fiense usted, por
ejemplo, en lo que ganaria el rnundo si muchos rnilitales y muchas politicos, en vez de ser tan activos com3
son, se cruzaran de brazos. Y en cuanto a eso de crtear
riqueza, ahi est&,justamente, el resultado m&s nefasto
del. trabajo. La riqueza de un hombre proviene &e la
explotaci6n de otro; la riqueza de un pais provoca la
codicia o la rivalidad de otro pais. Por eso se produeen
las guerras, l a revoluciones., . Vea usted la historia:
10s pueblos trabajan, progresan, se enriquecen, y. . .
revientan. Y no hablemos de la avaricia. LHa COnOCidQ
usted a un rico generoso? Esmo no existe mhs que en laS
novelas para sedoritas. Muchas veces, cuando yo he
visto un avaro, antip8tilco y repugnante, he pensado
que si no hubiera trabajado, si no hubiera ganado millones, seria tad vez un tip0 encantador y un buen amigo.

l a sociedad progresa con el trabajo.. .
posible, per0 a mi la sociedad no me interesa.
Un poco herido, Vidlaurre contest6:
-A usted le gusta hacer frases; yo hablo de buena fe.
Moreno intervino alzando su vas0 y diciendo:
-De manera que usted debe tener una triste idea
de nosotros 10s balleneros, que trabajamos tanto y tan
duramen te.
-No, capithn. Ustedes no son trabajadores: la caza no es un trabajo, sino un deporte.
-;Si piensa usted que arponear y remolcar cuatro
0 seis ballenas con mar gruesa es un deporte! . , .
4 l ' a r o que lo es. Piense usted que 10s millonaTios
norteamericanos vienen a Tocopilla a pescar la albacora, Y echan el alma arriando lienza.
-Yo he visto uno de esos ricachones -dijo Gustavson-. Lleg6 a Tocopilla en un yacht aparejado en
pailebot y con Diesel. Toda la maniobra de las velas se
hacia elbctricamente.
-Era un buque como un frigidaire -confirm6 Robinson.
-Per0
-%

-En todo caso, el “Alcatraz” no es asi --dijo Moreno, dirigiCndose a Roy-; no tiene nada de frigidaire.
Ya lo vera usted.
Vidaurre vi6 una ocasi6n favorable para tomar
una pequefia venganza.
-Lo verh, si no se marea.. . -coment6 con ironia.
-TratarC de no marearme.
-(,Tiene usted idea de como rola Un ballenero?
-Me lo figuro.
Moreno consult6 su reloj y se pus0 en pie.
-Bueno, Cste es el Wlmo trago. Tenemos que ir a
bordo.
El grupo sali6 ‘a1 pasadizo descubierto que conducia a la calle. Los ~ l t i m o scomensales habian abandonado el restaurante, y 10s mozbs apagaban las luces,
Gustavson y Vidaurre se despidieron alli. Los demas
siguieron a1 rnuelle.
La lancha del “Alcatraz” se hallaba a pocos metros
de la escala, junto a otras dos que esperaban a Artigas y a Robinson. AI ver a sus capitanes, 10s marineros
atracaron con suaves golpes de remo.
-iA bolrdo! iBuenas noches!
Los hombres se estrecharon las manos.
-Buenas noches. iBuen viaje!
-A tu regreso telefoneame, para ver si nos juntamos -dijo el dactor Varela a Roy.
-Muy bien.
-Adi6s, adi6s.
Moreno y Roy saltaron a1 bote, que 10s dos remeres, Cardoso y Baucho, impulsaron inmediatamente. AI
mismo tiempo pairtian 10s capitanes Artigas y Robinson,
Desde lo alto del malecbn lleg6 la voz de Vairela:,
-iEh, Gringood! Tr&eme un bisteque de ballena.
-iTe voy a traer una ballena entera!
-(,Ha comido usted carne de ballena? -pregunt6
Moreno a su huesped.
-Nunca.
-Tiene el misrno gusto que la de buey.
69

Las nubes corrian y ocultaban la luna por momentos, pero, demasiado ligeras, en vez de obscurecer
la noche, la hacian m b brillante, sirviendo de reflcctores plateados y de pantallas que aislaban manojos de
estmllas. Tmpulsadas por la brisa fresca, batiendo apenas sus alas de formas capricbosas, corrian como para
medir la profundidad del cielo. Mientras m&s se apartaba el bote de la ribera, m b las luces de Valpalraiso
se empinaban en 10s cerfros,hasta ir #aconfundirse con
las constelaciones. Antes de que la embarcaci6n abandonara el abrigo del molo, el ,cuadro fetSrico daba ya la
impresidn de la alta mar, de la redonclez de la tierra y
del infinito. Valparaiso aparecia ligado a todos 10s
puertos del mundo por un lazo sideral de esttrellas y fanales. Era un eslab6n del collar de fuegos que rorlea el
plane ta.
El bote del “Alcatraz” pas6 cerca de algunos vapores de la carrera en cuyas cubiertas iluminadas no s?
vela alma viviente, junto a goletas y remolcadores que
parecian dormir con un sueiiio de seres vivos. Los refl?jos verdes y rojos de 10s fanales temblaban apenas en
el agua negra o plateaaa.
Percy Roy habia divisado 10s buques balleneros desBe tierra, y: distrafdamente. Cuando el bote atrac6 a1
“Alcatraz”, se querl6 sorprehdido de la pequeAez de Cste. Era un barco del tamaiio de un remolcador y apenas si su parte maesbra emergia un poco m&s de un
metro. A1 ponerse de pie, Roy pudo, desde el bote, contemplar todo el puente. Mienos mal que el arrufo bien
marcado y la elevada proa lo tranquilizaron. Debfa ser
aquel un barco bravo para el mar. iUn verdadero corcho sobre las olas! Y bailarfn Como un corcho. . . El
niareo que le anunciara Vidaurre era seguro. iEse Vidaurre! . . . iMaldita sea su estampa! . . .
A la luz de un reflector vi6 a un hombre que le
kndia la mano. Sin esfuerzo salt6 sobre la amura y
luego a cubierta. Moreno, que lo habia seguido, hizo
las presentaciones:
-Don Antenor Brito, piloto del “AlcatTaz”; el seAor Roy. . .
70

Los dos hombres be estrecharon la mano, y Brito
tom6 la pequefia maleta del visitante.
-Por aqui.
SubiQ la escalerilla del puente y abrib la puerta
de un camarote.
-Est& usted en su casa.. .
Roy examin6 ( e l pequefio recinto: a la izquierda,
junto a la puerta, una mesa con cartas de navegaci6n:
un escritorio a1 frente y la radio; pegada contra el tercer mampara, una litera, y entre esta y la puerta, un
divan estrecha.
El piloto coloc6 la maleta be Roy sobre el escritorio
y salib en el momento en que el capithn entraba.
-TendrB usted que perdonar (la poca comodidad,
pero, en fin, no estaremos muy mal.
--iEste es su camarote, capitan?
-Si. A bordo de un bsllenero na hay que .regodearse.
-Per0 yo lo voy a molestar.
-No se preocupe usted -Tepuso Moreno con tono alegre.
Meti6 su sombrero en uno de 10s cajones de un
mueble y sle pus0 una gorra de marino que estaba sobse el escsitorio.
-Si quiere usteci acosltarse, tsa es su cama -agegS mostrando la litera.
-6P usted?
-Yo, ahi en el sofit.
Percy Roy protest6 vivamente:
-iNO, no! Yo no he venjdo aqui a molestar a usted, capithn, ni a que me regaloneen. Yo darmirC en el
sofh.

Per0 Roy tuvo que ceder. En la cortesia de Matreno
habia un cierto tono autoritario que no facilitaba las
discusiones.
--iSalimos luego? Me gustarfa ver la pastlda dijo Roy.
-Venga usted.
Sobre el comedor y la cocina se hallaba el camarote del capithn. El puente de mando estaba formado
71

por el techo del camarote. Los dos hombres subieroii
alli por una escalerillla de hierro.
Encontraron a Baucho en el timdn y a1 piloto
Brito a su lado. Apenas Moreno esboz6 un gesto, don
Antenor grit6 hacia proa:
-iVira el ancla!
Casi a1 mismo instante, se oyeron el jadeo, del
-cabrestante y 10s golpes desacompasados de 10s ani-110s de la cadena a1 pasar por el escobh. A1 cab0 de
unos minutos, el piloto accion6 el telCgrafo de la maquina y 10s timbres sonaron por dos veces. Julio Moreno, con las manos en ,los bolsillos de su casaca, se
acerc6 a la baranda mirando hacia popa.
--Siga no mas, don Antenor -murmur6.
El piloto examin6 rapidamente el comp&s. Su voz
Tiara se hizo oir:
-Estribor 15.
-Estribor 15 -repiti6 Baucho.
El “Alcatraz” empez6 a deslizarse silenciosamente
en el mar. tranquilo.
Moreno, que no parecia prestar ninguna atenci6n
a la maniobra, se dirigi6 a Roy:
-Saldremos a unas cuarenta o cincuenta millas
afuera. Hasta hace tres aiios cazhbamos las ballenas
nqui mismo, a la salida del puerto, per0 ahora ya se
kan puesto salvajes, y hay que ir a buscarlas lejos.
-A1 medio -dijo el piloto.
-A1 medio.. .
-Norte 16 a1 Weste.
-Norte 16 a1 Weste.
-Asi. . .
Las voces de Brito y de Baucho se alteriiaban con
un tono igualmente seguro.
Valparaiso se alejaba a popa como un pajaro luminoso y furtivo. Roy percibia ya, entre el puerto y
el barco, la inmensidad creada por el solo hecho de
partir. Bastaba un viaje como aquC1, de tres o cuatro
mas, para que el rutinario personaje urbano cortara
todos 10s lazos que lo unian a su ciudad, para que las
gentes y las calles que acababa de dejar fueran a

I

72

mezclarse 8 im8genes cas1 borradas por las lluvias de
illviernos muy viejos. La estela no se habia desvanecido aun entre la popa del “Alcatraz” y su fondeadero, pero, sin embargo, ella se extendia en la inmensidad de la noche negra y en la profundidad de 10s
afios; ella atravesaba una cortina de bruma tras In
cual todas las cosas en que habia ardido el fuego de
la pasidn y del dolor aparecian sin fechas, apenas
con nombres, amontonadas de cualquier manera en
las ruinas de la vida. Bastaba unas cuantas millas y
unas cuantas horas para que el rostro del tiempo se
niaterializara y para que 10s dedos del hombre pudieran palpar, como 10s de un ciego, 10s rasgos inmut,ables, dulcemente Severos de ese rostro con una caricia que tambiCn pudiera ser un gesto para aferrarse
3, algo. Ahi estaban la mirada fria y la suave sonrisa
del tiempo, dirigidas, por encima del instante irreal,
a un punto donde el ayer, el hoy y el mafiana tenian
la misma calidad de sueiio. Y asi como el soiiar nos
revela, a veces, la esencia de personas y cosas que nos
son habituales, per0 que la vigilia nos disfrsza, asi el
viaje pone a1 descubierto, quebrando lo cotidiano, el
eterno abandon0 y la soledad permanente que formar,
la Qnica realidad de la vida y que ligan 10s dias y 10s
a,iios, desde el principio hasta el fin, con su broche
misterioso. Viaje breve aquel, pero, jempezado desde
cuando y para terminarse cu&ndo? Valparaiso habia
sido una escala como tantas otras y quiz& volviera a
ser una nueva escala. El viento del mar venia desde
el fondo 12la noche, soplando sus rebaiios de puertos, brumosos unos, alegres otros, todos cargados de
e805 amores y de esas exaltaciones que no se pueden
gozar plenamente hasta que no se pierden sin remedio
Y hasta que n o empezamos a olvidarlos para recuperar, entonces, nuestra libertad y para nutrir con nue\ O s delirios y con nuevos tormentos el coraz6n insaciable. Juego pueril y amargo como la vida. Siempre
es demasiado tarde cuando nos percatamos de que,
mecidos en el flujo del deseo y en el reflujo del has73

1

L

tio, olvidamos desembarazarnos de la libertad antes
de que se transformara en soledad irremediable. Entonces.. .
-iAguanta la caida!
La voz del piloto se elev6 en la sombra.
-Asi, la pros 4 i j o Baucho.
-Asi va bien.
-Asi va bien.. .
--i&uiere usted tomar un cafe? -pregunt6 el
capitan a R-oy.
-No, gracias.
-Bajemos de todas maneras, para que conozca el
cornedor.
Descendieron rhpidamente las dos escalerillas
hasta la cubierta. Moreno, que iba adelante, observ6:
-Se ve que tiene usted costumbre.
-iBah!, he navegado un poco.
A I lado de la escala se abria la puerta del comedor. Carlos Mujica, primer ingeniero, bebia cafe y
charlaba con el Polo. El capitan hizo las presentaciones y Percy estrech6 las manos de 10s dos hombres.
El cocinero parecia m&s alegre que nunca, con sus
peqluefios ojos iluminados de malicia, como esperapdo
una interrogacibn.
--iSabe?exclam6 por fin, a1 ver que Moreno
no parecfa dispuesto a hacer cas0 de el-. iSali con
mi gusto! El fregado Bernardino me las pag6 anoche.
Lo encontre en “El Pato Loco” y le di un par de patadas.
-&Le pegaste?
-iBah!. . . -y el cocinero se pavoneabs con aire
de inocencia--. iPoca cosa, capithn, poca cosa! . . .
Nada mfis que dos patadas en el culo. Le advierto que
61 no estaba borracho. iEso no! Y o no soy hombre
para pegarle a un curado. Pudo defenderse, per0 erl
vez de hacerme frpnte, se escondi6 detrfis de una gorcia, con la que estaba bailando. iEra para la risa! Me
cost6 pescarlo, per0 le di su merecido. El muy sinvergtienza me habfa robado ciento cincuenta pesos.
74

-Bernardino -explic6 Julio Moreno a Percyes el contramaestre que se emborrach6 y nos Hizo perder una ballena. Este tenia una cuenta con 41.
-iYa esta arreglada la cuentecita! -dijo riendo
el Polo-.
Bernardino sali6 arrancando del “Pato”.
Como a las dos de la mafiana, cuando yo iba por la
calle Clave, lo encontre otra vez. Ya estaba borracho
y andaba con unos picantes como 61. Apenas me vi6,
apretd a correr y 10s otros gallos ni chistaron cuando
pas6 junto a ellos. Todos son unos curados, ladrones
y cobardes.
-Bueno -replied el capitan-, IO mejor es que si
te vuelves a enlconfrar con ese tipo lo dejes tranqUil0.
Y agreg6, dirigiCnldose a RQY:
-Eernardino Rubio era buen marino, Yo lo conoci
hace afios; navegd conmigo. Despues se mezcl6 con
mala gente que lo ech6 a perder. Y o crei que podia enderezarlo y lo traje a bordo, per0 la experiencia fuC
desastrosa.
El ingeniero bebia su cafe sen silencio, con su car8
triste inclinacla sobre la taza. El Po10 se volvi6 a su
cocina, muy satisfecho del efecto causado.
-A la hora que usted quiera servirse cualquier
cosa, sefior Roy, no tiene mtts que pedjrsela a1 cocinero. A bordo comemos con buen apetito -y el capitan
sanri6-. Lo tanico que no tenemos es trago. No hay
xnas que agua mineral, jug0 de huesillos y naranja’da.
El Gringo Roy hizo un gesto de cdmica resignacidn .
-Est& bien. No le dirk, capitan, que soy miembro
destacado de la Liga Contra el Alcoholismo, per0 puedo privarme.,. . Por lo menos, durante algunos dim.
-Entonces, no ihay dificultad. nos vamos a dormir?
Dieron las buenas noches a1 ingeniero y ai Polo,
que sac6 la cabeza por la puerta de la cocina, y salieroil a la toldilla. El “Alcatraz” navegaba por un mar
tan tranquil0 que ni una gota de agua saltaba a cubierta. Sobre las lumbreras de la carnara de mttquinas

,

se paseaba “Toribio”, estirando las patas traseras penosamente.
-&QuB tiene el gato? -preguntb el Gringo, acerchndose.
-El pobre recibe algunos chapuzones. Cuando a.?
seca, la sal debe escocerle, y por eso hace esos movimientos tan raros. Hay que decirle a1 Polo que le d9
un buen baAo de agua duke.
-iPobre viejo! 4 i j o el Gringo, acaricianclo a1
animal, que levanto la cabeza, lo mird con sus grandes
ojos fosforescentes y empezd a restregarse contra su
manga.
-iLe gustan a ustecl 10s gatos?
-Los gatos, 10s perros, 10s burros, 10s elefantes y
hasta creo que las ballenas, capitan.
I
Moreno se echo a refr.
-Y eso, ipor que? LPor reacci6n contra la gente?
He oido decir: “mas conozco a 10s hombres, mas amo
a 10s perros”.
Tomando a “Toribio” en 10s brazos, Roy contest6:
-Tal vez haya algo de eso. La humanidad no me
entusiasma mucho. Ahora est& de moda sostener que
el. hombre es fundamentalmente bueno, que son las
condiciones sociales las que lo pervierten, per0 como
yo no estoy a la moda, creo que el hombre es cruel,
egoista y estQpido.
-No debe usted vivir muy satisfecho con esas
ideas. . .

Percy Roy pasaba la mano sobre el lomo de “Toribio”, y el animal, flaco y con el pelaje endurecido
por la sal seca, le lamia la mejilla.
-iBah! -y el Gringo se encogio de hombros-.
iSatisfecho! . . . No, naturalmente; per0 tampoco soy
desgraciado. Creo que ya no hay nada que pueda
amargarme.. . iLa humanidad es idiota? iTanto peor
para la humanidad!. . .
-Usted considera que no forma parte de ella.. .
-Quizas no.. . LCdmo se llama el gatito?
-“Toribio ”,
‘76



-Yo debo Pnrmar parte, de la familia de “Toribio”.
-Bueno. VBmonos a dormir.
Percy coloc6 delicadamente a “Toribio” sobre la
lumbrera de la sala de mhquinas.
-Mafiana me ocupare de ti, mi viejo. Te sacare
la sal y te dare un buen desayuno. ,
Ei gat0 se qued6 mirando a1 Gringo fijamente.
-Reconoce a la familia -dijo el capithn riendo.
Subieron a la primera plataforma, y Moreno entr6 delante en la cabina. Pus0 la gorra sobre el escritorio y encendio la luz.
-Por favor, capithn, dCjeme dormir en el sofh.. .
-A bordo no se discute -contest6
Moreno con
voz alegre-. Usted es mi invitado y quiero que disfrute
de todas las‘comodidades del “Alcatraz”, que no son
muchas. Acuestese usted en la litera y duerma bien.
Buenas noches. Yo voy a trabajar un poco.
Encendi6 una pequefia bombilla sobre la mesa de
las cartas marinas y se sent6, lhpiz en mano. Percy
se desvisti6, se hizo una toilette rhpida y apenas pus0
la cabeza en la almohada se qued6 dormido.

77

,

Cuando Percy Roy se despert6, se ha116 lsolo en la
cabina llena de sol. El reloj marcaba las seis y media.
Sin afeitarse, se lav6 y se visti6 con un pull-over y un
viejo pantalbn. Lo hizo todo muy de prisa, temeroso
de no estar presente en el momsento en que se arponeara la primera ballena. El fuerte balance del navio
contrariaba sus movimientos.
El brillo de la mafiana lo hizo detenerse un instante en la puerta. Habfa esperado ver tierra, per0 el
cielo, de un azul muy phlido, cerraba el cfrculo del horizonte. El navio surcaba a gran velocidad un mar de
olas largas y de profundos senos sin espuma. El balance era muy marcado, per0 ritmico. Percy iba a subir a1 puente, cuando la voz de Polo lo llam6 desde la
puerta del comedor:
-El desayuno est& servido, selior.
-No quiero perder la primera ballena.
-Venga no mhs. Todavia no se ve nlnguna.
Baj6, per0 a mitad de la escala tuvo que esperar
que el agua que barria la cubierta se retirara paka saltar hasta la puerta del comedor. La amura del “Alcatraz”, muy alta hacia proa, desaparecia en la parte
maestra, protegida s6lo por dna barandilla. A cada
bandazo del navfo el agua se precipitaba en remolinos
de espuma y corria despu6s hacia popa, pronto absorbida por 10s imbornales.
78

-..-

-Buenos

dfas, seiior 4 i j o el Polo, aplaudiendo
LUn poco de jambn?
-Buenos dfas. No, gracias, me basta con una taza de cafe y pan.
-6No se siente mareado?
-Hasta ahora, no.
Entr6 el nuevo ayudante de cocina, Alamiro,UbiIla, que Substituia a Jose Cardoso, elevado a1 rango
de marinero. Era un muchacho.de unos dieciocho afios,
grande, s6lid0, muy moreno, con el pel0 cortado en
forma de escobilla.
-Este se ha mareado un poco -inform6 el Polo-. Y esb que ya es navegado.
-iBah, no es nada! -replic6 el muchachote-.
Yo he estado en las goletas langosteras un poco tiemPO. Las goletas se menean de otra laya.
Percy bebi6 su taza de cafe rhpidamente y cuando
iba a dejar el comedor, se present6 Moreno.
-iHola!, Lha dormido usted bien?
-Buenos dias, capithn. He dormido corn0 un d e fante.
-iPor que como un elefante?
-No s e . . ., quiz& porque todo debe ser pesado en
un animal tan grande, hasta el suefio.
-+Mareado?
-No, nada.
El capitan Moreno habfa cambiado su gorra blanca por un gorro de lana con orejeras. Vestia un pantaldn de diablo.fuerte y un grueso pull-over de cue110
‘alto; calzaba botas s6lidas que le defendfan toda la
pierna.
-Vaya usted a la cabina.y pdngase unas botas
que le he dejado all€.Si no, no va a poder estar sobre
cubierta. M&s tarde el mar pegarh con mayor fuerza.
Percy obedeci6, y cuando estuvo calzado con las
betas de gmeso cuero, que le subian casi hasta las rodillas, mir6 compasivamente sus zapatos terrestres,
tan ridiculos en aquel barco barrido por las olas.
,
Cwando subid a1 puente encontr6 a Jose Cardoso
el salto de Roy-.

,

en el tim6n. El antiguo ayudante de cocina habfa timoneado ya muchas veces, aun durante la persecucidn
misma de la ballena, per0 la satisfacci6n actual de su
rostro decfa bien claro que una cosa es timonear como
ayudante de cocina y otra como marinero. Junto a 61,
don Antenor Brito liaba un cigarrillo. ‘Roy contemp16
a1 “Alcatraz” de proa a popa por primera vez. Le pareci6 un famoso navio.
Le llam6 la atenci6n el cafi6n arponero, instalado
sobre el entrave del alto castillo de proa. Una estrecha pasarela unia el puente con el castillo, de modo
que el capitan podia movilizarse rhpidamente de un
punto a otro sin necesidad de bajar a cubierta. Dos
, mastiles tenia el ‘‘Alcatraz’): el trinquete s6lid0, que
llevaba una cofa casi en su extremo y sostenfa gruesas
poleas; el otro, a popa, no parecia servir sino para la
radio.
El piloto Brito observaba a1 Gringo Roy, y bast6
una mirada lnterrogadora de este para que el lobo
de mar se lanzara en explicaciones.
-Como usted ve, el gran mast11 sostiene todo el
aparejo de caza. All& arriba est$ la cofa, 0, como la
llamamos nosotros, tina. Ese es mi puesto. Yo sefialo
la presencia de la ballena y dirijo la maniobra para
que el buque se aproxime a ella. Mi trabajo es muy
importante -afiadi6 con satisfacci6n-. Cualquier cap i t h , le dira a usted que gran parte del Cxito de la
caza ctepende del piloto que est& en la tina, porque 61,
sirve como de lazo entre el capitan que est$ en el cafi6n y el timonel. En realidad, es el piloto el ’que cOlOCa
el buque en posici6n adecuada para que el capitan tire. Claro que si el cafionero no tiene buen ojo y no
es r&piclo, la posici6n de3 buque no sirve para nada,
por muy favorable que sea. Durante la caza, la tripulacidn de un ballenero forma un solo cuerpo y es el
piloto el que dirige sus movimientos.
-LY esas poleas?
-Las de arriba se llaman catalinas; las de abajo, patecas. Los cabos que pasan por ellas se llaman
80

r

--iineas. Hay una linea a babor y otra a estribor. La parte m8s delgada de la linea, que va amarrada a1 arpbn,
se llama ceba. Cuando se dispara el arpbn, todo ese
aparejo funciona y mueve un sistema de amortigua&res que sirven de freno. De otro modo el buque perderia su estabilidad.
-iDiablo, todo eso es mas complicado de lo que
yo hhbia creido!
-No, es pura cuesticin de costumbre.
-El capitan me ha dicho que usted es un veterano de la caza.
La redonda cara del piloto se lleno de satisfaccion.
-iBah, yo empece muy cabro! He hecho toda mi
vida en 10s balleneros.
-6Es un buen oficio?
-Si, es un trabajo que lo agarra a uno. La paga
no es mala. Ademas del sueldo tenemos un porcentaje sobre las ballenas que cazamos. Se come muy bien
y se est& a bordo con comodidad. Ademhs, como se
vuelve a puerto todas las semanas, uno puede ver a la
familia. Eso cuenta sobre todo cuando uno ya se va
6oniendo viejo.
-Los capitanes, json buena gente?
-Sf, todos son t i p s serios y justos. Yo he trabajado durante muchos afios con capitanes noruegos.
Usted sabe que son 10s mejores arponeros del mundo.
-Si. Y el capitan Moreno, ique tal es?
El orgullo di6 cierta rigidez a la respuesta del
piloto:
-Es el mejor de la flota. Ya lo vera usted en el
cafi6n. No hay ballena que se le escape. Nosotros estames acostumbrados a trabajar con 61 y sabemos c6mo tenemos que acercarnos a1 animal para que el tiro
no falle. Yo conozco a1 capitan Moreno desde much0
antes de que fuera cafionero, cuando era simple grumete. iQue tipo! . . . Serio y leal como pocos.
-Per0 a veces las cosas no van muy bien a bordo.
He oido esa historia del contramaestre Rubio. . .
-iBah!. . . Leseras
Rubio es un perdido, un

.

borrachin. Lo que- ha ocurrido con' 61 es una rareza
entre nosotros. No pasan nunca cosas asi. Los balleneros nos conocemos todos y 10s capitanes saben escoger a 10s nuevos. Ya ve usted 6ste -agregd Brito,
dando un manotazo sobre el hombro de Cardoso-. Este es un buen cabro. Hace ya dos afios que anda con
nosotros y ahora empieza su carrera de verdadero marino. Lo hemos aconsejado mucho: hay que trabajar
duro y, sobre todo, no meterse con esos anifiados que
creen que todo se arregla a punta de trago. Ya le he
dicho a usted: la tripulacidn de un ballenero forma un
solo cuerpo, y cuando se tiene la suerte de que la cabeza sea un Julio Moreno, el cuerpo anda siempre
bien.. . Con su permiso: me voy a mi puesto.
Bajd a cubierta, anduvo revisando cabos y cadenas, y luego, con una agilidad increible en su grueso
cuerpo de cincuenta y cinco afios, subid a1 masti1 y se
meti6 en la tina.
-iTiene buena vista? -preguntd el Gringo a
Cardoso.
-Don Ante ve bajo el alquitrhn -replic6 el muchachote.
El capit&n subi6 a1 puente.
-No se ven ballenas -dijo-.
Antes las cazhba.
mos en abundancia pos estos lados; ahora se van haciendo escasas.
-iLlegar& un dia en que faltaran completamente?
-Sin duda. Sera necesario irlas a buscar a otros
parajes.
-Ustedes terminartin por extinguirlas. . .
-No crea usted. Vendrk un msmento tal vez en
que se haran tan escasas, que ya no sera negocio el
cazarlas. Las compaiifas dejarhn de funcionar y las
ballenas volverbm a reproducirse. Entonces 10s balleneros se haran a la mar otra vez.
-Y si se produce el paro, iqu6 haran ustedes?
-iBah! El mar es grande. LPor que habra de faltarnos trabajo?
82

Moreno, que fumaba una corta pipa, parecia no
preocuparse de la maniobra, per0 sus ojos, negros y
vivos, vigilaban el horizonte con rhpidas miradas.
Asf pasaron dos horas. Percy estaba impaciente.
A cada instante le parecia oir en la cofa el grito
anunciador de la presa. Sentia a1 c a p i t h como a un
boxeador que iba a poner a prueba su punch delante
de un pdblico severo. Lo veia tranquilo, indiferente,
pero imaginaba que, en su interior, aquel hombre dehia calcular sus posibilidades. Le parecia ademhs que
las miradas que el timonel dirigia de cuando en cuando a su capithn sondeaban tambien el estado de 6ste, con la atenci6n con que el second sondea a su
pupil0 en el ring.
-iBallena a estribor!
Roy se volvi6 nerviosamente. Un obscuro instinto se habia despertado en e1 y todo su ser entr6 en
tensidn. El brazo del capitan se tendi6 sefialando un
punto del oceano en el cual Roy no vi6 nada mas que
olas azules.
-iToda fuerza! -grit6 Moreno por el t,ubo acdstico, a1 mismo tiempo que accionaba el telegrafo de
la maquina. La cafia gir6 entre las manos del timoriel, y el “Alcatraz” se sacudi6 como un caballo fustigado.
-AIlh.. . iVe usted el espauto?
Roy sigui6 con la vista la direccibn que Moreno
indicaba, per0 no vi6 nada.
-Alla.. . Siga mi dedo.. . Hay dos ballenas.
iAh!. . . iC6mo no habia visto antes? Sobre el
am1 se destacaban claramente dos surtidores blanCOS que desaparecian por momentos.
--is1 -grit6 Roy-.
iAhi estan las ballenas!
Toda su sangre lati6 de prisa; todo su ser s e tendib hscia la presa con la avidez del cazador. Jose, el
timonel. tenia 10s ojos fijos en 10s espautos y hacia
P a m cuidadosa.mente entre sus manos las empufiaduras de la cafia. Martin, el contramaestre, corria nacia el cafibn. Baucho y otros marineros se ocupaban
de la linea, y hasta Polo y su ayudante, Alsmiro Ubi83

<

lla, habian dejado su cocina y curioseaban en cubierta. En un segundo el “Alcatraz” se habia animado
con una especie de alegre violencia. Roy se sentia
arrastrado por ella, mezclado a la accidn de esos hombres rhpidos y alertos. “En el momento de la caza habia dicho el piloto-, toda la tripulacidn no forma
mhs que un solo cuerpo.” El gringo Roy lo comprendia ahora y se sentia parte de ese cuerpo.
En la agitacidn general, s610 Moreno parecia indiferente. Sacudi6 su pipa, golpehndola contra la barandilla. El tabaco encendido fuC arrastrado por el
viento. El capitan guard6 la pipa en el bolsillo, bajd
las orejeras de su gorro y abrid la puerta que conducia a la pasarela. Lentamente echd a andar hacia
proa, seguido .de Roy.
El “Alcatraz” cortaba el agua a gran velocidad.
Ya se distinguian perfectamente 10s lomos de 10s cetAceos, que nadaban uno junto a1 otro.
-Espermas -dijo Moreno, volviCndose hacia e!
Gringo.
.4
Este no respondib. LFafiaria el golpe el arponero? Nada, fuera de esta interrogacidn, existia en 61.
Una alegria brutal le animaba, mezclada a la angustia -de que la presa pudiera escapar. iComo si 61
mismo tuviera que lanzar el arpdn! . . .
El grito del piloto bajd desde la cofa:
. -iMedia fuerza,!
Son6 de nuevo el standby y el “Alcatraz” dismim y 6 su andar. Percy Roy se sinti6 defraudado. ~ P o r
quC se disminuia la velocidad cuando 10s animales
estaban afin tan lejos? Seguramente se escaparian.. .
Per0 10s balleneros tenian raz6n: COR sorpresa
Roy vi6 que el “Alcatraz”, a pesar de su marcha reducida, en un instante se ha116 a pocas brazas de 10s
dos cachalotes, que nadaban tranquilamente. El capithn habia ya empufiado el cafidn, y, con Ins piernas
abiertas, habfa tomado una postura sblida. De pronto
a126 un brazo y la voz de Brito volvi6 a oirsa:
-iMenos fuerza!
84

,

Cardoso repitid la orden por el tubo aclistico. Las
a las cuales la debil marcha del “Alcatraz” no
oponia ya resistencia, se deslizaban sin ruido. Un
gran silencio se extendid sobre el mar, un silencio majestuoso y terso en el cual sdlo vibraba, con una claridad alucinante, el ruido acompasado que hacian 10s
dos cetaceos a1 cortar el agua. Ese ruido llenaba la
inmensidad brillante y dura del dia, se le metia a
Roy hasta el fondo del alma y lo ahogaba de angustia.
alas,

*

-Stop!
El “Alcatraz” siguid avanzando con su solo
impulsc. Los lomos enormes y relucientes de 10s cetdceos emergian chorreando agua. Be pronto aos co-,

las gigantescas se levantaron en una sacudida violanta a1 mismo tiempo que una detonacidn formidable
aturdia a Roy. Se llevd las manos a las orejas, y, pasada la impresidn, buscd con la vista la bsllena arponeada. Per0 sdlo pudo ver dos remolinos sobre 10s
cuales la proa del “Alcatraz” avanzaba lentamente.
-iMaldita sea!
Todo el munclo echaba pestes y maldiciones. El
tiro habia fallado- y los marineros se afanaban para
recuperar la linea y el slrpdn. A pesar del zumbido
de sus oidos, Roy oyd que Moreno le decia:
-Hay frotacidn en la h6lice y las ballenas se
asustan.
Roy se apretaba 10s timpanos para desembarazarse del insoportable zumbido. El capitan seguia esCrutando el mar, per0 no se veian nuevos espautos por
ninguna parte. A1 cab0 de unos diez minutos de observacidn,
Moreno, seguido del Gringo, volvid a1 puente.
-iLAstima de haber errado el golpe!
-Es la maldita vibracidn de la helice. Las babnaS no nos dejan tiempo de acercarnos con la maquina parada.
Toda la mafiana transcurrid en una inlitil vigih C i a . En el circulo del horizonte no se pudo descubrir ninguna nueva presa. Baucho subid a la tina
Para relevar a Brito, y Cste, el capitan y Roy bajaron a almorzar.
85

4

-1

,

Comierori con excelente apetito. Los marinos no
parecfan decepcionados e hicieron bromas, comentando el fracas0 del tiro y la porfia dell armador que
se negaba a enviar el “Alcatraz” a1 dique para corregir la vibraci6n de la helice.
Moreno y Brito bebieron su cafe de prisa y se
marcharon. Percy Roy permaneci6 en el comedor, revolviendo su cuchara en la taza. Se habia sentado en
un rinc6n, y, poco acostumbrado a dejar la cama temprano, el balance del navfo lo amodorraba. Se. acomod6 bien en la banqueta, calz6 su espalda en 10s
angulos de las paredes y poco a poco 10s ruidos se
fueron confundiendo. De slibito, se despertd sobresaltado: el mismo silencio que habia precedido al
primer tiro se extendia en torno suyo. Salt6 de su
asiento y cuando ganaba la puerta del comedor una
detonaci6n sacudi6 a1 navio. Sali6 precipJ tadamente y a1 pisar la cubierta vi6 pasar una inmensa mancha de sangre que se extendia en el agua. Se apoyo
contra la pared y cerr6 10s ojos. Hasta entonces lo
habia animado la furia de la caza. Ahora la muerte
estaba junto a 61, y, a traves de sus pkrpados cerrados,
esa enorme mancha de sangre se le echaba sobre el
alma y le hacia desfallecer. El silencio oprimia el
mar y el navio con una solemnidad angustiosa, en la
cual flotaba el aniquilamiento de esa vida terrible
que 61 viera momentos .antes agithndose entre las
olas. Como presa de un vertigo, Roy continu6 apoyado contra la pared.
La voz del Polo le lhizo abrir 10s ojos. El cocinero
reia, mostrando sus dientes separados, y pronunciaba palabras que Roy no comprendi6. El “Alcatraz”,
con sus mhquinas paradas, se habia atravesado en el
oleaje y se balanceaba lenta y profundamente. ,
El Gringo avanz6 hacia la proa. A pocos metros
del navio un cachalote, con un arp6n clavaclo en el
nacimiento de la cabeza, se debatfa, azotaba el agua
con la cola y hacia saltar un torbellino de espuma
sanguinolenta. Martin gritaba drdenes y 10s marineros tiraban de la linea.
86



r
-Es un esperma -explicb el contramaestre, volViCndose hacia Roy.
Las convulsiones del animal cesaban poco a poco
y a1 fin 10s marineros atracaron el enorme cuerpo
a1 costado del barco. Rhpidamente clavaror, junto a1
arpdn una lanza a la cual iba unida una manguera,
y un aparato funciond dejando oir un silbido agudo.
-Es para inflarla --dijo el contramaestre-, para
que no se hunda.
‘Mientras el aire comprimido entraba en el cetgceo, 6ste tuvo alin %lgunas convulsiones. Martin
se inclind sobre la amdra sosteniendo un asta revestida en su extrenio inferior de una punta metalica y
que llevaba en lo alto una bandera negra y roja. Con
movimiento seguro la clavd en el dorso de la ballena.
Liiego amarrd una linterna bajo la bandera y en la
parte inferior un cabo a cuyo extremo iba atada una
cruz de madera. Arroj6 la cruz a1 agua, mientras Baucho retiraba el arpdn. Una orden vino del puente:
-Avan te.
El “Alcatraz” se pus0 en movimiento, y la ballena, con sy masti1 bamboleante y su bandera tendida por la brisa, fu6 quedando a popa hasta perderse
en la lejania.
Percy subi6 a1 puente y encontrd alli a1 capitan
que fumaba su pipa. Un mariner0 gordo, vestido con
una camiseta roja y cubierto con una vieja gorra,
habfa substitufdo a Cardoso.
--~Qu6 le ha parecido nuestra primera caza? Preguntd Moreno a1 (Gringo.
-Bien.
-Es un cachalote pequeiio -agreg6
el capitSn-. OjaM encontrernos alfabaras. Eso le interesar k . Es una ballena mucho mas grande y que resiste
mas. Cuando la granada no le toca un punto vital,
se pone a nadar a toda velocidad, y a veces va tan de
Prisa que aventaja casi a1 barco y saca fuera todala linea.
Per0 aquel dfa no encontraron alfabaras ni ninguna otra clase de cethceos. Hasta que cay6 la rapida

noche de septiembre, el capithn permaneci6 en el
puente, y el piloto en la cofa, vigilando con atencibn.
Cuando la obscuridad hizo imposible descubrir 10s
espautos, se abandon0 la caza, y el “Alcatraz” sigui6
navegando a media fuerza hacia el North-West.
Percy acompafi6 a1 capitkn a la cabina. Moreno
hizo funcionar la radio y estuvo largo rat0 en comunicaci6n con la base del Cerezo. Despues se inclin6 sobre las cartas de navegacibn y consult6 sus tablas. El
Gringo quiso dejarlo trabajar en paz y se march6 a1
comedor. Alli encontr6 a1 piloto Brito y a1 ingeniero
Mujica, que devoraban ya la abundante raci6n de
porotos servidos por el Polo. A1 cab0 de un momento
apareci6 el capitkn. A pesar del poco Bxito de la jornada, el buen humor no habfa abandonado a 10s marinos.
-Me comuniqu6 por radio con el gerente y me
ha preguntado c6mo va usted -dijo Moreno a1 Gringo-.
Queria saber si usted se habia mareado.
-Usted es uno de 10s pocos visitantes que se
han portado’ hien -afirm6 el piloto-, Felicitaciones.
Roy estaba satisfecho. El marearse lo habria humillado. Los marinos parecian contentos de tener con
ellos un hombre que, lejos de darles preocnpaciones,
se habia familiarizado tan pronto con la vida de a
bordo. Hablaban con vivacidad, contando sus propias
nventuras y las de otros.
-El
verano pasado -dijo el capithn-- tuvimos
la visita de dos funcionarios del Gobierno y de sus
esposas. Los pobres anduvieron con muy mala suerte:
habia mucha niebla y el mar estaba agitado. A pesar
de eso cuando salimos del puerto parecian muy contentos. Pero, apenas el barco comenz6 a rolar, se sintieron mal. Estaban todos en el puente y uno de 10s
hombres fuB el primer0 que cay6 Lo bajamos a1 camarote y lo acostamos en mi cama. ~l poco rat0 el
otro empez6 a vomitar y se pus0 tan enfermo que se
tendid en el suelo y se neg6 a moverse. Las mujeres
fueron las que resistieron mhs. Se mostraron valientes y trataron de aguantar hasta lo Oltimo. A1 fin hu88

bo que bajarlas tambiCn a1 camarote y acostarlas. Y
vlendo que 10s cuatro sufrfan tanto tuvimos que regresar al puerto y desembarcarlos. Juraron que no
volverian a poner 10s pies en un barco, a rnenos que

no fuera de veinte mil toneladas.
-iBah -dijo el ingeniero-, tambibn hay quienes se marean en esos grandes vapores! No es cuest i h i de tamafio. . .
-Lo peor -explic6 Brito- es que a1 fin !es di6
miedo.
-Sf. A cada ola creian que el “Alcatraz” se iba
a dar vuelta. Fub i n ~ t i que
l
les explicaramos que un
ballenero es mhs seguro que un acorazado.
--Nadie es am0 de su miedo -anot6 filos6ficamente Mujica.
-Asi es. LQuibn no ha tenido miedo alguna vez
en su vida?
-Yo no me acuerdo de haber tenido nunca miedo -dijo el piloto-.
Ni cuando chiquillo. No es por
darmelas de valiente, per0 es asi.
--Yo he navegado bastante 4 i j o Royy no
me‘ he mareado nunca. Per0 eso depende ..
-Si no se marea usted ahora, ya no se mareara
en su vida.. .
En realidad, el “Alcatraz” rolaba rudamente en
ese momento. Mabia que sostener platos y tazas, y las
olas asaltaban el puente ,con tanta fuerza que hubo
que cerrar la puerta para evitar que el agua entrara
en el comedor.
-TambiCn tuvimos la visita de dos cinematografistas -cont6 el capithn-. Un seiior de edad y un
muchacho. Se marearon de una manera terrible y
apenas salimos del puerto una ola barid a1 joven de
Pies a cabeza. Tuvimos que prestarle ropa. Pero Csos
wan gallos de estacas. A pesar del mareo hicieron su
trabajo. El niuchacho subi6 hasta la tina y tom6 la
Pelicula.’ A1 fin se acostumbraron al balance, se les
pas6 el mareo y estuvieron muy contentos.
El piloto reia a grandes carcajadas: Luego cont6
una aventura de su juventud.
89

-Cuando yo era cabro, estuve navegando en la
goleta de un italiano medio pirata, medio contrabandista y una fiera para el trago. Salia del puerto con.
cualquier tiempo y pasaba la vida echando maldiciones. Todavia me acuerdo de algunas de sus brdenes.
“Orza! Sotto la barra! -gritaba-.
Orzare a filo!”
Una vez, con mar gruesa, encontramos frente a Corral un yate que habia perdido el timbn. Los dos hombres que lo tripulaban estaban muertos de miedo. Mi
capitan 10s hizo embarcar en la goleta y tom6 el yate
B remolque. La idea de que la gente de tierra considerara el mar como una diversidn y creyera que podia
navegar en barcos de lujo lo ponia furioso. “Lfone en
terra, ratone e n la mare”, vociferaba.
Despu6s de charlar un rato todavia, el piloto y
el primer ingeniero se marcharon. El capitan y Roy
se quedaron saboreando el cafe.
-LES usted soltero, capitan?
-Sf. LY usted?
-Yo soy casado. Soy de esos que se han casado
ya viejos y maniaticos, y que, en cierto modo, a pesar
de vivir con una mujer, siguen siendo solterones.
-A
mi me gustarfa casarme 4 i j o el capitan
con aire sofiador-. Es aburrido llegar a puerto y no
encontrar m8s que compafiias de ocasi6n. Uno no puede vivir siempre en la inestabilidad. En cierta 6poca
de la vida se siente la necesidad del hogar, de la mujer, de 10s hijos. LCuhntos tiene usted?
-&Que? -pregunt6 el Gringo, sobresaltado.
-Hijos, Lcuantos tiene?
-iNinguno, a Dios gracias!
-&No le gustan a usted 10s nifios?
Roy estir6 10s labios con un gesto de desd6n.
-Yo he hecho muchas tonterias en mi vida, capitan, per0 he hecho algo que est& bien: no tener
hijos.
- p o r que?
-Porque el ser humano me parece, en general,
una porqueria, y &para que echar mas porqueria a1
munda?
90

-

tje pus0 a reir y bebi6 las l^lltimas gotas de su caf8.
-Tengo una casa vieja y simphtica en Playa
Ancha, capithn. Usted vend& a visitarme. Comeremos juntos.
-De acuerdo. Ahora vhmonos a dormir.
El Gringo se pus0 de pie y con aire inocente pregunt6:
-6Es cierio que no hay una gota de alcohol a
bordo?
-No -contest6 Moreno, poniendose la gorra galcneada que habfa sustituido a1 gorro de la caceria-.
A bordo de 10s balleneros el trago est6 prohibido. Ya
ei Polo le cont6 la aventura de Bernardino.
-iHombre! -exclam6 el Gringo, riendo-. Si hubiera sabido habria hecho este viaje cuando 61 estaba
a bordo. Seguramente me habria convidado algunos
tragos de aguardiente.

91

'

VI

AL DIA SIGWIENTE el “Afcatraz”, a unas setenta
millas a1 North-West de Valparaiso, embestia una mar
gruesa, bajo el cielo encapotado. La proa levantaba torbellinos de espuma y las olas barrian la cubierta y reventaban contra 10s mamparos del comedor y las claraboyas de la sala de maquinas, cuidadossmente cerradas.
Saliendo de la cabina, Percy Roy tuvo que aferrarse
a1 pasamano para nesistir a1 .balance, y como sintiera
qu@el viento frio traspasaba su chaqueta d e lana, volvi6 a recoger el impermeablle.
Despues de desayuyar subi6 tal puenite. Alli estaba
el capitan Moreno, fumando su pipa y techando sobre
el mar gris mi’radas en apariencia distraldas.
-Buen viento, Leh?
- h e n o para correi a la vela.
-LHa navegado usted a la vela, capitan?
a i , durante varios afios,
-+Le gusta?
-Naturalmente. Para conocer bien el mar, hay
que haber sido velero. LSabe usted que ya hemos visto
algunas ballenas?
-LHace rato?
-No. Andamos certca de un cardumen de alfabaras.
-iBallena a popa!
-iOrza a estribor!
Los dos gritos be sucedieron casi simultAneam6nte
92

r

--

y la rueda gir6 entre las manos de Cardoso. El “Alcatraz” empez6 a virar con rapibez. A1 recibir el golpe
del oleaje por barlovento, 10s bandazos fueron tales,

que Percy, bien aferrado a la barandilla, apenas lograba
mantenerse en su sitio. A traves del chisperio de agua
que el viento le arrojaba a la car8 vi6 a Moreno que
corria por la pasarela.
-iToda fuerza!
Favorecida por el viento, la nave se lam6 a una
velocidad de doce nudos, dejandot:a popa un remolino
profundo. Otra vez ansioso, Percy Roy clavaba la vista
en 10s espautos que habia descubierto g lo clejos. Eran
dos, mAs potentes que 10s vistos la vispera.
--Ailfabaras --dijo Cardoso, respondiendo a una
mirada del Gringo.
Moreno se ergufa ya junto a1 cafi6n; Martin, Baucho y otros marineros se activaban en el aparejo de
la linea; el arrugado cefio del timonel decia toga su
reconcentrada atenci6n; el Polo y su ayudante corrian
entre la cocina y la proa para no dejar que se quemaran 10s polrotos ni perder tampoco el momento decisivo de la caza. Toda la tripulaci6n dell “Alcatsaz”
vibraba con la misma inquietud y la miisma voluntad.
-iMedia fuerza!
“Est&n demasiado lejos -pens6 Roy-; debiamos
seguir a toda mhquina. Se van a escapar.” Sali6 a la
pasarela y march6 hacia proa, con la vista clavada en
10s dos lomos relucientes y enormes, ahora muy cercanos. Le parecia que cada movimiento de las ballenas
iba a terminar oon el coletazo que anunciaba la zambullida. i Q U C angustia! El, que no era jugador, tenia
la impresi6n de haber apostado su vida entre las manos del capithn. LIria a fallar el tiro? “Demasiado lejOS’’, murmur6 al oir la orden quae venia de proa:
--Stop!
El “Alcatraz” de96 de oponer cesistencia a1 oleaje
y, junto con cesar el rumor de la maquina, ces6 tam-

bien elfragor del agua, que pa no iba a reventar contra la amura, sino que jugaba sin ruido con el Agil
navio. Seguia este avanzando con su impulso y apro93

1
ximandose a 10s dos cethceos como una bestia sigilosa
y traicionera.
Se habfa hecho de nuevo el grande y terrible silencibo e n medio del cual subfan, nitidos y como irreales,
el ruido ritmico que hacfan las ballenas a1 cortar el
agua y el silbido d e 10s espautos. Bajo su anguatia,
Roy pens6 confusamente en un ruido de pasos que
anunciara ‘la presencia de la mueste. La tripulacion
inmbvil, el mundo entero en suspenso, esperaban la
aparicidn b e la muerte. La silueta del capitan se perfilaba sobre el entrave contra el gris del ciello. Roy,
que no queria apartar ~IQS ojos lde la presa, le di6 una
rapida mirada y recibi6 u n clhoque como a la vista de
un desconocildo en quien s e adivina una amenaza inexorable.
Un segundo antes Percy Roy habia creiclo que las
ballenas estaban d’emasiado lej os para haber parado
la maquina. De pronto las vi6 Casi tocando la roda.
Percibi6 distintamente 110s movimientos de las aletas,
la forma de las enormes cabezas que cortaban el oleaje,
el batir de las colas, 10s surtidores de 10s espautoa, el
agua que subia bafiando 10s lomos y se escurria despuCs. Los contornos de esas masas oscuras parecian
pesar sobre el mundo. “Una de ellas va a norir.” Lo
pens6 confusamente: todo su ser estaba colmado por
la angustia de la muerte, por el honor be aniquilar
esa vida inmensa, esa fuerza terrible que emergia de1
fondlo del mar y que parecfa confundida con la fUeI’Za
misma del mar. Los dos cuerpos se ofrecian a la muerte, ciegos en su inocente potencia, indefensos en SU
colosal majestad.
El estampido del cafi6n sacudi6 el laire y un gran
latigo zigzague6 sobre una alta columna de espuma.
En (el centro de ella emergid un inmenso cono, remaGaldco por la cola, maravillosamente dibujada, que azotb
el vacfo y despurSs el cagua. Luego, muchos metros mas
alia, en el extremo ‘de algo cuya enormidad no tenia
ninguna relacibn con un ser vivo, se levant6 una masa
casi chbica en la cual Roy, horrorizado, crey6 descubrir
un ojo pequefio, bri’llante en la luz del dia.
94

r
Todo aquello habia durado quiz6 pocos segundos.
La masa inmensa se mantuvo perpendicularmente fuera del agua y cay6 en un torbellino de sangre y de
espuma. El silencio se habia roto de una manera brutal.
Por sobre gritos, estrCpito de cadenas y de mkquinas
Roy percibi6 el chasquido de las olas azotadas por las
oanvulsiones be la balllena.
El Gringo, incapaz de otro gesto que el de aferrarsi?
a una driza, trataba de no perder un detalle. De pronto
vi6 que la linea se ponia tensa entre el navio y su victima y que el animal se alejaba nadando a @ranvelocidad, con un surtidor de sangre como un penacho
plantado sobre su enlorme cabeza.
.-iToda fuerza!
Le pamcia a Roy que la Voz de Moreno sonaba muy
Bejos. El capitan seguia junto a1 cafibn, en compafiia
de dos marineros. El “Alcabraz” empez6 a saltar sobre
las cavidades de las grandes olas, a rasgar sus crestas
blancas, lanzado a toda velocidad tras ‘el cetkeo que
huia con el iarp6n clavadio profundamente.
Caminando con precaucibn a causa del duro cabeceo, Roy se acercb a Moreno.
-iQuB le parece? -pregunt6 Bste, volviendo la
cabeza-. iMire que fuierza! Es una alfabara formidable. Tal vez be veinticinco metros.
.
La ballena naidaba con tal rapidez, que el “Alcatraz”
Podia apenas mantener la distancia y se vera obligado
echar fuera mhs linea para impedir la tensidn y la
ruptura posibles de Csta. Se escapaba el cabo en un
rodar de patacas y de catalinas. Una vida vertiginosa
circulaba ‘a 110 largo del mhstil, en cuya cofa don Antenor Brito agitaba 10s brazos.
-l?iense que un kilo de pdlvora le ha festallado
bajo el pellejo. i Q U B vitalidad! -dijo el capithn-. Fer0
Ya comienza a aflojar. Mire.
“iQUC vitalidad! Sin embargo, el hombre se atreve
a aniquilar una vida tan poderosa. En un momento
mas ell movimiento de ese culerpo se habr& detenido
Para siempre; la sangre ya no circular&por esas venas
de veintimcinco metros -pensaba Roy-.
La mumte,
95

a pesar de su traicibn, de su arma enorme, de su kilo
de pblvora, tarda una eternidlad en cubrir el cuerpo
de su victima.”
El animal seguia n,adari~dovelozmente con el arp6n
clavado en el dorso. Sus aletas hacian volar la espuma,
el agua corria a lo [largo de sus flancos. El cabo que
arrancaba del arp6n y giraba en las patacas y en las
catalinas se mantenia tenso por encima de las olas.
-Ya empieza a Ceder -murmur6 el capithn.
En efecto, el cabo se combaba y caia a1 agua, mientras la distancia entrte el barco y la ballena disminuia.
4 e acab6 rla pelea.
El “Alcatraz” iba acerckndose rapidamente a su
presa. La cola se a126 aun dos o tres veces; el espauto
sangriento ces6 y 10s remolinos de tespuma desaparecieron. Las grandes olas empezoron a mecer a su antojo
la enorme masa inanimacla.
La proa del navio lleg6 a‘tocar la ballena. Cuando
10s marineros, dirigidos por Martin, se disponian a
infilarla, tuvo aun algunos espasmos y la cola volvi6 a
hacer saltar chorros de lespuma, per0 Cstos fueron ya
10s hltimos movimientos. En menos de media hora el
ani4malfuC abandonado con su masti1 bien plantaido Y
su bandetra roja y negra flameando a1 viento.
Aquella mafiana el “Alcatraz” corri6 aun en persecucidn de algunos espautos, per0 no pudo hacer ninguna otra victima. Antes de que las balllenas estuvieran
a tiro se veian alzarse las colas lustrosas y ya no quedaba en la superficie sino un remolino que se perdia
a popa.
El capitgn y Roy bajaron a1 comedor cuando el
Polo di6 las primeras campanadas llamando a1 Jmuerzo. Comieron y salmrrearon el cafe tranquilamente.
Hablaron de la ballena que acababan de cazar y
be otras. El capitan calculaba que una alfabara de
veinticinco metros como aquella debia pesar mas de
cien mil kilos, es decir, el equivalente de ciento cincuenta bueyes o treinta lelefantes “bien gorditos”. POT
desgracia, la ballena azul, que habia sido siempre rarzt
en esos mares, desaparecia rhpidamente, y dentro d e
96

pocos aAos, para encontrarla, se haria necesario ir a
10s mares australes, a la Anthrtida.
-En el Cerezo -dijo el capithn- vera ustea c6mo
descuartizan estos bichos.
-Debe ser repugnante.
-No. Es una masa tan enorme, que no se tiene
la impresi6n de que sea un animal. Esos trozos colosales no parecen de carne. Los sistemas que se emplean
en el Cerezo son higienicos y la grasa desaparece tan
rhpidamente que no hay lugar a putrefacciones ni ma10s olores. iSi usted hubiera visto c6mo se trabajaba
en mi juventud, en el Sur! iHabia que tener est6mago!
Volvileron a subir a1 puente. A las dos de la tarde
se anunciaron nuevos espautos y el “Alcatraz” arponed
un gran cachalote. Apenas se termin6 de inflarlo se aViStaron mhs cethceos. El navio navegaba en medio de
un cardumen y, en un momtento, Roy vi6 con sorpresa
que el mar estaba lleno de espautos. Nunca habia pensado que las ballenas abundaran a pocas millas de
Valparaiso, pues en sus numerosos viajes por la costa
jamhs Qabfa visto nada parecido. El “Alcatraz” corria
tras una presa, y si fal’laba el golpe no tenia m b que
volverse sobre otra. Los cethceos nadaban en parejas,
en grupos de cuatro y hasta de ocho.
Julio Moreno arpone6 tres mhs aquella tarde. El
ultimo ya casi de noche, cuando la visibilidad (era muy
mala. En ese momento iba a abandonar la caza, per0
el animal surgi6 de subito junto a la proa. El capithn,
sarprendido, apenas tuvo tiempo de apuntar y, sin
embargo, clav6 el arp6n tan certeramente que le1 cachalote muri6 sin convulsiones, tocado por la gsanada
en sus centros vitales. La tripulaci6n celebs6 con gritos entusiastas la hazafia Idel capithn. Percy Roy grit6
tambiCn no S610 arrastrado por el entusiasmo de 10s
otros, sino par su propia fiebre.
Aquel dltimo esperma no fuC abandonadlo con mhstil, bandera y cruz, sino que se la amarr6 Inmediatamente a la banda de babor con gruesas cadenas. U n
marinero, armado de una sierra, lempez6 a cortarle
las dos aletas de la cola.
97
Monica.--7

-&Para qu6 se hace eso? -pregunt6 el Gringo.
aletas molestarian para el remolque -explic6
Cardoso-; es la costumbre.
El viento sur empez6 a soplar con mayor fuerza.
El “Alcatraz”, con su cubierta barrida por las olas y
dando grandes bandazos, se lanz6 en busca de las presas de #la jornada. La noche era negra y fria, con estrellas pequefias y efimeras perdlidas en e’l infinito y
algo desolado que parecia empapar la atm6sfera. AI
abarcar el circulo del horizonte durante el dia, Percy
Roy no habia tenido la impresi6n de la pequefiez del
“Alcatraz”. Ahora, en la oscuridad, lo sentfa como una
cosa migerable, como un juguete- del mar, sin destino
ni raz6n d e existir.
Anduvo el Gringo curioseando por la proa, examinand0 el cachalote amarrado a babor, y despues se fu6
en busca del “Toribio”. El gat0 lo recibid con ternura,
frotandlose contra su manga y olfatefindole el rostro
cuando 61 lo tom6 en brazos. El dia anterior, a1 hacerle
una pequefia toilette, se habia percatado de que “Tosibio” no (10 aprobaba completamente, aunqule se habia
aliviado no poco de 10s escozores de la sal marina.
Con “Toribio” en 10s brazos, Roy entr6 en el comedor y cen6 con gran apetito, dando a1 gat0 trozos
pequefios de carne que escogia con cuidado y que “Toribio” recibia sin gran entusiasmo, como obligado
solamente por la cortesfa y no sin examinarlos de antemano con desconfianza.
-Lo que mas le gusta -dijo el Polo, sefialando
81 “Toribi0”- ks el bistec de ballena.
-iPobre! iQU6 vida!
-&Que vida? iCOmO de principe! -Y el Polo se
echo a reir-. Aqui lo queremos todos, y yo me preocupo de darle las cosas que le gustan. Su anica pena es
que a bordo del “Alcatraz” no hay ratones.
El ‘Gringo comi6 rapidamente y subi6 a1 puente.
Allf estaban Moreno y Brito explorando la oscuridad
del mar.
-&No derivan das bellenas muertas? LCbmo saben
-Las

98

ustedes que las encontraran en el mismo punto en qui?
las dejaron? -pregunt6 Roy.
-No;
en el mismo sitio, no, naturalmente -explic6 el capitan-; pero no muy lejos. A menos que el
viento no sople con demasiada fuerza o que se produoca algixn fendmeno desconoeido, po5emos calcular
la deriva con bastank precisi6n. A M , por ejlemplo, ve
uste’d, un poco a estribor.
En un principio Percy no vi6 nada, pero a1 fin divis6 una dCbil 1ucecita.que se sacudia furiosamente a
lo lejos, que aparecia y desaparecfa con rapidez.
-iBilen diflcil de descubrir! -coment6.
-Todo es cuesti6n de costumbre. Para nosotros e3
muy fhcil. Sin embargo ocurre que perdemos alguna
ballena, tal vez porque la corriente la arrastra demasiado ‘lejos,tal vez porque (elviento Q la (marejadaarrancan el mastil. . . Por suerte no pasa esto muy a menudo.
La violencia del viento hizo muy ruda ia tarea de
amarrar la ballena a babor. Los marineros tr‘abajaban
bajo 10s continuos chapuzones de las altas olas. El capfthn y el piloto bajaron a cubierta y se pusieron a dirigir elJos mismos la maniobra y a dar una mano a
sus hombres cuando era necesario. Roy, poco deseoso
de recibir 10s chubascos, se qued6 en el puente, observando la escena violentamente iluminada por 10s reflectores.
La Oltima ballena fuC amarrada a la una de la
manana. Apenas terminada la maniobra, Percy se march6 a la cama, muerto de sueAo y de fatiga, como si
hubiera trabajado a la par de .los marineros.
Se levant6 tarde a1 dia siguiente. Eran las ocho de
la maAana cuando entr6 en el come’dor.El viento habia
cesado y el dia estaba espl6ndido. El “Alcatraz” navegaba lentamente, remolcando a sus costados las cuatro grandes masas grises de las ballenas.
Desde la toldilla Roy examin6 el mar en busca de
espautos, pero no descubri6 ninguno. Se diria que 10s
cetaceos desdefiaban mostrarse a un ballenero que habla terminado su trabajo y que volvia a1 puerto. ConVencido de que su vigilancia era inixtil, el Gringo se
99

fuC a dormir una siesta despues de almuerzo. Soil6
que 61 iba solo en un bote tan pequefio que sus piernas
colgaban en el agua, persiguiendo una inmensa ballena que de cuando ten cuando volvfa la cabezota y le
lanzaba un chorro de agua en un ojo.
AI despertarse se encontrd con que “Toribio” le lamia delicadaniente el parpado izquierdo.
-iXa Ilegamos, ya Ilegamos, sleAor Roy!
La voz de Moreno venia alegremente del puente.
El Gringo salt6 de la litera, se descalz6 las botas de
mar, se pus0 sus zapatonles y arregl6 su sac0 tan de
prisa que no pudo cerrarlo.
Cuando sali6 a cubierta vi6 que el “Alcatraz” entraba en una pequefia caleta cerrada por altas rocas
negras. En la playa se veian construcciones grises y
grandes chimeneas. Sobre el paisaje triste volaban miles de gaviotas y de alcatraces lanzando agudos chiIlidos.
El ballenero fonded a poca distancia de la costa
y ech6 a1 agua un pequefio bote. Percy Roy, con su sac0
en la mano, se acerc6 a la borda. Estrechd la mano ,
bel capitan y del piloto que lo esperaban allf:
-Gracias, gracias. He pasado unos dfas magnificos.
-Gracias a usted por su compafiia.
Roy apret6 tambien la mano 5e Cardoso que pasaba por allf; del Polo, que se habia asomado a su cocinn,
y de Martin.
-Gracfas, gracias.
-Buen viaj e; felicidades.
-CapitBn, cuento con usted para que nos veamos
en Valparafso. LCuando estara usted ahf?
-El sBbado.
-LQuiere usted que comamos juntos el shbado?
-Muy bien.
-~D6nde podemos encontramos?
-Le dejarC? mi direcci6n en el “Bote”. &Que le
parece?
--En el “Bote”. Convenido.
El Gringo Roy repartid atm apretones de manm y
salt6 a la embarcaci6r1, que empez6 a navegar lenta-

r
mente hacia la costa al impulso de 10s remos de Eaucho y bajo un lespeso toldo de ohillidos de aves marinas.
Atracaron a un pequefio wharf. Los pilotes de hierro estaban incrustados en las rocas negras donde se
estrellaba la fuerte marejada. Roy salt6 a la escalerilla
perpendicular. En io alto un joven grueso, vestido con
un pull-over gris y cubierto con un jockey del mismo
color, le tendid la mano.
-Martinez, administrador de la fhbrica.
-Servidor. Percy Roy.
-Lo esperabamos. &Hahecho usted un buen viaje?
--Excelente.
-&Se quedara usted con nosotros hasta mafiana?
-No. Desearia seguir a Valparaiso esta misma tarde.

-Muy bien. Tendremos tiempo para visitar la fhbrica. Seguramente usted desea tomar un bafio y af'eitarse. Vamos andando.
Un Ford 10s esperaba a la entrada del wharf. Martinez se pus0 aL volante y echaron a correr hacia la
parte alta. Roy vi6 las construcciones de la planta beneficiadora instaladas en el estrecho espacio plano que
quedaba entre el mar y la colina. Dos o tres camiones
10s cruzaron. Martinez conducia con pericia y a gran
velocidad, sorteando las dificultades del camino angosto que a veces bordeaba el precipicio. En un jnstante
estuvieron ante un grupo de bungalows rodeados de
jardincitos. El auto se detuvo y el ingeniero hizo entrar
a Roy en un hall pequefio, todo de madera barnizada.
-1nstale a1 sefior en un departamento y prephrele
un bafio.-orden6 Martinez a1 mozo de chaqueta blanca que 10s recibi6. Y dirigiendose a Roy-: Lo esperare
en la Administraci6n. Si le interesa, iremos a dar una
vuelta por las instalaciones.
Media hora, despues el Gringo emprendia el descenso de la colina. Los bungalows formaban varios gruPos, separados por sus jardincillos. Unos eran alojamientos paka las visitas; 10s otros, habitaciones para
10s empleados. Cerca se levantaban bodegas y galpo101
/

nes, todos pintados de colores claros y cubiertos de techos rojos. Aquello ponra una nota alegre en el paisaje arid0 de cerros.
Martinez esperaba a Roy en la Administracidn. Le
pr&entd a otros empleados. El trabajo de la oficina
concluia a lesa hora y la gente se marchaba a su casa.
--Vamos a visitar la fabrica. Primer0 a la playa.
Sobre un gran plano inolinado de cement0 que iba
a hundirse en el mar se hallaban tres de las ballenas
cazadas por el “Alcatraz”. La cuarta, la alfabara, flotaba a poca Idistancia. Dos lhombrqs en un bote rQdea-ban el nacimilento de la cola con una gruesa cadena.
Martinez llevd a Roy hasta una alta plataforma, desde
la cual se dominaba el trabajo.
-Ha tenido usted suerte de ver la caza d e un
animal tan magnifico -dijo el ingeniero.
Aunque medio sumaergida, la masa de la alfabara
daba la impresidn de llenar la pequefia caleta. Roy,
que la habia visto debatkse y emerger de ,las olas su
cuerpo inmenso, se creia ya libre de sorpresas. Per0
apenas empezd a accionar el winch y las cadenas se
tensaron, tuvo la sospecha de que su exploracidn a
traves de ese continente de carne aun no habia terminado.
Jadeaba el winch, temblaban las cadenas y, lentamente, como una mole fatal que iba a aplastarlo todo,
surgia palmo a palmo el cuerpo de la alfabara, el cilindro lustroso cuyo extremo parecia alcanzar a las profundidades del oc6ano. “Ahora se acabd; no hay m a ” ,
se decia Roy. Per0 el tambor del winch seguia girando,
10s cables de acero se tensaban atln, las cadenas crujian
y el agua liberaba nuevas y nuevas masas de esa cosa
gigantesca que no iba a terminar nunca.
Sobre ‘la plataforma ‘treinta o cuarenta hombres,
algunos armados de enmmes cuchillos, ayudaban a la
maniobra, saltando, agitan,d,o 10s brazos, dando gritos
para acelerar el winch o detenerlo segtln la ballena se
deslizara bien o una amarra cediera. Por un instante
el Gringo Roy tuvo la visidn de una escena absurda
en que la humanidad enloquecida aullaba y alzaba 10s
102

r
brazos saludando su victoria sobre las fuerzas supremas
de la naturaleza y le1 aniquilamiento del animal cuyo
ultimo y mas apocaliptico ejemplar era aqudl; vi6 a
10s hombres danzando y cantando en torno a1 cuerpo
de la ballena, celebrando el quedar ellos como 10s Onicos
seres vivos del planeta, como las tunicas maquinas dle
carne y sangre en un mundo de maquinas de hierro
y acero construidas por ellos mismos. iVictoria del
hombre! iYa no hay mas bestias en las tierras ni en 10s
mares! Maquinas, sdlo maquinas! Pronto tocara su turno a1 reino vegetal. iNo habrh miis flores que las construidas por nosotros; no mas iirboles que nuestros Brboles de materias transpasentes y brillantes, mil veces
mas hermosas que las de la naturaleza. iY despuCs
sera la aniquilaci6n del sol, de la luna, de las estrellas!
i Muestras composiciones quimicas iluminaran el universo!. . . ;Victoria, victoria! j Arrancaremos. 10s viejos
luceros de Dios como hemos arran'cado 10s ojos a las
bestias! Nuestro sol artificlal ihara crecer nuestras plantas artificiales. Y cuando ya no quedemos sino nosotros
10s hombres, los uniccrs hijos de la naturaleza, 10s todopoderosos, 10s fabricantes 'de un mundo; cuando ya
no quedemos mas que nosotros, ebrios de victoria en
medio de nuestra creacidn mil veees mas bella que la
de un pobre Dios en derrota, entonces pondremos en el
ccrrazdn del universo nuestro explosivo miis potente y,
aniquilandonos a1 fin nosotros mismos, habremos conquistado nuestra victoria suprema sobre la vida. iNO
mas vida, muera la naturaleza! Esperando ese dia he
aqui la primera victoria Idecisiva; he aqui el fin del ultimo y mas gigantesco animal. Ya no hay mas corazones que laten en.la tierra fuera be 10s corazones humanos; de hoy en adelante ya no lcircula miis sangre
que neestra sangre. Hemos arrancado a1 mar su u41tirno habitante, el mas monstruoso, el que encerraba
toda la potencia del animal. iHelo aqui! Nuestras maquidas lo arrebatan a las olas que hacen esfuerzos para
retenerlo; nulestros cuchillos van a descuartizarlo, nuestras marmitas van a hacerlo hervir y en pocas horas
mas ya no quedara de este cuerpo colos~~l
ni un ligero
103

1

rastro. ivictoria, victoria! iHa muerto la ballena que
ayer de un coletazo habrfa podido aplastar cincuenta
hombres; que ayer, con el arp6n clavado, tuvo afm
fuerzas para arrastrar un navfo! iHa muerto la gran
ballena, la soberana de 10s mares, la que Dios model6
por su propia mano, la que vi6 formarse 10s continentes, la que conoci6 la infancia de la tierra!. . .
Asi cantaban 10s hombres, dando gritos y saltos
en torno a1 cuerpo del cletaceo que habia terminado por
salir del agua y que se hallaba extendido sobre la plataforma. Asi cantaban. Percy Roy ofa claramente las palabras.. . Uno de aquellos seres extravagantes parecia
tentonar una especie de solo a grit0 pelado. Debia ser
el. m8s fanhtico enemigo de la naturaleza. Acompafiaba
sus chillidos de gestos delirantes.
-iVeintitr& metros, sefior Martinez!
El ingeniero di6 con el cod0 a1 Gringo.
-6Oye usted?
-i,QuC? -Y Roy hizo un esfuerzo para recobrarse.
-La alfabara tiene veintitres metros de largo.
Ya 10s hombres subian sobre el cuerpo de su victima, armados de sus enormes cuchillos y de sierras.
El capitan Moreno tenia raz6n: aquella mas8 no daba
la impresi6n de un animal; era demasiado enorme
para poder relacionaTla con algo que hubiera podido
ser habitado por la vida.
-Vamos a visitar la fhbrica, sefior Roy.
IBajaron a la plataforma donde se hallaban las ballenas. Los descuartizadores retiraban formidables lonjas de carne de 10s tres cachalotes cazados por el “Alcatraz”. Sin embargo, a! verlos junto a la inmensa alfabara, Percy tuvo la impresi6n de que ems animales
eran pequefios e insignificantes.
Alejandose de la playa, el ingeniero Martinez condujo a su visitante hacia la planta beneficiadora. Era
una vasta instalaci6n. Percy vi6 volantes que giraban
velozmente, grandes marmitas y tuberias complicadas.
El ingenlero daba explicaciones prolij as. La ballena
era aprovechada integramente sleglin procedimientos
propios de la compafiia. El aceite, 10s huesos, la carne,
104

la esperma, todo tenia su aplicacibn. Infinidad de produCt0.S industriales salian de alli. La visita termin6 en
el laboratorio, donde el quimi’co -un hombre amable,
pequeiiito y de voz apagada- pus0 en manos de Roy
un trozo de Bmbar gris. Percy lo examin6 con veneracibn. iAmbar gris! . . . Aquella materia que parecia un
product0 para Iimpiar el parquet y que despedfa un
vago olor dulzbn, formaba parte de las imBgenes de
su infancia de lector de aventuras. De ese tiempo vagabundo Percy Roy habia traido un botin alguna vez
inventariado: la pata de palo del pirata, la pipa de
Sherlock Holmes, el calumet de la paz, el submarino
del capitfin Nemo, el cuchillo de 10s tramperos de Arkansas, la cimitarra del Le6n de Damasco iy el Ambar gris! Habia sido por el Ambar gris que se habian
batido las trlpulacion’es en las vecindades del Polo, que
10s contrabanctistas habian tendido emboscadas a1 honesto y viejo capitAn, que habfan corrido la sangre
y el ron. iPor el gmbar gris! . . . Y ahi lo tenia Percy
Roy en su mano, objeto insignificante, despojado de
misterio y de leyenda, como la errante imaginaci6n de
la infancia transformada en la reflexi6n destefiida de
la madurez.
‘Cuando volvieron a la playa se habia heoho de
noche. Potentes reflectores iluminaban 10s cuerpos de
las ballenas sobre 10s cuales un enjambre de pequefios
hombrecillos se afanaban en arrancarles trozos de carne mBs grandes qule ellos mismos. La alfabara habia
sido ya despedazada en una bueha parte, per0 Roy
no tuvo ninguna impresi6n. No, aquello no era verdadera carne, ese promontorio sanguinolento no habia
sido nunca un animal.. . Cortada ya, disminuida, la
ballena parecfa aan demasiado grande para ser Teal,
sobre todo a la luz mentirosa de 10s reflectores.
Mirb el Gringo hacia el mar oscuro desde e1 cual
venia un viento silencioso y frio. A lo lejos divisb spenas unas lucecillas qute se agitaban y desaparecian a
veces.
-E% el “Alcatraz” que se va -dijo el ingeniero.
Roy se estremecid ligeramente. LEra el Prio o la
105

I

-

s ~ b i t aimpresi6n de qule el barco lo habfa abandonado?
Se quedd inm6vil mirando hacia el negro ocean0 hasta
que la voz del ingeniero lo sac6 de su ensimismamiento:
-Vamos a comer.
-Vamos -respondit5 alegremente el Gringo, volviCndose hacia Martinez-. LPodremos tomar un whiskey sour?
-Todos 10s que usted quiera.. .

.

106

VI1

QUIEN HAYA disfrutado del encanto de una tarde de septiembre en ciertos cerros de,Valparaiso, no lo

olvidarh fscilmente. Vvela en el viento apenas tibio
una suerte- de meiancolia sensual que da a1 paseante
la impresi6n de haber cargado su vida con el peso de
todas las experiencias ardientes y desgarradoras capaces de ponerlo en paz consigo mismo y con el mundo. La fatiga fisica de subir y bajar cuestas, de marchar sobre el defectuoso pavimento, llega a1 espiritu
como a traves de un tamiz, y uno se encuentra dulcemente cansado, no por unas cuantas horas de camino, sino por toda una existencia de desgracias exaltantes y de triunfos desdefiados con elegancia. Apoyando 10s codos en una baranda del Cerro Alegre o
del Paseo Alemania, oyendo el rumor que sube de la
ciudad y el roce de las hojas nuevas, contemplando la
bahia que se adormece bajo 10s fanales multicolores
del crepasculo, uno se halla confortablemente instalado en la linea sutii que separa la accidn de la contemplacidn. Uno se mece por enclma de las vanas luchas del niundo y a1 mismo tiempo se empapa en la
esencia de la inquietud humana. La suavidad del aire y de 10s colores en la lenta primavera de la costa
es un sedante para el corazdn ansioso, cuyos latidos
-sordes como 10s de las turblnas de 10s trnnsatlhntiCosritman la inquietud navegadora. Uno se halla
107

inmdvil junto a la corriente de la vida, a salvo de sus
vordgines y de sus escollos, per0 sabe que le basta
tender la mano para mojar 10s dedos en esa agua negra en la m a l derivan ahogados azules, pedazos de
alguna carta de amor, escupitajos de granujas y veleros fantasmas que van a la bolina, mds veloces que
el girar de la tierra, corriendo siempre en la noche
de 10s mares.
Una tarde de primavera en ciertos cerros de Valparafso es como un gat0 que viene a acurrucarse sobre nuestro pecho y a comunicar a nuestro viejo cor a z h su calor animal, Desde lo profundo de nosotros '
sube el pasado infitil y se proyecta el destino vacio.
Per0 eso no nos hiere sino que aumenta nuestra paz.
Desde lo profundo avanza el olvido piadoso, borrando
el rostro del enemigo y palpando el rostro del amigo,
como un ciego que trata de reconocer con sus dedos
sutiles las lineas de la juventud perdida. La miseria
y, la felicidad se confunden en el dulce desden del
que, saturado de vida, goza el placer melanc6lico de
olvidarla. Si hemos logrado nuestra ambicidn o si
somos una ruina, nos es igual. Hemos perdonado a
10s demds y -10 que es mejor- nos hemos perdonado
a nosotros mismos, resign&ndonos a no obtener jamas
el perddn de 10s otros. Lentamente, a traves de 10s
afios, a traves de alcoholes distintos, de rebeliones y
de ldgrimas, del perfume sexual de rubias y morenas,
hemos ido conociendo una sola verdad: qve no hay
esperanza, y que, cualesquiera que hubieran sido el
rumbo y la cadencia de nueFtro paso, tenfamos que
llegar a la misma meta. Hela aquf. La hemos alcanzado por fin. Es esta tarde de primavera en nuestro puerto de matrfcula. Estamos esplt5ndidamente solos, livianos, libres, en la atmdsfera apenas tibia,
saturada del acre olor marino y del perfume de las primeras hojas. Tan ligera es la tarde que no tiene fuerzas para retenernos. Un movimiento brusco' nos arrojarfa de nuevo en el torbellino del amor, del viaje, de
la rebeli6n. Rodariamos otros alios afin, sin m8s deseo
que el de volvernos a encontrar en este sitio y en es108

te momento, en la tierna paz y en la perfecta soledad
de esta primavera, contemplando c6mo la noche viene
largar el ancla de la Cruz del Sur en el agua o en el
cielo (que es 16 mismo) de Valparaiso.
Bernardino Rubio estaba apoyado en la baranda
del Paseo Alemania. A traves de sus phrpados entoriiados veia la maniobra de la noche que entraba a la
bahia, arriando sus estandartes de fuego. El ex piloto
se hallaba en paz con el destino, pero no podrfamos
atribuir este fen6meno a la sola influencia de la tarde: un litro de tinto habia contribuido eficazmente a
su beatitud. Lo habfa bebido en el “Bar Napolitano”,
con 10s ultimos pesos de su desahucio. Ya no -pesaba
nada en sus bolsillos. Estaba libre de dinero, de rencores y de obligaciones. Libre aun de domicilio. &Que
le importaba? Si tenia la fortuna de encontrar algun
compaiiero generoso, pasaria la noche bebiendo; si
no, irfa a dormir sobre un banco, o en la Caleta del
Membrillo, donde tenia amigos, a1 abrigo de un bote
varado. La noche pasa rkpidamente. Todas las noches
y todos 10s dfas pasan rapidamente. Bernardino apenas pensaba en eso o en otra cosa.
Cuando obscureci6 ech6 a andar lentamente, a1
mar, con paso inseguro. Las luces se habian encendido. Por momentos atravesaba calles iluminadas; otras
veces, lugares sombrfos. Tenia de pronto la vaga impresidn de que muchas personas pasaban R su lado;
de pronto, que se hallaba completamente solo. Subia
callejones emplnados tropezando en las veredas mal
Pavimentadas; descendia despues por pendientes tan
Pronunciadas que el peso de su cuerpo lo arrastraba
hasta obligarlo a buscar apoyo en una pared o en un
farol. Todo era vag0 en torno suyo, pero su alma habia almacenado integra la dulzura del crepbsculo, y
esta, conservada por el calor del vino, le daba una
perfecta clarividencia. Besnardino veia claro dentro
de sf mismo. Perfectamente claro. Podia recordar
toda su vida hasta en 10s menores detalles. iPobre Bernardino! Se compadecia a si mismo, pero no le guardaba ningun rencor a su mala pata. Una fuerza obs109

,

tinada alzaba su coraz6n lleno de ternura hacia sus
amigos y sus enemigos. Con la misma generOSidad
abrirfa 10s brazos en ese instante a1 mejOr camarada
o a1 hombre que le hubiera hecho el mayor dafio. La
vida.. . iBah!. .. Se vive, ~y que?. . . El habia nacido
por ahf, en esos cerros donde 10s ranChos de calamina
se tambalean a1 viento, aferrandose con sus viejas pezufias a la tierra roja; donde en 10s inviernos lluviosos la presi6n de 10s aludes habfa hecho reventar las
veredas; donde 10s nifios harapientos gritan obscenidades a 10s borrachos; donde las viejas comadres empavesan 10s patios con la ropa lavada, como si fueran
navfos que izan cien banderas blancas de rendici6n
ante la miseria. Su madre habfa sido lavandera. Las
largas lluvias obligaban a secar la ropa en el Onico
cuarto, y Bernardino recordaba 10s inviernos de su
infancia, cuando se arrastraba bajo las colgaduras
hornedas, mientras en el callej6n borbotabz. la lluvia
obscura y opresora.
A 10s diez afios Bernardino Rubio, anemico y escrofuloso, per0 de huesos anchos y s6lidos, era un pillete del puerto. Por la noche, con 10s pies desnudos,
corria. entre la muchedumbre de la Plaza Echaurren
y de la Plaza de la Aduana, en compaiifa de otros cabros, capitaneados por el @iego. Este era un- muchacho de unos quince alios, con 10s ojos rofdos por la
infecci6n. Robaban frutas a 10s vendedores ambulantes, y a la salida de 10s cines lograban, a veces, arrebatar el sombrero de un hombre o el sac0 de una mujer. En ciertas ocasiones el Ciego conquistaba un
b o t h mas valioso: una cartera o una estiloar8fica. El
dinero de esas rapifias se perdfa en el juego o se gastaba en cigarrillos. A 10s quince afios Bernardino habfa
conocido la prisi6n. MBs tarde, la Escuela Correccional. Su,madre venfa a visitarlo y le cubrfa de injurias y reproches. Un marino a quien ella lavaba la
ropa se habfa interesado por el muchacho, y cuando
Cste fu6 puesto en libertad le consigui6 trabajo como
ayudante de fogonero de un remolcador, recomendando a1 capitan “mano de hierro”. En esa Cpoca Ber110

r-

.-

nardino se habia arrepentido de ~ U Strastadas. Queria llegar a ser, como el rnarino le aconscjaba, “ur!
fiornbre de provecho”, y ayudar a su madre. La pobre vieja le daba ihstima. Durante el primer mes de
trabajo Bernardino le entreg6 lealmente toda su paga. Entonces comieron mejor y la madre compr6 dos
pallasas nuevas. Bernardino queria llegar a ser dueiio
de una radio y se propuso ahorrar centavo 2 centavo.
Per0 un sdbado, a1 desembarcar del remolcador, se
habia encontrado con uno de 10s compaiieros de la
a,ntigua banda tranformado en matdn y ratero. Fueron donde unas nifias de la calle Clave, bebieron toda
la noche, quebraron las poncheras y 10s vasos, y a1
alba, cuando salieron del prostibulo, se batieron con
un grupo de pijes. Bernardino pudo escapar apeiias
de la policia, sangrando a chorros por la nariz quebrada. El lunes, con el rostro tumefacto y amarillo
por ,la hemorragia y la borrachera, lleg6 a1 remolcador. El capittin pus0 una cara de tigre y se desat6
en improperios. Cuando fondearon por la tarde y
Bernardino se disponia a desembarcar, el marino que
le habia recomendado se present6 a bordo. Entre 61
y el capitan formaron una especie de tribunal a1 que
el rnuchacho tuvo que presentarse, avergomado por
la hinchazdn de la nariz y el ojo en tinta. “Si sigues
en el puerto -decretaron 10s dos hombres- terminaras en el patibulo. Tienes una mala inclinaci6n que
es necesario remediar. S610 la disciplina de un buque
de vela puede enderezarte.” Una semana mas tarde
Bernardino Rubio lleg6 a la. fragata s“Punta Arenas’’, donde Julio Moreno era entonces segundo piloto. Rubio se mostr6 trabajador y sufrido. Moreno le
tom6 afecto. Le gui6 con sus consejos paternalmente, sin perder jamas la paciencia, a pesar de tener
ambos casi la misma edad. Bernardino naveg6 dos
aAos en la “Punta Arenas”, sin mas falta que alguna que
otra borrachera en puerto de escala. Enviaba a su
madre casi la paga completa. Per0 despues que Julio
Moreno abandon6 la fragata para navegar en 10s
transatl&nticos, la “mala inclinacibn” de que habian
111

1

a

hablado 10s marinos de ValParsiSO VOlVl6 a despertarse en Rubio. No hub0 escala sin borrachers y un dia
respondid con insolencia a1 primer Piloto. La disciplina de 10s buques de vela no permitia entregarse A
expansiones de esta ClaSe. Sin esperar que Bernardino
terminara su retahila de insolencias, el piloto le tir6
un izquierdo. Bernardino lo esquiv6 con agilidad y en
ese instante se crey6 escogido por el destino para innovar en la tradici6n de 10s veleros: manteniendo su
guardia se aproximd con la intenci6n de demostrar
que un mariner0 vale tanto como un piloto. Per0 este, que pertenecia a la vieja escuela, no Participaba de
la opini6n de Bernardino y poseia, ademas, unos pufios
enormes que, apenas se soltaba el resorte del braso,
iban infaliblemente a chocar contra la barbilla de su
enemigo. El pobre Rubio qued6 boqueando sobre el
puente sin saber c6mo. Dos compafieros tuvieron que
recogerlo, acostarlo, mojarle la cabeza y vendarle la
ceja izquierda, casi completamente arrancada. Tard6
mas de un cuarto de hora en recuperar el conocimiento. Y tanto lo recuper6 que una semana mas tarde,
CUandQ la “Puntz Arenas” ancl6 en el Callao, Bernardino desertb. Arrastr6 su miseria durante un afio
y fue a dar en prisi6n por ratero. El cdnsui obtuvo su
libertad y lo repatri6 en el “Santa Sabinp-”, un vaporcito de carga que sin duda el buen Dios mantenla
a flote nada miis que por no desacreditar n la santa
de su nombre.
A1 llegar a Valparaiso, Bernardino se encamin6 a
casa de su madre. Una mujer flaca, picada de peste,
sali6 a abrirle y le inform6 que su madre habia muerto hacia un afio. Por la noche 10s carabineros metieboron a Bernardino en un calabozo junto con
rrachos. 90s dias despues lo pusieron en libertad, y e\
recordando que el capitan del “Santa Sabina” le habia ofrecido ayuda, fuC en su busca. El capitan era
un viejo pequefiito, de cara roja y brillante, con una
cabellera como de seda blanquisima. A pesar de las
dificultades que provoc6 la desercidn en el Callao, el
viejo termin6 por conseguir la libreta de embarco pa112

r

cr”

,
ra Bernardino. Naveg6 asi durante tres meses, hasta
que a1 fin el buen Dios, harto de guardarle deferencias a Santa Sabina y sin importarle nada el descrC-

dit0 que con ello acarreaba a la Corte Celestial, desencaden6 una tormenta espantosa y envi6 a1 barquito,
con la helice rota, a1 fondo, frente a Antofagasta.
Despu4s de un dfa entero de estar en el mar aferrado a una jaba de gallinas -todas muertas, por
cierto-, Bernardino fue salvado por un rernolcador.
A1 dia siguiente sup0 que era el dnico sobreviviente
del “Santa Sabina”.
Esta experiencia lo dej6 escamado. Era su primer naufragio y decidi6 que seria el dltimo. No vaHa
la pena trabajar como una bestia para correr todavfa el peligro de ahogarse. “Mientras mas tierra adentro, mejor”, se dijo, y fue a engancharse para la oficina Marfa Elena. Apenas el tren se intern6 por las
s!erras y 10s arenales comprendi6 el disparate que hahia hecho: no podrla acostumbrarse nunca ahf. La
oficina salitrera con sus altas chimeneas apareci6 a1
fin a lo lejos corpo un nayio perdido en la infinita soledad del ocbano, como un navlo condenado a no llegar jamas a puerto, en el cual la tripulaci6n enloquecida terminaba por sublevarse.
Per0 10s pampinos pareclan muy satisfechos de la
desolaci6n que 10s rodeaba. El antiguo mstrinero no
encontr6 m&s soluci6n que la que ya otras veces le
habfa dado excelentes resultados, y sus borracheras se
hicieron m&s frecuentes y tumultuosas, a pesar de
que comprobaba la ineficacia del remedio, considerado
infalible en otro tiempo.
AI fin baj6 a Antofagasta y se enganchd como
estibador. Una noche que riA6 en “El CalameAo”, un
bar de la calle Bolivar, y recibi6 una cuchillada en el
hombro, la Rosalba Quijano, una muchacha tisica,
sirviente del bar, lo escondid de 10s carabineros, lo
llev6 a su cuarto y le vend6 la herida. Bernardino pas6 toda la noche con la Rosalba. Era una buena y
valiente muchacha que podfa adn sonrefr, 8 pesar de
todas las miserias y las humillaciones sufridas. Ha113

1

blaron largo aquella noche, se contaron sus penas y
a1 dla siguiente la Rosalba llev6 su catre, su pallasa y
su ba41 (que formaban todo su bien terrestre) a1
cuarto que Bernardino amend6 por Bellavista. FuC una.
buena epoca para 10s dos. La Rosalba dej6 su trabajo
en “El GalameAo” y no se ocup6 mas que de su hombre, el cual pudo salir 10s domingos con la camisa limpia y 10s zapatos brillantes. Iban a merendar a Playa
Rlanca y por la noche a1 cine. Bernardino dej6 la
bebida y abri6 una cuenta en la Caja de Ahorros. Pero
la Rosalba tosfa cada vez mils, y a veces ias piernas
le flaqueaban y tenia que pasar horas tendida en la
cama. Una vecina le di6 una hierba muy buena para
la debilidad, per0 la muchacha sigui6 sintiendose mal.
Bernardino Rubio no daba gran importancia a las
quejas de su amiga porque sabia que las mujeres esthn siempre quejandose por algo, hasta que una mafiana ella empeitb a escupir sangre y a gritar que se
iba a morir. Bernardino sali6 corriendo en busca del
medico. Este no pudo venlr sino a1 anochecer. La Rosalba estaba tendida en la cama, descarnada y con 10s
p6mulos encendidos. El medico la auscult6 y declar6
que debfa ser trasladada inmediatamente a1 hospital.
Bernardino se pus0 hecho una furia; el hospital era
un matadero, nadie mejor que 81 podia cuidar a su
mujer; para eso tenfa plata.
-Tiene que llevarla a1 hospital -replic6 el medico, que no parecfa conmovido por las vociferaciones
de su cliente-. Yo conseguire la cama. Vapan mafiana a las diez y pregunten por el doctor Santelices.
Se a126 en la penumbra la voz temblorosa de la
Rosalba :
-dMe v,oy a morir, doctar?
--No, no. En el hospital la sanaremos.
-6Cuanto le debo? -preguntb Bernardino, cada
vez de m&smal humor.
-Nada.
-iA mi no me gusta la caridad! Tengo‘con qlue
Pagarle. iA wr, diga cuhnto le debo!
El doctor, que era un hombre corpulento, cargado
114

de espaldas, con grandes anteojos montados en Carey,
torn6 a Rubio del brazo y lo sac6 del cuarto a la calle.
-No se bote usted a tieso, amigo -dijo-.
En estos
casos no sirve para. nada. Hag que ser razonable. Su
mujer se halla muy mal, y sera dificil que podafnos
salvarla; pero de todas maneras, en el. hospital estarik
bien cuidada.
--iMuy mal? L5e va a morir?
El doctor se cubri6 la cabeza con un sombrero negro de anah,as alas.
-Creo que hay pocas esperanzas; es demasiado
tarde.
I
--iQlUB te ha dicho? --gregunt6 la Rosalba cuando
Bernardino cntr6 en el cuarto.
El no respondi6 nada, y la muchacha p a d toda la
noche Ilorando.
Un mes m8s tarde, Bernardino cancel6 su cuenta
en la Caja de AhOrrOS para comprarle ulf atarid y un
nicho a la Rosalba.
VoIvi6 a la,s tabernas y se him amigo del Petrolero
y del Guitarrita, dos compadres que habfan dado que
hscer a la policfa de todo el norte. Una noche, cuando
Bernardino Rubio dormfa en su cuarto, golpearon a la
puerta. Abri6, y se encontrd con el Petrolero, que venia a pedirle alojamiento. Rubio lo hizo entrar, y el
hombre se tendi6 a su lado sobre la pallasa. Apenas 88
habia vuelto a dormir, unos brutales golpes en la puerta lo hicieron saltar a tierra.
-L$uiBn es? --grit&
-iAbran a la autmidad!
‘Se ofan en la vereda pisadas de caballos y voces de
varios hombres. Bcrnardino cncendib Ia vela, y el Petrolero sac6 uw cuchillo, reculando hacla la puerta que
daba a1 patio. Pero, antes que la alca,nzara, In puerta
de calle salt6 bajo un empellbn, y cuatro carabineros se
precipitaron en el cuarta, ilurninhndolo con sus linternas. Brill6 en el aire la haja del Petrolero; se oyeron gritos y golpes, y Bernardino, recibiendo una bofetada,
contest6 con otra. 8e form6 un tumulto de cuerpos
que se debatfan entrelazados 8 la, luz zigzagueante e

115

1

intermitente de las linternas, pues la vela se habfa extinguido a1 comienzo de la pelea. Desde la calk llegaba ruido de pisadas, voces de mujeres, silbatos de la
policfa.
Finalmente, Bernardino se sinti6 arrastrado fuera
del cuarto, suieto por un hombre, empujado por otro.
-dPor que me llevan? -aullaba-.
iYO no he hecho ‘nada!
Por fin lOgr6 desasirse y recular hasta la pared. El
carabiner0 que se le acerc6 recibi6 una tremenda patada, que lo dej6 doblado en dos, gimlendo. Pefo inmediatamente otros se echaron sobre Bernardino y lo
tumbaron bajo una lluvia de golpes. Aun en el suelo,
intent6 patear y clavarle 10s dedos en la cara a alguno de sus enemigos, per0 uno de 10s carabineros le asest6 un culatazo en la cabeza.
Cuatro meses despues sali6 de prisi6n, cuando se
pudo establecer que el no habfa participado en el crimen que el Petrolero habfa cometido la misma nmhe
en que le pidiera alojamiento. El Petrolero y el Guitarrita habian intentado robar en un chalet de la avenida Brasil, y, como el duefio Rsistiera, lo habfan amibillado a pufialadas. Las declanaciones de la esposa de
la victima y de 10s sirvientes que habfan vikto huir a
10s asesinos y la confesi6n de Cstos salvaron a Bernardino. Qued6 1ibre;pero pa la policfa andaba sobre sus
talons. No pudo encontrar mas trabajo, tuvo que sufrir amenazas y vigilanciss. A l fin logr6 embarcarse
de pavo en un vapor de la Sudamericana, y asf volvi6 a
Valparafso.
Llev6 una vida miserablk, bebiendose lo poto que
ganaba, hasta que se encontr6 eon su antiguo piloto,
Julio Moreno, convertido en capittin ballenero. Julio
habia ofdo hablar de la perdici6n de Bernardino, per0
su vieja simpatia renaci6 a1 verlo en tan lastimoso estado.
-Te voy a dar la dltima oportunidad -le dijo-;
si la pierdes, lo mejor sera que te tires a1 mar.
Bernardino jur6 que no la perderfa; que todas sus
faltas habian sido causadas por la mala suerte; que no
116

c


volveria a tocar una botella ni a meterse en lfos. Julio
no tenia mtis que acordarse de 10s viejos tlempos de la
“Punta Arenas”, cuando Bernardino habia sido un marinero disciplinado y du’ro paTa $eltrabafo. . .
-Hablemos como hombres -pantualizd el capit&n-: si me haces una mala jugada, te desembarcarb,
per0 antes te dare la mtis grande pateadura que te has
llevado en tu vlda.
El capittin Moreno habia cumplido su palabra.. .
a medias. Lo lhabia desembarcado, per0 no le habia dado una pateadura muy seria. iBah, BernaTdfno se habia visto en otras! . . . Apenas si Julio le habia pegado
una cachucha. Fuerte, &so si, per0 nada m8s q
un
cachucha., . &e Julio Moreno *era un buen tip ,una
buen amigo. . . Y corn0 ballenero, iqub fen6meno!. . .
“Es un gallo el capittin Moreno, pensaba Bernardino;
se ha portado harto (hombre conmigo. iPara qub se me
iria a ocurrir llevar trago a1 “Alcatraz”! . . . Soy un borracho sin remedio, un mal amigo; el vicio me domiria. . .” Esta idea le llen6 10s ojos de lfigrimas. Su cnraz6n, ,dilatado por la generosidad, apenas podia contener la inmensa compasidn que experimentaba por su
propia suerte. “Un perdildo.. . iNO soy mtis que un
perdido! Julio quiso ayudarme y le correspondi mal.. .
Tendrb que pagar mi culpa. Cada dia sere m8s miserable y desgraciado. Me cur0 corn0 tetera. ~Quf!O h
cosa puede hacer el hoYr,bre para elvidar su pena? . . .”
La calle, en aguda pendiente, zigzagueaba entre
pobres construcciones de madera y calamina, montadas
sobre veredas un metro m& altas que la calzada. Algunas casas tenfan frente a la puerta escaleras de piedra o de cement0 con barandillas de hierro mohoso.
Bernardino descendia con precauci6n, evitando 10s obstticulos que podia distinguir vagamente a traves del
vel0 de tristeza que le cubria 10s ojos. De pronto trope26 con una piedra, y estuvo a punto de\ caer. Una muchacha, apoyada en una barandilla de la vereda, se
echb a refr. Su risa son6 extraflamente en el aire fresco
del anochecer. Rubia afirmd las piernas Y se quedd
mirando el rastro de la chica, ilumina.do por la lue de-

Yl

bil de un farol.. Rostro redondo, moreno; bajo un cer-

quill0 d e pelo muy negro; nariz chata, boca grande
con dientes muy blancos.
-+De que se rie, mi kijita?
La muchacha di6 un respingo y entr6 en la. casa.
Pero su risa le qued6 a Bernardino repichnldde en el
corazbn. La pena se le fue de puntillas, sin que 61 mismo la sintiera escaphrsele. Mhs parecia que no hubiern
estado jam& triste, que todas lesas historias,del capithn Mareno y de su propia ignominia no hubieran existido munca. El gozo de la vida le cosquille6 deliciosamente bajo la piel, y, buscando con ojo experto el sitio mhs seguro para apoyar el pie, sigui6 bajando la
calle a la mayor veloeidad que le permitia el vino.
No hubiera creido nunca que iba a llegar a Ja plaza San Francisco, pero ya que se encontraba alli, no
era cosa de preguntasse que camirio habia hecho ni
cuhnto tiempo habfa marchado. La plaza San Francisco se le ofrecia con sus viejas fachadas, con su ancha
iglesia vetusta y su msdesto a ~ c ode cemento enhebsado por una escalera de piedra.
Apoyado contra un farol estatba el C'ara de Doctor.
Bernardino se detuvo frente a 61, y lo salud6, Ilevftndose 10s tledos de la mano derecha a1 ala del sombrero. El
otro correspondid con un leve alzamiento de hombros.
Liiego, lentamente, retir6 el pucho de su boca y lam6
un salivazo ,de soslayo.
-iYa esths curado! 4 j o , con un ton6 que no se
sabia si era de r,eproche o de envidia.
Rubiu no ocult6 el asombro que le producfa tan
injustificada afirmacibn.
-iYo curado? Apenas si he tomado un trago.
-Convidame otro.
Las manos de Bernardino se hundieron en 10s bolsillos de su pantal6n y sacaron afuera 10s dos forros.
Tal mimica provocb una expresi6n de profundo desdjdCn
en el Cara de Doctor. Ambos personajes quedaron contemplhndose en silencio a1guno.s instantes. Bernardino, todavia invadido por la alegrda de vivir, sonreia
bajo la mirada fria de su amigo. Finalmente dste hizo
118

un gesto que 'el otro interpret6 sin inconveniente, y
dos compinches bajaron la escalera, pasaron bajo
el arc0 y entraron en el bar de la esquina.
Era aquBl un establecimiento destinado a apagar
la sed y no a rodear de confort a1 cliente. Un mostrador, unas cuantas mesas de cubiertas grasosas y de patas inseguras, unas banquetas de madera y una radio
oGUpaban la pequefia sala. En una de las paredes se
veia una oleografia representando el combate de Angamos; en otra, un gran marco, antes dorado, que encerraba una pintura a1 61e0, tal vez un paisaje campestre,
tal vez una naturaleza muerta.
El Cara de Doctor se sent6 gravemente en una banqueta, y, oon su voz gangosa, pidi6 medio litro de tinto.
Wabia echado hacia a t r h el sombrero de pafio gris,
lo que hizo aparecer aan m&slargo su rostro anguloso,
de mandibula maciza. Un espeso bigote castafio pesaba sobre su boca desdentada.
Bernardino se sent6 frente a su anfitri6n y se puso a contemplarlo. Siempre le habia impresionado el
aire d'e superioridad del Cara de Doctor, sus gestos reposados y su economia de palabras. Ahora, por primera vez, le parecia un poco ridiculo y hasta digno de
l&stima. Esta impresi6n le hizo sonreir.
-Parece que estks muy contento d e dign6 grufiir
por fin el Cara de Doctor-. LTe ihas sacado la loteria?
Bernardino Rubio, aun bajo la influencia del dulce atardecer, acentu6 su sonrisa:
-No me he sacado la loterfa, pero estoy contento.
LPor quC no?
-Con 10s bolsillos planchados. -Y el Cara de Doctor escupi6, tal vez para desembarazarse de 10s restos
del pucho o para significar su desprecio-. No creo que
te vaya muy bien.
-A mi me va siempre bien. -replic6 Bernardino,
con Bnfasis-. iSiempre bien! . . . Es cierto que soy tomador, per0 no le hago mal a nadie, ni siquiaa a mis
enemigos. i Aqui hay nobleza, compafiero!
V se di6 dos tremendos pufietazos en el pecho.
El otro lo mir6 con sus pequefios ojos negros, pri10s

119

sioneros entre las cejas espesas y el fino tejido de
arrugas de las mejillas. Con voz glacial preguntb:
-Si estfis tan santo, ipor quB no te Zlaces canuto?
-No necesito hacerme canuto ni nada. Estoy muy
contento de lo que soy. Un marinero como yo es siempre mfis noble que un mataperros como to, un tip0 sin
oficio, fichado por la policia.
El Cara de Doctor tenia demasiado domini0 sobre
si mismo para dejar transparentar el asombro que le
causaba la insolenscia del infeliz Bernardino Rubio.
Encendid un nuevo cigarrillo, y, despuks de un silencio,
replicd con calma:
-Muy botado a nifio parece que has Ilegado, Bernardino. Hace poco tiempo no te habrias atrevido a
hablarme asi. iPor la madre! Bien decia el otro dia el
espafiol de “La Bola de Oro”: “Ahora ya no se respeta
el merit0 de nadie. Cualquier pe
Cree un hombre”. Un desgraciado como to
z de creer que
puede botarse a seco con un hombre como yo, que ha
probado tener cojpn-es,
-iiPara lo q m r te- ha servido! -Bernardino lanzd
la frase sin una sombra de sarcasmo; mhs bien con un
leve acento de compasidn.
El Cara de Doctor bebid un trago de tinto y se puso a reflexionar. A pesar de su profunda experiencia
de 10s hombres, la insdlita actitud de Bernardino lo
desconcertaba. El ex contramaestre del “Alcatraz” no
parecia completamente embrutecido por el alcahol: Si
su mirada era vaga y apenas podia filtrarse bajo 10s
pesados pkrpados, sus laibios, sin embargo, dibujaban
una sonrisa de bonhomia burlona, nada tranquilizadora para el amor propio del Cara de Doctor. DespuCs de
unos minutos de examen, Bste juzg6 preferible atacar
por el flanco.
-Dices que eres marinero, Rubio. .. ; marinero de
tierra, querras decir. ~Ddndeest$ tu barco?
-Ahora no ando embarcsdo,.pero eso no importa.
VolverC luego a bordo.
-iAh, miren el nifio! ... iNo andas embarcado!
LY por que? AQuieres saberlo? iPorque eres Un pobre
120

-

borrecho, porque nadie te aguanta! Todos saben que
el capithn Moreno te sac6 la mugre a guantadas.
La expresidn de la perfecta beatitud se ampar6 en
la cara afilada de Bernardino Rubio. Con la voz de 10s
justos que han sabido recibir tedos 10s castigos para
ganar el cielo, respondi6:
-Cierto que el capitan Moreno me peg6 una guantada. Una &la, jsabes? Y me la peg6 con raz6n. Yo lo
reconozco. iCon raz6n!. . . P o estaba borracho, y le
hice perder una ballena grandaza. Aunque me hubiera
descrestado, yo dirla que tuvo raz6n. Y diria tambikn
que Julio Moreno es mi amigo y que yo lo qUierQ mhS
que si fuera mi hermnno.
Tuvo un hipo, y con mano temblomsa se llev6 el
vas0 a 10s labios. El vino le chorre6 abundantemente
sobre el pecho, uniendo en una sola gran mancha las
muchas que ya tenia su camisa. El Cara de Doctor enderez6 el busto, deposit6 su vas0 y apoy6 10s codos
sobre la mesa. Asf, bien instalado, alarg6 el pescuezo
hacia su interlocutor y replic6 con tsno firme y sentencioso:
-jQuieres que te diga, Rubio? Un hombre puede
ser borracho y ladr6n; peede tener todas las.plagas, y
andar en pelota de pur0 pobre. Siempre es un hombre. Pero cuando aguanta que le peguen, cuando no se
def'iende, y, para peor, encuentra que le pegan can ra2611, entonces ya es menos hombre que un rnaricdn; es
un cobarde, una basura, una porqueria. TII eres una
basura, Bernardino Rubio, y a mi, Cris6stomo Montoya,
el Cara de Doctor, me da vergiienza estar tomando contigo.. . iEsta es la Wima vez! . . . No te pongas mas
delante de mf, porque te voy a escupir. Todavia no ha
nacido el lhijo de madre que me ponga una mano encima sin recibir su castigo, y no puedo andar con tipos
que no Sean tan hombres como yo.
43. iDe pur0 hombre te has llevado en la chrcel!
El Cara de Doctor se pus0 eh pie.
-iClaro! -dijo, dando un golpe seco sobre la mesa-. Tfi sabes que el gallo que se me vino una vez
encirna, con mchillo, furl a parar a1 cernenterio. Estuve
121

en la csrcel, per0 a1 fin se reconoci6 que yo habia
obrado en defensa propia. Tu sabes que nadie se bota
a niAo con el Cara de Doctor.
‘El hip0 impidi6 a Bernardino responder inmediatamente. Cuando pudo, se colg6 de la manga de su amigo’:
-iDBjate de leseras, cabro! Sientate y tomt5monos
otra botelella.
-6Otra botella? -La dignidad hierida del Cara
de Doctor apenas encontraba palabras para expresarse-. &Otrabotella, yo, con un cobarde como tQ? &Crees
que voy a gastar mi plata en un marica? iPQr la vida! ...
Per0 Bernardino, sin dejar de sujetar a1 otro por la
manga, insistfa:
-iNo seas porfiado! iSiCntate! AI fin, somos amigos. iOye, guascho! . . . LSomos o no somos?
Un olor de papas fritas que venia de la trastienda
del. bar aument6 el sentimentalism0 de Bernardino.
-Tu sabes, Cara de Doctor, que eres mi mejor amigo, que te quiero cam0 a un hermano. No me vas a
dejar solo ahora, cuando necesito compafiiia. Para que
veas que no tengo orgullo contigo: me hle tomado hasta el Qltimo cobre.. . iPide otra botella y convidame
algo de comer!. . . itN0 te botes a tieso!. . . iGuachito,
Ias tripas me estsn crujiendo y me muero de sed!. . .
Desde la calk llegaban la mizsica de un organillo
y voces como de disputa. El patr6n del bar sali6 a la
puerta, y, desput5s de una breve tnspeccibn, volvi6 a
entrar, mirando de reojo a Bernardino y a1 Cara de
Doctor. Este se habia sentado C O ~ Ocediendo, no tanto
a la fuerza de Bernardino CQlgado de su manga, corn0
al peso de su cas0 de conciencia. Para abrir un escape
a sus dudas exclam6:
-iEres un cobarde, Rubio, un desgraciado! *
--m no comprendes nada y estb hablando por no
dejar. Dices que no aguantas que nadie te ponga la mano encima. Yo tampoco, tQ lo sabes. Per0 lo que pas6
con Moreno fu6 otra cosa.. . Moreno me. ha ayuclado
mucho.. . Nos conocemos deade hace la mar de abos.
Yo le falt6 y me 616 una guantada. Si yo dig0 que tuvo
122

razbn, no es por cobardia, sino porque, la pura verdad,
t w o razdn, y yo soy harto noble para reconocerlo.
El Gara de Doctor no respondib. Se frotaba, el mentbn, reflexionando. El otro insistib:
-Si andas con plrtta, LquB te cuesta convidarme
otro trago y algo de comer?
-€heno -respondid por fin el suplicado-. Vamos
a ir a comer unos poTotos, y despuBs volveremos a tomar otra botella. Lo hago para que no digas que me boto a orgulloso con un gallo que est6 en las malas. Per6
no creas por eso que tn eres para mi el mismo de anDes. Un gallo noble no aguanta bofetadas de amigos ni
de enemigos.
-itDale con la lesera! ... Yo no tengo enemigos.
Va te lo dije. He perdonado a todos 10s que me than
hecho mal.
E1 Cara de Doctor Mzo un gesto de fastidio, resignado, como hombre que sabe pasar por encima de las
debilidades humnnas. Se pus0 de pie, tird un billete
sobre la mesa y salib, seguido de Bernardino, ahora
rnucho m&s d6biI de las piernas.
La calle Clave, pasado el reflujo de la hora en que
10s trabajadores vuelven a slus cas=, habia tomado un
aspeeto tranquilo, per0 algo misterioso con su linlea
que serpentea entre las viej as fachadas corn0 buscando
desesperadamente una salida hacia la cumbre del cerro. Bajo 10s faroles se vefan hombres que fumaban
inm6vjles; en la penumbra de 10s zaguanes se dibujaban algunos bultos, quiz$ de parel as estrechamente
abrazadas. Se oian el taconeo be mujeres jdveenes que
iban calle abajo y el p i t o mondtono de un vendedor
ambulante. Hacia el puerto el brillo de las vitrinas iba
al encuentro de la vidn nocturna @el barrio.
El Cara de Doctor y Bernardino entraron en una
coeineria, y una, muchacha gorda y de aire malhumorado les tird sobre la mesa de hule grasiento dos platod de acharquichn con porotos. iLos cubiertos cayeron
estruendosarnente junto a 10s platos, pero 10s dos comensales, dernasiado hundidos en sus preocupaciones,
no prestaron atencibn a la rudeza de la chica. Por priI

133

\

1

mera vez en su vida, el Cara de Doctor se encontraba
frente a un problema tan complejo como el de Ekrna.rdino: un tip0 a quien 61 habia conocido siempre macho
parecia ahora casi agradecido de que le hubieran dado una pateadura. dQu6 era eso de perdonar a 10s enemigos?. . . iAh, bien decian que la marina era una
esclavitud! El capitan de un barco es 1111 tbrano, y domina a sus hombres gor el terror.
-iTenfa harta hambre, compadse! -dijo Bernardino-. Desde ayeT no habfa comido nada. iPuro trago!

-Por eso es que est&s tan bruto -replic6 el Cara
&e Doctor, lentamente-. Ahora la mona te da por
sentirte un kngel, por dar las gracias a 10s que te pegan.
-iBueno que eres cargante, guacho! ... iDale con
la misma lesera! 6Masta cutindo quieres que te diga
que llev6 aguardiente a bofdo del “Alcatraz”, que me
CUT&,
que por mi culpa se perdi6 una ballena grandaza? 6No sabes que todos 10s tripulantes tienen un percentaje sobre las ballenas que cazan? Bueno. Ya te
puedes imaginar c6mo estaban de furiosos todos conmigo. El capitan Moreno me di6 una guantada. LY que?
La purita verdad es que tuvo razbn. Si no, no lo habria hecho. Moreno es mi amigo.
El Cara de Doctor no se ech6 a refr. No reia nunca
a carcajadas, porque nada fen el mundo le parecfa digno de una manifestaci6n exuberante. La estupidez humana provocaba en 61, cuando m&, una sonrisa sard&
nica, que le hacfa caer la punta del bigote izquierdo.
En esta ocasidn la mu’eca no podia ser m9s justificada.
La ncompafl6 de la siguiente sentencia:
-iPobre animal! iUn capittin no es nunca amigo
de un marinero; un rico no es nunca amigo &e un pobre!
-Un capitan no es un rico -Peplic6 Bernardino,
con la boca llena de porotos
-iEs lo mismo! Es un patr6n.
-Tampoco es un patrbn; es un capithn.
-iNo seas imbecil! Discutes poTque esths borra124

cho. Ese Moreno es un abusador. iTu amigo! . . . iBuena
cosa el amigo!. . . Te cia una bofetada y te echa a la
calle. En buenas cuentas te quita el pan de la boca.
Bernardino, Que habia terminado su tocino y sus
porotos, se qued6 perplejo.
--iSabes que por un lado tienes razbn?
-iiClaro que tengo raz6n!. . . Moreno te ha eahado, te ha obligado a desembarcar por borraeho. Todo
el mundo lo sabe. &Quit%va a q u e m ahora darte trabajo?
-Es la pura verdad.. .
-Si hubiera sido tu amigo, como dices, te habrfa
castigado, pero no echhndote a la calle, no desacreditandote como marinero. iQu6 vas a hacer ahora?
Bernardino reflexionaba:
-Voy a estar bien fregado. Nadie va a querer embarcarme.
-iPor culpa de tu amigo del alma!
La barriga bien estibada clel antiguo contramaestre del “Alcatraz” reemplazaba ahora a la dulzura de
la tarde para mantenerlo en un bafio de beatittud.
-De alguna manera me armglat-C. No faltarh alguien que qui’era embaTCarme. Soy buen marinero. . .
--iLas cosas tuyas, pobre cr$esJ61& No sabes que
Moreno anda diciendo por todas partes que ems un borracho, que le hiciste perder una ballena.. .
-Es la verdad no mhs.
-. . .que casi le hiciste encallar el buque.
Rubio di6 un respingo, que el peso de todo el alcohol qiue llevaba en el cuerpo no purloImpedir.
-LEncallar el “Alcatraz”? LQuiBn? LYO?
-T& mismo. Moreno lo cuenta por todas partes.
-iES una calumnia! jEsO no es cierto!. . .
-Per0 tu capitan tan querido, tu noble amigo, anda jurando que t a estuviste a punto de joder el. buque
y de ahogar a todos tus compafieros.
Bernardino ihabia caido en una gran postraci6n.
Los tiltimos rayos de In duke tarde contemplada desde
el Paseo Alemania se habian apagado en su alma; un
relente de vino, un pesado olor de porotos guisados con
125

/

manteca rancia Cerminaba de sepultar en el pasado el
perfume del viento marino y de 10s jardines de primavera. La voz del Cara be Doctor seguia implacablle como el ruido tenaz de un mortero que machacara las altlmas esperanzas :
-Te han desacreditado, Bernardino. Hazme caso:
eres victima de 'una persecuci6n. Lo que ese tipo quiere es oerrarte todas las guertas.y que te mueras de
hambre .
-Per0 desde hace muchos aflos Moreno me ha
ayudado.
El Cara de Doctor escupi6. Ninguna de las artimafias de hipocresia se le escapaiba. Sin vacilar revel6
todo su conocimiento del alma humana:
-&o ha sido para joderte mejor ahora.
Bernardino estaba pxbrumado por la revelacidn
Inauditn. Lo anico que se le ocurri6 decir rue:
-Qye, vamos a tomar otro poco.
El 8ara de Doctor llam6 a la muchacha mahumorada y pag6. Luego 10s compadres volvieron a Ea taberna. Dmurante el trayecto ninguno habia pronunciado
una palabra. Ante dos vasos de tinto seguian mudos.
-iY que voy a hacer? -pregunt6 Bernardino a1
cabo de un largo momento.
,
El 'Cara de Doctor no respondid sin0 despuCs de
un detenido examen de su amigo.
-Ta eres un hombre de mala suerte, Bernardino;
pero eres un hombre honrado.
-&o es cierto -respondi6 el otro enternecido.
--No puedes quedarte con la guantada que te ha
pegado t u calumniador.
-LY que voy a ihacer?
-i Vengarte!
La palabra son6 sec8, sin un eco. FuC como si el
Cara de Doctor hubiera clavado un-pufisl en la CUbierta de la mesa, entre 61 y su desgraciado compailero.
--Per0 yo no puedo hacer nada contra Moreno.
Ese es un gallo que de una guantada me tira de aquf
a1 Bar6n.
-Debes vengarte. Sea como sea. El pobre no tie126

ne m$s que su honor, y si no lo defiende es una mugre.
Bernardino bebi6 hasta la altima gota d e su vas0
y respondi6:
-(,Quieres que te diga? iCreo que tienes raz6n!
Ahora que pienso. . . iSabes que la otra noche el Polo,
el cocinero del “Alcatraz”, me pesc6 borracho en la caIle Cochrane y me di6 la tanda?
Aquello fuC demasialdo. El. iCara de Doctor se levant6 de su silla con la boca torcida por el desprecio
y se encamin6 hacia el mostrador, donde el patrdn
atendia a otros clientes. Per0 reflexion6 y volvi6 a sentarse .
-iC6mo? iTe peg6 el cocinero? (,“e dejaste atropellar por el cocinero?
Bernardino se disculp6 dkbilmente:
-Yo estaba borracho . . .
-iAunque ‘estuvieras borracho! . . . LNOtenias cuchillo?
-TO sabes que yo no manejo.
El Cara de Doctor se eogid la cabeza a dos manos, oprimiendosela para impedir que la indignacidn la
hiciera estallar.
-iI$&l&J
-profirid finalmente-.
(,No te das
menta $??a;
el cocinero fu6 mandado por Moreno?
iNo comprendes que Moreno quiere matarte?
-iMatarme! (,iPor que?
-1Porque es un canalla, porque te odis.
Bernardino se ech6 sobre su amigo:
d y e , guachlto, yo soy muy desgraciado. S6lo tli.
puedes ayudarme. Ya sabes que tlS eres mi hermano.
iTienes que protegerme!
Balbuceaba con 10s labios flojos por la borraclhera,
crispando las manossobre el wstbn de su amigo.
-Yo te ayudare, siempre que te portes como hombre y no como un bglrUd+nl como un marica.
-Boy harto hombre, to lo sabes. LCrees de veTas
que Moreno quiere matarme?
-iEsta m8s claro que el agua! Lo que tienes que
hacer es tomarle la delantera, si quieres salvar tu pellejo.
127
i

+

-LFero c6mo?
-Tienes que buscar a Morena y sacarle 10s bofes
a patadas. Asi te vengarks y 61 te tamark miedo y dejar& de perseguirte.
-iSacarle 10s bofes a patadas! iTienes raz6n! LTII
me ayudara?
-Te ayudark porque soy tu amigo.
-promesa?
-iPromesa!
-TomCmonos otro trago por la amistad hasta la
muerte.
El Carn de Doctor se pus0 en pie, derecho como
una espada y se.ech6 el SQmbrerO sobre el ojo izquierdo.
40.
Tfi estks muy borracho. Lo mejor es que te
vayas a dormir.
40
tengo d6nde dormir. Estoy sin cobre.
-Toma.
Meti6 unos billetes en el bolsillo de Bernardino, lo
levant6 de un braza y, despuCs de pagar el consumo,
lo sac6 a rastras de la taberna.
-MaAana nos veremos aqui. Ahora me voy.
-LMe dejas solo?
-Tengo un asunto que arreglar esta noche. Ven
maflana. Andate a dormiT ahi a1 frente.
Bernardino cruz6 la calle a trastabillones hasta
el hotel que lucia su ensefia desgarrada mencima de un
zaguttn oscuro. El Cara de Doctor tir6 su pucho y empez6 a bajar hacia el puerto.

128

VI11

A MEDIDA que el capitrln Moreno remontaba la
pendiente de la calle, el mar y el puerto iban apareciendo entre 10s Arboles y 10s miradores de las viejas quintas. Cuanclo volvi6 la cabeza desde la esquina tuvo la
impresi6n de que la textremidad inferior de la calle
desembocaba sobre el mar a una gran altura, como en
un balc6n fantfistico con su balaustrada de eucaliptos
y cipreses. El otro extremo subfa entre las curvas del
cerro de ti'erra roja, (marcada por la huella de las aguzs
lluvias. Era una calle ancha, con largas tapias y jardines. El furioso viento sur arrancaba de las ramas un
rumor de rompiente marina.
Julio sigui6 una tapia baja, se detuvo ante una
puerta de reja y consult6 la direcci6n que Roy le habfa
dado. El n ~ m e r oae hallaba marcado en una placa tan
mohosa 4corno la reja misma y como la cadena que la
cerraba. El polvo acumulado allf mostraba que ,esa
puerta no se abrfa desde ihacfa afios. Pensando en una
equivocaci6n d8eliGringo y en que la casa se hallaba
deshabitada, sigui6 caminando hasta la lesquina en
busca de alguien a quien preguntar la verdadera direcci6n de Percy Roy. Allf vi6 con sorpresa que la tapia se encontraba derruida e n un fespacio de tres 0
cuatro metros y que, a juzgar por las ihuellas, 10s habitantes de la quinta antrakan y salian por esa abertura.
Avanz6 con precaucidn y descubrio un jardin comple-



tamente salvaje. Entr6 mirando a WOS
lados, hasta
que un perro policial, un galgo y un quiltro salieron de
entre las matas y se precipitaTon hacia C1 ladrando.
Moreno se detuvo e iba a dar media vuelta, intimidado
por el recibimiento, cuando una voz de mujer son6 a
lo lejos y contruvo la carrera de 10s anlmales, que se
quedaron gruflendo y mostrando 10s dientes.
El capitan permaneci6 inmbvil. Entre 10s drboles
se vela una construcci6n anticuada de muros en otro
tiempo blancos y ahora grises y polvorientos. Una mujer, vestida con un pantal6n azul y una blusa blanca,
apareci6 a1 fondo del jardfn. AI divisar a1 visitante
avanz6 hacia 61 con paso rftpido.
Julio se quit6 el sombrero y eSpeT6. Los perros se
le aproximaron otra vez amenazadores, per0 un nuevo grito de la mujer 10shizo ir hacia ella dando cabriolas. Cuando la dama.estuvo a pocos pasos, el marino
empez6 a explicarse .y a dar exc‘usas: buscaba a1 seiior
Percy Roy. Habia visto la puerta de reja cerrada, h e go aquella parte del muro cafda y habfa pensado.. .
Como parecia que la reja no se abria desde hacfa tiemPO.. . Pedia perd6n.. . Tal vez el nixmero estaba equivocado y como la tapia..
Inmdvil frente a 81, con 10s cabellos de un clorado
oscuro iluminados por un ray0 de sol poniente, la mujer lo observaba, tendiendo las manos hacia 10s perros
que saltab’an en torno y a veces iban a apoyar lm patas en sus piernas y en su pecho. Sonreia levemente y
sds grandes ojos castaiios y penetrantes detallaban al
marino con tal frialdad que Bste empez6 a retroceder.
-Est& usted en buen camino -dijo por fin la mujer-. iQuieto, “Whiskey”; tranquilo, “Domin6” -grit6
a1 galgo y a1 policial que le ponfan en la blusa las marcas de sus manos.
-Lamento ser inoportuno -comenz6 de nuevo
Julio.
-Pase usted. Y o soy M6nica, la mujer de Percy.
Us’ted debe ser (el capitan Moreno.
--Julio Moreno, a sus 6rdenes.. .
Ella re tendi6 la mano. El ballenero vi6 el brazo

.

130

desnudo cuya pelusilla dorada brillaba a1 sol, y a126
la vista hasta el rostro. Un rostro mhs bien ancho, encuadrado por tuna Erente amplia, una mandibula firme
y dos bandas de cabellos lacios y dorados. La boca era
grande, con el labio inferior lfgeramente abultado, la
barbilla redonda, 10s ojos castaiio claro, la nariz recta y pequefla.
-Pase usted -sigui6 Mbnica-. Percy no tardara
en llegar. Me habia prevenido de su visita. Lo estaba
esperando. No se extrafle usted de que lo haga entrar
por aquf. Como la tapia se derrumbb6, nos ha parecido
m b practico dejar este lhueco como puerta. Asf nos
ahorramos el trabajo de abrir y Cerrar la reja. Percy
y yo somos muy flojos.
-iQuC hermoso jardin! -murmur6 Julio asombrado,
-Es un jardin salvaje. A nosotros nos msta asi.
LaS plantas deben vivir como les dr5 la gana. Lo unk0
que nosotros hacemos es regarlo.
M6nica echd a andar rhacia la casa seguida del
rnarino. Los perros ladraban ahora alegremente y en
sus cabriolas ~veniana estrellarse contra las piernas del
visi tan te.
El jardin, plantado de Brboles frutales, de palmeras, acacias, pinos y cipreses, era enorme. Entre las
ramas, a1 fondo, Moreno distinguid algo asi como un
corral donde habia un caballo. Mas all&se alzaban viejos galpones y gallineros.
-Esta es el Arca de Nor5 4 i j o Mdnica.
Mientras subia 10s escalones que eonducian a la entrada principal de la casa, Julio detal16 a la mUjer:
edad, treinta y cinco aAos; estatura, mediana; salud,
de hierro; hhbitos deportivos. ;Que cintura tan estrecha y que caderas tan sdlidas! El pantal6n modelaba
UnaS nalgas gloriosas y escondfa unas pantorrillas que
debian ser admirables.
La casa de 10s Roy, rodeada del enorme jardin,
era una vasta construcci6n de dos pisos, estilo chalet,
muy abandonada. Los muros se vefan polvorientos, rOidos por las lluvias; las molduras, rotas; las TejaS, mo131

I

1

hosas, y la escalera por la cual Mdnica y Julio subian,
con 10s peldafios medio hundidos y cubiertos de musgo
en 10s rincones.
Siguiendo a la duefia de casa Julio Moreno se encontro en un gran hall en penup-bra, casi desnudo de
muebles. De una puerta del fondo sali6 una mujer anciana vestida de azul oscuro y con su amplia falda
casi cubierta enteramente por un delantal negro.
-Maria, abm las ventanas del sal6n -le dijo M6nica. Y agreg6, dirigikndose a1 marino-: Tenemos tan
poca costumbre de recibir visitas, que ya ve usted.. .
No sk cdmo hacer.. .
-Tal vez he venido demasiado temprano.
-iNo, no! Tanto mejor que haya venido usted
temprano. Asi trabaremos amistad por nuestTos propios medios.
Entraron en una amplia pkza amoblada solamente con cuatro sillones antiguos, un vasto divan, un
boulle de caoba coronado por un reloj que no marchaba, dos mesitas bajas y un gran espejo adosado a1 muro de la izquierda. En el de la derecha se veian dOS
telas representando paisaj es ingleses. La pared centTal
estaba casi completamente ocupada por 10s dos balcones,' cuyos sombrios cortinajes Maria apartaba para
abrir las ventanas. La luminosidad de la tarde pareci6
reventar dentro del salbn.
Los perros habian enbado tambikn y saltaban sobre la alfombra gastada.
-Sikntese usted, sefior.. . capitan.. ., Lque tratamiento hay que darle? -Y dirigihdose a la sirvienta-:
iMaria, tome el sombrero del sefior.. . Ahora
cuenteme ese famoso viaje d e mi marido. El me ha dicho que no se habia mareado. LES cierto?
-Sf, es cierto.
M6nica sac6 una cigarrera de metal y la tendi6
abierta a su visitante. Despues empez6 a fumar lentamente.
-Percy me h a contado todos los detalles de la
caza a la ballena. Me parece una cosa horrible. iPObres
animales! Percy ha sufrido una fuerte impresicin a1
132

r
ver agonizar un ser tan enorme y a1 mismo tiempo tan
indefenso. Nosotros queremos mucho a todos 10s animales. Ya le mostrare luego la verdadera menagerie
que tenemos en casa. Somos el asilo de 10s perros y 10s
gatos vagabundos.. ., y de otras bestias.. . LA usted 110
le gustan 10s animales?
-Si, naturalmente. . .
-iQu6 bien! Y o tengo horror de la gente que no
10s quiere. Eso revela egoismo, orgullo y deslealtad. i N o
lo Cree usted asi?
-Si, tiene usted raz6n.
-Creo que si. Anda por esas calles de Dios caaa
hombre y cada mujer llamando a 10s animales “seres
inferiores”. . . iY ellos!. ~. iSi se conocieran!. . .
Se ech6 a reir. Habia hablado.lentamente, con ui,in
voz de timbre claro qiue de pronto se quebraba e n
inflexiones graves. Moreno pens6 en el agua de un
torrente que salta un instante y luego se adormece e n
un pequefio remanso.
-Esta casa es un poco extravagante --siguio--.
Aqui las personas, 10s animales y las plantas viven COmo les da la gana. Yo trato de facilitarles las cosas a
todos a medida de mis fuerzas. Percy se ocupa tam, b i h un poco, porque es muy descuidado y mas perezoso que yo. En fin, vamos saliendo adelante. . . No recibimos casi nunca visitas, per0 no somos misantropos,
no vaya usted a creer. Lo que pasa es que nadie
W e r e venir tan lejos y nos vemos con todo el mundo
en el centro o en Viba. Usted es de 10s pocos valientes
que se atreven a venir hasta aqui.
Sonaron en el pasillo unos pasos menudos y una
cabrita hizo irrupci6n en el sal6n, balando. Los perros
fueron a su encuentro alegremente y aquello fu6 una
algazara.
-i Juana, Juana! -empez6
a gritar Monica-.
iVen a sacar de aqui a “Biquet”!
Apareci6 otra criada vieja y empez6 a empujar a
10s animales fuera del sal6n refunfufiando. M6nica contemplaba la escena sonriendo y con el rostro como iluminado .
133

--“Biquet” es adorable, Lverdad? LHa visto usted
su cabecita inteligente y sus patitas tan finas? Es como un juguete. Ya le dije a usted: esta casa est&hecha
una miseria a causa de 10s animales, pero es mejor que
ellos esten a gusto..
Desde fuera lleg6 el ruido de un autom6vil. Mbnica
se pus0 de pie:
-Percy esta ahf.
Salieron a la escalera de la entrada. Percy descendia de un viejo Chrysler detenido junto a1 corral. Vino
hacia M6nica y el marino con su manera tan especial
de caminar: 10s pies un poco hacia afuera, el paso rBpido y 10s brazos colgantes. Los finos y escasos cabellos
rubios se alborotaban sobre su frente.
--iQu6 tal, capitan? salud6--. Muy amable de
venir ihasta aquf. Perd6neme que este un poco en retardo. Debfa haberle dado cita en el plano y habrfamos
subido en el coche.
-La verdad es 4 i j o M6nica - q u e no nos atrevemos a ofrecer el auto sin0 a 10s amigos de mucha
confianza. Cuando usted suba en 61, comprender8.
-&Qu6? -pregunto Moreno riendo-. iQue he Ilegado a ser amigo de confianza?
-Desde luego.. ., y que en nuestro coche hay m&s
balance que en su buque.
-iOh!, est&un poco viejo, es cierto. Por lo demhs,
como lusted ve, capit&n,en esta casa todo es viejo.. .
Entraron en el sal6n. Roy sac6 Idel boulle botellas
y vasos y empez6 a preparar un c6ctel. El vlento habia cesado. Por los balcones abiertos entraban la frescura del anochecer y sus ultimas claridades en reflejos
verdes proyectados por el jardfn. El tintineo d e 10s vasos que el Gringo manipulaba salpicaba el gran silencio de gotas melancolicas. M6nica se habia sentado en
un sill6n echando la cabeza hacia atras y extendiendo
10s brazos desnudos sobre sus piernas. Desde su sitio
Moreno la vela de perfil contra la luz. No record6 en
ese instante nada de lo que habia contado el doctor Varela, per0 le dominb una confusa impresibn, como si el

.

134

pasado de esa mujer estuviera ahf erguido junto a ella,
apenas visible en la penumbra que rodeaba la ventana.
Era una sombra desdibujada y corn0 envuelta en el
brill0 de otras tardes, en OtrOS afios y en otros cielos.
Ahi estaba ese pasado; pero, en realidad, Lera el de
Mdnica 0 el de Moreno mismo? Tal vez el marixlo veia
la silueta de la mujer en ese instante a traves de suS
propias sensaciones de otro tiempo; tal vez era la
presencia de ella la que despertaba esos largos ecos en
el vaccio de su coraz6n.. . Las imageries giraban rapidamente. Moreno no apartaba la vista de 10s cabellos
de or0 oscuro aureolados por la luz moribunda. Y d e
subito la luz se reanim6. Se reanim6 hasta llegar a
transformarse en la claridacl de un dia de sol en el
invierno de Amberes. El sol bafiaba la calk cubierta
de nieve y solitaria. 23610 en una esquina un meiidigo
arrancaba a su flauta unas notas largas y agudas que
subian en el crista1 claro y frio del dia.. . La image11
subsistia con una consistencia absurda, con una nitidpz
perfecta, como si hubiera surgido para instalarse definitivamente en el cerebro de Moreno. Sill embargo.
61 no habia pensado jam& en este cuadro perdido entre tantos otros aesde lhacia diez o quince alios. I . @or
que el perfil de Mdnica lo evocaba?. .. Mdnica y el
brillo de ese lejano dfa de sol y de nieve, atravesado pollaS agudas notas d e una flauta. Un dfa de luminosidad
Y de frio en Amberes, . . Como esa sensacion, Mdnica
venia tambidn de lejos en el tiempo y e n el espacio.. .
La voz de Percy hizo que el capitan se volviera vivamente hacia 61,
-Como usted ve, yo soy mas humano que lo que
fut! Listed a bordo del “Alcatraz”: yo le ofrezco inmediatamente un whiskey sour.,
-Es que a bordo el alcohoJ. esta prohibido.
-Felizmente en el Cerezo el ingeniero jefe me
convid6 un excelente aperitivo. &Que tal Pncuentra
este?
--;De mano maestra.
DespuCs de vaciar su vaso, M6nica se retiro para
vestirse. El Gringo invit6 a Morello a visitar el jardin,

1

y 10s dos hombres salieron acompafiados de 10s tres
perros.
Aunque era ya casi de noche, se pasearon por 10s
senderos abiertos en la verdura salvaje. Por 10s troncos de 10s viejos tlrboles subian enredaderas espesas y
en algunas partes el. camino pasaba bajo un techo de
ramas. El jardfn era muy grande. Mtls all& de una pequefia parte cultivada en hortalizas habia un corral
que encerraba un caballo y una llama.
-Aqui tiene usted a “Arizona” y “Gitano” -dijo
el Gringo acariciando a 10s animales.
Siguieron caminando hasta una pajarera y un gallinero. Pajaros y gallinas dormian ya. En la penumbra Moreno crey6 ver que habia gran cantidad.
Dieron vuelta por detrtls de la casa y ‘entraron por
otra puerta. En una galeria estaba “Biquet” echada
sobre un confortable lecho de paja. A1 ver a Percy se
levant6 y fuC hacia 81 tecleando rtlpidamente con sus
patitas sobre el parquet. Percy la tom6 en 10s brazos.
-Mire usted, .capit&n, jqu6 hermosura!
El marino not6 que la voz del Gringo, habitualmente irdnica o sin color, se‘ tefiia de ternura. El animalito frotaba el hociquillo contra el mentbn de su
am0 .
--“Biquet” lo conoce bien a usted.
-+Que me conoce? iMe adora, capithn, y Bsta bien
pagada!
Avanzaron por la galerfa, donde habia algunos
rnuebles viejos, lhasta llegar a una percha sobre la
aual dormitaba un loro. Percy le alarg6 un dedo y el
Dtljaro se despert6 y empezd a lanzar unos sonidos confusos. Luego se pus0 a gritar: “Pap&, pap&”, y a pi-,
cotear dulcemente el dedo del Gringo.
-Es el viejo “Lord Brandy”, un bandido de la
peor especie. Habla mucho, pero ahora tiene suefio.. .
Guardese usted de ponerse a su alcance. Cuando no
conoce a las personas se porta como un viejo lord cascarrabias. Ahora ya es muy tarde y no le puedo presentar a “Cleopatra” y “Mesalina”. iDiOs sabe d6nde
se habrtln metido! Son dos tortugas coquetas, CaSi

136

I

desvergonzadas. Nos llaman a comer. Otro dia vera
usted a1 zorrito “Tenorlo”. Es un seductor terrible. Le estamos buscando una novia. Todos estos an’imales nos
dan mucho trabajo, per0 nos divierten.
La voz de una de llas criadas se oia a1 fondo del
corredor llamando para la comida.
-Si pudi&amos tenerla le pediriamos a usted,
capitan, que nos trajera una ballena viva.. . iQU6 1aS. tima verse privado de la compafiia de un ser tan adorable!. ..
Riendo el Gringo condujo a su hubsped a1 comedor, donde Mdnica 10s esperaba, vestida de negro con
gran simplicidad, sin mhs joyas que un broche de or0
en el angulo de su escote miuy abierto. Moreno actmir6
a la mujer cuyo encanto era una mezcla de fuerza y
de delicadeza: 10s hombros anchos, el busto amplio, las
caderas sdlidas; el talle, 10s tobillos 4 las mufiecas finos, y el cuello largo y terso.
Comieron dos platos sencillos y abundantes, bien
regados de vino blanco y tinto. Percy estaba de buen
humor y pidid a1 marino que les contara algunas aventuras extraordinarias. Julio no veia en su vida nada
de asombroso, nada que valiera la pena. Record6 sus
primeras experiencias de ballenero en pocas palabras.
Entonces el Gringo empez6 a hablar de la historia de
la caza a la ballena, que parecia conocer perfectamente. Dijo que 10s primeros cazadores habian sido 10s
vascos en el siglo IX, contd una cantidad de anecdotas
que hicieron reir a Moreno. Mdnica escuchaba en silencio, fumando cigarrillos entre los platos. Moreno
pensaba que debia encontrarse profundamente aburrida, y esta idea lo cohibia un poco, dhndole la impresidn de ser inoportuno. No pretendia que la duefia de
casa se mostrara deslumbrada POT su presencia, per0
de ahi a esa frialdad casi hostil.. .
Los dos hombres hablaron luego de box y de futbol.
Percy estaba a1 tanto de todas 1% novedades deportivas del mundo.
-Me han dicho que usted escribe articulos de
sport -apuntd el marino.
137

-1

-A veces.. ., de tarde en tarde, cuando se presenta algo interesante 0 cuando me falta un poco de dinero para dar de comer a nuestros animales. Ya le he
dicho que no soy amante del trabajo.
-Es natural si usted no tiene necesidad de trabajar.. .
-LNecesidad?. , S e a n y c6mo.. . Ya ve usted
que vivimos bien modestamente; pero, en fin, eso nos
basta. Y o trabajaria si supiera que en poco tiempo me
iba a hacer rico, no para guardar el dinero, sino para
gastarlo. Pero como SC que no tengo capacidad para
hacer fortuna, me parece ridiaulo sacrificar mi ociosidad y seguir en la misma situaci6n o con’un beneficio insignificante.
-6Pero no hace usted nada? Perdone la impertinencia de mi pregunta, per0 como yo he trabajado
toda la vida me resulta asombroso encontrar a alguien
que no se ocupe en algo.
-Leo, converso a veces, ando por ahf.. . La vida
es corta.. ., para enterarse de todas las cosas interesantes que hay o ha habido en el mundo. Me gustan
especialmente 10s libTos de historia, 10s libros sobre la
vida de 10s animales, las relaciones de viajes antiguos.
El deseo de aprender cosas es un signo de vejez. Yo
estoy viejo.
Julio Moreno se sinti6 mas cohibido: 10s ojos frios
de M6nica se clava.ban en 61 desde hacia un instante.
“Apenas pueda me mando rnudar -pensb--.
iQU6 mujer m8s impertinente y qu6 importancia se da!”
-@s,
usted casado, capithn? -pregunt6 ella de
pronto.

.

-NO.

-Per0 con novia.. .
-Tampoco. Hnce afios pretendf casarme, pero el
proyecto no march6 bien. Ahora se me ha pasado la
edad.
+Hombre! 4 i j o Percy-. Usted debe tener unOS
cuarenta afios: la buena edad para casarse con una
I
chica de veinte.
El marino levant6 l a ojos de su plato y se en138

contr6 de nuevo con la mirada inqukitiva de Mbnica.
“A la impertinencia con la impertinencia”, se dijo, y

agreg6 en alta voz:
-&Para qu6? &Para que la muchacha me engafie
por viejo? La juvenbud es para la juventud. Un &ombre de cuarenta ya no d e b casarse, y si hace esa tonteria debe buscar por lo menos a una mujer de treinta
y cinco. A esa edad ya no son peligrosas.
Si Mdnica percibid la mala intenci6n de la frase, no
lo dej6 adivinar. Sin apartar 10s ojos del marino, fumando lentamente su cigarrillo, contest6:
-Creo que usted se equivoca. A mi, por lo menos, cuando era muchacha me gustaban 10s hombres
maduros, reposados y que tenian, o parecfan tener,
cierta experiencia. Los imberbes que fuma’ban sin cesar y hablaban a gritos para darse aires de hombres
me ponian los,nervios de punta. &Ha visto rusted algo
mas tonto que una pareja de adolescentes? Una chica
joven se ve siempre mejor con un hombre de cierta
edad.
-Tal vez para la mujer est6 bien -Moreno se
refugiaba en la porffa, aunque el tema no le interesaba
para nada-, per0 cuando el hombre es mucho mayor
que su prenda pasa por un viejo verde.
Roy intervino con animaci6n:
-Bso del viejb verde es una tonteria. Cuando la
gente ve que un sefior de sesenta afios toma una amiguita de veinte se rfe y dice que eso es inmoral. iPur0
rencor, pura envidia! La gente quisiera ver a1 viejo
con una arpia de su edad que lo obligara a cuidarle 10s
reumatismos y a ofrle sus lamentaciones. Le da rabia
a la gente que ese hombre aun se considere con derecho
a1 amor y que tenga una chica bonita que le hace
agradable la vida y le distrae. jNada, nada! iLa juventud de las mujeres se ha hecho para adornar la
vejez de 10s hombres!
-Per0 las mujeres no piensan asf -argument6
Moreno, buscacdo ya una frase francamente desagradable-. Se aburren con 10s viejos y 10s engafian. Y o
creo que la fidelidad en el matrimonio no est& garan139

1

t

tfzada sino por las patas de gallo y la barriga de la
esposa.
Satisfecho de su hallazgo, mird a Mdnica para
comprobar el efecto. Ella (habia apoyado la barbilla en
la mano derecha y continuaba mirandolo con la mis- .
ma frialdad. Sin embargo, su respuesta mostro que
habia recibido el golpe:
-Entonces, seghn usted, yo que no tengo patas
de gallo ni barriga, debo ser infiel.
Julio sonrid.
-Yo no hablo de casos particulares.. .
Ella se pus0 de pie.
--Pasemos a1 saldn -dijo--. El cafe ya esta servido.
La criada disponia las t a z b en la mesita baja.
Dos grandes gatos ordinarios, uno rubio y otro gris,
dormian en el divan. Mdnica se sentd, recogid las piernas bajo su falda y 10s dos gatos fueron a echarse sobre ella.
-&Que prefiere usted, capitan? -pregunt6 Percy-. LCoiiac o tohiskey?
-Lo que ustedes quieran. Y o bebo poco.
-Per0 diga lo que desee.
-Lo que preflera la sefiora.
Mdnica acariciaba 10s dos gatazos, y 6stos entornaban 10s ojos bajo el roce de 10s dedos largos, despojados de anillos. Parecia haber olvidado la conversacidn de la mesa.
-&Que quieres th? -le preguntd Percy.
-Yo, whiskey, per0 no quiero irnponer mi gusto
a1 capithn.
La luz de la gran pantalla amarilla fuC a brillar
en sus dientes muy blancos y parejos. Mdnica sonreia
eomo a una idea secreta. Sus labios un poco gruesos
daban a su sonrisa algo de malicioso y crispado. Julio tuvo la impresidn de que su pequeha victoria, lo
que 61 crefa su victoria, se le escapaba. Sonriendo a
su vez, quiso afirmar sus posiciones.
-Perdoneme, sehora -dijo-.
Creo que hace un
momento he dicho una tonteria. En realidad estoy hablando de lo que no entiendo. He pasado mi vida en el
140

mar, y conozco poco a las mujeres. Usted no me va

a tomar en serio.
El Gringo intervino a1 mismo tiempo que SerVia
el whiskey:

-iBah, no se preocupe, capitan! iNosotros nos
escandalizamos dificilmente ! Volviendo a nuestro tema, le dire que creo que usted es un cas0 de deformacion profesional. De tanto cazar ballenas ha terminado por pensar que la mujer ideal debe parecerse a un
cachalote. iQue esc&ndalo! GAsi es que usted prefiere la fidelidad barriguda y con v&rices a la infidelidad con juventud y belleza? iLe gustaria a usted mas
dormir todas las noches a1 lado de una vieja bigotuda que dos noches por mes con una chiquilla linda y
de pie1 suave?
-Ni con una ni con otra; a mi me gusta dormir
solo. -Y riendo, Julio bebib un sorbo de whiskey tan
largo, que se atragant6 y empez6 a toser desesperadamente. Cuando se repuso, sus ojos encontraron de
nuevo la mirada fria de M6nica, iluminada esta vez
por una lejana chispa de ironia.
-iQUe
torpe soy! -grufi6 Moreno.
La luz de la pantalla amarilla brill6 otra vez en
los dientes apenas descubiertos, como si la sonrisa
desfalleciera sin alcanzar a remover la pesada voluptuosidad de 10s labios. “Cuando sonrie es menos antipatica”, pens6 Mbreno, y se levant6 para despedirse.
-6Tan pronto se marcha, capitan? -dijo M6nica--. jDebe usted tener que acostarse temprano corrio un colegial! Me habia formado otra idea de 10s
marinos, sobre todo de 10s balleneros. . .
--‘Jta ve usted: somos iguales a 10s demhs. iNO va
usted a creer en las novelas!
-Eso es lo malo -apuntb Roy-: el no poder creer
en las novelas. Hay algunas que seria interesante vivir.
-Yo he leido pocas novelas -dijo Moreno-. Dos
0 tres sobre la vida del mar. Pintan allf a 10s marinos
como unos brutos que pasan bebiendo ron y repartiendo bofetadas.
141

-4Y eso?no es verdad? -pregunt6 Monica.
-iQue va a ser verdad! ‘
-iEste capitan es un hip6crita! -exclam6 Roy,
riendo y sirviendo un nuevo whiskey-. Dile que te
cuente la paliza que le dib hace pocos dias a uno de
sus marinerw, un tal.. . ~ C 6 m ose llamaba? Belarmino, Bernardino.. . Dile que te repita sus exclamaciones cuando alguna ballena se le escapa. . .
-iCuente, cuente, capittin! .
“Cuando rie es simpbtica -pens6 Moreno-, pero debe ser una mujer de un orgullo ,insufrible.”
-~Quc! pas6, capitbn? jEs verdad que dice usted
palabrotas y da bofetadas? A ver, jcuente, cuente? -Y
reia, echando hacia atrBs la cabeza y ofreciendo a la
luz de la lbmpara la pie1 mate de su cuello.
Moreno seguia de pie, en actitud de despedirse.
Per0 Roy llen6 por tercera vez su vas0 y lo oblig6 a
sentarse de nuevo, a pesar de sus protestas:
-Debo mahharme. Y o soy un colegial dbcil, como usted dice, seiiora, y tengo que irme+a casita y no
beber tanto whiskey.
Ella habia abandonado sobitamente su aire de
aburrimiento y parecia alegre. Para oprimir el cigarrillo en el cenicero extendl6 el brazo que el traje
descubria casi completamente, y donde brillaba una
pelusilla dorada. Pregunt6:
-6Vive usted solo, capittin?
- C o n una hermana.
-Y de veras, jno piensa oasarse?
-No. Ya le he dicho que se me pas6 la edad. Estoy lleno de manias de solterbn, y creo que le haria
la vida imposible a una mujer. AdemBs, si me enamorara, seria celoso como un turco y no me gustaria
estar separado de mi mujer. Eso es una cattistrofe
para un marino.
-Yo siempre me he preguntado -dijo el Gringo-, c6mo es posible que una fuerza tan exaltante
como el amor conduzca a algo tan estopido como la
vida de familia.
142
b

.

--Per0 la vida de ustedes no me parece estapida.
El Gringo se encogi6 de hombros.
-iBah, nuestra familia es bien original: “Cleopatra”, “Mesalina”, “Biquet”, “Arizona”, “Gitano”, y
10s demhs! ... Vivimos, como usted ve, en perfecta
armmia. Ademas entre M6nica y yo no hay ninguno de
esos principios tan respetables, per0 tan sbrdidos, que
hacen la fuerza y la grandeza de ‘la vida familiar.
-6Qu6 principios?
-El de esclavizar uno a1 otro, el de constrefiirlo,
el de hacerle sentir a cacla minuto que la vida no es
sino una cadena de obligaciones y de responsabilidades. Ademas, nosotros no tenemos hijos.
-6Detesta usted a 10s nifios?
-No, no; lo que quiero decir-es que el amor verdadero, el amor-pasi6n, no puede sobrevivir a la paternidad. Y o pienso.. .
-iVamos, Percy! -interrumpi6 M6nica-. iYa va‘s
a empezar con tus sermones! iCBllate! El sefior Moreno va a creer que eres un loco.
El Gringo, que habia vaciado su whiskey, se levantd y se sirvid otro. El aicohol le encendia las pupilas y sus gestos se hacian un poco vacilantes.
-#or
que voy a callarme? -dijo-.
Nos hemos
reunido esta noche para conversar, y a mi me gusta
ser sincero. Usted, Moreno, que es marino, que ha recorrido el mundo, no me interpretarh mal. iVaga, tomese ese ?8cuhtskey y pdngale otro! iES del biieno!
-Cuando le da por exponer sus teorias -y M6nica hizo un gesto de resignaci6n-, no hay m8s que
oirlo.
-6Y usted participa de esas teorfas, sefiora?
Ella se ech6 a reir.
-Yo soy una esposa sumisa.
Boy, botella en mano, se plant6 ante el marino,
.
y 6ste no tuvo mhs que ceder.
-Bueno, vamos con este nuevo vaso, per0 sera el
~lltimo.Usted, sefiora, parece que tiene miedo de que
su marido diqa Is que plensa. Eso me intriga.
143

El Gringo dejd la botella sobre la mesa, y de pie
empezd a halblar, interrumpiendose para beber a pequefios sorbos.
-Lo que yo quiero decir, capithn, es que el amor
es una fuerza anarquica y libertadora. Cuando esta60s enamorados nos sentimos duefios del mundo, con
energfas para echar abajo todas las barreras, para
destruir todos 10s prejuicios. La razbn y las conveniencias nos parecen idiotas; queremos hacer de la
niujer amada una triunfadora, exaltada por la pasi6n y por la vida, por lo que hay de dramatic0 y de
lfrico en la vida. Somos rebeldes a todo lo que no sea
nuestro amor, y a cada instante queremos llegar a la
raiz del placer. Vivimos con una intensidad feroz; y
si es necesario, nos arrojamos contra la sociedad y el
destino, porque somos libres y conocemos la verdad
suprema que es el sentido pasional de la existencia
humana. iMUy bien! &&ut2ocurre cuando, en compaiifa de la mujer que nos ha dado tanta exaltaci6n,
caemos en la vida de familia? Todo cambia, mi querid0 capitan. Empiezan las pequeiias miserias, la rutina, las edgencias y las recriminaciones. Los suegros
3. 10s cufiados hacen su aparicidn; la mujer tiene que
seguir un regimen para amamantar con exito; el bebC tiene alfombrilla, hay que lavar 10s paiiales en casu y otras gabelas por el estilo. LCree usted que hay
amor que resista a todo eso?
El Gringo habfn bebido hasta la altima gota de
su whiskey. Alzando el vas0 vacfo frente a Moreno,
volvid a interpelarlo :
-&Ah, capitan? Digame, ihay amor que resista
a tanta miseria?
El marino refa.
-iQuC cuadro pinta usted! -exclam&.
Yo entiendo poco de estas cosas, per0 me imagino que el
amor no puede ser sdlo una exaltacidn pasional; hay
la ternura, la continuidad de un -sentimiento sereno
Y profundo, que sucede a la pasibn, y que vale tanto
como ella. En otro plano, naturalmente.
Roy alzd 10s brazos, protestando.
144

v-

-iNO, no! -grit&.
is610 hay grandma en el
amor-pasi6n! Lo dem&s es rutina, ,egoism0 y mezquindad.
-Per0 no hay hombre ni mujer que puedan vivir
la vida entera en pleno romance.
El Gringo se dejd caer en su silldn con aire abatido.
-iESO
es IC terrible! -exclam&.
Por eso, cuando uno ya no puede vivir en romance, como usted dice, debe meterse en su rinc6n y renunciar a vivir.
M6nica habia escuchado la peroracidn de su marido con indiferencia, bebiendo y fumando lentamente. Moreno observaba la delicadeza de 10s dedos que
sostenian el vas0 o el movimiento de 10s labios a1 recibir el cigarrillo. “Debe haberse tomado tres o cuatro whiskeys, y est& tan tranquila”, pens6 el marino.
El Gringo parecia fulminado por la conclusi6n a
que habia llegado su discurso. Estaba casi tendido en
la butaca, con 10s brazos colgantes y el cigarrillo ‘apagad0 en 10s labios. Sobre el peluche azul del respaldo se
destacaba su mechdn de cabellos escasos y finos. Sui
ojos vidriosos miraban fijamente delante de el. M6nica se habia quedado inmdvil con el busto erguido y
las manos sobre la falda. Julio seguia contemplAndola
con delicia en el silencio que se pralongaba, pero, a1
cab0 de un largo momento, creyd que debia decir algo por buena educacibn.
-Todo esth muy bien, Roy, per0 usted combate
un mal del cual no sufre usted mismo. En esta casa
no se lavan pafiales, y, por lo que he visto, creo que
n o hay exceso de rutina.
-No s610 10s esclavos luchan por la libertad murmur6 el Gringo, sin moverse--. P o soy una especie ,de La Fayette domestico. Desde mi pa& anhrquico
vuelo en socorro de 10s oprimidos por la vida de familia. . .
Dej6 oir su risilla sorda y encendid un nuevo cigarrillo.
-iiah! -replic6 Moreno-. La mayor parte de
la gente vive contenta con sus cadenas; la esclavitud
tiene ciertas ventajas, y es el estada ideal para 10s in145
116tiica.--lO

decisos. Saque usted a toda esa gente de la rutina,
pongala frente a lo incierto, y no habra conseguido
m&s que llenar el mundo de desgraciados.
Roy agit6 una ’mano bamboleante, sin despegar
el brazo de la butaca.
-iNO me hable usted de “la mayor parte de la
gente”! El hombre que est& enamorado de una mujer
por su bonito cuerpo, LquC es lo que piensa? Pues nada mas que en hincharle la barriga y en hacerla parir . i Que porqueria! . . .
Julio mird sobresaltado a Mbnica, per0 ella parecia no haber oido. Si a1 comienzo de la velada habia mostrado una ‘impertinencia desdeiiosa, ahora parecia completamente ausente, tan lejana como aquella
tarde de Amberes que habia sugerido a1 marino el
reflejo de la luz en 10s cabellos de or0 oscuro.
--Creo que debo marcharme; ya es muy tarde dijo Julio.
El Gringo, que segufa hundido en la butaca, gru-36 hacieiido un gesto vago:
-iNo se vaya todavia, capitan!
-No,
no; debe ,ser tardisimo ’-protest6 Julio.
Y agregb, acercandose a M6nica-: Sefiora, me despi-

do.. .



Ella se animo s~bitamente.Inclin6 el busto y
miro a1 marino con 10s ojos un poco entornados y
sonriendo.
-+De nuevo quiere usted marcharse? Le encuentro razdn: 10s discursos de Percy son muy aburridos. Y o creo que 10s que le oyen sus diatribas contra
la vida de familia salen inmediatamente a “fundar
u n hog’ar”, como se dice. Este Percy seria un pCsimo
abogado. LLO ha convencido a usted?
Moreno se encogio de hombros.
-Usted sabe, sefiora.. ., yo no me he planteado
i?mica esos dilemas. Uno se casa porque quiere vivir
coil una mujer que le gusta.. . Luego la vida lo va
empujando sin que uno sepa hacia ddnde.. .
Monica se pus0 de pie y ofreci6 otro whiskey, que
Moreno no quiso aceptar.
146

-Tiene usted razbn, capititn -dijo-;
per0 no
haga cas0 a Percy. Cuando bebe unos tragos se pone
mas discurridor que el comandante Roquebruna.
-LConoce usted a1 comandante Roquebruna. sefiora? -preguntd Julio echkndose a reir.
Desde la butaca se elev6 la voz burlona de Percy:
-i Cuidado, cuidado, gaFlardo marino. no vaya
usted a hacer una plancha! El comandante Roquebruna es tfo de mi mujer. iNuestro tio muy querido y
muy venerado!
-iOh!
-repuso Moreno, un poco confuso-, yo
~610he preguntado. No me imaginaba que la sefiora
conaciera a1 comandante.
M6nica se divertia con el aire embarazado del
marino. Se vela que hubiera querido confundirlo mas.
-6Por que se extraiiaba usted de que yo conociera a1 comandante Roquebruna? Todo el mundo en
Valparaiso conoce a 10s tres comandantes.
-Si, claro -respondi6 Moreno, riendo ya francamente-. Son figuras populares.
-Querr& usted decir que son 10s tres mits grandes chiflados que ha habido desde que el puerto existe
-exclam6 Percy sin moverse de su sill6n-. Ahora, si
alguna vez usted juzga que mi mujer es uii poco rara,
ya comprendera de d6nde le viene.
-LSon verdaderamente tfos suyos, seiiora?
Mdnica se ech6 de nuevo sobre el divhn, recogiendo las piernas bajo las faldas.
-Sientese todavia un momento, capitan -rog6
alegremente-. No hay nada mas interesante que hablar de los tres comandantes. A mi me apasiona esa
conversaci61-1.
Julio Moreno se sent6, y despu6s de ofrecer un
cigarrillo a M6nica encendi6 el suyo. Percy se levant6
de su , sill6n para servirse un nuevo whiskey.
-LConoce usted la casa de 10s tres comandantes?
-preguntb M6nica.
-No, no, seiiora.
-iQUC
verguenza para un port’eiio! La casa de
10s tres comandantes es un monumento nacionnl. Y o
147

lu Ilevare uno de estos dias y usted vera lo mas ex-

traordinario que haya podido imaginar. Esta en la
subida Taqueadero, jsabe? Yo voy de tiempo en tiempo cuaiido estoy aburrida y siempre regreso encantada. Basta decir a cualquier chauffeur de taxi: “Llkveme a la casa de 10s tres comandantes”, y lo Ilevan.
Todo el mundo la conoce en el puerto.
--Yo -dijo Julio- conozco de vista. a 10s tres,
pero unicamente he hablado con el marino, don Anselmo.
-Son tios de mi madre, es decir, tios abuelos
mios
Arselmo, el mayor y el pobre, es capitan de
f ragata, en retiro, naturalmente; Belisario, el mediano de edad y fortuna, es coronel, tambien en retiro, y
F.! melior y el rico, Santiago, es comandante de policia
Jubilado. El melior tiene mas de setenta afios, el mayor
debe haber pasado 10s noventa. Ni el mismo sabe su
?dad. i N o le parecen a usted tipos formidables?
-Don Anselmo, el que yo conozco, me parece muy
divertido.
--Loco como una cabra -apunt6 Roy, que habia
vuelto a sentarse y que parecia aburrido con aquella
conversacion.
-Los tres estan locos -dijo
riendo Monica-, y
creo que el resto de la familia no anda muy bien tampoco de la cabeza, per0 son originales y cada habitante de la casa de 10s tres comandantes es un personaje.
i N o conoce usted a Ermelinda? j Y a Juanita? j Y a
Cristina? j Y a1 marido de Cristina?
Moreno movia la cabeza negativamente.
-Pues est& perdiendo usted un espectaculo. Yo
lo llevare apenas est6 usted libre. Anselmo, el marino,
de mas de noventa aiios, es soltero y no tiene mas que
su pension, per0 como se la da caSi enteraniente a su
sobrina Juanita, apenas le alcanza para comer; Belisario, el militar, es viudo y hered6 de su mujer una
pequefia fortuna, per0 como es un avaro terrible no
le ds un centato a su hija Juanita, la cual si puede
comer y vestirse es gracias a Anselmo. El comandante
d e policia es casado con Ermelinda, que es muy rica.
I

I48

Tienen dos hijas, Trinidad, viuda de Marquesado, y
Cristina, que est5 casada con Pepito Sierra. &No conote usted a Pepito Sierra?
-No -dijo Moreno.
-Ese es el mas fenomeno de la familia -apunt6
Percy-. A su lado yo soy un heroe del trabajo. iCo1.1
eso se lo digo todo!
Monica parecia alegremente exaltada por la ev?caci6n de la familia Roquebruna. Su rostro se habia
iluminado con una expresion de divertida espontaneidad y hablaba rapidamente subrayando sus palabras con ademanes ligeros. Moreno se mantenia
atento a esa voz grave, quebrada a veces-en inflexiones
cristalinas. Le interesaba el relato de Monica. Como
todo portefio, conocia muchas anecdotas de 10s tres
comandantes, personaj es clasicos del viej o Valparaiso, per0 sus viajes le habian dado pocas oportunidades
de encontrarse con ellos. Solo habia visto en algunas
temporadas con cierta frecuencia a don Anselmo, que
acostuinbraba a rondar por 10s muelles y 10s circulos
maritimos.
-Los comandanks -sigui6 Monica- heredaron
la casa de la subida Taqueadero de sus padres, una
casa inmensa, de cuarenta piezas, y, aunque 10s tres
se detestan entre ellos, no han querido nunca repartirse la herencia y dejar de habitar ese caseron. Alli
nacieron y alli moriran. . ., si’ es que mueren alguna
vez. La finica que emprendi6 el vuelo fue mi tocaya
Monica, hermana de 10s comandantes, que se cas6
con un franc& rico y que vive en Paris hace cuarenta
afios. Durahte la guerra escribia cartas terribles contando que se moria de frio y de hambre. Los hermanos
le rogaron que se viniera, per0 ella contestaba que 110
podia porque se sentiria dgpaysde en Chile. Es iina
vieja viuda y avara que vive en un pequefio departamento de Passy, sola, sin sirvientes, rodeada de media
docena de gatos y de perros.
Percy dormitaba en su sillon. Monica sigui6 hablando de la familia Roquebruna largo rat0 con el
mismo entusiasmo; contaba las extravagancias de 10s

.



ancianos y de sus hijas, de Ermelinda y de Pepito Sierra. Las ankcdotas se sucedian entre risas y bromas.
Moreno no hubiera creido nunca que aquella mujer,
de aire frio e impertinente a1 principio, pudiera tener
un fondo tan espontaneo y burl6n. Con 10s ojos brillantes de malicia, dijo:
-No le voy a describir a usted la casa de 10s tres
comandantes ni a revelarle todos sus secretos. Es mejor que tenga usted algu’nas sorpresas. 6Cuando quiere que vayamos a visitar a mis tios?
-La pr6xima semana, cuando vuelva de mi caceria.
A lo lejos un reloj marc6 las dos de la mafiana y
Moreno se pus0 de pie.
-Ahora si que me marcho -dijo.
Roy sali6 de su somnolencia, y, sin levantarse, invit6:
-La pr6xima semana vuelva usted a comer con
nosotros, capitan.
-No, no -repuso Moreno-;
la prdxima semana
seran ustedes mis invitados. Comeremos en el puerto,
y, si les gusta el sitio, sera en el “Bote Salvavidas”.
Convinieron el lugar y el dia. En esa comida M6nica diria a1 marino cuhndo podian ir a visitar a 10s
comandantes. Habia que elegir un momento en que
toda la familia estuviera en casa.
-Espero que esta noche no se haya aburrido USted -dijo M6nica.

-iPor ’que ha de haberse aburrido? -pregunt6
Roy, levantandose penosamente del sill6n-. La mayor parte de la gente es mas aburrida que nosotros.
Salieron 10s tres a1 jardin, acompafiados de 10s
perros, a cuyos ladridos respondieron otros ladridos
lejanos en la noche tranquila. La luna surgia de Una
manera completamente artificial, como en el decorado
de un teatro. Se hubiera dicho que alguien levantaba
su enorme disco amarillo por encima de las montafiiasUna ligera brisa murmuraba en las copas de 10s brboles.
Fueron caminando hacia la tapia derruida.
150

-Ustedes han solucionado el problema de la puerta -dijo Moreno riendo.
-La soluci6n no es muy elegante, pero es prtictica.
El marino se despidi6 y a1 estrecharle la mano
contemp16 a Monica con cierta emocion. El hum0 del
cigarrillo que ella levantaba en su mano izquierda, a
la-altura del pecho, subia en largos arabescos hasts
su rostro. Moreno vi6 que aquel rostro habia recuperad0 su expresi6n lejana, su vaga sonrisa en la cual
no habia ni burla, ni Bimpatia, ni nada.
El marino ech6 a andar a largos pasos calle abajo. “iFregadas mujeres!”, se dijo.

151

CUANDO SE instalaron en el comedor del “Bote
Salvavidas”, junto a la galeria, y ordenaron el meno,
Moreno vi6 aparecer en la puerta la figura maciza de
Gustavson, quien le saludaba guifiando un ojo. El ballenero le hizo un gesto para que se acercara y lo present6 a M6nica.
-Aqui tiene usted a otro colegial timido como yo:
el capithn Gustavson.
-LUsted tampoco pega bofetadas ni dice palabras feas? -pregunt6 ella, estrechando la manaza del
finland& y riendo.
Gustavson, que no comprendia nada, balbuce6
unas cuantas frases mitad en espafiol y mitad en su
idioma .
-El capitin Moreno -expllic6 Roy- nos quiso
convencer la otra noche de que 10s marinos son tan
pulcros que jamhs dicen una mala palabra ni dan
un golpe.
Los ojos de Gustavson parpadearon mostrantlo el
esfuerzo de comprensi6n que hacia, hasta que, a1 coger la intencibn de la frase, lanz6 una carcajada que
hizo volver la cabeza a todos 10s comensales.
-iOh! Cuando la gente se pone porfiada -exc l a m b , a veces es necesario pegar un poquito. Per0
ya ha pasado el tiempo de 10s buenos boches.
-iYa ven ustedes! -prorrumpib Roy con aire
152



desolado--. Y o he sostenido siempre que en nuestra
Bpoca ya no hay nada bueno, ni siquiera 10s boches.
LSabes, Mbnica, que el capitan Gustavson toca admirablemente el acordebn?
-&De verdad? Yo adoro el acordebn.
Gustavson se pavoneaba, devorando a Mdnica con
sus ojos pequeiios y maliciosos.
-iOh, yo toco un poquito nada mas! Despues de
cornida haganme el honor de aceptarme una copa y
haremos un poco de musica.
El finlandiSs se marchb, y Mdnica se pus0 a mirar
el puerto negro que mecia sus luces tras la galeria.
-&Dbnde esta su barco, capitan?
-No se ve desde aqui.
Empezaron a comer. Roy, que se habia mostrado
de buen humor, fu6 cayendo rapidamente en el mutismo y en la melancolia. Mbnica no parecia advertir
ni el tedio de su marido ni la molestia del capitan:
se hallaba ausente, silenciosa, con una sonrisa que
apenas desfloraba sus labios y que a veces dirigia a
Moreno y a veces a1 puerto st traves de 10s vidrios de
la galeria.
El ballenero habld de un reciente match de box,
per0 apenas pudo arrancar algunas palabras a Roy. El
Gringo declard que la pelea habia sido una estafa y
que 10s dos boxeadores debian haberse escapado de un
sanatorio. DespuBs ‘de eso volvib a quedarse mudo 9
bebib varios vasos de vino.
“Este es un maniatico -pens6 Moreno-. Sdlo se
anima cuando habla contra la vida de faqilia y echa
sus sermones sobre el amor. iGente ociosa que necesita discutir tonterias y matar el tiempo con complicaciones ridiculas! &Y ella? Qtra vez se ha puesto antipatica. iLO tengo bien merecido! iQu6 idea la mia
de invitar a estos pajaros raros!”
Los phjaros raros no parecian dispuestos a cambiar de actitud a pesar de 10s esfuerzos que hizo Julio
para entablar una conversacibn. Roy comia poco, pero bebia en abundancia; Mbnica picoteaba en 10s platos y bebia apenas. .
1.53

Por fin, ante la insistencia del marino, el Gringo
dijo algunas palabras. Explicd que habla entregado a1
diario su reportaje sobre la caza de la ballena.
-Espero que usted no lo leer& -dijo a Moreno-.
Es una tonteria y usted va a encontrarlo todavia mhs
tonto. En realidad lo he escrito sin entusiasmo.
-Sin embargo, usted me habia dicho que la caza
le habia interesado.
-LInteresado? iNO sC! Creo que me impresion6,
eso si; que me impresiond mucho. Todavia cierro 10s
ojos y me parece ver esas enormes manchas de sangre esparcihdose en el agua.
-iNO hables de eso! -intervino Mbnica-.
No
hablemos de muerte. Hemos venido aqui para divertirnos .
-Parece que no nos divertimos mucho -apunt6 Moreno con cierta amargura.
-Yo me siento muy bien -contest6 ella-. No
haga usted cas0 de la murra de Percy. Este tiene un
carhcter insoportable. Y mientras mhs viejo, naturalmente, se pone peor. Yo estoy encantada. El “Bote”
me gusta mucho.
-No hay en el mundo muchos lugares m8s pintorescos 4 i j o Roy-. Como ambiente de puerto, como
cosa tipica, no se puede pedir mejor. Esto acentoa el
carhcter de Valparaiso, que, despues de todo, es la ciudad m8s original de Chile.
-Me alegro de que el lugar no le disguste -dijo
Moreno-. Yo tambi6n lo encuentro muy bien, per0
supongo que debe ser por la costumbre que tengo de
venir.
-No, no lo crea usted. El “Bote Salvavidas” seria un lugar clSsico en Marsella, en Barcelona, en G6nova, en Ntipoles, en cualquier gran puerto mediterrhneo, y hasta no sC si en puertos nbrdicos. Aquf nosotros no lo apreciamos bastante. Somos nuevos ricos
y no nos gusta sino lo monumental y lo brillante. Nos
falta clase para comprender el encanto de esta barraca
Habfan terminado de comer, y como Gustavson

.

154

.

rondaba por aHi, Moreno propuso ir a escuchar las canciones del capitan, temeroso de que la sobremesa fuera alin mhs melanc6lica que la comida. Hizo una sefia
a1 finlandes, que se aproximb.
--iMe van a aceptar un traguito, verdad? -pregunt6 con su gran sonrisa-. Un poco de acquavite y
de mdsica hace muy bien despues de comida.
Salieron del comedor, y, yendo por el estrecho pasadizo que separaba 10s dos cuerpos del pequeiio edificio, entraron en la pieza donde Roy habia bebido
sus altimos vasos la noche de su embarco en el “Alcatraz”. Gustavson 10s invit6 a sentarse ante una mesa
ya preparada con varios vasos y botellas.
La locuacidad del viej o capitan hizo desaparecer
el fastidio de la comida, aunque Roy continu6 pensativo y silencioso. El finlandes contaba chistes que hacian reir a Mdnica y episodios de sus viajes que adornaba con detalles caricaturescos. El hombre habia
recorrido todos 10s mares y habfa recolectado una cantidad tal de aneqdotas, que se enhebraban unas a
otras como un collar capaz de dar la vuelta a1 globo
terraqueo varias veces. Los relatos resultaban m8s pintorescos a causa de la jerigonza idiomatica de Gustavson, que se preciaba de dominar el espafiol y hablaba a gran velocidad, inventando palabras que, a
veces, por si solas valian toda la historia.
Las narraciones o chistes de amor, de que Gustavson no era avaro, perdian toda crudeza a causa
del pintoresco idioma. Aparte del amor, lo r n b frecuente en su conversaci6n era la pelea. Su ~ l t i m agran
batalla la habia librado hacia unos quince afios en el
muelle de Nyhum, en Copenhague. Be habian batido
all1 dos tripulaciones, una finlandesa y. otra alemana.
Cuando intervino la policia 10s dos bandos se habian
unido contra ella y a1 cabo de un momento la lucha
era general. Los bebedores de todos 10s bares del mueIle daban y recibfan golpes que era un contento sin
saber por que.
Gustavson describia Nyhum: sus altas casas que
miran a1 canal con sus fachadas simples, rojas, blan155

cas o grises, bien pulidas por el viento y la lluvia y
cruzadas de firmas comerciales. El costado, como quien
dice de estribor mirando a la desembocadura del canal, est&lleno de oficinas, de bodegas, de comercios a1
por mayor; el lado de babor deja apenas espacio a
esas respetables empresas entre las tabernas subterraneas, las tiendas de articulos maritimos y de tatuajes. Allf, por unas cuantas coronas, uno puede ornarse
el pecho o 10s brazos con una linda chica desnuda en
actitud provocativa, con un velero cifiendo el viento o
con un trit6n que corta las olas. A lo largo de todo el
canal se amarran las fuertes goletas y 10s solidos pailebotes del Mar del Norte. De noche ese lado del muelle vive su verdadera vida bajo las luces que atraviesan
la niebla y van a reverberar tristemente en la nieve.
Las tabernas, con 10s mesones de madera bien lustrada y las paredes eririquecidas de banderolas y de
grabados de la vieja marina, rebosan de una clientela
exuberante. Cada parroquiano levanta su cerveza con
una mano mientras que con la otra cifie el talle de
una muchacha muy rubia. Algunas de estas chicas no
tienen a8n veinte aiios, per0 beben a la par que sus
amigos de una noche y ofrecen su ebriedad bulliciosa
y sus bocas dulcemente desvergonzadas a la lujuria
masculina, enardecida por largas navegaciones y dias
de pesado trabajo. A1 grito de la sirena que viene desde el puerto responde la risa de una muchacha. Ella
rie echando atras la cabellera rubia y sus pechos duros tiemblan bajo el pull-over que 10s modela. El ambiente es denso de humo, de alcohol y de ruido. De
cuando en cuando un cliente experimenta la necesidad de reanimarse con un latigazo de aire glacial y
empuja la puerta. Sale a1 muelle y se divierte un momento observando la noche enmarafiada por 10s aparejos de 10s navios anclados a pocos pasos, por el ir
y venir de las parejas a la luz melanc6lica de 10s focos y de las ensefias que anuncian otras tabernas y
ciertos hoteles donde se ofrecen todas las facilidades
necesarias para agregar una noche calida v gozosa a
la historia de una vida. Con frecuencia se ogen el
156

chasquido de un beso o de una bofetada y el chapoteo
de las gruesas suelas de 10s policiales en la nieve. A
veces tambien un coro. Los cantantes, mujeres y marineros, tornados del brazo, pasan y se pierden en la
noche blanca. iGran puerto Copenhague, y Nyhum
un paraiso!, afirmaba Gustavson, chasqueando la
lengua. Cuando el mariner0 parte de ahi lleva un
cargamento de recuerdos que le bastark para las horas de guardia en una larga travesia. En Nyhum se
est&; seguro de encontrar siempre' una linda muchacha, un excelente brandy y un s6lido navio, es decir,
10s tres elementos de la felicidad. iAh, Nyhum!
-Aqui no hay nada tan pintoresco -dijo M6nica.
-Est0 es otra cosa -repuso el finlandes-. Valparaiso es otra clase de paraiso.
Su juego de palabras le provoc6 tales carcajadas
que parecia que el "Bote" entero iba a desarmarse.
Mbnica, a quien divertia la exuberancia del viejo,
insistib:
--&Cree usted de veras que nuestro puerto es un
paraiso?
El capitan Gustavson alz6 su vaso.
-iYa lo creo, sefiora! Aqui hay tambien bonitas
chicas, barcos s61idos y tragos de primera.
-Per0 nada tan pintoresco como lo que usted
cuenta de Copenhague..
--iBah, no lo crea! Hay que conocer nuestro
puerto.. .
La locuacidad del marino se desbord6 de nuevo
como .un torrente, arrastrando esta vez descripciones
y anecdotas de Valparaiso. Luego tom6 el acordebn y
empezo a tocar canciones finlandesas y chilenas que
Monica y Moreno aplaudieron. Percy bebia en silencio,
indiferente a todo.
-&Por que se habla siempre -pregunt6 M6nicade la alegria latfna? Los espafioles, 10s franceses y 10s
italianos son tristes; sus canciones son siempre dramaticas. En cambio, 10s n6rdicos, que tienen fama de
frios, son exbberantes. iNo hablemos de 10s alemanes,
por ejemplo,lcuando se ponen a divertirse! iUsted, se-

.

'

I

157

'

,

fior Gustavson, es, como dicen, alegre como unas castafiuelas.
-Es que soy joven, sefiora -replic6 Gustavson
riendo a gritos.
Bebieron todavia algunos vasos de UcquavZte y de
cerveza. M6nica n o ‘\parecia hacer mucho cas0 de
la actitdd sombria de su marido, y Moreno, viCndola
contenta, sentia crecer en 61 una sorda c6lera contra
ese aguafiestas. “Seguramente est6 amargado porque
no puede darnos la lata con sus teorias -pens6 Julio-. Ojalh que no se le ocurra partir. Si se fuera solo
estarfa muy bien, per0 seria l6stima que se llevara a
Mdnica cuando tiene tantas ganas de divertirse.” Tal
vez atribufa a ella 10s deseos que le dominaban a 61:
reir con M6nica, ir con ella en medio de la gente y de
la luz, oir mhsica, cantar, decir tonterias. La boca y
10s ojos de la mujer le exaltaban, el sonido de su risa
le fustigaba 10s nervios y se extendia por su piel.
Como si adivinara su pensamiento, Percy Roy se
pus0 de pie diciendo:
-Creo que es hora de que nos’vayamos.
-LTan pronto? -Moreno no habfa podido contener la exclamacibn.
-Usted se aburre, sefior Roy -dijo el finland&--.
iTodavia es temprano!
-No, no me aburro -contest6 el Gringo con un
aire que desmentia sus palabras-, per0 creo que w
hora de marcharse.
-Vamos a algfin sitio donde podamos divertirnos
un poco -dijo Moreno-. Veamos si en realidad Valparafso puede compararse a Copenhague, como dice
Gustavson.
Mdnica aprob6 con 10s ojos brillantes:
-iESO
es! Vamos a conocer 10s misterios del
puerto.
Gustavson acogi6 la idea con exclamaciones y
guard6 inmediatamente su acorde6n.
-Yo no creo que vayamos a ver nada de extraordinario 4 i j o Moreno-, y seguramente 10s sitios que
encontremos no ser6n propios para la sefiora.
~

158

.

Mdnica protestd:
me tome por una cursi, capithn, ni por una
mojigata. No conozco nada tipico del puerto y me
gustarfa.
Salieron empmjados por la euforia del finland&,
que proponia diferentes programas de diversidn de
un modo confuso. A1 fin del pequeiio grupo iba Percy
Roy, de mala gana y en silencio.
La noche estaba clara y fresca. Un expreso entraba en la estaci6n; un gran barco, todo iluminado,
abandonaba la bahia.
--Es
el “Reina” -dijo Gustavson-. Va a Liverpool.. .
-Lleguemos hasta el embarcadero -propuso M6nica .
El finland& y Roy echaron a andar adelante. M6nica y Julio 10s siguieron a pocos pasos.
-Es bonito un barco que se va en la noche -dijo
ella.
.
-Si, es bonito -contest6 el marino-. iLe despierta a usted el deseo de viajar?
-iBah, viajar! Eso ya se acabd para mi; ni siquiera pienso.
Hablaba en voz baia y con un tono que Julio no
habria imaginado: Parecia una muchacha sin defensa. Quiso animarla.
-iHay siempre que pensar en lo que a uno ‘le
gusta! -replied alegremente-. Con seguridad, si lo
desea con fuerza, antes de lo que se imagina tomar&
usted un barco o un avi6n para Europa.
-No, no lo creo; Percy. no guiere oir hablar de
dejar Valparafso.
4 r e o que 61 ha viajado mucho, iverdad?
-Si, en su juventud, como yo, per0 ahora se ha
apegado a la tierra.
-Per0 usted podr& convencerlo.. .
-No, el carhcter de Percy cambia cada dia mas,
y, por desgracia, no para mejor. Detesta 10s viajes,
las fiestas, la gente; se pone sombrio y mishntropo.. .
Pasaban bajo un faro1 cuya luz bafid la sonrisa
-No

159

\

triste de Mbnica. Moreno la contemplaba sorprendido
y fascinado, pensando: “Es una mujer que tambien
tiene penas.. ., como las otras.. . iQU6 distinta de la
orgullosa que vi en la primera comida!”
-La otra noche cuando estuve en cas& de ustedes -dijo el marino-, su marido me parecib, por
el contrario, un hombre alegre. iSe acuerda de las bromas que me hizo porque no me gustan las muchachas
jbvenes?
Ella se volvib hacia 81. Sonreia siempre, per0 ya
la sombra de tristeza habia desaparecido. Su boca
dibujaba de nue-!o uls pliegue como malicioso y provocative.

-Sf, me acuerdo. Creo que 6se es el h i c o tema
que puede llevar a Percy a una discusibn. Ya es mania eso de la juventud. iY muy poco halagador para
mi que tengo treinta y cinco afios!
-i Oh, usted es maravillosamente joven! -exclam6 Julio con voz tan apasionada que 10s que iban delante volvieron la cabeza.
En el embarcadero del muelle Prat habia poca
gente: un carabiner0 de servicio, cuatro o cinco fleteros y dos oficiales franceses de un vapor. Atracadas
a la escala se movian algunas lanchas entre 10s refleajos negros del agua. Desde una chalupa que se alejaba venia una mlisica lenta, silbada por el remero.
La masa brillante del “Reina del Pacifico” desaparecia tras el molo.
Como no habia alli nada interesante que ver y la
brisa refrescaba, Gustavson propuso ir en busca de
un local acogedor para terminar la velada. Volvieron
hacia el “Bote Salvavidas”, cerca del cual Percy habia dejado su auto. Otra vez el Gringo, cabizbajo, se
pus0 en marcha acompafiado del finland8s y seguido
por Mbnicn y Moreno. Este dijo:
-Parece que su marido se aburre. Tal vez yo no
habria debido insistir para retenerlo, per0 lo he hecho por el placer de estar m8s tiempo en compafiia
de usted.
160

F””’

Mir6 el rostro que srvolvia hacia 61 encuadrado
en 10s lacios cabellos de or0 oscuro. La boca grande y
carnosa sonri6 tan cerca que Julio crey6 respirar
su ,aliento.
-i,Le agrada a usted mi compafifa?
-MUChO.
LFelizmente yo no soy como mi marido: a 61 le
gustan las chicas muy jbvenes, pero a mi no me gustan 10s muchachitos.
-Ni 10s muchachitos ni 10s viejos, supongo ...
-Lbs viejos tampoco: 10s ’ maduros. . .
El pens6: “Trato de sonreir, per0 debo estar haciendo una mueca ridicula”. Sentia los maxilares
contrafdos y buscaba una respuesta indtilmente. Anduvieron algunos pasos en silencio hasta que ella murmur6:
-Lo que usted dijo la otra noche sobre la fidelidad de las mujeres no fu6 muy amable.
-iOh, todavia piensa usted en eso! Yo habl6 estdpidamente y crei que ya me habfa perdonado.
-iBah, el perd6n se espera s610 de las personas
que interesan!
“Usted me interesa”, pens6 61 contestar, per0 no
se atrevi6 y se pus0 a fumar nerviosamente. Ella sigui6 hablando en voz baja:
-Cuando una mujer Cree que va por un callej6n
sin salida nadie sabe lo que esa mujer puede ha,cer.
No hay que juzgar tan a la ligera.. .
-Per0 6se no’puede ser su cas0 -respond16 Julio
con exaltaci6n--. No me imagino que usted est6 desengafiada ni que se aburra. Su marido es un hombre
inteligente; ustedes viven una vida original. . .
-iOriginal!. . . Si, puede ser.. . Yo adoro 10s perros, las tortugas, 10s gatos y todos 10s animales.de la
creaci6n, pero no me resign0 a que ellos Sean la dnica
emoci6n en lo que me queda de vida.
El quiso responder, pero 10s otros habfan llegado
a1 autom6vil y esperaban.
-Vamos a “La Estrella Solitaria” -propuso Gustavson *
Monica. -1 1

161

,

---Ese no es un local para la senora -protest6
Julio.
-LPor que? -pregunt6 M6nica-. LQUBhay en
“La Estrella Solitaria”?
-Nada; es una taberna de mala muerte.
-iVamos! -decidi6 ella, subiendo a1 coche-.
Nunca he estado en una taberna del puerto.
Subieron todos y el viejo nutom6vil empez6 a
rodar hacia la Aduana por la calle Blanco.
-iAqUi,
aqui! -grit6 de pronto Gustavson.
Roy detuvo el autom6vil bajo la ensefia luminosa
da “La Estrella Solitaria”, a cuya puerta fumaba un
hombre gordo en mangas de camisa. Algunos pasos
m&s allh dos prostitutas compraban tortillas. El vendedor habia depositado su canasto en el suelo y contestaba riendo a las bromas de las mujeres.
El hombre gordo salud6 a 10s visitantes, abri6 la
mampara invitAndolos a ’entrar , y recomendhndoles
tener cuidado con la escalera. La recomendaci6n era
prudente: 10s cinco peldafios estaban cubiertos de una
capa de humedad resbalosa. Gustavson tendi6 su enorme zarpa roja y peluda en la cual desapareci6 completamente la mano de M6nica.
El local subterrkneo era pequefio. A1 fondo habia
uii m e s h respaldado por el estante del bar con sus
botellas multicolores; una docena de mesas formaban
circulo en torno a la estrecha pista de baile. La orquesta, un acorde6n, un piano y una guitarra, empez6
a tocar en ese momento un samba, cuyo refran cantaba el pianista a media voz.
Habfa poco pdblico: en el m e s h , dos fogoneros
negros de un vapor norteamericano; en una mesa, tres
marineros de la Armada con tres muchachas; m&s
all& un tipo que bebla solo en un rinc6n; dos mujeres
junto a 10s mWcos, sentadas en un banco de madera,
esperando con aburrida resignaci6n ser invitadas a
bailar; cinco o seis personas mAs que iban de un lado
a otro con paso cansado y gestos vagos.
Gustavson instal6 a sus amigos y pidi6 pisco a1
rnozo que se acerc6 a frotar vigorosamente el encera.

162

I

do de la mesa con una servilleta de dudosa blancura.
Inmediatamente un muchacho de unos veinte aiios se
acercb a saludar a Julio Moreno.
-Buenas noches, capithn. Lusted por aqui? Y o
he venido a dar una vuelta porque nuestro buque
est& en el dique y no saldremos hasta el martes. El
capitan Erikson estA ahi. LLO ve usted? El gringo se
ha entusiasmado con aquella negra, pero no le va muy
bien porque el pobre no habla m&s que noruego.. .
Moreno estrech6 la mano idel muohacho. Ehtt
habia bebido, pero se esforzaba por aparecer correcto.
Salud6 ceremoniosamente a 10s demAs, sonrieiido coil
un aire estopido. Cuando se march6, Julio did explicaciones: era el cocinero de un ballenero de la Compafiia del Norte. Muy buen chico.
El capitan Erikson se acercb en seguida a estrechar la mano de Moreno, que lo present6 a M6nica. Roj
lo conocfa ya. Era un hombke pelirrojo, pequeiio y
recio. Pronunci6 algunas palabras en noruego y se
alejb haciendo reverencias. A 10s pocos momentoc
apareci6 en la pista de baile, acompafiado de una negra no mAs alta que 61, pero duefia de un enorme y ondulante trasero.
-Como ustedes ven -dijo Julio, dirigihdose a
M6nica y a Roy-, “La Estrella Solitaria” no se parece mucho a1 cabaret del Casino.
-Yo me divierto m&s aquf que en el Casino -replied M6nica.
El Gringo empez6 a beber su pisco en silencio
mientras Gustavson iniciaba un cuento sobre las desventuras de un hombre del campo, reci6n casado, que
no sabfa c6mo cumplir sus deberes conyugales.
Cuando la orquesta atac6 una rumba, el muchacho que habia venido a saludar a Moreno salid a, la
pista en compafiia de una chica de unos dieciocho
afios. Era una figurita esbelta y ligera que se adaptaba
con gracia a 10s desordenados movimientos del c o w
nero. El Gringo Roy la sigui6 con la vista, y de pronto, como persiguiendo una idea, murmur6:
-iQu6 ricas son cuando son jovencitas!
183

Moreno, sentado a1 lado suyo, lo mir6 sorprendido
por el tono de la voz. El Gringo bebid su pisco de un
solo trago. Por su rostro de hombre sin edad pasaba
una expresi6n intensa, como la sombra del tiempo.
Confusamente el marino tuvo la senssci6n de que la
figura ondulante de la muchachita se proyectaba sobre la lejania de su propia juventud, sobre sus primeros amores y sobre todas sus luchas y miserias.
La chica bailaba fresca y liviana, con la cabeza
ligeramente echada hacia atrhs y 10s grandes ojos negros como encendidos por la ondulaci6n de su cuerpo.
Tenfa la boca pequefia y carnosa, y cuando agitaba la
cabeza su larga melena descubria una nuca delicada.
Vestia una falda de seda azul que sus nalgas firmes
mordian a veces.
Roy pidi6 otro pisco. Moreno propuso un baile a
M6nica.
-Le prevengo que hace aAos que no bailo y que
lo hago muy mal.
-Vamos a ver.
El no se atrevic) a estrecharla demasiado y dib
algunos pasos falsos hasta acomodarse a1 ritmo. M6nica se habia retirado el abrigo y Julio sentia bajo su
mano el &lor del talle de su pareja.
-Yo no habria querido traerla a usted aqui 4 1 j o el marino--. Este ambiente no es para‘ usted.
-&Por que?
--Porque usted es dernasiado elegante y bonita
para venir a este tugurio.
-LY d6nde me habria llevado usted?
-No s6; a otro sitio. Creo que por el Almendral
hay cabarets mejores.
-Me llevark otra vez.
-iNo habra otra vez! -replic6 61 con desaliento-. iSu marido se aburre tanto que no querl’6 S ? m
rn&s conmigo!
-(,Per0 usted Cree que yo no pUed0 salir m8s que
con mi marido?
-L&uerr& usted que yo la vea de nuevo? -Hablaba bafo para disimular su emoci6n.
164

-iClaro que si! Desde luego acuhrdese que tenenios que ir a visitar a 10s tres comandantes.
--iEs verdad! i,Cuhndo?
--Cuando usted quiera. Hace tiempo que yo no voy
a verlos, y, aunque ellos no esperan mi visita, creo que
debo llegar gor all&.
-Yo zaspo mafiana y el shbado estar6 de regreso.
-Pu& entonces, el sBbado.
Termind la masica y volvieron D la mesa. GUStavson seguia hablando infatigablemente. Roy, con la
barbilla apoyada en la mano y In vista perdida en el vacio, parecia no oirlo.
-Hemos arreglado con el capitlln una visita a 10s
tres comandantes para el sllbado -dijo M6nica a sU
rnarido-. i,Ta vendrhs?
Roy volvi6 la cabeza lentamente.
-De aqui a1 sabado pueden pasar muchas cos8s.
-iQU6
va a p S a r ! -exclam6 la mujer con un
despunte de impaciencia-. iNunca pasa nada!
Como la 'orquesta iniciaba un fox-trot, el muchacho cocinero salid a la pista nuevamente acompafiado
de la chica morena, pero antes de emgezar a bailar se
acercd otra vez a saludar a Julio. Estaba un poco mlls
borrachs, per0 redoblaba sus esfuerzos para aparecex
correcto. El alcohol afirmaba en 61 la solidaridad del
oficio.
-i$uh contento estoy de verlo aquf, capithn! -dijo-.
iDonde est6.n 10s .balleneros est& la mejor gente!
4 f i s amigos -contest6 Julio rienclo- no son baIleneros, per0 son tambibn buenas personas.
El muchacho se inclind ante McSnica, enredhndose en complicadas frases de respeto. Ella le tendi6 la
mano.
--Much0 gusto de conocerlo. Le present0 a mi. marido, a1 capitan Gustavson.. .
El cocinero hacia reverencias y present6 a su vez
a su compafiera de baile, que se llamaba Marina Colombo.
- - i Q U 6 suerte tiene este hombre! 4 i j o el capitfin
165

Ciustavson a1 estrechar la mano de la chica-. iBailar
coli una nilia tan bonita como usted!
La niiichacha, roja de confusibn, apenas se atrevia
a levantar la vista. Sus largas pestafias negras le sombreabaii 10s ojos y parecia m8s hermosa con su tez moTena encendida.
-iNo crea usted! -repuso el cocinero tristementc--. Y o 110 tengo suerte. Esta chiquilla tenia un novio
y no quiere olvidarlo.
Gustavson mostrd un bullicioso asombro.
--iESO no es posible! iUna lindura como usted
sufriendo por un ingrato! iNo faltaba mas!.
Percy Roy, que habia abandonado su apatia y miraba fijamente a la muchacha, preguntb:
-iY que se hizo su novio?
Avergonzada, ella no se atrevia a responder. El cocinerq la anim6:
-iVaya, no seas tonta! jContesta a1 caballero!
-Se fu8 a la Antartida -murmur6 por fin la mdchac ha.
Y,sin esperar mas, arrastr6 a su compafiero a la
% .

~

pista.

Roy, que la segufa con 10s ojos, dijo:
-Em es la poesia de Valparafso. No hay muchos
puertos en 10s cuales una muchacha pueda decir: “Mi
novio se fue a la Antfirtida”.
El local iba quedando solitario. Los marineros y
sus damas se habian marchado y 10s fogoneros norteamericanos, ya completamente borrachos, se tambaleaban cerca de la puerta. El hombre gOrdQ,no sin trabajo,
lOgr6 ponerlos en la calle. La mampara qued6 abierta
un instante, y el puerto sop16 hacia el interior su aliento yodado, sus rachas impregnadas de la obscuridad
ihuhieda de 10s muelles. El mugido de una sirena VinO
atravesaildo el ritmo de la orquesta, dispersando SUS
notas languidas. y el mar nocturno pareci6 invadir el
recinto con sus reflejos bajo 10s fanales.
El cocinero, Marina Colombo y el capitan noruego
se acerraron a despedirse de M6nica y de sus amigQS.

hombres, muy bebidos, foymaban una gran algazara, pero la chica se mantenia seria. A la salida, ya
en el filtimo peldafio, se volvi6 sonriendo y alzando el
brazo desnudo. Su fina silueta se perf116 contra la mampara como el trazo de un pincel elegante y el vello de
la axila sell6 con un pequefio punto negro la desaparici6n de la linda muchacha.
Quedaban el bebedor solitario, las dos mujeres dormitando cerca de 10s mfisicos y cuatro personas acodadas en el mes6n del bar, con aspect0 de infinito aburrimiento. El piano, la guitarra y el acorde6n empezaron
a tocar “The man 1 love”, pero ya no hub0 bailarines. Se sespiraba una atmbsfera enrarecida por la fatiga y por el humo. Hasta Gustavson habia dejado de
reir y de contar sus historias. M6nica, imperturbable,
seguia fumando con la mirada perdida en el vacfo.
El fox, cada vez m& plafiidero en las notas agudas
del piano, mas arrastrado en el resoplar sofioliento del
acordebn, se empeiiaba en sacar a la superficie de cada alma algunas imtigenes romanticas y desesperadas.
Julio sentfa la proximidad de ,M6nica a traves de la
exaltaci6n de su propia vida, de su pasado y de su porvenir, sobre 10s que ella ya pesaba con sti peso de
mujer alta, bien hecha, sblidamente plantada.
Cuando salieron a la calle Blanco, el cielo estaba
nublado y soplaba una brisa hfimeda. Alli se separaron. Moreno y Gustavson no permitieron que Roy 10s
condujera en su autombvil, y echaron a andar hacia la
Plaza Sotomayor. Moreno iba SQrdO a la charla de su
amigo. “El s&bado a las cinco.” m a s habian sido las
palabras de Mbnica a1 despedirse.
LOS dos

*

*

*

No hacia diez minutos que esperaba cuando el destartalado Ohrysler de 10s Roy aparecid a la entrada de
la subida‘Taquesdero y vino a detenerse a1 lado d e
Julio Moreno con gran ruido de frenos. M6nica se ha-

llaba ya en la vereda, despu6s de haber cortado el contacto, cuando el coche tuvo a h una especie de violen;
to estertor, que pus0 en alarma al marino.
-iOh!
4 i j o ella-, tiene las bujias un poco suciis.
Su sonrisa decia hasta que punto se hallaba familiarizada con tales fen6menos.
El traje gris ClarO le CeAk las lineas del busto y de
las caderas y dejaba adivinar la esbeltez de las piernas en el amplio vuelo de la falda. El sol habia dorado
la pie1 que el amplio escote y las mangas cortas descubrian. Iba sin sombrero, y una mecha venia como
una gaviota color de miel a volar sobre el fondo marino de 10s ojos. Moreno la admir6 desde 10s cabellos hasta 10s pies de alto empeine, calzados con diminutos
zapatos de t a c h elevado.
-Percy me ha prestado el coche -dijo--. Estaba
resuelto a venir, per0 a dltima hora lo llamaron de
ViAa. Bueno, vamos a ver a nuestros comandantes.
A pesar de su vetustez, el caser6n imponia su tranquilo seAorio en la vulgaridad de la calle. La fachada,
en otro tiempo pjntada de rojo, y ahora descascarada
y sucia, impresionaba con su port6n claveteado y sus
ventanas defendidas por rejas de fierro forjado. El
piso superior tenia un balc6n corrido, sobre el cual
asomaba una visera 'de tejas rotas como 10s dientes de
un viejo serrucho.
M6nica contuvo a Moreno, que iba a tocar el timbre:
-Creo que no ha sonado nunca -dijo. Y se PUS0
a tirar de una cuerda que, a1 abrir una hoja pequefia
en el port6n, mostr6 un gran jardin lleno de sol. M6nica, seguida de Julio, avanz6 por una galeria abierta,
pavimentada de ladrillo Tojo, con una baranda de madera rota y caida en muchos sitios, hasta una de las
numerosas habitaciones cuyas puertas daban a la galeria, rodeando el jardin. Era un vasto comedor, uno de
cuyos muros se 'hallaba casi enteramente cubierto Por
un enorme trinche ornado de columnas 'que ilegaban
168

hasta el techo. Habia alli una gran mesa y numerosas
sillas, todo un poco polvoriento y abandonado.
-Este es el comedor de la familia -explicd M6nica, apoykndose en la mesa de roble-. Cada uno de
10s comandantes tiene su cocina aparte de acuerdo con
sus propios reoursos. Si usted viniera a la hora de comida, veria en este extremo a Santiago, el rico, con su
mujer, sus hijas Cristina y Trinidad y su yerno Pepito
Sierra, comiendo polio y langosta; alli, a1 medio, a Belisario y Juanita echkndose a1 cuerpo un bistec con algunas papas cocidas, y all&, en la otra punta, a Anselmo, el m&s pobre y el m&s viejo, que toma un caldo,
donde sdlo de tarde en tarde nada un chicharrdn. Con
frecuencia, 10s tres comandantes est&n peleados, y no
se hablan entre ellos, per0 almuerzan y comen siempre
a la rnisma hora en esta mesa. Como le dije, Belisario,
el ex comandante de caballeria, es viudo y vive con
su hija Juanita, a la que no da un centavo, porQue el
pobre sufre de una verdpdera enfermedad de avaricia.
Juanita se viste con lo que le da Anselmo, el m&sViejo,
que no tiene m&s que su retiro de marino.
-@dm0 es Juanita?
-Usted la verk. iQuB solterona chismosa! Durante mucho tiempo estuvo viniendo a nuestra cas8 a husmear lo que ocurria, y hasta me siguid varias veces por
la calle y fuB con insinuaciones donde Percy. Me detesta, y no se cansa de pelarme con el primero que
Ilega. Ahora, a1 verme en compafiia de usted, va a te-1
ner motivo para soltar la lengua.
-Parece que no hay nadie en la casa -dijo Moreno, mirando hacia la galeria.
AentBmonos. Ya vendrh alguien por aqui. DBme
usted un cigarrillo.
Apenas habian empezado a fumar, un anciano,
vestido con un traje negro, demasiado ancho para su
flaco cuerpo, entrd en el comedor. 'Era tan alto, que, a
pesar de su espalda curvada, igualaba a ,la estatura de
Moreno, quien se habia puesto de pie.
'

169

.

Mir6 con desconfianza a 10s visitantes, y se dirigid
a Mdnica:
-6QuB desea usted, sefiora?
-iSOy M6nica, tio Anselmo!
-~Mbnica? L Q U B Mdnica? iQuB ‘hace usted aquf?
-grit6 el viejo, partiendo el aire con el movimiento
agresivo de su barba en punta como el espoldn de un
antiguo acorazado.
-iSOy Mbnica Banders! iSOy la mujer de Percy! ...
El viejo deJ6 escapar una risa sorda que removid
10s largos pelos de su bigote y de su barba.
-iAh, tli eres Mdnica!. .. Hacia tiempo que no
venias por aqui ... . Los viejos no reconocemos a la gente que no vemos con frecuencia. Dicen que es porque
estamos chochos y perdemos la cabeza, per0 no es cierto. Lo que pasa es que, a mi edad, ya la gente no le
importa a uno.. . iA espaldas vueltas, memorias muertas!. . . Tli eres la mujer de Percy, dices ... jAh, sf!
iPercy. Roy, el hijo del gringo de la Bolsa!. . . iSf, me
acuerdo! iDel gringo que se hizo saltar la tapa de 10s
sesos! . . . iYO me alegrk! Esos gringos vienen a hacer
la Am&ica, per0 l a ,America a veces se 10s traga a
ellos. iClaro que hablo de 10s comerciantes, porque 10s
marinos ingleses son otra cosa! . . . Wosotros hemos sido formados en la tradicidn britdnica. Cuando Prat
preguntd: “iHa almorzado la gente?”, Condell contest6: “A11 right”. iASi Bramos en nuestro tiempo! . . .
-A propdsito, tfo, le voy a presentar a un marino,
el capitPn Julio Moreno.
El viejo observd a1 ballenero d e soslayo, sin estrecharle la mano que Bste le tendia:
-4CapitPn? &?e corbeta, de navio?
-De ballenero. ..
--&!De que?
un barco cazador de ballenas -vociferd Julio, creyendo a1 anciano duro de ofdos.
-iNo grite tanto, mi amigo, no grite tanto! -El
comandante masticaba nerviosamente 10s pelos de su
barba--. Le he oido perfectamente.. . Usted es pesca170

dor. LNO es eso? jPescador de ballenas 0 de sardinas
da lo mismo!
Volvi6 la espalda y sali6 del comedor a toda la velocidad que sus piernas le permitian. Ya en la galeria,
se le oy6 gritar:
-iJuanita, Juanita, ven a ver lo que quiere esta
gente!
Julio a b 6 10s brazos con aideman desolado.
-iNO se puede decir que la visita empiece muy
bien!
-jC?ree usted? -pregunt6 M6nica-. Por el contrario, yo encuentro que cmpieza magnificamente. Hay
que ver a 10s cornandantes c6mo son en su propia salsa. Don Anselmo ha estado magnifico, jno encuentra
usted? Ahora ha ido a llamar a su sobrina Juanita,
para que nos eche a la calle, pero usted va a ver que
Juanita se va a interesar por saber q u i h es usted, y
por que me acompafia, para despues ir a contar a las
otras beatas que usted es mi amante.
-Bo puede perjudicarla a usted.. .
-LA mi? ;No se preocupe! Me han corrido como
la amante de todos 10s hombres de Vifia y Valparaiso,
mayores de veinte aflos y menores de noventa. ~ Q u 6
me va a hacer un amante m&s que me invente Juanita? Vamos a buscarla.
M6nica se ech6 a reir. Julio le tom6 una mano y le
lhlzo una pequefla presi6n para atraerla hacia si. Ella
gird y lo arrastr6 fuera del comedor, oprimihdole con
fuerza 10s dedas.
La espesura del jardin era tal, que apenas se vela
el ob0 lado de la galerla. En el centro, una vieja palmera lanzaba sus hojas a lo alto mmo un surtidor vegetal.
Por la ancha puerta del fondo, que comunicaba con
un segundo patio, apareci6 una mujer delgada, vestida de negro. Era Juanita, con sus cincuenta aflos agrios
coagulados en sus labios finos y en sus ojos suspicaces.
Tendi6 10s brazos a M6nica.
-jC6rno' esths, hijita?
171

Luego se qued6 inmbvil frente a Moreno, mirando
a1 suelb.
--Te present0 al sefior MoTeno.. ., Julio Moreno.
El marino le tendi6 la ma.no con cierta confusi6n.
Entre 10s phrpados de Juanita se filtraba una mirada
que parecfa multiplicarse en torno suyo. Por lo menos
una docena de Juanitas con veinticuatro ojos lo observaban de todos lados.
-;Percy no ha venldo contigo?
lM6nica sonrid maliciosarnente, mirando a Julio.
-No: tuvo Que ir a Vifia. POTeso el sefior Moreno,
amigo de Percy, ha tenido la bondad de acompafiarme.
-;%ste caballero es amigo de Percy? iNunca habia oido hablar de 81! iEs curioso!
+Pero, Juanita, tli no puedes conocer a todos 10s
amigos de Percy.
-No, naturalmente. Sobre todo que ya no sabemos nada de 81; no viene nunca a vernos. S61o tli te
acuerdas de nosotros, y es mucha gracia, pues, con tus
ocupaciones sociales, no debes tener tiempo para nada. Debes estaT llena de comprornisos.. .
--No tantos, no crew.. .
,--Pero, ;por qu8 estamos hablando aquf afuera?
Pasemos a1 sal6n, porque supongo que no tienen
des mucha prisa.
Entraron en un amplio sal6n en penumbra. C u m do Juanita apart6 las cortinas, surgieron las tapicerfas multicolores de una gran cantidad de muebles de
distintos estilos, sobre 10s cuales el polvo y la POlilla
habian cas1 terminado su obra.
-LHace mucho tiempo que conoce usted a Percy,
sefior Moreno?
-Sf, mucho tiempo -respondit3 Julio, preocupado de pesar lo menos posible sobre una silla vacilante.
-Ha hecho usted bien en acompafiar a Ilii6nica.
En estos tiempos una mujer sola se expone 8 We 10s
hombres le falten el respeto en la calle. L O malo es
~

172

que cuando una mujer sale acompafiada par un hornbre, las malas lenguas. . .
-LTLI crees que van a hablar de mi, Juanita, porque el sefior Moreno me acompafia? -pregunt6 M6nica con Inocencia--. Y pasando a otra cosa: don Anselmo nos hizo un recibirniento a n poco brusco. dNo t e
dijo que nos eciharas a la calle?
-jAh, el pobre! Hay dias en que no tiene su cabeza muy buena.
Hubo afuera ruido de voces, y una dama con el
busto opulento, envuelto en una blusa de volantes y
encajes, hizo su entrada seguida de un hombre de unos
treinta aAos, rubio, pequefio, cuyo rostro correspondia
exactamente a1 de una jovencita inglesa s e g h se ve ,en
las caratulas de 10s magazines londinenses: ojos azules, nariz pequefla y perfilada, boca diminuta, barbilla
redonda. La sefiora vertia un torrente de palabras, como si se hubiera estado ahogando con ellas:
-iHijita, que gusto! iPor fin has venido a vernos! iHemos pensado tanto en ti! LEstarA enfeTma
M6nica? L Q U B sera de Percy?, nos preguntabamos cada dia. Nos hallabamos preoaupados, porque ahora,
con esta epidemia de gripe, se muere tanta gente, lo
mfsmo 10s j6venes que 10s viejos. Aqui en esta casa
todos han estado enfermos. iUn verdadero hospital!
Por suerte yo me he librada Yo tengo una salud de fierro. Asi me decia Marquesado, el pobre. “Tu vivirhs
cien afios”, me decia. Y, sin embargb, cuando 61 muri6,
yo estuve tarnbiCn a la muerte. iLa impresibn, hljita,
la impresi6n! LTLIte acuerdas? iQu6 gusto de verte! . . .
iAh, per0 yo vivo siempre a la carrera, ocuphndome de
la casa, sin tiempo para hacer visitas! Sin ml aqui no
se hace nada.,Marquesado, que me conocia muy bien ...
-Tfa Trinidad, te present0 a1 seAor AMoreno... interrumpid M6nica.
-Much0 gusto de conocerlo. Crei que usted era
alguien de la familia. A veces aparecen por aqUf primos lejanos por parte de 10s Roquebruna, y tambi6n
pariektes mios por parte de Marquesado. El tenia una
familia muy numerosa. Cada aAo, a la misa que yo ha173

go decir por el descanso de su alma, viene un mundo
de gente. iNo es cierto, M6nica? Lusted conocid a Marquesado, sefior? iPobre! Fut5 un hombre muy fino, un
caballero perfecto, un Angel.
Sin dejar de hablar, di6 vuelta la espalda y sali6
del sal6n. Ya chabia traspasado el umbral y se ola aQn
el eco de su voz.
El joven rubio se dirigl6 a Moreno con marcado
acento espaflol:
-iNo se alarme usted, sefior, no est& loca! Es su
estado normal. TQ,M6nica, debfas explicarle a1 cabsLlero; mira la cara que tiene el pobre. . . iTranquilicese
usted! &a dama es lnofensiva. Se llama Trinidad Roquebruna de Marquesado. Estuvo casada siete dias justos, ni uno mAs ni uno menos. A1 cab0 de una semana
de oirla hablar, Marquesado, el marido modelo, resolvi6 buscar la paz en la tumba. Siendo demasiado blen
educado para suicidarse, se muri6 de un ataque a1 corazbn, como un hombre consciente de la respetabilidad burguesa. De esO hace veinte aAos, per0 el recuerdo de Marquesado vive en el alma de mi cufiada.. .
Porque ha de saber usted que esa dama es mi cufiada.
'TT puesto que nadie me presenta, me presento yo mismo: Jose 'Sierra, servidor de usted.
. A pesar de su bella cara y de lo menudo de sus rasgos, Sierra no tenia nada de afeminado. Su voz, sus
gestos y sobre todo sus ojos daban la impresi6n de un
tipo varonil y frfo. La mano que tendi6 a !Moreno era
pequefia, per0 firme y seca. Se dirigi6 a Mdnica:
-6Y c6mo est&s tQ? &Y Percy? LESiguen ustedes
coleccionando animales?
Y volviendose hacia Moreno :
-LHa visto usted cyut5 verguenza? Esta mujer pierde su tiempo en crlar burros y perros en lugar de echar
hijos a1 mundo y perpetuar las razas ilustres de 10s
Roy, de 10s Sanders y, sobre todo, de 10s Roquebruna.
Yo ya tengo dos nifios que heredartin mis virtudes y
Jas de 10s eminentes antepasados de su madre.. .
174

Juanita se levant6 de su silla y se aproxim6 a M6nica, diciendo:
-Yo detest0 cuando Pepe empieza con esas bromas sobre la familia, sobre todo delante de visitas.
Y bajando la voz, y aproximando su boca a1 oido
de su sobrina:
-dTd no Crees, M6nica, que eres muy imprudente? Td sabes que hay muchas malas lenguas.. . ~ Q u e
va a decir la gente a1 verte en compafiia de este sefior
Moreno?
Habfa hablado en un murmullo, per0 M6nica le
respondi6 en alta voz, para que 10s hombres oyeran:
-No te preocupes, Juanita querida. TQ eres la anica que aun no se ha aburrido de chismear a mi costa.
Ahora te doy una buena ocasi6n de calumniarme, y
parece que todavla no estsis contenta.
La solterona se levant6 violentamente y abandon6
el sal6n, murmurando frases que 10s otros no entendieron. Sin parecer impresionada por la escena, M6nica
preguntd a Pepito:
-6Estsin en casa 10s tios?
-Por aihi deben de andar; hace un lnstante vi a don
Anselmo.
-Nosotros tambien lo vimos. AI principio no me
conoci6, y luego se pus0 furioso.
-Sf, el pobre est&cada dia msis chocho. iQuC quieres! No anda lejos de 10s cien afios, y acaso no sea el
mas desahavetado: la avaricia de don Belisario lo tiene casi demente. Ya come apenas.’Esta infeliz de Juanita subsiste gracias a don Anselmo, que se priva de
todo por ella. iY que me dices de Trinidad, con su historia de Marquesado? Hay dfas en que en medio de esta gente yo me siento tambien loco de remate. Por
suerte la casa es grande y uno puede sacarles el cuerPO. i&UC familia! No s d c6mo no me largo.. . iSi no
fuera porque aquf tengo la vida asegurada! ...
-iNO exageres, Pepito, no exageres! -exclam6
Mbnica, riendo-. No te quieras hacer pasar por mbs
malo de lo que eres. La verdad es que est& encantado,
175

y que si no te largas es porque quieres a tu mujer y a
tus hijos.
El espaflol se dirigi6 a Moreno:
-Lq que dice M6nica es verdad, sedor: yo quiero
a Cristina y a mis chiquillos, y hasta quiero a estos
viejos locos, gracias a 10s cuales vivo sin alqiuilarme, y
que a1 morir dejarhn a mis hijos a1 abrigo de la miseria. Lusted no ha conocido todavia a mi mujer, a Cristina? Pues es una chica formidable. Si la hicieran ministro de hacienda, el pais se iba a las nubes. Es ella.la
que se encarga de administrar la fortuna de su padre
y corre con todos 10s asuntos de las tres familias. Ella
cobra 10s arriendos de las propiedades, las pensiones de
10s viejos; ella paga 10s criados y pone orden hasta
donde es posible en este enjambre de locos. Sin ella,
hace tiempo que la casa de 10s tres comandantes no
existirfa. Ahora debe andar en alguna diligencia del
Banco, del agua potable, de ‘que sC yo.. . Pero, LquC
hacemos aqui? Vamos a dar una vuelta por el jardfn.
‘Salieron del sal6n. Mdnica partid en busca de la
tia Ermelinda, y 10s dos hombres cruzaron el corredor.
-Yo me ocupo un poco del jardfn -explic6 Pepito
Sierra-. He plantado rosas de muchas variedades. i E s
usted entendido en rosas? LNO?Entonces es indtil que
le explique.. . Venga por aquf.. . ‘Mire estas azucenas,
iquC hermosura! . . . iLa casa es enorme, jsabe usted?
Hay treinta y ocho piezas. Todos 10s dormitorios estkn
en la planta alta. Aquf abajo hay piezas que rhan estado cerradas durante muchos afios, y que yo me h e entretenido en abrir y explorar. Esthn llenas de trastos
viejos. En algunas he encontrado papeles de la familia
y he podido, m& o menos, reconstibuir la historia de
la casa. Creo que la planta baja de este primer patio
ha debido ser construida por 1814 6 16. Lo cierto es que
en 1817 esta casa ya existia, y que aqui se alojaron don
Santiago Bueras y don JosC Santos Mardones. Usted
sabe que 10s dos patriotas estaban prisioneros a bordo
de la fragata “Victoria”, ‘que esperaba 6rdenes para
llevarlos a1 destierro, creo que q Juan FernBndez. Cum176

do 10s realistas, derrotados en Chacabuco, llegaron a
Valparaiso, el pueblo se sublev6 y empez6 a perseguir
a 10s espafioles. Bueras y Mardones se amotinaron
tambiCn con otros presos, lograron encerrar en las bo- .
degas de la “Victoria” a1 capitan y a 10s tripulantes,
y vinieron a tierra para dirigir 10s grupos de patriotas
que peleaban sin orden. Se apoderaron de 10s fuertes,
y quisieron disparar contra 10s barcos que huian Ilevando 10s restos de las tropas realistas, per0 10s caAones habian sido inutilizados. Tuvieron que conformarse con hacer prisioneros a 10s que quedaban en tierra.
Parece que esta casa les sirvi6 entonces de alojamiento y tambiCn un poco de prisi6n.
-Usted conoce la historia. ..
/
-Si, un poco. Ya le dig0 que aqui he encontrado
una cantidad de papeles y de libros viejos, que me entretengo en hojear.. . Vicio antiguo.. . Y o era periodista en Madrid.
-Usted es espaflol, naturalmente. .
-Si, madrilefio.
-LY a que se dedica lusted ahora?
-A nada. Un poco de jardineria, un poco de ratoneo en 10s papeles. CPor que se rie usted?
Julio Moreno se rela de buena gana, apoyado en
una columna y contemplando el jardin, sobre la mitad
del cual la galeria del piso alto tendia su sombra.
-iHombre! iC6mo q’uiere usted que no me ria?
No sC lo que me pasa, per0 desde hace algfin tiempo
no me encuentro m8s que con gente enemiga del trabajo: Percy Roy, usted.. .
Sierra se echd a refr tambien, y di6 dos 0 tres palmadas sobre el hombro de Moreno.
-iEl Gringo Roy! iEse es un ti0 majo!. . . YO no
soy perezoso, no crea usted; pero, verdaderamente, no
tengo entusiasmo por nada, y no veo la necesidad de
complicar las cosas cuando ellas van bien. iEs tan raro que vayan bien! . . . Mire usted; yo hice toda la guerra de Espafla. En Guadalajara fui iherido de gravedad.
iCinco meses de hospital, y otra vez a1 frente! . . . Sali
177
M6nical-12

de Barcelona con 10s Utimos grupos que pasaban a
Francia. Nos metieron a un campo de concentraci6n
guardado por senegaleses. LogrC escaparme Y llegar a
Paris. Alli vivi un afio bastante mal, escondiendome
de la policla. Los franceses nos perseguian porque no
teniamos nuestros papeles en regla, y a1 mismo tiemPO se negaban a darnos documentacidn o a reconocer
la documentaci6n de las oficinas de. refugiados republicanos. En mis andanzas conoci a doAa M6nica koquebruna, un fen6rneno que honra a la familia. Hace medio siglo que vive en Paris, y ya se le ha olvidado el
espafiol, sin que haya logrado aprender el frances. Habla
un idioma personal sumamente pintoresco.. . Sus recuerdo8 de Chile son fanttlsticos. Me pint6 un pais
patriarcal, de vida apacible y ftlcil. Eso me entusiasm6,
Y gracias a doAa Mdnica me vine. Me present6 a esta
casa con una carta que ella me di6 para sus hermanos, a 10s cuales ve todavla j6venes corn0 hace cinouenta afios, uno vestido de marino, el otro de militar
Y el otro de oficial de policfa. A traves de las descripciones de dofia M6nica, yo tambi6n veia a 10s tres comandantes cubierfos de galones de or0 y con grmdes espadai al cinto. . . Apenas .desembarquC en Valparaiso,
vine a visitarlos, conoci a Cristina y nos enamoramos.
Hace ya ocho aAos que estarnos casados. Ahf tiene usted mi historia. iAhl ... LIPor que no trabajo? Mire usted: empece muy joven e n el periodismo, y hasta la
guerra el ofieio me entusiasm6. Yo era un muchacho
de ideales. Luego vino aquello.. . jTanta sangre, tanta miseria y tantos sacrificios perdidos! . . . Cuando llegue a Paris, tenia treinta aAos, pero ya no era el mismo de antes: ya estaba desalentado, sin fe en nada.. .
Aquel aAo de miseria termin6 de descorazonarme. &En
que se va a creer cuando se ka vista morir tantos cornPaherOS, cuando se ha visto caer 10s ideales y cuando
el destino se ha ensafiado contra uno? Llegue aqU&
me case con Cristina, que es una mujer admirable, que
es rica, que administra 10s intereses de la familia meJor que un tlo de Wall Street. &Para que voy a com178

plicar las cosas metiendome en negocios que pueden
fracasar con perjuicio para la fortiuna de mi mujer, 0
mezclfindome en la administraci6n de sus intereses
cuando ella 10s lleva mejor que nadie? iNQ, lo mlls
prudente, me parece, es estarme quieto en mi rinc6n,
y no tentar a1 destino, que a1 fin ha tenido compasi6n
de mis penas!. . . Por lo demlls, “el mundo”, como dicen 10s frailes, no me interesa. Salgo raramente, ni
siquiera voy a1 cafe. Me paso 10s dlas cuidando el jardin, revolviendo papeles viejos, arreglando la pata de
una silla rota, 0 , a veces, dibujando un poco.. . Siempre me ha gustado dibujar.
-Una vida agradable, de poco esfuerzo.
-De ninguno. Los comandantes me qaieren. LeS
oigo sus divagaciones y dlgo amen a todo. Cuando la
dharlatanerfa de Trinidad o Ins pnredos de Jua
hartan, me refugio en cualquier rinc6n de esta enorme
casa. Hay mil escondites. Venga usted.
Pepito Sierra abrid las puertas de varias habitaciones enormes, atestadas de muebles viejos y de objetos indefinibles a primera vista. DespuQ de dar la VUelta a1 jardfn, pasaron a1 segundo patio, flanqueaclo por
una fila de piezas, y luegq a un gran huerto.
-Tambien me ocupo un poco de esto -dijo Sierra, mostrando 10s firboles frutales y las hortalizas.
-A1 fin de cuentas, usted se ocupa de muchas cosas, y usted trabaja, aunque lo niegue -apuntb M O reno.
Volvieron a1 primer patio, y alli encontraron a
Mdnica en compafiia de un anciano corpulento, ilurninado por la blancura satinada de su abundante cabellera y de su espeso bigote.
Sierra inform6 a1 marino:
-33s don Santiago, mi suegro. Parece que era un
tigre como comandnnte de la vieja policla. Ahora se ha
COnVeTtido en un mans0 cordero. Su dnica pasi6n son
las cartas, el rocambor.
De su antigua comandancia habia quedado a don
Santiago cierto aire de altanerla. Salud6 a Moseno con
179

indiferencia, sin duda adivinando en C1 un profano del
rocambor. A 10s pocos minutos se despidi6 y se march6, anunciando que le esperaba una reuni6n de negocios.
-iQUC negocios! -dijo Pepito Sierra-. Son 10s
amigos que lo esperan para echar una manito.
-LHa visto usted toda la casa? -pregunt6 Mdnica a Julio.
--Sf,toda.
-+La pila tambiCn?
-No -dijo Sierra-.
iQuC palurdo soy! QlvidC
mostrarle a usted nuestro orgullo artistico. Vamos a
verla.
Los tres qtravesaron 10s patios hasta el hGerto, a1
fondo del cual, tras una verja de madera azul, un jardincillo rodeaba una pequefia fuente de mhrmol, coronada por un fauno en bronce. iQuC esplritu pagano
se habia deslizado mafiosamente en la tradici6n cat&
lica de 10s Roquebruna, para erigir aili ese simbolo de
10s goces terrestres, esa divinidad maliciosa que danzaba con un pie en el aire y alargaba 10s labios sobre SU
caramillo como para besar? LE^ que momento de peligrosa exaltaci6n uno de 10s tres comandantes habia
tenido la idea de elevar ese modesto InOnUmentO a1
recuerdo de una juventud libertina? LiHabia sido el
simple azar el que habia llevado el pequefio fauno a1
jardfn de Roquebruna, jam& perfumado por otras flores que las de la virtud cristiana? LO don Anselmo, en
sus cruceros por el mar antiguo, habia recogido la estatuilla en alguna playa de Italia? &Era un trofeo de
don Benigno, que habia conocido antaflo la ebriedad
de conquistar ciudades a sangre y fuego? Nadie lo Sabia, y las rebuscas de Pepito Sierra habian sido infructuosas. Ninguno de 10s viejos papeles que habia escudrifiado revelaba la procedencia del fauno. Habfa que
conformarse con contemplarlo como estaba, sobre SU
pequefio pedestal en el centro #dela fuente: una Pierna peluda en el aire, los brazos en alto, acercando el
caramillo a 10s labios y la cabeza inclinada en graCiOs0
180

movirniento. Asi, olvidado en el fondo del jardfn, dan-,
zaba el pequefio fauno, y su danza era una invitaci6n
a la fiesta de la vida.
Alguien gritaba a lo lejos:
-Es Cristina que llega -dijo Pepito Sierra-. Con
permiso.
Y desaparecib.
Mbnica y Julio guedaron solos. Un ray0 de sol se
filtraba a traves de 10s grandes ltrboles e iba a clavarse en el agua de la Puente, donde se repetia la danza
del fauno.
Mdnica se apoy6 en la verja azul. y echd atrlts la
cabeza. Los cabellos descubrieron las orejas y el brill0
caliente del crepfisculo fu6 a fundirse en la piell dorada
de su garganta.
--LTiene usted un cigarrillo? -pregunt6.
Julio abrid su cigarrera, y, como M6nica siguiera
inm6vil con las manos apoyadas en la reja, le COlOC6
el cigarrillo en 10s labios y aproxirn6 el encendedor.
Ella, la cabeza echada hacia atr& y 10s ojos entornados, aspir6 el hurno, y, cuando, sin otro movimiento
que el de su mano, retird el cigarrillo, Julio, inelinandose lentamente, la besd en la boca.

MNLENTRAS MONXCA, sentada frente al tocador,
se peinaba, Julio termind de vestirse y fu6 a apoyar las
rodillas en la banqueta de tal manera que podfa contemplar el rostro de su amante reflejado en el espejo.
M6nica procedia con tranquilidad y lentltud, alzando
10s cabellos lacios y aplasthndolos despu6s con la escobilla de lomo methlico. A1 ver aparecer el rostro de Julio en el espejo le sonTi6 sin volver la cabeza, y en su
sonrisa, tan plhcida como sus gestos, 61 no pudo descubrir ni la mhs ligera huella de esa turbacidn propia de
la mujer que acaba de entregarse a un a,mante. Por lo
menos, 61 crefa que en tales circunstnncias una mujer
casada podia estar nerviosa, inquieta ... Per0 se hubiera dicho que M6nica vivia una escena habitual, que
se hallaba en su hogar, preparhndose a salir con SU
marido.. .
Moreno encendid un cigarrillo y fu6 a sentarse en
una esquina del lecho revuelto. Desde alli la veia oblicuamente: la bata descubria una pantorrilla sdlidn,
un tobillo mhs bien grueso, pero bien dibujado; 1n1
pie pequefio, de alto empeine. A126 la vista: las nalgas
redondas, bien asentadas en la banqueta, la CintUra
fins, el busto erguido, 10s hombros firmes y cuadrados. Alli la pie1 doTada se ensombrecia entre 10s Pliegues de la bata.
I

182

iY aquella bata!. . . ‘‘iDia1blo de mujer -pensd-;
ha previsto todos 10s detalles! . . . En fin, mejor asi. . .”
La cita se habia concertado de una manera natural, con unas cuantas palabras la misma tarde que el
la besara en casa de 10s tres comandantes. A1 despedirse Mbnica le habia anunciado que el viernes de la
prbxima semana iria a casa de su costurera, en Vifia.
-Yo entro con mi barco el jueves; el viernes estare aquf. LMe permite acompaiiarla?
-i Naturalmente !
El la habia esperado cerca del hotel Miramar y no
habia tenido ni siquiera tiempo de inquietarse: a la
hora anunciada aparecib el Chrysler de 10s Roy, zarandehdose alegremente por el camino. (Moreno subib
y su amiga le tendid 10s labios antes de poner nuevamente el coche en marcha.
-Esta modista donde vamos -dijo Mdnica- es
una antigua amiga mia. Se encontrb en mluy mala situacibn y yo la ayude con un poco de dinero para que
instalara su tienda. Asl la casa donde vamos es un
poco mfa.
-iNo importark que la modista me vea contigo?
-iQuB idea!
La modista, una mujer grande y morena de cierta
edad, 10s habia recibido afectuosamente, y despuCs de
revolver algunas telas y conversar un momento con
Mbnica, habia bajado la cortina de hierro de la puerta y habia desaparecido. La trastienda era amplia; la
salita, con un gran divhn-lecho, un tocador y un gran
espejo, era confortable.. .
“iQu6 bonita es y que segura de si misma”, sr
decia Julio, contemplando a su amiga. La idea de que
esa seguridad podia provenir de la costumbre y de que
Mdnica usaba con frecuencia del saloncito aquel vino
a rozarlo ligeramente, per0 e1 la apartb, demasiado feliz para aceptar la -inoportuna sospecha. Ai contrario,
como discreta caricia corria en su interior la satisfaccibn de que todo ocurriera de manera tan natural. iAsi
debiera ser siempre! iCu&ntos placeres nos llegan es183

)

tropeados por el esfuerzo que nos cuesta apoderarnos
de ellos! Julio Moreno contemplaba a su amante y la
impresi6n de plenitud que lo invadia llevaba envuelto
un cierto agradecimiento por la forma impecable e n
que funcionaba aquella trastienda, aquel saloncito, el
viejo Chrysler: en fin, todo..
M6nica se pus0 en pie y se despoj6 de la bata. Baj o la seda rosa de la combinaci6n palpit6 el vientre
plano, todo musculo,. sin grasas ni redondeces blandas.
y se combaron las nalgas duras. Moreno siguib fumando inmdvil, mientras ella, despuCs de vestirse con un
traje negro de falda ajustada y abierta sobre la pantorrilla izquierda, volvia a sentarse frente a1 tocador.
para ponerse el sombrerito pequefio, sin adornos. AI
cabo de un instante se di6 un ultimo toque de polvos
sobre la nariZ y se pus0 de pie.
-Estoy lista.
1El se levant6 a su vez, la enlaz6 por el talle y la
llev6 frente a1 gran espejo hasta hacerla casi tocar el
cristal. Le dijo:
-Me gusta mirar tu imagen. Es como si, a1 mismo tiempo que te tengo conmigo, estuvieras lejos.
Ella se contemp16 t a m b i h , con 10s ojos entrecerrados, apoyando la cabeza en el hombro del marino Y
sonriendo.
-Mira qu6 bonita eres. iNo te admiras tu misma?
-iBah, bonita! . . -respondio, sin apartar la vista de su prcrpia imagen-. Tengo algunas cosas que no
estan mal: la boca, por ejemplo.
5u sonrisa tenia siempre algo de crispaci6n y ahora la crispaci6n se acentuaba, abultando el labio inferior a la derecha, cargandolo de una voluptuesidad
pesada, de una sensual malicia casi amarga.
--Tienes una boca ,de gozadora 4 i j o 61.
-Tengo una boca bestial. Mira.. .
Julio clav6 10s ojos en la imagen del espejo Y Vi6
palpitar 10s labios gruesos. y entreabiertos, no s610 bajo
su mirada, sino tambiCn bajo la mirada que la misma
M6nica fijaba en ellos. En 10s ojos sombrios de la m11-

.

~

.

184

.

jer habia un brillo devorador, como si ella ardiera de
deseo por su propia boca que se le ofrecia en el cristal.
Julio oprimi6 la espalda de M6nica contra su pecho
y se inclind hacia el espejo, persiguiendo en su profundidad vertiginosa la esencia turbia de sus deseos confundidos. Ella seguia inmbvil, sonriendo apenas. EntTe
sus ojos y sus labios se habia estaiblecido una complicidad obscura y golosa, a traves de la CUal paSaba la
lujuria del homlbre.
De slLbito Julio la hizo girar violentamente y la
bes6 en la boca. Luego, sin desvestirla, volvi6 a poseerla a1 borde del lecho. Tenia la impresicin de que el 1-0stro de M6nica pasaba en un carrousel vertiginoso, cada vez con una expresidn distinta. El nunca sabria C U M
era la verdadera M6nica, no descubriria jamas el secreta de su rostro. Julio la poseia fren6ticamentie, empujado por la lujuria y por la angustia de llegar a1 fondo de esa vida, de ese ser que se retorcia entre sus brazos,
misterioso, ajeno, fugitivo.. .
Sin embargo ella se daba con la misma furia con
que 61 la poseia. Con las ropas en desorden, el sombreTO torcido y 10s cabellos echados sobre 10s ojos, N6nica
tenia algd de bestial y casi grotesco.
Cuando 61 la dejb, ella fut! lentamente a componer
su tocado delante del espejo.
-iTe adoro! -murmur6 el marino, reteniendola
de una mano.
I
Ella le revolvi6 10s cabellos con una caricia brusca.
-iGran bruto! Mira en qu6 estado me has puesto.
Julio siguid recostado en el lecho mirando c6mo
ella alisaba de nuevo sus cabellos, c6mo rehacia la linea de 10s labios y c6mo trataba de hacer desaparecer
3as arrugas de la fnlda maltratada. Sus movimientos
eran lentos como 10s de una mujer libre de obligaciones familiares. Sin embargo, las oaho de la noche habian sonado pn hacfa largo rato. “Quiza Percy no comer& en casa”, pens6 Julio. El recuerdo de Percy le
produjo una vaga desaz6n. Percy.. . El marido a quien
@samujcr pertcnecia.. Per-tc-ne-cia.. . Es decir, el
+

~

185

hombre que no debia experimentar la angus.tra ql
experimentaba, la de sentir algo ajeno y desconc
en ella.
,
-Dime, Mbnica, ipor que te has entregado a mi?
Ella volvid la cabeza y se quedd mirandolo con una
expresidn de divertido asombro. El insistib:
-iQu6 idea te ha venido de acostarte conmigo?
Dime.
-Y a ti, ique idea te vino? No soy yo quien te ha
hecho la corte.
. -Bueno, pero, &porque me has aceptado?
-jEso te preocupa?
-No, no me preocupa, per0 me parece raro.. .
Ella se echb a reir, y, volviendose haicia el espejo,
continud su tocado.
-&Tan mala suerte has tenido con las mujeres,
que te parece raro que me gustes?
-Ni buena ni mala suerte. A mi, jsabes?, las mujeres no me han quitado nunca el. suefio. Tengo muchas
otras cosm de que ocuparme.. .
-jlPor que te parece entonces raro que yo haya
aceptado tus galanterias y que t u me gustes?
El no respondib inmediatamente. Encendi6 un cigarrillo y se quedd mirhndo 10s arabescos del humo.
A1 fin dijo:
-Me parece raro, es cierto.. , Debe ser porque to
no eres una mujer como las otras.
--jComo cuhles?
-Corn0 todas las otras. Ni la,mas elegante ni la
mas linda se compara a ti. Tu tienes algo.. . NO se.. .
Dime, Lpor que te has entregado a mi? Muchos hombres deben cortejarte.. .
-Suponte que estoy enamorada de ti -Contest0
Mdnica, mirhndolo muy seria.
El se echd a reir, pero se inteirumpid, y despuCs de
aplastar su cigarrillo en el cenicero, se acercd a ella Y
le pus0 las manos en 10s hombros.
-&Que lharias to si yo me enamorara de ti Y te
dijera: “Tienes que divorciarte para casarte conmigo,
186

tienes que serme fiel; a1 menor coqueteo con otro, te
mato? LQUB harfas?”
-Me iria contigo -respondi6 Mbnica, levantitndose y ech&ndole 10s brazos a1 cuello-. Te diria: “Mi capitan, mi pirnta, llevame contigo, arponeame como a
una de tus ballenas; haz de mi lo que quieras”. iTfi
comprarfas un barco y yo un ukelele, y nos iriamos por
esos mares como en una pelfcula! . . .
Los dos se echaron a reir con las cabezas juntas.
--No vuelvas a sacarme el rouge. icuidado!
-Tfi dices que te has entregado a mi porque yo
te gusto. . . &NoserB mas lbien porque to andas en busca de sendaciones, por curiosidad?
M6nica retrocedi6 un paso, y, siempre con su aire
de divertido asombro, contemp16 a1 marino de alto
abajo.
-iVaya, vaya!. . . Est& empefiado en saber. ... Sup n t e que me he entregado a ti, como tu dices, por curiosidad, por experimentar sensaciones. Muy bien. Y to,
ipor que me has hecho la corte? Tambi6n por curiosidad, por contar una aventura mas. .. iEstamos pagados, mi querido capitan!. . .
4 u y bien. Per0 yo sentirfa -resp6ndi6 61 con un
tono melanc6lico- que, una vez satisfecha tu curiosidad, la aventura se terminara.. .
Ella se inclin6 para dawe la filtima mirada en el
espejo del tocador.
-Por el momento estamos juntas. &No te basta
eso?
-Si, claro.
-Es tardisimo. LA que horas voy a llegar a casa?
Pasnron del saloncito a la tienda. Julio levant6 la
’ cortina de hierro y salieron a la calle.
-~Dbnde estan las llaves? -pregunt6 el marino
cuando hubo bajado la cortina.
-No te preocupes. Deja eso asi. Berta debe andar
POTahi y vendrB a cerrar.
Doblaron la esquina y llegaron a1 autombvil. M6nica empuA6 el volante, p, mientras corrlan hacia ValParaiso. Moreno dijo:
€87

-Yo te'decfa hace nn momento que me parece
raro que te hapas entregado a mi, porque apenas me
conoces. Lo natural es que tuvieras algfin temor.. .
iNunca se sabe! ... Y o puedo ser un tipo peligroso y
meterte en un 110.. . Imaginate que me da POT10s celos
o por cosas asi.. .
L i E S O me encantaria! -respondid
Mbnica, riendo-. Yo,cuando me enamoro, soy muy celosa.. .
-1maginate que soy un bruto que un dia 10s celos
me trastornan y te pego. :.
-iBah, yo no te lmporto nada!. . . iTfl no eres
'hombre de pasiones! . .
-1magfnate que tfi te cansas de mi, que no quieres verme mas, y que yo te persigo y te hago la vida
imposible.
El Iarysler corrfa a toda la velocidad de su viejo
motor, por el camino trepidante de circulacidn, hacia
las luces de Valparafso, las m&s lejanas de las cuales
se confundfan con las estrellas o con 10s fanales de algunos barcos anclados fuera de 10s malecones. Mdnica, atenta a1 volante, did una rapids mirada a1 marino.
- N a d a de eso me preocupa -respondid-.
Los
hombres se imaginan siempre que son un peligro para
las mujeres, que las dominan, que las pueden acorralar. Per0 las mujeres tenemos muchos mas recursos de
10s que ustedes se imaginan. Si yo quisiera deshacerme
de ti, no me faltaria cdmo.. .
--Dime, d&rno?
--Hacikndote asesinar, por ejemplo. . .
-iOh, el sistema no vale nada; est& usado y puede traer malas consecuencias! .
-Haciendote cometer un crimen, entonces, para
que fueras a la chrcel por toda la vida.
-0 a1 patifbulo.
4laro.
-dYa has enviado a alguien?
-No, per0 a veces me dan ganas de hacerlo. Y O
me aburro. Lsabes?

.

..

188

F
-Pues 110 & hagas ilusiones conmigo. Yo no t e
dare esa diversi6n: Cuando te canses de mi, me lo dices
y yo desaparezco. iBallenero a tus ballenas!
Ambos se echaron a reir. Despu6s de una curva
del camino, M6nica levant6 una mano del volante y la
acerc6 a la boca de Moreno. Este la bes6 largo y con
pasi6n.
-Las precauciones sirven de poco -dijo ella-;
pero, en fin, vale la pena tomar algunas: voy a parar
el coche antes del Bardn y tir vas a bajar rhpidamente.
Si nos detenemos demasiado y tardamos en despedirnos, puede pasar alguien que nos conczca.
-dNos veremos la pr6xima semana? Yo me hago
a la mar manana, a las siete.
-El shbado pr6ximo entonces. Donde BeTta, ComO
boy.
M6nica fren6, Moreno salt6 a la acera y se qued6
mirando el coche que desaparecia en la curva del
camino.

189

X I

A LAS CENCO y media de la mafianasel capitan
Moreno ,subi6 a1 puente. El “Alcatraz”, a unas sesenta
millas a1 noroeste de Valparaiso, navegaba sobre un
mar que surafa fresco y doradb del estuche de la noche.
El horizonte se disimulaba bajo una ligera b,rruma rosa, y la brisa soplaba tan dulcemente, que las olas apcnas lograban subir hasta la cubierta de la nave.
Cardoso estaba de cuarto en el tim6n. El capitan
examin6 el compas y permaneci6 un largo rat0 contemplando el mar.
-0jalB nos vaya hoy dfa mejor que ayer ---dijo el
marinero.
-0jala. Lo que nos friega es esa maldita helice.
Julio Moreno estaba dispuesto a no volver a saear
el “Alcatraz” del puerto mientras el armador no hiciera reparar la helice. iNo habia manera de trabajar en
esas condiciones! La frotaci6n era tan sensible, que,
antes que l a ,ballena estuviera a tiro, se zambullia,
asustada por las vibracfones.
-iSi no fuera uSted el arponero, el “Alcatraz” no
cazarfa ni una!
El orgullo que ponia Cardoso en la frase era lo que
precisamente habia perjudicado a1 “Alcatraz”. iNo hay
ballena que se le escape a Julio Moreno!. . . Est0 lo declan todos, y de ello se valfa el armador para no h a m
190

reparar la averia. iMUy halagador, pero el capitan del
“AlcatraZ” no podia hacer milagros! . . .
-No, cabro, por muy buen ojo que yo tenga, no
puedo hacer mllagros . . .
Did un palmotazo en el hombro de su marinero, y
baj6 a1 comedor. Alli estaba ya don Antenor Brito terminando su caf6 y oyendo pacientemente las disquisiciones del Polo. Apenas el capitan y el piloto se desearon 10s buenos dfas, la conversacidn cay6 en el tema
obligado:
-Tienes que exigirle a don Santiago que entremos en el dique inmediatamente. Con esta helice no
se puede trabajar -dijo Brito. (Habia sido el superior
de Moreno, y, cuando no estaban en el puente, lo tuteaba como antafio.)
-Yo creo que el viejo no quiere gastar plata -respondid el capitan-. Debe estar ya resuelto a vender
10s buques para la nueva compafiia de la Anthrtida.
-Si 10s vende, i t d te vas con el “Alcatraz” para el
sur? Sera una vida harto sacrificada. Ya nos hemos
acostumbrado a1 buen clima, y ser& dificil aguantar
10s hielos del polo.
--Creo que no me ire.. .
Moreno pronuncid la frase lentamente, pensando
en M6nica. Hacfa tiempo que habia tomado la resolucibn, despues de darle muchas vueltas a1 asunto. Harrlsson y Co. iban a liquidar y el “Alcatraz” y sus otros
buques pasarian a una nueva empresa, aue instalaria
una gran planta beneficiadora en plena AntBrtida, en
la Tierra de O’tHiggins. Moreno habfa tenido ofertas
halagadoras para comtinuar como capitan arponero del
“Alcatraz” o de cualquier otro de 10s buques mas modernos que la compafiia habia encargado a Suecia.
Per0 su resolucidn estaba tomada: dejaria la pesca de
la ballena y hasta la navegacibn, y tomaria un trabajo
en Valparniso, jefe de bahia de alguna empresa, y as1
podria seguir viviendo cerca de Mdnica.
-Creo que no me ire, don Antenor -repiti6-.
Dejar@el mar y buscar6 un trabajo en el pUert0. CreO que
191

ya me he sacrificado harto, y que ahora me toca disfrutar un poco.
El piloto movid la cabeza.
-Eso tal vez no te convenga; tfi eres joven y tienes que pavegar lo m&s que puedas para ahorrar plata.
-&Y usted, don Antenor, ae irh a la Anthrtida con
la nueva compaiiia?
--NO,
yo ya no estoy para esos trotes. Creo que no
aguantarfa el rigor del clima. AdemBs, yo tengo hijos,
y no puedo descuidarlos. Si uno se va para el sur, ya no
podrh volver a Valparaiso qui6n sabe en cuhntos aflos
mas.
“ i ~ ” 0 volver a Valparaiso en muchos afios.. ., no
ver mas a ~Mdnica!. . . -se dijo Moreno-. iQU6 disparate serfa! Precisamente, porque soy afin joven debo
disfrutar. &De que me servirfa el dinero que ganara
en las soledades del sur, si cuando volviera aquf ya no
tuviera a Mbnica? iPara vivir sin ella es mejor no viViT!”.

..

Un mes habia transcurrido desde la tarde en que
la besara por primera vez en la casa de 10s tres coman.dantes; un mes desde la primera cita en Vifla.. . Ahora el tiempo llegaba casi a1 fin del tierno corredor de
la primavera, y saltaba a las primeras terrazas Calientes del verano. Tendfa en ellas su cuerpo dorado Y r0busto. (Corn0 en un juego, alargaba por las tardes SU
mano perezosa, para prolongar cada vez m6.s el brillo
de las ventanas. (Espejeaban 10s cristales en 10s cerros
de Valparaiso, como reflectores de seflales, apresurando la arribada del verano. iUn mes desde las primeras
caricias, y una o dos citas, lnvariablemente en cada
escala del “Alcatraz”! . . . iQUC profundidad, que consistencia puede adquirir el tiempo cuando pesa en 61
toda la intensidad de la vida! . . . i Q U 6 sblido, qu6 real
era ese mes! iEn 61 podian apoyarse sin miedo todas
las esperanzas y todas 1% ambiciones de un hombre!...
-Tfi debes seguir navegando, capithn. No conviene iTse a tierra a tu edad.
192

La voz de Brito lo sac6 de su dlvagaci6n. El piloto
habia terminado su desayuno y se calaba la gorra cerca de la puerta. E! Polo, cafetera en mano, sonreia.
-iBah! -respondib Moreno, sirviendose otra taza de Cafe-. Hay tiemp0 para pensarlo, don Antenor,
aunque yo ya lo tengo pensado: jme quedo en Valparaiso!
El piloto sali6 del comedor. El Polo contempld un
instante a1 capitan. Una rnalicia infantil asomaba entre sus dientes separados.
-iijalB cambie de idea, cap! iEl “Alcatraz” no
serla el mismo sin usted!
-Y tfi, i t e vas a la Antartida eon la nueva compaiila?
-iClaro, cap! Ya estoy acostumbrado a 10s balleneros, y por all& hay menos tentaciones.
-&As1 es que andas arrancando de las tentaciones?
1El Polo se ech6 a relr y expXic6:
--Quiero guardar uri poco de plata, capitan, y aquf
con las chiquillas y 10s traguitos no se puede.. .
Moreno volvid a su camarote a poner en ord:n algunos papeles. Antes de entrar examind el mar. Estaba tranquilo, de un azul p&lido, sin ningtin espauto a
la vista. En la tina, don Antenor Brito vlgilaba.
Toda la mafiana estuvo el capitan ordenando paPeles y poniendo sus cuentas a1 dia. En el momento en
que el Polo tocaba la campana Illamando a1 almuerzo,
la voz del piloto baj6 desde la cofa:
-iBallena a estribor!
{Deun salto el capitan subid a1 puentie. Cuatro esPaUtOs se alzaban a una milla del “Alcatraz”.
- S o n espermas -dijo Baucho, que se hallaba en
el tim6n.
El “Alcatraz” corria a toda maquina hacria su presa. Ya las olas venian a barrer la cubierta, y, como
cada vez que se ’aproximaba el momento de arponear,
la tripulaci6n y el barco se identificaban en una misma
tensi6n. Cada hombre sabia ‘que la empresa era dificil,

a causa de la vibracidn de la Ih9lice. iC6mo se iris a
desempefiar el capitan? &e acompaflarfa otra vez la
suerte?
Moreno habia hecho aumentar la carga de p6lvora para poder disparar antes que las vibraciones alarmaran a las (ballenas. Aunque resultaba dificil hacer
blanco desde tan lejos, CI tenia confianza. La calma del
mar tambien podia ayudarlo.
Baj6 llas orejeras de su gorro de lana y avanz6
lentamente por la pasarela hasta el caA6n. Martin,
que habia preparado la carga, se retir6 algunos pasos
para dejarle libertad de movimientos. Moreno no apartaba la vista de 10s cuatro espautos que surgian y desaparecian ritmicamente.
+Media fuerza!
Las olas que levantaba el “Alcatraz” se suavizaron contra sus costaclos. Los cachalotes seguian nadando en linea sin dar muestras de alanna. A1 cabo de
seis o siete minutos, Moreno alz6 una mano, y la voz
del piloto se hizo ofr:
-iPara!
Don Antenor, desde su cofa, habia gritado porque
no podia sino obedecer a1 capithn, per0 diciendose que
disparar un arpdn a tanta distancia era una locura.
Una locura, a menos que, como decian 10s hombres,
Moreno hiciera milagros.
El capitSn empufi6 el caA6n lentamente, y apunt6
a1 mSs corpulent0 de 10s cuatro cachalotes, a1 segundo
contando desde la derecha. Las cabezas de 10s cuatro
animales surgfan chorreando agua y sus lomos negros
brillaban a1 sol en un avance rftmico y rapido. El Piloto goiped violentamente con el pufio el borde de la
cofa:
-iPor la grandfsima!. . .
Como si su cuerpo formara parte del navio, sentfa
que aquCl era el instanbe preciso en que la velocidad de
10s cetaceos empezaba a sobrepasar la del “Alcatraz”,
que, con las maquinas paradas, habia seguido avanzando por su solo impulso. iAquCl era el instante! iMe194

dio segundo mas, y 10s animales se pondrian fuera de
tiro! . . .
-i Grandi . . . !
Son6 el disparo y el cafi6n culate6 con violencia. A
Wsar de sus orejeras de lana, Moreno se sinti6 ensordecido. El segundo cachalote, contando desde la derecha, agitaba media cuerpo fuera del agua, y emprendfa ya la fuga con el arp6n clavado en el nacimiento
de la cabeza. La proa del “Alcatraz” cortaba lentamente una vasta mancha de sangre.
-iBienhaiga con el capitan -grit6 Brit0 descle la
cofa, agitando su gorra-. LDe d6nde me sacan otro
arponero como Cste?
-ilBravo, bravo! -aullaba Baucho en el puente.
Julio Moreno agit6 la mano respondiendo a 10s
gritos de sus Ihombres. La verdad es que era cOmO para
estar satisfecho. A esa distancia, pocos capitanes POdian clavar un arp6n.
Martin corrid a proa para la maniobra de inflar
el cachalote y clavarle la bandera. Moreno, ayudado de
Cardoso, se apresur6 a cargar nuevamente el cafi6n.
Pero las ballenas hapian desaparecido, y, despuCs de
media hora de vigilancia, el capitan baj6 a1 comiedor.
El ingeniero Mujica terminaba en ese momento de
beber su cafe, pero se qued6 haciendo sobremesa para
acompafiar a1 capitan. La conversaci6n tuvo, naturalmente, un tema obligado: las vibraciones de la helice.
Se@n el Ingeniero, ‘el mal podia repararse en cuatro
dim de dique.
-Habra que carenar tambiCn 4 i j o Moreno.
Los, dos hombres hablaron de una cosa y otra. Julio estaba de buen humor, quiza por el Cxito de su tiro
de media hora antes.
-Con el barcp en buenas condiciones, don Carlos, hacemos raya y nos llenamos los bolsillos.
Mujica asintid moviendo su gran crhneo calvo, sin
que el entuslasmo del Capitan disipara la melancolia
habitual de su-rostro. Moreno habl6 con pasi6n y ni
un momento la imagen de Mdnica vino zl mezclarse
I

195

1

a sus preocupaciones marftirnas.

Asf era siempre: durante su trabajo no pensaba en ella. A veces, 10s ojos,
la boca de M6nica aparecian en un relampago, y eso
le bastaba para saber que la vida le resultaria imposible sin la certidumbre d e volver a encontrar a su
amiga. El podia decir exactamente a cuantos grados
a1 sudeste estaba ella con su voz grave, quebrada en
inflexiones cristalinas, a1 otro extremo del hilo telefbnico, dispuesta siempre a sefialar la hora de la cita,
a la cual acudia con exactitud. Eso era all&, en el
puerto; aqui, en el mar, Moreno vivia para su tripulaci6n, para su barco, para pegar de lleno en el lomo
de la ballena.
A las dos de la tarde clav6 otro arp6n casi a la.
misma distancia del primero. El Rucio Aldana tir6 su
gorra sobre el puente y le di6 dos patadas.
-iChitas el gallo padre! iASf da gusto tener un
capitan !
A1 anochecer Julio arpone6 un tercer cachalote,
a menor distancia, per0 ya tan oscuro, con tan mala
visibilidad; que el golpe result6 tambiCn una hazafia.
Y una hazafia que' pudo transformarse en cathstrofe:
el disparador del cafi6n se atasc6 y en el momento que
Julio lo golpeaba con el pufio para desprenderlo, sali6
el tiro. La excesiva carga de p6lvora provoc6 un CUlatazo tan violento, que, sin la rapidez de su geSt0, le
habrfa destrozado la mano.
-Oye, Julio --dijo el piloto, a la hora de comb
da-: no se puede trabajar en estas condiciones. M U Y
bonito sera que te conviertas en campedn de tiro, per0
si eso te va a costar un brazo.. .
-La kscape jabonada.. .
-Ya lo creo. No, no se puede seguir as1 ni un dia
mas.. ,
-Es peligroso -confirm6 Mujica, pas&ndose la
mano por la calva-. Capaz que en una de estas el
cafi6n reviente.
Moreno orden6:
-iBien, a remolcar 10s espermas y proa a1 Ce-

196

rezo! De ahi nos vamos a Valparaiso y presentaremos
nuestro ultimatum a don Santiago.
w

*

*

A1 dia siguiente, a las cinco de la iarde, Julio Moestaba sentado ante el gerente de Harrisson y Co.
-iImposible trabajar un dia m6s en las condi-

,reno

ciones en que est& el “Alcatraz”, don Santiago! Las
vibraciones de la helice asustan a las ballenas y para I
tirar de lejos he tenido que cargar el cafibn con casi
doble cantidad de pblvora.
-iQue me viene con cuentos, capitan! iLOS hombres dicen que usted arponea las ballenas a una milla
de distancia!
-iNo lo eche a la broma, don Santiago! Yo tengo
tal vez buen ojo, per0 tambien tengo buena mano y
no quiero perderla. iAyer, si no ando tan listo, el culatazo me la arranca!
-6Y no podemos esperar un poco, capitan?
-6Esperar a que yo quede manco?
-iNo, hombre, no sea barbaro! iNi diga eso!
-Lo digo porque es asi, don Santiago. No se puede jugar con estas cosas. Digame la verdad, itiene ya
resuelto vender 10s barcos a la Compafifa Antartica?
El gerente se rasc6 la barbilla.
-Parece que si. Aun no hay nada resuelto. iusted se va con la nueva compaiiia?
-No creo. Me gustaria quedarme algfm tiempo
en Valparaiso trabajando en el puerto.
Don Santiago alz6 10s brazos escandalizado.
-6Interrumpir su carrera? i Que barbaridad! i Si
no sigue como ballenero, muchas compafifas lo quer r b a usted como capitan!
Moreno se encogid de hombros.
-Bueno, don Santiago, ya hablaremos del porvenir. Por el momento hablemos del presente. Y o no
vuelvo a salir en el “Alcatraz” hasta que la helice est6
arreglada. Por estar forzando el cafidn y haciendo
otras tonterias de repente nos va a pasar una mano.. .
197

-Bueno, si la cos8 es tan grave, capithn, quC
quiere que le diga.. . El “Alcatraz” tiene que seguir.
trabajando porque aun no hay nada resuelto con la
Compafiia AntArtica. MaAana vea usted si el diqu?
puede recibir el barco y metal0 ahi.
-Una carenada no estarh de mhs. Para aprovechar la ocasidn.
-Bueno, una carenada. Usted, Moreno, hace lo
que quiere conmigo,.pero le voy a decir: dstoy hasta
la coronilla con 10s balleneros y las ballenas. Si Harrisson y Co. vende sus barcos, me compro una chacra
en Quilpu6 y.. , jadids!
, -Usted ya esth rico. Es muy justo que descanse.
-iRico!. . .
Don Santiago hizo un gesto para significar el in-finito absurd0 de tal Idea. Pequefio, con 10s ojos vivos
bajo una frente estrecha y una onda de pel0 blanco,
el gerente era conocido en el puerto como un hombre
cuyos cAlculos financieros no erraban jamhs. Harrisson y Co., cuyas acciones le pertenecian en su mayor
parte, habia sido un negocio lucrativo para 61, y, sobre todo, una experiencia que afecta,ba despreciar como todo lo que le interesaba.
-iEStOy hasta aqui, Moreno, de balleneros y ballenas !
Moreno se echd a refr y se pus0 de pie.
-A mi, don Santiago, me es igual que est6 usted ha&a donde est6 con nosotros y con las ballenas.. .
Con tal que se arregle el barco, lo demhs no me interesa .
--Hombre, qu6 amable! Le agradezco.. .
-iY que quiere que le diga? Los hombres, cuan. do tienen 6xito en 10s negocios, como usted, llegaP a
un momento en que creen’que se lo merecen todo, que
el mundo est& organizado para que ellos sigsn ganando dinero sin tener ninguna molestia. Que 10s demas
se jodan les parece muy natural. iPero ellos? iAh,
no! iESO por n i n g h motivo! . . . Cuando uno se Pone
tan regalbn, pues, don Santiago, y se tiene platita,
como usted tiene, lo mejor es hacer lo que usted dice:
198

eomprarse una chacrita en un sitio apartado y no
fregar mas a 10s que tienen que trabajar.
Moreno habia hablado riendo, peso don Santiago,
aunque acostumbrado a las franquezas del marino,.
se qued6 un poco turulato.
-Parece que le cay6 pesado el bistec de ballena,
amigo Moreno.. .
-Asi debe haber sido, don Santiago. Bueno, mafiana si el dique me acepta, meto el “Alcatraz”. . .
Los dos hombres se estrecharon la mano, y Moreno se encerrd en la cabina telef6nica en el fondo
de la oficfna.
La voz de M6nica respondid inmediatamente, per0
no para acceder esta vez a las proposiciones del marino: “Mafiana me es imposible ir a Vifia.. . No. . .
Mafiana no te podrC ver.. . icompletamente imposi:ble! Es muy largo para explicarte por telCfono.. . No
puedo.. . Ven esta noche, despues de comida, y conversaremos.. . iVen, tengo muchas cosas que decirte! . . . Percy comer& en Vifia y volverh tarde.. . Te
esperare a las diez en la reja y hablaremos en el jardin.. . jVen!. . .
El protest6, en el fondo no deseando sino dejarse
convencer: “iEs un disparate!. . . Alguien del vecindario puede verte.. . T ~sabes
I
lo que son 10s chismes.. .
Roy puede llegar inesperadamente y sorprendernos.. .” Per0 Mdnica insistia, y cuando Julio Moreno
Colgd el fono, la cita estaba acordnda para las diez de
la noche en el trozo de muso derruido que servia de
entrada a la quinta.
Cornid de prisa en un restaurante de mala muerte
cerca de la Aduana, subi6 en el ascensor Artilleria y
se metid en el tranvia que lo dejaba a unos doscientos
metros de la casa de M6nica.
La noche estaba nebulosa, per0 Clara; noche de
prfmavera con luna en cuartq creciente, amarilla, fantastica, bumoristica, rodando tras gasas plateadas,
salpicadas de estrellas pequefiitas. Mientras el tranvia se perdia por la calle con un ruido infernal, como
Si echaran term abajo mil toneladas de hierro, No/

,

199

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reno se pus0 en camino sin prisa. ’‘jQuC tonteria st!
decfa-. Si me encuentro con Percy voy a hacer un
papel idjota. i&ue disculpa podre darle? El Gringo no
tiene un pelo de leso y no me extrafiaria que ya estuviers salt6n.. . Cuando uno empieza a hacer disparates por una mujer, ni Dios sabe ddnde puede ir a
dar.. . LPor que no querrs verme mafiana? iQuC ha- ‘
br8 pasado? iEn que 110s me voy a metes! Si yo tuviers un poco de sentido comfin debia cortar ahora
mismo este enredo”. . . Rero, sin darse cuenta, fuC
apurando el paso, apremiado por esa pregunta que
cslmaba si1 esplritu y que parecia derramarse por todo su cuerpo: “iPor quC no podrfi encontrarse conmigo mafiana?”
Lleg6 a la calle de 10s Roy, sin un alma, bafiada
por la debil claridad de la moche, con tres o cuatro
bombillas electricas que derramaban una luz amarillenta y sin convicci6n. Las rnasas negras de 10s eucaliptos y las siluetas extravagantes de 10s miradores
se recortaban en el cielo nebuloso. Todas las quintas
dormian con sus jardines espesos y sus ventanas cerrada.s. J u I ~ oech6 a andar pegado a la tapia de la
quinta de 10s Roy. La vereda se hallabn blsnqueada
por la vaga claridad de la luna, mientras la opuesta
se oscurecia bajo 10s ramajes asamados por encimn de
10s anchos tapiales. $e encontraba a unm veinte pasos
de la parte derrufda del muro cuando un hombre cru26 la calle y se le aproximd, murmurando algo que 61
no pudo entender. Instintivamente se ech6 atrhs Y
trat6 de ver la cara del desconocido, pero no pudo percibir sino un viejo sombrero que disimulaba el rostro.
Moreno di6 un paso adelante con 10s pufios cerrados,
listo para golpear, pero el hombre se le atraves6 en
el camino mostrando un cigarrlllo.
-&Tiene fuego, patroncito?
En el instante en que Moreno lo lba a apartar de
un manotazo, el Cara de Doctor le lanz6 un lzquierdit
a1 bajo vientre. El marino tuvo apenas tiempo de esquivarlo saltando a la derechs, cuando ya el O t r O ]e
tiraba un nuevo golpe, esta vez a la cara. Per0 ya Mo20a

reno se habfa repuesto de la sorpresa: lo barajb con
facilidad y respondid lanzando su pufio recto a1 pecho
del adversario. El Cara de Doctor, con el sombrero en
la coronilla, se qued6 pegado como una mosca contra
la tapia. Sus ojos brillaban en la claridad de la noche
y su gran boca hacia una mueea ridicula. El marino
lo observ6 un instante y le tir6 otro golpe rnenos violent0 s610 por ver la reaccidn del pobre diablo, ya vencido . Tambalehndose el Cara de Doctor, en ,vez de responder, se apoderb del brazo de Moreno y se colg6
de 61 tratando de hacerle una zancadilla. El marino lo
gollpe6 con vigor, per0 el otro se aferraba a e1 como un
desesperado y le metia la pierna derecha tras la izquierda de Moreno, dhndole a1 mismo tiernpo formidables empujones para tirarlo de espaldas.
Julio resisti6 perfectamente a la mafia, y, bien
plantado sobre sus pies, cogi6 a su enemigo por el
ciaello y To zaranded como un pelele. El Cara de Doctor,
medio estrangulado, largij la presa, y el marino lo iba
a soltar a su vez cuando el otro lo cogi6 por 10s hombros y se tir6 de espaldas, arrastrandolo en su caida.
Julio le lanzd una Sofetada a la cara, se desasi6 y en
el instante en que se iba a poner de pie una llama le
abras6 todo el lado izquierdo del crkneo y le devor6 la
oreja. Comprendi6 que habia sido golpeado con un
l w U ? y que el arma habia resbalado. Se volvib, apoYhndose aun con una rnano en tierra y vi6 a BPmardin0 Rubio que lo miraba est~pidamente,como sorPrendido, y que enarbolaba otra vez su arma.
Instantaneamente Moreno salt6 sobre 61. Bernardino tratb de utilizar el laque, per0 recibi6 en plena
boca el puflo del capitan y fue a chocar contra la
tapia medio aturdido. Moreno le arranc6 el arrna y le
did un nuevo golpe. En el instante en que Bernardfno
se desplomaba, Julio qued6 paralizado por el dolor: el
Cuchillo del Cara de Doctor le habia entrado profundameate ep el hombro derecho.
Se volvi6 tambalekndose y fu6 a apoyarse en la
tagia. El otro lo misaba con la hoja en la mano, esPerando el rnejor' momento para asestar el golpe de-

cisivo . Transcurrieron asi unos segundos hasta que Julio avanzd'echando mano a1 bolsillo trasero de su pantaldn. Ante este gesto el Cara de Doctor gird sobre sus
talones y se pus0 a correr calle abajo vertiginosamente, a grandes zancadas. Julio volvi6 a apoyarse en el
muro. Las piernas empezaban a flaqueasle. A pesar
de eso se aproximd a Bernardino, que segufa tumbado
en el suelo, y lo cogid por el pel0 y lo sacudid rabiosamente. Bernardino abri6 10s ojos y ernpez6 a arrastrarse hacia atr8s. Moreno lo solt6 y el otro se pus0
de pie.
-iPor favorcito, don Julio, yo no tengo la culpa!. . . i Y O no querfa!. . . iOiga, c a p i t h , por su vida! ...

Moreno tuvo alin fuerzas para tirarle un izquierdo. Con voluptuosidad sinti6 la nariz y la boca de
Bernardino como una masa fofa bajo su pufio. En ese
instante, a pocos pasos, una voz apagada de mujer
exclam6 :
-Julio, jeres tli? LQUCpasa?
Bernardino ech6 a correr calle abajo. Moreno hundi6 sus dedos en las junturas de la tapia para sostenerse y se mantuvo asi, sin responder, tratando de
reunir sus fuerzas. Todo su pensamiento y toda su
voluntad estaban concentrados en un solo propdsito :
alejarse de alli, evitar el encuentro con Percy Roy, n G
comprometer a Mdnica.
La voz femenina no se repitid, per0 a1 cabo de
un instante se oyeron pasos. Mdnica y AndrcSs, el
jardinero, armado de un garrote, se acercaron.
-Julio, jquC ha pasado?
Su voz era tranquila. El maiino sonrid lo mejor
que pudo.
-Nada. Creo que estpy herido.. . Poca cosa.: .
Ella se aproximd y quiso rodearlo con sus brazos
para sostenerlo.
4 d i d a d o . . ., no te manches.. . Hay sangre.. .
Mdnica no se retird y cogidndole la barbilla le levant6 la cara.
-jDdnde esths herido? &Que ha pasado?

F
I

-Aquf en el hombro.. .; una cuchillada. .,. No
puede ser nada grave. Me siento perfectamente.
Mdnica se volvid hacia el jardinero que, garrote
en. mano, husmeaba la gcalle en lbusca de 10s agresores.
-Venga, Andres. El sefior Moreno est& herido.
Ay~demea llevarlo a la casa.
-&A qu6 casa? -preguntd el marino.
-Aqui, a la mia. Hay que llamar inmediatamente
a1 medico.
-iAh, no! iESO no!. . . Que este hombre vaya 'a
buscar un taxi y que me acompafie a mi casa. Yo puedo ir perfectamente.
Mdnica metid su mano bajo el vestdn de Julio y
la retird empapada en sangre.
-iDiOS
mio, que horror! iA ver, Andres, ayixdeme!
-iNO, no! -protest6
arin Julio-.
iQue vaya a
buscarme un taxi!
-&Que taxi? LA ddnde va a encontrar taxis a
esta hora en este barrio? iTendria que bajar hasta la
Aduana! Percy se llevd el auto. iYa, Andres, ayrideme!
Moreno no tuvo fuerzas para oponerse. La noche
giraba lentamente delante de sus ojos, y, por instantes, desaparecia bajo uAiligero velo. Per0 no se desvanecid. Bostenido por Mdnica y el jardinem, atravesd el
parque y penetrd en la casa.
Mdnica estaba perfectamente tranquila y se movia con rapidez y seguridad. Colocd una frazada sobre un divan del hall, retfrd el vestdn y la camisa del
herido y lo obligd a tenderse boca abajo.
-iAndrbs, rhpido, vaya a despertar a Juana y
que ponga igmediatamente agua a hervir! iMucha
agua!
El jardinero salid trotando. Moseno cogid las manos de Mdnica.
-iNO
seas loca, amor mio, hazme un vendaje
Cualquiera y que el hombre vaya a buscar un taxi!
iQue tu marido no me encuentre aqui!

203

Ella le acarici6 10s cabellos y con su pafiuelo le
enjug6 el sudor que le corria por la frente.
-iQuB disparate! iQu6 importa que Percy te encuentre aqui? De todas maneras, por 10s criados sabria lo que ha ocurrido.
Mientras hablaba oprimia un gran pedazo de tela plegado en varios dobleces sobre la herida, per0 la
sangpe seguia escap8ndose.
-Hay que llamar a la Asistencia Pablica -dijo el
jardinero, que habia vuelto a entrar.
-iNo
-murmur6 Moreno-,
nada de Asistencia!. . . iM6nica, por favor, hagame un vendaje y yo
me ire solo a 'casa! . . .
Hizo un esfuerzo para incorporarse 'y se desplomb
sobre el div&n. La herida sangrd m&s.
-iSe va a morir, seiiora! -gimib el viejo Andrks-.
iHa,y que llamar a la policia!
M6nica se volvi6 con las mandibulas contrafdas
por la ira.
-iChllese, no diga estupideces! iHaga algo! Vaya a apurar a Juana para que traiga el agua.. . iVaya a buscar el gran paquete de algod6n que est& en e1
bafio! iR&pido!
En ese momento la criada entraba con una gran
jofaina de agua humeante. La mujer temblaba, y a1
ver a Julio de bruces sobre el divan estuvcr a punto de
soltar la jofaina.
-iAy, seiiora, que desgracia! jPor el amor de
Dios! iLa Santisima Virgen tenga piedad de este pobre!
M6nica le arranc6 el recipiente de las manos.
-iEl
algodbn! ~ D d n d eest& el algoddn?
El jardinero venfa con 61. Mdnica se pus0 a lavar
la herida y a extender sobre ella vendajes bien apretados. La sangre empez6 a estancarse.
-Est0 va mejor -dijo M6nica-; per0 parece que
.la heridq es muy profunda.
Moreno trat6 de incorporarse de nuevo.
.
-Me siento con fuerzas.. . Puedo irme a mi Casa.. .
1

204

La criada y el jarctinero reanudaron a1 mismO
tiempo sus lamentaciones:
-iAy,
sefioral . . . iPor Diosito! . . . El caballero
se nos va a quedar aqui misqo.. . Tiene todas las venas abiertas.. . iLa Virgen del Carmen nos ampare!
M6nica c ~ g i 6a Moreno por el cuello, lo inmoviliz6 sobre el divhn y gritd:
-iSilencio! iAqui se hace lo que yo mande! iusted, Julio, se va a quedar quieto! iNada de disparates
ni de caprichos! iUsted se irh a su casa cuando el medico diga que puede irse!. . . iUstedes dos se van a
callar! . . . iSi siguen chillando, 10s mando a la calk
ahora mismo! . . .
Los criados enmudecieron y recularon ante las furiosas miradas de M6nica. Julio, sin fuerzas, se mantuvo quieto bajo la mano que le oprimia el cuello. Sdlo
pudo murmurar :
-Tal vez seria bueno .llamar a1 doctor Varela. El
podria llevarme a casa.
-Juana -0rden6 M6nica-, telefonee donde el sefior Oitefza. Usted sabe el namero. Ahf debe estar Percy. Pregunte por' el y digale que el sefior Moreno ha
sufrido un accidente, que vaya a buscar a1 doctor Varela y que se venga con 61 lo m&s rhpidamente posible.
La criada desapareci6 en el acto.
-Usted, Andres, vaya a poner m&s agua a hervir,
Y traiga la botella de whiskey del comedor y un vaso.
-~G6mo vamos a explicar todo esto a Percy? -preguntd Moreno cuando el jardinero hubo abandonado
el hall.
Mdnica se encogid de hombros.
-De cualquier manera. . . Y o creo que a 10s heridos no les conviene rhablar.
-iBah, esta es una herida sin importancia!. . . A
mi me preocupa Percy.
-A mi me preocupa que to salgas de Csta. No creas
que la herida es tan poca cosa: el cuchillo te ha entrado Profundamente. GTe das cuenta de que han podido
matarte? &Deque te has salvado milagrosamente?

'

-iBah, yo tengo el pellejo duro! D6jame levantarme un poco.
Ella le ayud6 a volverse y a incorporarse.
--iSufres mucho? -pregunt6 a1 ver que 81 hacia
una mueca.
-Algo.. ., poca cosa.. . Dame un cigarrillo.
Ella lo encendi6 en su boca, aspird dos o tres veces y se lo pus0 en 10s labios.
-iMi amor! -murmur6 61, oprimitkiole las manos-. jMi amor de toda la vida! . . . iQud explicacidn
vamos a dar a Percy?
-Nada, le d'iremos que tll viniste a visitarnos y
que t e asaltaron. ~ Q u 6otra cosa vamos a decirle?
-Per0 a 61 va a parecerle raro que yo venga de
visita asi, de repente. . .
Juana vino en ese momento a anunciar que don
Percy venla. Estaba en cas8 del seiior Oteiza y habia
salido en busca del 'doctor Varela.
El herido, reconfortado con un trago de whiskey,
se fu6 sintiendo cada vez m& animado. Sin embargo,
cuando intent6 incorporarse, el dolor lo oblig6 de nuevo a tenderse en el divhn.
Andr6s y Juana, desde la puerta del hall, miraban
con terror y descanfianza 'a1 marino y a Mbnica, sentada junto a 61. AI oir en el jardfn el motor del auto de
Percy, la criada y el jardinero salieron, dando voces, a1
encuentro del patr6n.
-Creo que Percy va a sospechar algo -murmur6
Julio.
M6nica susurr6:
-iNada, no te preocupes! Ahora no des ninguna
explicaci6n. Yo hablarc! con Percy m8s tarde.
Roy y el doctor Varela entraron seguidos de 10s dos
sirvientes, que se quedaron en la puerta, encogidos Y
recelosos. El (Gringo no parecia haber perdido su tranquilidad habitual. $e acercd a Moreno tras el m6dico
y no hizo ninguna pregunta.
-Basta verte para saber que no tienes nada grave -dijo Varela a Moreno, que seguia fumando-. Un
poco de dolor, ieh?
206



Le tom6 el pulso, le <mir6a 10s ojos y toc6 por ericima de 10s vendajes.
-Usted, sefiora, ha hecho lo necqsario, que era
vendar apretando bien. Estas heridas no sangran mucho. Estoy seguro de que -el pulmdn no ha sido tocado,
per0 vamos a mirar un poco c6mo se presenta la cosa.
Retir6 rapidamente 10s vendajes y examin6 minuciosamente la herida y la desinfect6.
--Si, muy dolorosa., . Una cuchillada que s i te alcanza el pulm6n te habria puesto en apuros. . ., en
grandes apuros.. . Per0 el arma no toc6 ningfin 6rgano.. . iNada! En una semana estaras bueno.
-Dentro de una semana, entonces, 10s gallitos que
me han jugado esta broma tendran su merecido.. .
--iLos conoces?
-A uno de ellos, por lo nenos.. .
El medico COlOC6.de nuevo 10s vendajes, ayudado
por Percy. Mdnica recogi6 10s recipientes y 10s restos
de tela y ordenb~aljardinero y a la criada que se fueran a dorm’ir.
-LUn poco de whiskey, doctor? -pregunt6 Roy--.
Tambien sera bueno para el herido.
-Yo ya he tomado -dijo Julio-, per0 otro trago
me pondrh bien del todo.
Varela ap~ob6
:
-iExcelente idea! Beberemos nuestros whiskeys
lentamente, para Que el herido descanse y deSpU6S lo
llevaremos a su casa. Para que usted no se moleste en
bajar, Percy, yo ire a buscar mi coche. ..
‘Roy protest6: 61 conduciria a Moreno, y si era necesario !r en busca de medicinas, tambien irfa.
,
-No, no -dijo Varela-, este hombre es duro como roca. No necesita m b que unas cuantas desinfecCiOnes de la herida, y asunto concluido.
Roy sirvi6 10s whiskeys. M6nica fumaba en silencio
Y Moreno se decia que habia llegado el momento de
dar alguna explicacibn. Varela la facilitb, preguntanI

do :

-?,Hay

muahos asaltos en Playa Ancha?
207

-YO ao he Old0 hablar de ninguno -contest6 el
Gringo.
-Este barrio es muy tranquil0 -confirm6 M6nica.
4Entonces debe ser una venganza. LTII dices que
conoces a uno de 10s agresores?
-Si 4 i j o Moreno-, lo mnozco, y muy bien, pero
no s6 si despues que le devuelva la mano va a quedar
reconacible.
-ilHombre, hay que perdonar las ofens s! -dijo
el mCdico, riendo.
-Una vez que haya dado su merecido a ese par de
valientes, 10s perdonare de todo corazbn.
-&Eran dos? -pregunt6 Varela.
-Si, dos. 'Mientras peleaba con uno, el otro tratd
de pegarme un lacazo en la cabeza por la espalhla, pero
el golpe resbal6. LVes? Tengo un poco de sangre en la
oreja. Despues se cambiaron 10s papeles, y, cuando
peleaba con el de1 laque, es ciecir, mientras me quedaba
como un tonto mirando el efecto que le habia producido mi bofetada, el otro cornpadre me plant6 el cuchillo en el hombro.
-Te deben haber esperado en la calle obscura.. .
-Deben haberme seguido desde el puerto. DespuCs
de comer me vino la idea de visitar a UStedeS --dijQ
Moreno, diriglendose a M6nica y Roy.
Este no habIa preguntado nada, y no parecia interesado por el interrogatorio del medico. Con sus lentos ademanes de siempre, llevaba el cigarrillo 0 el vaSO
a sus labios.
-Mi idea de venir fu6 bien desgraciada -insisti6
Julio-. Estoy confundido por todas las molestias W e
les estoy ocasionando.
+No diga eso, capitan! -exclam6 Percy-. Usted
no nos sda ninguna molestia. Ha sido una suerte que 10s
bandidos lo atacaran cerca de la casa, y que M6nica
haya podido socorrerlo a tiempo.
Y sin dar la impresi6n de querer cambiar de Wma,
se dirigi6 a1 mCdico:

i

208

F"'

-Es curioso, doctor, que no nos hayamos encontrado desde hace tantos meses. Dicen que Valparaiao
es chico, y, sin embargo, ya ves tfi, dos personas que no
andan muy lejas una de otra pueden pasar meses sin
verse. . . L Q U C es de tu vida?
Varela habl6 de sus aetividades, y, cuando 10s vasos estuvieron vacios, el m6dico di6 la orden de partir.
+No sera muy c6modo para ti --dijo a Moreno-,
pero eres sufrido.. .
E1 marino estrech6 la mano de lM6nica.
-Buenas noches, sefiora. Perdone esta visita de
novela policial.
Y sali6 apoyandose en 10s brazos de Roy y de Varela.
Ya en el auto, el Gringo trat6 de manejar con cautela, para evitar 10s movimientos bruscos, per0 10s resortes del viejo Chrysler eran rebeldes a todas las precauciones.
-Mientras mas me duela la herirla -dijo el marino-, m& gorda es la cuenta que me van a pagar 10s
gallos cuahilleros.
ICuando Eugenia Moreno vi6 llegar a su hermano
sostenido por dos hombres, prorrumpi6 en gritos, y el
doctor Varela tuvo no poco trabajo para tranquilizarla
y hacerla entrar en razbn. Por fin, la pobre mujer se
conveneid de que Julio no iba a morir alli mismo y
ayud6 a meterlo en cama.
-Te has portado bien, capitan -dijo el mCdico-.
i Como un hombre!
-iBien poco vale un hombre en este estado!
iCuAndo Crees que podre levantarme?
-iYa estas pensando en levantarte! iMo seas b8rbaro! iTen paciencia!
--Es que me corre prisa de ver a 10s iiatos que me
han becho esta broma.
-iPiensa matarlos, capitan? -pregunt6 Roy, riendo.
I

-Matarlos no, per0 casi.. .
-iBueno! -interrumpi6 el doctor-. Basta de conversaci6n. Nosotros nos vamos, y tlZ te duermes tranquilo. Usted, sedorita Eugenia, tambfen se va a dormis.
Manana temprano vendre por aquf. Buenas noches.
~

210

X I 1

JULIO IORENQ no ,-abfa estacJ nunca enfermo,
y el permanecer recostado en un divan el dia entero

le resultaba una novedad aburridmora.
El doctor Varela ihabia dado cuenta a Harrison y
Co. que el capitan habia sufrido una cafda con luxaci6n de un tobillo. El piloto Brito se encargd solo de
entrar el “Alcatraz” a1 dique, y, cuando, junto con Gustavson y 10s otros arnigos del “Bote Salvavidas”, quiso
ir a visitar a Moreno, Varela les inform6 que este se
habia marchado a descansar a Quilpue. La verdad era
que Julio no deseaba recibir a nadie para que M6nica
no fuera vista en su casa.
Ella venia cada tarde. El primer dfa la habia esperado, echando miradas inquietas a1 reloj. “Si no viene
es porque el Gringo se ha dado cuenta del lio y la tiene
encerrada”, pensaba a veces; per0 luego se decia que POdrfa no venir por simple ind’iferencia.“Yo no le he servido mas que de divers’i6n, y ya no le intereso desde el
momento que han empezado las molestias. Seguramente
no le importo nada, y no vendrh . . .”
Per0 ella apareci6 a1 atardecer, con un enorme paquete de golosinas, de libros, de diarios, de tabaco. Eugenia Moreno torci6 el gesto a1 verla, per0 cuando M6nica le ihubo dicho que tenia lindos ojos y le hub0
alabado el gusto con que habia arreglado la casa, la
solterona qued6 cautivada y se lanz6 en largUfSimaS

211

explicaciones del caritcter de Julio y de su propio carhcter, y de c6mo ella habia consagrado su vida a1 cuidado del marino.
Este contemplaba un poco asombrado aquella Eugenia desconocida para 61. La mujer abalica y destefiida se cambiaba en una charladora de buen humor,
que sabia presentar con una malicia muy suya las
anCcdotas divertidas. A pesar de esta agradable impresi6n, Julio deseaba quedarse a solas con su amante,
y cuando, por fin, Eugenia sali6 de la pieza, cubri6 de
besos las manos de Mbnica, interrogandola sobre lo que
habia ocurrido en su casa.
M6nica dijo que Percy no habia parecido 'extrafiado por la vlsita del marino la noche anterior, y que
habia prestado una oreja distraida a sus explicaciones
sobre la manera c6mo ella habia oido la rifia y habia
socorrido a Julio; por lo demits esa mafiana Per y habia telefoneado a1 doctor Varela para preguntarle por
el estado del herido y hablaba de venir a visitarlo. M6nica parecia feliz. Bes6 largamente a su amante y se
pus0 a desempaquetar sus regalos.
Moreno la contemplaba desde su sill6n, tan elegante, tan refinada en el ambiente monacal de s u
cuctrto. Estaba allf el viejo sill611 de cuero que habia
pertenecido a su padre; en un rinc6n, el catre de hierro
de sus tiempos de estudiante; un armario con libros Y
papeles, otro con ropa, un pequefio escritorio y un mueblecito para 10s zapatos. Nada mhs. M6nica ech6 una
mirada circular sobre las paredes desnudas, y declar6:
-Aqui faltan unos cuadros. Mafiana te traere.
-No --$e apresur6 a contestar Julio-; ese es el
mejor cuadro.
Y mostr6 la ventana abierta sobre la bahia.
M6nica se acerc6 y se pus0 a contemplar el mar
aaul que la tarde estriaba de amarillo y rojo, 10s malecones, el espejeo de las ventanas en 10s cerros.
-iQut% maravilla! En realidad, no puede haber un
cuadro mas hermoso.
A pesar de eso, a1 dfa siguiente apareci6 con un

b

212

paisaje cubista que hizo reir a Moreno y que entusiasm6 a Eugenia, ya completamente conquistada. Las dos
mujeres, martillo y clavos en mano, colgaron la tela
en el lugar mhs visible de la pieza, y estuvieron un rato
contemplhndola con admiraci6n, sin lhacer cas0 de las
burlas del marino. Cuando M6nica se marchb, Eugenia
se sent6 junto a su hermano, y, mientras sus dedos se
movian vertiginosamente en el tejido, hizo el elogio de
la belleza, de la inteligencia, de la distinci6n, de la
bondad, de la gracia y de las mir otras cualidades de
M6nica. Julio la oia en silencio, CQntemplandO, a traves del humo de su pipa, el miraje que fe ofrecia la ventana, toda azul de mar y cielo. iD6nde estaba su amant e en aquella inmensidad? iD6nde estaba M6nica en
su vida de marino? La voz de su hermana termind por
llegar a sus oidos como un vag0 runrun, y la imagen de
su amor termind ,por desvanecerse en el azul violento
de la tarde perfurhada .por el viento ocehnico.
,
-iTU Crees que Percy no se enterarii de tus visitas? -preguntb a1 dia siguiente a Mbnica.
-iQue se entere! ~ Q u 6tiene de particular que
venga a visitar a un amigo enfermo?
Mdnica llegaba hacia las cuatro de la tarde y se
marchaba a las nueve de la noche, o se quedaba a comer. Trala langostas, pichones o golosinas, y Eugenia,
riendo y hablando sin cesar, corria de un lado a otro,
con cargamentos de platos y de fuentes.
Un dia despues de almuerzo se present6 Percy Roy.
Dijo que no habia venido antes porque sabia que
el herido iba muy bien. Mdnica y el doctor Varela le
habian dado continuamente noticias. Sentado, con un
diario bajo el brazo, el Gringo tenia el aire melancdliCo de costumbre. Cont6 cdmo se habia producido el
accidente de un jockey en las carreras de Vifia, y, sacando su lapicito de or0 y dibujando en el margen del
diario, explic6 el desarrollo de la partida de futbol del
doming0 ultimo. Aparte de eso, no habia nada de nueVO; la vida seguia tan estupida como de costumbre.
213

Ofrecib dejar el diario, per0 se di6 cuenta de que
era de tres dfas a t r h .
de andar con un papel
-La costumbre -dijobajo el brhzo. No lo leo casi nunca. Cuando pasa algo,
interesante, me entero por 10s comentarios de 10s amigos. Es mas divertido.
Se despidi6 y se march6 fumando, con sus pelos
rubios a1 viento.
M6nica lleg6 mas tarde.
El quinto dia de su enfermedad, Julio se sentia ya
peyfectamente, y andaba por la casa sin mas molestia
que algfm dolor que le producian ciertos movimientos
del brazo derecho. A pesar de su buen estado el doctor
Varela no quiso autorizarlo para salir.
-iEs el colmo que quieras irtk a la calle cukndo
estas tan bien cuidado! -dijo el medico, malidiosamente, a1 oir laS risas de Mdnica y de Eugenia en el
hall.

Julio titube6 un instante, y a1 fin repuso:
--Justamente, porque estoy muy bien cuidado, te
pido que me eches a la calle l o m&s pronto posible. iQud
quieres, viejo, ya no aguanto mas! Para mi las mujeres
han sido siempre el “extra”, per0 a’hora se han convertido en el guiso cotidiano. iY no es nada divertido!. . .
Esa pobre Eugepia, tan discreta, tan tranquila, est&
inconocible desde que M6nica viene. Entre las dos pasan el dia dicidndome lo que debo hacer y lo que no
debo hacer, discutiendo la organizacidn de la casa,
planeando mi vida. Mira sobre mi escritorio: todos mis
papeles estan en orden; mira mis trajes y mis libros.
Yo, como todos 10s marinos, soy un maniatic0 dei orden, per0 del mi0 y no del que me imponen. Felizmente
no tengo que buscar nada, porque n3 encontraria ni
mis tablas de navegacibn, ni mis calzoncillos. M6niCa
piensa que debo cambiar de sastre; Eugenia, naturalmente, piensa lo mismo.. . Las dos opinan que como
demasiada carne, y que debo ponerme a regimen de
verduras.. . iOye, doctor, dchame a la calle! iTe 10 Suplico! . .

.

214

1

F-

(El medico se reia a carcajadas.
-Per0 M6nica e3 adorable, y ta la adoras.. .
Moreno se que96 mirando un instante a1 tecbo antes de responder:
-Sin duda, per0 yo preferiria adorarla como antes, cuando tenia tantos misterios; cuando, despurfs de
una o dos horas de intimidad, desaparecia en una calle cualquiera; cuando hablhbamos nada mas que de
amor o de placer, y no de regimcnes de verduras. . .
-LTe aburre ahora?
-No, no me aburre, pero.. . Tal vez sea porque este encierro me revienta. Necesito mi barco, mi arpbn,
mi buen surazo..
-+No te basta una rnujer bonita?
-No -murmur6 Julio, apoyhndose en el balcbn
y contemplando la bahia.
-TendrBs que aguantarte aan un par de dias. Ya
sabes que tu amigo Bernardino no te trat6 con muchos
miramientos.
-iAh, &e!. . . iTa veras cuando lo pesque!
-6Y has sabido algo?
-Tengo a1 Polo y a Martin haciendo averiguaciones. Esos cabros son verdaderos detectives. Ya se han
enterado de que el compafiero de Bernardino es un
distinguido maleante que llaman el Cara de Doctor.
--Hombre, muy honroso para nuestra profesibn!
-A ti te interesaria conocerlo para comparar y ver
si to tienes verdadera cara de mrfdico.
-Si, claro.
d u e s tdenes que apurarte, porque, aunque el hombro me duela, apenas salga a la calle voy a dejar a tu
colega que no lo va a reconocer ni la madre que lo parib.
Cuando el medico se furf, M6nicn vino a acodarse
en el balcbn, junto a Julio. Este le mostrd el “Alcatraz”,
que acababa de salir del dique y habia ganado su fondeadero habitual.
-iYa vamos mejor, mi viejo! -exclam6 el capitan, agitando la mano-. iYa luego ’testaremas otra vez
Peghndole a la ballena!
215

Era una magnifica tarde que se zambullia en el
limite mismo de la primavera y el verano, saludada
por la gran trompeta del sol, entre 10s azules tan parecidos del mar y del cielo. Valparaiso, blanco, rosado,
gris y verde, corria por el litoral y subla a 10s cerros en
dibujos caprichosos. Aqui y all& manchas de jardines,
de barrios nuevos, de fabricas, de casas viejas amontonadas Q en equilibrio a1 borde de un barranco. Abajo,
la Estacion del Baron, con sus thumos y sus ruidos de
viaje.
-iQue hermoso es Valparaiso! 4 i j o Monica.
Julio contemplaba con placer este cuadro, que no
perdia su encanto a traves de 10s afios.
--Si -contest&--,
es muy hermoso, per0 me gustaria que creciera hacia arriba, que fuera mas gran
ciudad; me gustaria, por ejemglo, que las avenidas Pedro Nontt y Brasil fueran enteramente de edificios de
seis pisos. &No seria mejor?
-No. -Y Monica habl6 lentamente-. No deseo que
nada carnbie: quiero seguir viendo a Valparaiso como lo
vi desde que era pequefia. Asi siento que todo esto es un
poco como mi casa. He vagado por estas mismas calles
hace tiempo, cuando era desgraciada, y la vista de esa
muchedumbre me ha distraido y consolado. “Estas
gentes son de mi tierra, de mi pueblo -me decia yo-,
y no pueden dejasme sufrir mucho tiempo.” Y no me
dejaron. Luego fui feliz en esas mismas calles, mezclada S esas mismas personas. Aqui, en Valparaiso y en
ViAa, fui terriblemente joven, jsabes? Joven de una
manera casi frenetica. Me parecia que no tenia sentidos bastantes para gozar de mi juventud. Ahora, Guando miro este puerto en una tarde de sol, tengo la impresion de que todo aquello vuelve, de que otra vez
siento la sed de la vida.
--Hablas como si aun no fueras joven.. .
-En todo caso, no lo soy como lo fui. Yo tengo un
pasado, Julio; quizas u‘n pasado m8s largo que mis
aAos.

-4P todo vivid0 aqui?
216

-No. He andado por Europa y por otras partes,
per0 aqui es donde yo he sido mas feliz y m&S desgraciada. Tal vez, en el fondo, eso no importe en el amor
por una ciudad, per0 si 10s descubrimientos que uno
hace en ella. Y o descubri en Valparaiso el encanto di?
la, calle, el rumor de la muchedumbre, lo pintoresco de
la vida. Por eso, cuando he vuelto despues de un largo
viaje, he visto siempre con alegria que poco o nada h a
cambiado. Me a parecido cada vez que recobraba intacta mi juve tud.
-Puede que tengas razbn.
-Claro que la tengo. Mis recuerdos esthn intactos
en esta ciudad, que ha variado tan poco desde que yo
era nifia.
--A
mi, to sabes, 10s recuerdos.. .
-&Que?
-Tu has tenidQ una juventud feliz que debe ser
sgradable recordar. Y o sufri muchas humillaciones
cuando era nifio. La pobrez? no es buena ni siquiera
en el recuerdo.
-&Tu Crees, verdaderamente, que la pobreza es
tan mala? Yo soy pobre ahora, y casi no lo siento . . .
-Eso es otra cosa; tu eres pobre de una m"anera
muy especial: vives c6modamente, no sufres privaciones; eres hnlagada como mujer bonita. Eso que tu
llamas pobreza no puede compararse con las humillaciones que 10s ricos, o 10s que se creen ricos y poderosos, imponen a un nifio pobre. Y o conozco todo eso
muy bien, y no quiero recordarlo. Me imagino que tu,
cuando eras muchacha y millonaria, no tenias el horrible orgullo del dinero y la grosera soberbia de la
fortuna que me hirieron en mi infancia.
M6nica pas6 un brazo sobre el cuello del marino.
-Tal vez yo era una niAa orgullosa.. . , seguramente lo era, per0 no por el dinero. iMe parecia tan
natural el ser rica!. . .
-i Uf, que desagradable! Felizmente ahora eres
Pobre, como dices, y te has convertido en una mujer,
razonable. A mi me asquea la gente que chilla: "tengo

P

217

est0 que es de gran valor”, “soy dueAo de tal cosa”, “lo
mio es lo mejor, lo mBs caro. . .”
-Eso es natural: la gente que tiene algo se siente satisfecha y lo demuestra,
-A mi, eso me parece grosero, de mal gusto. Yo
tengo bien poco, es clerto, per0 siempre he sentido una
especie de verguenza ante 10s que tienen menos que yo.
4 i n embargo, t U tienes tu autoridad de capitan
y la muestras y la impones a 10s inferiores.
-Y eso, &que tiene que ver?
-En un mundo ideal, no habria ni pobres ni ricos,
ni superiores ni inferiores de ninguna especie.
-iRah, imposible! . . . No estamos hablando de
suefios . . .
Julio volvid la espalda a la ventana y fu6 a sentarse en el silldn. Mdnica aproximd una silla baja y se
sent6 junto a su amante, enlazhdole las manos.
-Yo si que estoy hablando de suefios, Julio. Imaginate que YO suefio que soy algo en tu porvenir. iEs
verdad?
El la mird fijamente. Mdnica estaba de espaldas a
la ventana, cuya claridad se avivaba en sus cabellos,
y de pronto, dentro de esa aureola de oro, Julio descularid con sorpresa un rostro cenvejecido. QuizSLs por
efectos de la luz se acentuaban ciertos pliegues de las
mejillas y en torno a 10s ojos.
-+En mi porvenir? -murmur6 61, desconcertado-. TU no eres nada en mi porvenir, como yo no soy
nada en el tuyo. TIL te camar&sde mi uno de estos dias
y no volverBs m b .
-Yo volver6 siempre.
Lo dijo con alegria. Se pus0 de pie de un SaltO, Y
gird en la pieza con un paso de danza. El sigui6 su ros-tro con insistencia para cornprobar el sello de vdez
que habia descubierto, per0 Mdnica era de nuevo la
mujer fresca y Bgil que 61 estaba acostumbrado a ver.
En ese momento entr6 Eugenia anunciando la visita
del piloto Brito. Mdnica se despidib de prisa. En la
puerta repiti6 riendo:
218

F

-Yo volvere siempre.
Julio hubiera querido retenerla, examinar su rostro
a. todas las luces y desde todos 10s angulos, asegurarse de que habia sido falsa esa impresibn, esa sombra de vejez sorprendida en su amante. Pero Brito entraba ya cautelosamente, husmeando, C O ~ Oun animal
receloso, el perfume de la mujer que no viera salir.
Traia una carta para el c
Este la ley6 y mir6 $$Gadoramente
a1 piloto.
-Si -dijo Brito-, ya se lo que es: don Santiago
. te comunica la venta de 10s buques a la Compafiia
Antartica. El “Alcatraz” se nos va.
-Me dice que en pocos dias mas hara entrega de
’ 10s buques. iMaldita sea! 6No podre tirar el altimo arponazo en mi barco?
Don Antenor Brito estaba triste.
-Yo abandono la. ballena, capitfin. Estoy mug viejo para irme a la Antfirtida. iQu6 diablos, un dfa tenia
que ser!
-Mejor asi, don Ante, nos quedamos en Valparaiso.
-Ya me han ofrecido varios puestos en la bahia.
iBah!, trabajo no ha de faltarme: el piloto Brito es
bien conocido y estimado. No es eso lo que me preocupa: es la ballena.. . Me da pena dejar la ballena.. .
despues de tantos afios.
-iQUe
ballena ni que cachalote, don Ante! iNO
ponga esa cara por tan poco!. . . Empezalinas una nueva vida. Y o tambien me quedo en el puerto. Espero que
tendrC la misma buena suerte suya y que tambien encontrare trabajo.
Brito movi6 la cabeza con aire preocupado:
-Un capitan joven como t6 no debe abandonar el
mar.
-Per0 si no abandono el mar: trabajarC en la
bahia.
-No es lo mismo. En fin, cada uno sabe d6nde le
aPrieta el zapato. . . En todo caso, 10s de la CompaS a Antkrtica cuentan contigo; no tienen capitanes.
-iQue traigan noruegos! Lo que t?s yo no me voy
219

l

a ir a1 Polo a vegetar entre las focas y 10s pinguinos.
Don Antenor enroll6 un cigarrillo y pas6 la lengua
sobre el borde del papel para pegarlo. Cuando lo tuvo
bien cabeceado, dijo:
-Te traigo otra noticia, Julio. Los muchachos querian venir a d&rtela, per0 como yo tenia la carta les
dije que mejor seria una sola visita.
-6Han descubierto algo?
El piloto chup6 el cigarrillo con aire preocupado.
Parecia vencer una gran repugnancia para seguir hablando:
-El Polo y Martin han visto en un bar de la calle Cajilla a Bernardino y a1 Cara de Doctor, conversando, ’ia que no te imaginas con quidn?
-NO.
-icon Percy Roy, capitan!
Julio se qued6 mirando estupefacto a1 piloto. Pas6
un buen momento antes de que pudiera preguntar:
-6Esthn seguros de que era el Gringo Roy, el mismo que fuC a bordo del “Alcatraz”?
El piloto, a quien el asombro de Moreno no tomaba
de sorpresa, respondici con calma:
-El
mismo. Estaban juntos, como buenos amigos, tomand6 cerveza.
-iEsta si que es grande!
-Grande es. Y 10s muchachos creen que el tal
Roy h a tenido algo que ver en el asalto. Dicen que el
Gringo tenfa que saber que tli ibas esa noche a su casa
y que.. .
-iNO, don Ante, dsas son ridiculeces! iEso no puede ser!
Lo afirm6 una y otra vez con tanta convicci6n que
Brito, a1 marcharse, iba tambidn seguro de que Percy
Roy, amigo de Moreno, hombre pacific0 y medio fi16sofo, no tenia nada que ver con el asalto. iC6mo explicar que se le hubiera visto con 10s dos badulaques?
Nada m8s sencillo: Roy, siempre un poco curadito, Se
tomaba un trago donde la sed lo pillaba. Entrendo Por
casualidad en ese bar de la calle Caiilla, habia encontrado a Bernardino y a1 Cara de Doctor y habia enta220

,

blado conversaci6n con ellos entre trago y trago. Roy ni
siquiera tenia idea de que eran 10s asaltantes de su
amigo Moreno.
Cuando se march6 Brito, el marino continu6 repitiendose estos argumentos a si mismo. No podia imaginar a Roy en tratos con malhechores, montando una
intriga complicada para matar a1 amante de su mujer.
Si el Gringo tenia sospechas sobre la fidelidad de M6nica, no debia darles ninguna importancia.
A1 dia siguiente coment6 la noticia con el doctor
Varela. El medico era de su misma opinibn:
--Hombre, es imposible que el Gringo tenga algo
que ver con tu pufialada! Se ha hablado tanto de M6nica que algunas de las cosas que se cuentan deben
ser ciertas, y el Gringo tendria trabajo si quisiera
mandar a1 otro mundo a todos 10s que han sido amantes
de su mujer.
, A1 ver la mueca del marino trat6 de haceme perdonar su rudeza:
-iQue diablos,\viejo! iLa vida es asi! Tf1 no te vas
a poner celoso del pasado. . . Ella te quiere y to la quieres. Eso basta. Percy es un buen muchacho, sin voluntad, un poco aficionado a1 whiskey, anarquista, pesimista.. . No, un hombre asi no manda asesinar a otro.
-M6nica me ha explicado que ella y Percy son
buenos camaradas, que se dejan la mayor libertad, que
jamas ha habido entre ellos escenas de celos.
-Debe ser asi. Son gente navegada que ha vivido
mucho y que ya esta,de vuelta de todos 10s prejuicios.
Y o creo que no se casaron por amor, sino por amistad,
porque se entendian bien. . . To sabes que Percy es un
original y un vago de temperamento. Con frecuencia
le da por recorrer las calles y meterse en las tabernas
mas miserables. Alli se ha encontrado con tus asaltantes y tal vez le han parecido tipos pintorescos y se
ha puesto a conversar con ellos.
El medico y el marino conversaron hasta tarde.
Moreno explic6 la venta de 10s balleneros y sus proPios proyectos.
-Lo he pensado bien: no me separare de M6nica.
221

Me quedo en Valparaiso. Cierto es que ella me fatiga un
poco aqul en casa, per0 apenas ta me dejes salir a la
calle, reanudaremos nuestra antigua vida, nuestras cifas, nuestros paseos. Tendria que estar loco para dejar
a una mujer tan encantadora y a quien quiero tanto.
-LTanto como para renunciar a todo por ella?
-~Qu6 llamas “todo”?
-Tu carrera.
-iPero si no renuncio! BuscarC un puesto de jefe de bahia y ganarC tanto como si navegara.
En ese momento entr6 Eugenia batiendo la coctelera del whiSkey sour preparado segun la receta de M6nica.
-LCBmo lo encuentra, doctor? LCufindo podrfi salir?
-Yo lo dejaria salir mafiana mismo, per0 tengo
miedo de que haga tonterias.
-iTe tom0 la palabra! Mafiana me largo a la calle y les rompo la crisma a Bernardino y a1 Cara de
Doctor.
*
* *
Per0 cuando a1 dla siguiente Julio Moreno se reuni6 con sus hombres, Cstos le inforharon que habian
perdido completamente el rastro de 10s dos compadres.
-Yo estoy seguro de que han alertado a esos gallos
-refunfufib Martin-. Alguien les ha llevado el sop10
de que usted queria ajustarles las cuentas.
El Polo, rascfindose la cabeza y mirhndose 10s zapatos con aire tozudo, puntualizd lo que 10s otros no se
atrevfan a decir:
-Para mi que ha sido ese don Percy Roy. Solo por
61 han podido saber que usted ya est& sano, capitkn.
-No digas estupideces, Polo; Roy es mi amigo.
-Asf serfi, per0 10s gallos se han hecho humo.
Moreno no queria herir la lealtad de su tripulacih,
per0 prefirl6 cortar secamente 10s comentarios :
-iNo quiero que se vuelva a pronunciar el nombre
d e Roy en este asunto! Si ustedes creen que 61 est& en
222

connivencla con 10s cuchilleros, prefiero que me dejcn
solo. Yo me las arreglarC para encontrarlos.
‘-No es para que se enoje, capitan -dijo el Polo,
amuryado-. Nosotros decimos francamente nuestro pa- ’
recer.
-No me enojo, pero repito que no acepto que se
mezcle a mi amigo Roy en este lfo. LPor que creen ustedes que 61 Ha ido a decirles a Bernardino y a1 Cara
de Doctor que yo estoy ya sano y que 10s busco? Los
gallos no han necesitado que nadie se 10s vayn a decir:
puesto que saben que no me han muerto, tienen que
imaginarse que ya, a1 cabd de una semana, tengo que
estar en pie. Bernardino me conoce lo suficiente para
,saber que no me voy a quedar as1 noXi&s. Es natural
que se escondan.
Y se escondian admirablemente. Martin, el Polo y
don Antenor habian recorrido todos 10s bares y prostibulos de Cajilla, de Clave y de las callejuelas ‘vecinas;
las cafeterias y pescaderfas del plano hasta las quintas
de Playa Ancha. En ninguna parte se sabta nsda de 10s
dos compinches.
Cada noche, en el cornedor. del “Bote Salvavidas”,
Julio prorrumpia en maldlciones, contando a1 capitan
Gustavson y a 10s otros amigos el fracas0 de sus pesquisas. Le quedaban s610 cuatro dfas en tierra: despuCs
tendrla que volver a1 “Alcatraz” y entonces ya le seria
mucho mas dificil, en sus breves escalas, dedicarse a
la busca de Bernardino y de su amigote.
Moreno habfa tenido largas conferencias con don
Santiago y con 10s gerentes de la Compafiia AntArtica.
Estos, faltos de capitanes arponeros, le habian heeho
ofertas suculentas, pero 61 no quieo oirlas.
-1mposible. No tengo ninguna gann de irme a pabar la vida en la bahia Decepci6n.
-Per0 con las condiciones que le hacemos en pocos
afios usted se forma un capital.
-No soy ambicioso de plata. Me puedo ganar la
vida Y hacer economfas con menos sacrificio.
S U decisi6n era irrevocable: seg‘uiria en el “Alcatraz” todavia un mes, mientras el .barco continuaba ca-

. 223

zando por ctlenta de Harrisson y Co., pero en el momento que pasara a poder de la Anthrtica 61 lo abandonaria,.
Ya habia hecho gestiones en el puerto y con buen
resultado: el capitftn Julio Moreno era demasiado conocido para que las mejores empresas no quisieran confiarle puestos de responsabilidad en la bahia. Zavala
Hnos., armadores de tres naves; la Compafiia de Remolcadores Page y hasta la Interocehnica le habian hecho ofertas. Moreno no tenia m& que escoger, per0 no
se apresuraba. “Hay que reflexionar y dar tiempo a1
tiempo”.
Desgraciadamente no podfa reflexionar obsesionado por 10s malditos cuchilleros a 10s que no podfa echar
el guante. iHablan abandonado Valparafso? Tanto hacer conjeturas lleg6 por un momento a pensar si sus
hombres no tendrian raz6n y si el Gringo Roy no estaria mezclado en el enredo. Per0 rechaz6 en seguida la
idea absurda. Moreno no habia querido decir nada a
Mdnica del encuentro de su marido con Bernardino y .
el Cara de Doctor. Le repugnaba que todo ese lio la toCara ni aun de lejos, y cuando ella le habia preguntado
si pensaba siempre en una venganza, 61 se habfa echado
a reir y habfa respondido que tenia otras cosas mfts Interesantes de que ocuparse y que 10s dos facinerosos
se harian prender por la policia un dfa cualquiera.
Despu6s de la visita que Roy le hiciera durante su
cnfermedad no habia vuelto a verlo. El Gringo no apaIecfa por el “Bote Salvavidas” ni por 10s clubes y bares
del centro. Moreno tenia deseos de encontrarlo, de observar la actitud que tomaria con 61 y c6mo reaccionaria si 61 hiciera algunas alusiones a Bernardino y a1
Cara. de Doctor. Mdnica, a quien veia casi diariamente,
no hablaba de su marido.
Una tarde se separ6 de ella sin manifestarle SU
prsp6sito y una hora despuCs telefone6 a Roy preguntandole si se quedaba en casa y anunciftndole su Visita para esa misma noche. A las diez transpuso la taPia
derruida. Los perros salieron ladrando a su encuentro
y tras ellos apareci6 el jardinero Andres, que, a1 verb
se mostr6 asombrado y temeroso. Sin duda creia We
1

224

Moreno no podia venir m8s que con el fin de hacerse
apuiialar.
Monica lo recibid en el porche, inquieta por esa visits de la cual el marino no le habia hablado. El la
tranquilizd murmurando algunas palabras muy hajo
Para que no llegaran a oidos del jardinero. Ella lo gui6
hasta el sal6n, donde Roy leia un diario inglbs, bajo Is
gran pantalla amarilla, con el vas0 de whiskey a1 alcance de la mano. Recostado en el divhn, Pepito Sierra fumaba acariciando tres gatos echados sobre 61.
Percy se levant6 y fu6 a estrechar la mano de Moreno, sonriendo plhcidamente.
-Me alegro de que haya venid.0. Sabia que ya estaba bien y por eso no he telefoneado a su caw.
-Yo, en cambio, crei que usted estaba enferrno: no
se le ve en ninguna parte.
-Perdone ,que no me levante -dijo Pepito Sierra, estirando la mano desde el divan-. No me atrevo
a molestar a estos diablos que se han acomodado tan
bien sobre mi.
-6Y ha sabido usted algo de sus asaltantes? pregunt6 el Gringo.
Le bast6 a Moreno ofr el tono de esa voz 9 mirar
esos ojos, un poco velados por 10s vapores del whiskey,
pero sinceros y buenos, para comprender que Percy
Roy no tenia nada que ver con la ralea del puerto ni
con su asalto. LSospecharia algo de sus amores con
1LI6nica? iBah!. . . Como habfa dicho el doctor Varela,
el Gringo era un fildsofo y no daba importancia a las
flaquezas kiumanas. Ademhs era. un hombre demasindo gastado para su edad, un abulic0 roido por e1 alcohol.. .
-Mis asaltantes me tienen sin cuidado -respoildi6 Julio con voz alegre-. Lo unico que hago es tolnar
ciertas precauciones. Claro que si se ponen al alcance
de mis manos les enseiiar6 a valientes.. .
-Yo supe su percance -intervino Pepito Sierra,
nlientras continuaba acariciando 10s gatos-, pero no
f u i a visitarlo porque me dijeron que no era nada
grave.. .
225

-No

valfa la pena. &Y c6mo est&n10s tre's coman-

dantes?
-MBs
chalados que nunca -repus0 el espafiol
riendo-. El otro dia hub0 una discusi6n tremenda a
la hora de! almuerzo a prop6sito de la pr6xima guerra.
Cada uno defiende su arma, per0 como mi suegro, don
Santiago, no puede sostener que ser& la policia la que
decidira la victoria, se ha declarado partidnrio de la
aviaci6n. El marino defiende a la marina, como es natural, y el militar a1 ejCrcito.
-+Per0 son partidarios de 10s comunistas o de 10s
anglosajones? -pregunt6 M6nica.
-iAh, eso no lo sC! Creo que ignoran la existencia
de 10s comunistas y de 10s anglosajones. Cacia uno de
ellos es partidario de un arma y considera las otras
coinpletamente ridiculas e inotiles. El pobre don Santiago se hace poner de or0 y azul porque, siendo partidario de la aviacibn, no se ha acercado jam&s a un
avi6n..
Todos rieron y Pepito sigui6 contando ankcdotas
de 10s tres comandantes. Mdnica servia whiskey a su
martdo y a Moreno. El espafiol bebia limonada y rechazo 10s cigarrillos que le ofrecid el marino.
-Yo do fumo ni bebo ni tom0 cafe.
-Es usted un hombre de principios.
-No sC . . . Tal vez. . . No quiero ser esclavo de esas
manias.
,961010s ojos brillantes y vagos y un cierto rictus de
la boca revelaban la ebriedad de Roy. Se mantenia derecho en su silla, sin mayor torpeza en 10s movimientos
con que se llevaba sin cesar a 10s labios el cigarrillo o
el vaso.
-iEsclavo! -Y su risilla cascada son6 por lo bajo--. El alcohol te libera.. ., te libera de todo, hasta de
ti mismo.. .
Pepito Sierra opinaba lo contrario: vicios ,y manias no son sino cadenas que amarran a1 hombre. El
no necesitaba libertarse de si mismo, sino ser dueiio de
si mismo. Y creia haberlo conseguido.
El espabolito, 'a pesar de su car8 de colegiala boni226

p‘

ta, daba una extraordinaria impresidn de virilidad y de
carhcter. Se vefa que aquellos ojos azules y chndidos
podfan encenderse fhcilmente con una llama de cdlera
y de voluntad tenaz.
Hablando de alcohol y de drogas, relat6 varios episodios de sus aridanzas de periodista madrilefio y de
refugiado en Francia. Las iznecdotas hacian reir a Monica y a Moreno y hasta lograban provocar algunas
sonrisas de Percy.
La charla se fue enhebrando, cada vez mhs pintoresca, hasta que Pepito Sierra lleg6 a relatar su viaje
a Chile.
Dijo que 10s refugiados espafioles en Paris no.vivian en muy buena armonia. Las mismas diferencias
que 10s habian separado dukante la guerra habian seguido separhndolos en el destierro. Se formaban grupos, y por las noches, en 10s cafes de 10s bulevares y de
Montmartre, 10s unos hablaban mal de 10s otros con
una inquina feroz.
-i&uC quieren ustedes! iPara nosotros vivir es
dar guerra!
El, despues de muchas diligencias, habia conseguido juntar un poco de dinero y obtener la ayuda de una
de las organizaciones republicanas que se encargaban
de enviar a America a 10s refugiados. Se hahia embarcado en tercera clase del famoso barco ingles “Imperator”, de 20.000 toneladas, en compafiia de otro refugiado, un muchacho de veintidds ahos, madrilefio tambien,
llamado Jaime Zaragoza. Este Zaragoza era un fendmeno de simpatia y estaba convencido de que cuando
e1 se proponia algo el mundo entero tenia que someterse a su voluntad.
Sierra y Zaragoza fueron instalados en i n amplio
camarote de tres literas, la Oiltima de las cuales estaba
Qcupada por un judfo. Desde el primer momento Jaime
Zaragoza decretd que el judio era antiphtico, que olia
mal Y que debia marcharse. Se lo dijo sin ambages, per0 como el hombre opusiera resistencia empezd en el
acto a hacerle la vida imposible: muy de mahana iba
en busca de una palangana con agua y, aunque el “Im227

,

perator” mastraba la establlidEtd de una montaiia; J a b
me se las arreglaba para entrar en la cabina dando trastabillones y arrojar el agua sobre el infeliz judio; cuando Cste llegaba a acostarse por la noche, encontraba
entre sus sabanas montones de frutas podridas, y el
dia que recibib sobre la cabeza una pesada maleta se
declar6 vencido y fue a suplicar a1 comisario que lo pusiera a1 abrigo de 10s dos barbaros espafioles. Asf Jaime
y Pepito tuvieron la cabina para ellos solos y se propusieron disfrutar de su conquista. Jaime decret6 que
no se levantaria hasta la una del dfa. Cuando se despertaba se ponia a dibujar, completamente desnudo sobre
el lecho, con gran desesperacidn del steward que venia
una y otra vez a hacer la cama y que se marchaba jurando en inglCs. Sierra imitaba a su amigo por solidaridad, y asi, cada uno, en cueros sobre las literas, discutian y dibujaban, sordos a las protestas del stezoard.
Vn dfa Cste, sin poder contenerse ante la indiferencia
altanera de Zaragoza, lo cogi6 de un brazo y pretendid
arrancarlo del lecho. Sin la menor vacilaci6n el rebelde le propin6 un puntapit5 en el vientre y continu6 leyendo una vieja revista ilustrada. El steward qued6
unos cuantos minutos apoyado contra la pared, sin resuello, y sali6 despues curvado en dos y dando alaridos.
Los j6venes no se inquietaron por eso y siguieron acostados, aunque ya era la una del dia.
El comisario de a bordo, cuyo rostro rojo se habin
puesto escarlata de indignation, entr6 violentamente
vociferando. Ninguno de 10s dos espafioles se dignd dark
ni una mirada. El hombre, fatigado de chillar y mover 10s brazos en medio de la cabina, se aproxim6 a Pepito Sierra, per0 al instante Jaime salt6 sobre 61 blandiendo un taburete y jurando que si tocaba a su amigo
le partta la cabeza en el acto. El comisario retrocedi6
hacia la puerta. no tanto impulsado por el miedo cum0
por el asombro: jern, posible que extranjeros se atrevieran a tratar asi a sihlitos britanicos y, aun mhs, en ull
barco del Lloyd? El pobre hombre habfa perdido hasta
su rojo habitual: palido, atonito, observaba a Jaime
desnudo que blandia su banqueta. Sali6 a1 fin de la

cabina completahlente abrumado. Los dos amfgos resolvieron vestirse y dirigirse al comedor. Hacfa m8s dr!
una hora que el almuerzo habia sido servido. y ccmo
el maitre d’hbtel no quisiera darles nada de corner, 10s
dos rebeldes volvieron a su cabina, sacaron a empujones a1 steward que se hallaba hacienda las camas, se
desnudaron y se acostaron. A1 dia siguiente, R mediodia,
se present6 el comisario. Jaime y Pepito estaban desnudos, tendidos sobre las coberturas porque hacia mucho calor. El comisario chill6 en ingl6s. Jaime, con un
gesto desdefibso, le dijo que si no sabia explicarse en
castellano era mejor que se marchara. El comisario, a
quien la ira entorpecia grandemente sus facultades de
poliglota, compuso cbn pena algunas frases para rogar
a 10s perezosos que se levantaran y dejaran a! sic~onrd
hacer las camas y limpiar la cabina. Zaragoza repuso
que habia leido atentamente el reglamento del “Imperator” y que no habfa encontrado articulo alguno
que estableciera la hora en que debfan evantarse 10s
pasajeros. El cornisario se enfureci6 y J a me em’pezb a
dar gritos amenazadores, hasta que el otro, convencicio de que no habia nada que hacer, se march6.
Jaime y Peplto se revolcaban de la risa en sus literas y, cubiertos con sus batas, recibian a 10s demhs pasajeros que veninn a pedir detalles de 10s incidentes y
a celebrar con ellos el furor impotente de 10s bri/thnicos. La insubordinaci6n crecia en In tercera clase del
“Imperator”, una insubordinaci6n burlesca que, sin
propon6rsel0, 10s marinos avivaban tomhndola en serio. El comisario era acogido con cuchufletas por todas
Partes; Sierra y Zaragoza se dirigian a 61 en un lenguaje de palabras inventadas, que el-infeliz se esforzaba
Por comprender, mientras su rostro mofletudo pasaba
de la palidez cadavkrica a1 escarlata congestionado.
El segundo piloto, un muchacho elegante y simphtico, se present6 a1 fin en la cabina de 10s encrgfimenos,
We seguian discutiendo tozudamente su derecho a let’antarse a la una del dia. No pudo obtener nada y se
march6 muy duefio de si mismo. Esta actitud produjo
nlucho efecto en Jaime y Pepito, que se consideraron

d

I

,

fracasados por no haber podido encolerizar a1 piloto.
Pero su decepcidn no tard6 en dejar paso a1 mhs regocijado entusiasmo. Veinte minutos despues de la partida del oficial todos sus anhelos se vieron colmados:
el capithn del “Imperator” en persona se present6 en
la cabina.
-&Se dan cuenta ustedes? -pregunt6 Pepito, todzlvia entusiasmado a1 solo recuerdo del incidente-.
‘Saben ustedes lo que significa el capitan brithnico de
un barco de veinte mil toneladas? iES monarca, un
dios!. . . Pues bien, ese monarca, esa divinidad habia
salido de su esplendido aislarniento para venir a visitarnos.
-&Y que pas63 -pregunt6 Moreno.
-Nos levantamos de nuestras literas, desnudos como esthbamos, y recibimos la augusta visita haciendole
grandes reverencias. El capithn, un tip0 alto. frio, correcto, impasible, elegante, en fin, con todos 10s atrihutos de un capithn de la marina de Su Majestad, se
llev6 la mano a la visera de su gorra y nos pregunt6
rnuy finamente si nos inCOmQdaria el cubrir nuestras
desnudeces. Respondimos que lo harfamos con placer.
Cuando estuvimos envueltos en nuestras batas, el capithn nos anunci6 que iba a hacernos examinar por el
medico de a bordo y que, si este juzgaba que esthbamos
trastornados, iba a dar orden de eiicerrarnos en la celda de los locos. La idea no nos pareci6 muy halagadora, pero por nada del mundo hubieramos desistido de
nuestra farsa. Declaramos a1 capithn que si el medico
se presentaba lo sacariarnos a puntapies. El medico vino y nos lanzamos contra 61. Escap6 como un conejo y
lo perseguimos sobre la toldilla en medio de las carcajadas y el alboroto de todos 10s pasajeros. Hasta gente
de la primera clase habia venido a contemplarnos.
Ahorrare detalles: esa noche dormimos en la celda de
10s locos, un cuarto capitonk, como se dice en Paris, Y
donde no se estaba del todo mal.
-&Y que ocurri6 despues?
-A1 dia siguiente nos pusieron en libertad y el
capitan nos mand6 llamar. Nos trat6 amablemente Y
230

.

I“‘

nos pidi6, nos suplic6 que dejaramos de alborotar. Dij o que habia dado instrucciones a todos 10s camareros,
a 10s mozos del comedor y a1 comisario para que se nos
atendiera de manera especial. Asi terminamos nuestro
Vkje mimadds por toda la tripulacidn de uno de 10s
m8S respetables transatlanticos brithnicos.
Mientras Pepito Sierra habia contado su historia,
Percy Roy habia bebido varios whiskeys. Sus gestos
c a n seguros y se mantenia erguido en su sillbn, a pesar
de la ebriedad visible s610 en sus ojos.
LTuvieron ustedes la suerte de caer sobre un Juan
Lanas -dijo--. Po, en el lugar de ese capitan, 10s meto
en el calabozo hasta el fin del viaje. iQu6 haria usted,
Moreno, si se le insubordinaran asi 10s pasajeros?
-No s6. Ya ha pasado el tiempo en que el capitan
de un barco de pasajeros era el unico amo despuCs de
Dios. Ahora hay que andar con mucho tiento; si castigas a alguien y resulta que es un fascists, te acusan inmediatamente de comunista, y a1 rev&, si castigas gor
casualidad a un comunista, te persiguen por nazi.. .
-Afortunadamente -dijo Pepito Sierra, poniCndsse de pie y depositando cuidadosamente 10s gatos en
el div8n- quedamos unos cuantoS que no S O ~ O Sni lo
uno nf lo otro. . .
-Apenas unos cuantos -murmur6 Roy-. El miindo se est& convirtiendo en una porqueria. Pero, a1 fin
y a1 cabo, Lqu6 nos impor.ta? Nosotros podremos morir
en paz. Que se drreglen como puedan 10s que vengan
despues.
Y su risa sorda son6 amargamente.
-E% muy tarde para hablar de politica. Yo me
marcho -dijo Sierra.
-Po tambieSn me voy. -Y Moreno se pus0 de pie-.
Per0 no es la hora lo que me impide hablar de politica, es mi habit0 de no perder el tiempo.
M6nica insisti6 para que Julio no se marchara.
-No nos ha dicho nada de sus proyectos, capitan.
LVan a vender el “Alcatraz” o no? Quedese todavia
un momento.
231

\\

-Qu&dese -apoy6 Roy-: si tiene miedo a que le
asalten nuevamente, yo lo ire a dejar en el auto.
Moreno se echb a reir de buena gana.
-Protegido por su esposo, Mbnica, no corro ningQn riesgo. Tal vez 61 sea mas malo que yo para las
bofetadas, per0 acaso tenga cierta influencia sobre 10s
cuchilleros de Playa Ancha.
-iQu6 quiere decir? -balbuce6 Roy, dirigiendo al
marino una mirada turbia de borracho.
-Nada; que tal vez el Cara de Doctor y Bernardino le obedecieran a usted y me dejaran esta noche irme
& mi casa tranquilamente.
Percy inclinb la cabeza sobre su vas0 y luego la
echo atras bebiendo un largo sorbo.
Pepito Sierra estrechb apresuradamente la mano
de Percy y de Julio y salib acompafiado de Mbnica. El
marino se quedb de pie un momento contemplando a1
Gringo, que seguia en su sillon con la vista fija en el
vas0 casi vacio. “iQu6 tipo! LEn que estarj. pensando? &Enlas mocositas que puede violar o en hacerme
pegar otra puiialada por el Cara de Doctor? Ahora tiene aire de culpable, como si mi alusibn le hubiera confundido; pero, Lcbmo saber? Cuando no se trata de
chiquillas o de futbol este idiota parece siempre preocupado y apenas habla.”
-Oiga, Percy, ique cuenta de. chiquillas?
El Gringo alzb 10s ojos. Moreno quedb impresionado por la expresibn de abatimiento que habia en su
rostro.
-He vuelto a ver a la cabrita que encontramos esa
noche en “La Estrella Solitaria”. iSe acuerda?. . .
Iba a seguir, per0 en ese momento entrb Mbnica. ,
Ella se recostb en el divan y tom6 sobre su falda 10s
gatos que apenas entreabrian 10s ojos. Queria saber lo
que habia de nuevo sobre la’venta de 10s balleneros de
Harrison a la Compafiia Antartica. Moreno, que esn
misma tarde, en el cuarto de la modista, le habia hablado largamente de la venta de 10s barcos y de su resolucibn de quedarse en Valparaiso, no comprendia con que
intenci6n M6nica queria que repitiera todo delante de
23 2

Roy. Pero, en fin, jvaya uno a comprender a las mujeres! Se pus0 pues a explicar nuevamente que Harrisson
habfa ya vendldo sus barcos a la nueva cornparifa, que
esta estableceria una planta beneficiadxa en la bahia
Decepci6q de modo que 10s balleneros pasarian todo ei
2150en la Antartida, con s6lo un mes de vacaciones en
Punta Arenas. Repiti6 que 61 continuaria, corn0 capititp
arponero del “Alcatraz” en 10s dias que le quedabaii
todavia para seguir cazando por cuenta de Harrisson,
per0 que luego dejaba el barco para trabajar en Valparaiso. Dirigiendose a Percy declar6 que la vida en la Antartida era demasiado sacrificada y que 61 preferfa galiar menos, pero quedarse en Valparaiso y llevar una
cxistencia civilizada. Ya habia buscado trabajo en el
puerto; se le ofrecian dos buenas situaciones y debia
escoger en la semana entrante. Le dolia un poco interrumpir su carrera y abandonar las ballenas, per0
i q U 6 diablos! No se vive mas que una vez.
Julio se interrumpi6 molesto. Habitualmente detestaba hablar de si mismo y ahora la indiferencia de Roy
le daba la impresib de estar haciendo el ridiculo. Nalciito lo que podia importarle a1 Gringo que 61 se fuera
a la Antartida o a1 infierno. &Con que objeto Mcinica
lo habia empujado a dar esas explicaciones? &Paraque
el borracho de su marido se diera el lujo de sdoptar aires desdefiosos?
-+No cree asi, Percy? -preguntci secamente.
El Gringo did una larga chupada 8 SLI colilla, abri6
lentamente su pitillera y‘ encendici un nuevo cigarrillo.
Despu6s de echar una bocanada de hum0 contest6 con
voz insegura:
-iPchs.. . la vida!. . . Y o no creo en nada.
-Claro, usted es el hombre superior: lo que preoCupa a la humanidad vulgar no llega a sus aituras., .
-iYO no creo en nada! -repiti6 el otro con obstinacidn de borracho-. &Y usted, Cree usted en algo?
c
-Claro.
-&En que?
-En que estoy vivo.
Roy se levant6 de su sill611 penosarnentc. per0 una
233

vez que estuvo de pie se mantuvo derecho y €irme con
el vas0 casi vacfo en la mano. Haciendo una mueca a
manera de spnrisa, repuso:
--Po no estoy seguro ni siquiera de estar vivo.
-Yo si..+Mire.
Moreno se levant6, cogi6 a Roy por las solapas del
vest6n y lo sacudi6 con violencia. El Gringo fu6 de un
lado a otro como un mufieco, sus piernas be doblaron y
pareci6 que la cabeza se le desprendia del cuello. Algunas gotas del whiskey de su vas0 le saltaron a la cara.
Los gatos que reposaban sobre M6nica escaparon
en todas direcciones espantados por la violencia del niovimiento con que ella se precipit6 sobre Moreno:
que significa esto, Julio? iBasta de irnbecilidades! -grit6, tirando con fuerza del bra,zo del marino.
Moreno solt6 a Roy, que recuper6 su equilibrio con
dificultad. M6nica se interpuso entre 10s dos hombres.
-&Est& usted loco, Julio? &C6mose atreve a una
groseria semejante?
Miraba a1 marino con 19s ojos furiosos. Todo su
cuerpo parecia cargado de una c6lera que contenia
apenas, que la hacia temblar; su mano derecha se habia alzado con ademan agresivo. Moreno balbuce6 algunas frases de excusa.
-iBah, no vale la pena! -dija Roy, arreglhndose
la corbata y el cuello del vest6n-. Su matonaje no
prueba nada, Julio. Ahora usted es fuerte; per0 ya envejecerh, y un dia, s i vive muchos aiios, no podrh matar ni una m o x a con sus manos tiritonas.
-iQuien .piensa en eso! -replic6 el rharino, sin
esquivar 10s ojos de M6nica, brillantes de rabia.
Roy coloc6 cuidadosamente su vas0 sobre la meSita y se dejd caer en su sill6n.
-Yo pienso -dijo-.
Por eso me gusta tomar.
Cuando estoy un poco ebrio me parece que muchas cosas se explican. Es como una revelacidn exaltante,
Lcomprende? All& en el fondo creo ver una lUCeCita
que se convierte en una gran llamarada. Esa es mi
vida, 6sa ha sido mi vida.. . Una gran hoguera.. . Pa234

F'

si6n, Esenio, dolor, aventura.. . iTOdO arde, todo ilumina! iP entonces todo se justifica! Me siento seguro
cuando estoy un poco borracho. Seguro de mi y de mi
vida. Me siento s6lido; capaz de afrsntar la vejez y la
muerte.. .
Mbnica, que habia clavado la vista en su marido
mientras 6ste hablaba, se volvi6 hacia Moreno :
-iBien! Creo que lo mejor es suspender aqui la
convers&ci6n.Usted me perdonarh, Julio, si le pido que
se marche.
El Marino se inclin6.
-Me iba a ir sin que usted me lo pidiera, sefiora.
Le pido perd6n por mi tonterfa. Lo mismo a usted,
Percy.
El Gringo alz6 la mano Como para significar que
todo aquello no tenia importancia. El marino gir6 sobre sus talones y sali6 del sal6n rhpidamente. A1 llegar
a la puerta oy6 tras 61 10s pasos de M6nica, per0 se
apresur6 a salir a1 jardin y lo atraves6 casi corriendo.

235

AL DIA siguiente, muy de mafiana, Julio Moreno
telefone6 a Mbnica. La criada, Juana, respondi6 diciendo que “la seiiora habia salido”. El marino se visti6
rapidamente y baj6 a1 puerto. Estaba disgustado consigo mismo y nervioso. Pas6 dos horas discutiendo con
don Santiago. Luego fu6 a inspeccionar el “Alcatraz”,
que debfa hacerse a la mar dos dias despues. El capit8n encontrd que el barco estaba sucio, que el aparejo
de caza no funcionaba, que 10s arpones estaban mellados. FuC de proa a popa refunfuiiando y amonest6
a gritos a1 contramaestre Martin, a Baucho, a1 Rucio
Aldana. S610 cuando se encontr6 de pronto frente a1
piloto Brito, que lo observaba con frialdad, baj6 la
cabeza y en silencio fuC hasta la borda. Salt6 a1 bote
y volvi6 a tierra.
A mediodia volvi6 a telefonear. ColCrico y decepcionado, oy6 la voz de Juana que le respondia: M6nica
habia avisado que no irfa a almorzar. ~D6ndeestaba?
Juana no lo sabia. Colg6 el auricular con tanta violencia que casi desarm6 el aparato. “iEsta grandisima
se niega! Lo tengo bien merecido. Anoche me port6
como un cretino. Cuando oi que ella venia tras mf,
en el hall, en lugar de apurar el paso, debi eSperarla
y darle una explicaci6n. L Q U C he ganado con zamarrear a1 Gringo? Quedar como un bruto. A1 fin Y a1
cabo el pQbre Gringo no pretendia darse aires de Su236

perioridad: 61 es asi. Mbnica lo defendib, no porque lo
quiera con amor ni por ponerse de su parte, sino porque es su marido y-un tipo d6bil. Yo he quedado a 10s
ojos de ella como un m a t h imb6cil. iNO hay derecho
de hacer cornudo a un tipo y todavfa quererle pegar!”
Sin embargo, la idea de que hacia cornudo a Percy
Roy no le resultaba suficiente para halagar su vanidad
ni tranquilizarlo. Se fu6 a almorzar a1 “Peter-Peter” y
se sent6 en el IZltimd rincbn, escapando a 10s amigos y
conocidos. Queria estar solo para reflexionar. El hacia
cornudo a Percy, indiscutiblemente; no obstante, algo
le decia que 61, Julio Moreno, habia quedado la noche
anterior en una SitUaCi6n muy por debajo de la del
Gringo. Volvia a ver la escena; volvia a ver al Grir,go
zarandeado como un‘pelefe entre sus manos. No habia
duda de que en ese trance el capithn ballenero era el
fuerte, el dominante; y que el otro no era mhs que un
miserable borrachito. LPor que diablos, entonces, Julio
Moreno tenia la sensacibn de que el ridiculo habia sido
el y no Roy? LPor que presentia que habia perdido algo
a 10s ojos de M6nica? “iMaldita sea! Estoy porthndome como un idiota a1 meterme con esa gente. Soli
unos ociosos que no se ocupan sino de complicarse la
vida. iHa& cuhndo voy a aguantar 10s discursos del
Gringo contra la familia y sobre las delicias de vfolar
a las chiquillas menores? En el fondo, M6nicn debe
tener admiracibn por este tip0 y debe pensar que yo
soy una bestia incapaz de comprender sus lucubraciolies de borracho. &Y si ella no quisiera volver a verme?”
Tirb la servilleta y se lanz6 a1 telefOn0. Otra vez
la voz de Juana, otra vez la historia de que M6nica
almorzaba’ fuera, ella no sabia d6nde. “iGrandisima
puta! Seguramente quiere deshacerse de mi. Por algo
tiene fama de acostarse con el primero que se presenta.. . Ya debe haber encontrado otro, . . iY ese cabrbn
del. rriarido!
.
Ya acusaba a Roy de no vigilar a su mujer para
que Bsts permaneciera fie1 a Julio Moreno, el lZnico
hombre que tenia derecho de posesidn sobre ella.. .
’I.

.

237



De sabito un verdadero terror le sacudi6 el cerebro:
“iN0 la vere mss! iNo podr6 gozarla nunca m&s!”-.. .
Se precipitd sobre el mozo y le arranc6 la cuenfa
de las manos y pag6 enredando 10s billetes. Casi a, la
carrera lleg6 a la cigarreria de enfrente para pedir a
la cigarrera estupefacta que cuando contestaran del
namero que 41 iba a marcar, ella preguntara por la
sefiora M6nica y mdijera que la llamaban del “Ohez Andre”, el peluquero.
Mientras la gorda cigarrera esperaba con el auricular pegado a la oreja, 61 sentia el latido de su sangre en las sienes y 10s golpes de su corazbn. La muchacha torcia el cuello para observarlo con un ojo, sin
alejar la boca de la bocina. iY si fuera verdad que
M6nica no estaba en casa? iLO tenia bien merecido
por su actitud imbecil de la noche anterior! Debi6 esperarla en el hall, darle una explicaci6n y arreglar una
cita para el dfa siguiente.. .
Cuando la muGhacha dijo “AM”. . ., 61 concentr6,
sin darse cuenta, todas las fuerzas de su espiritu y de
su mente para que la respuesta que iba a seguir no
fuera la confirmacidn Ce la ausencia de M6nica. Una
sola palabra lo separaba de su amante, acaso para
siempre. Mlraba con angustia 10s labios de la gorda
cigarrera.
--AM, si.. ., la sefiora M6nica.. . Digale que es de
la peluqueria che.. ., che.. .
La gorda le daba- miradas de desesperaci6n.
-iChez Andre!. . . -susurr6 61, aliviado de un
peso enorme. Lo importante era que M6nica viniera a1
telefono. Estaba seguro de que, hablando con ella, la
convenceria de que acudiera a una cita.
La cfgarrera le pas6 el fono, guifihndole un OjO, Y
41, conmovido y ansioso, oy6 la voz de M6nica que le
respondfa.
Si ella consentia en escucharlo, la partida estaba
ganada. Y eHa consinti6. Hostil, amarga, per0 no insensible a las s~pli’casde su amante. Vencido el peligro
de las primeras palabras, 61 se sinti6 seguro de SU
238

P

I

triunfo, y, aunque rogaba y pedia perddn, esa SegUridad le enorgullecia.
A1 cabo de unos minutos salib, deslizando un billete en la mano de la gorda cigarrera y mirando con
placer la calle animada por la muchedumbre multicolor. Muy complicada seria Mdnica, per0 61 la tenia en
su mano.. . El eqa muy macho y M6nica demasiado
hembra para que pudiera separarse de 61 tan fhcilmente, aunque en el fondlo deseara una ruptura ... A
una mujer ardiente se la domina con el Sex0 y 61 la
habia dominado asi.. . Su amor continuaba y continuaria, Lhasta cuhndo?
Hizo un movimi6nto brusco como para desprenderse de un peso desagradable. De la certidumbre en
!a continuidad de su amor, de la certeza de su dominio sobre M6nica se desprendia una incomprensible y
vaga sensaci6n de malestar. Sinti6 echarse sobre 61 el
aburrimiento del viaje en autobirs hasta Vifia, .para
encontrar a su amante en la trastienda de la modista,
y volvi6 10s ojos hacia el “Peter-Peter”, en euya sala
penumbrosa se reunirfan m8s tarde slgunos amigos a
jugar a las damas, a conversar y beber cerveza. No:
no era que 61 lamentara el haber llamado a Mdnica
y el haberse reconciliado con ella. iNO; eso no!. . . Era
tal vez,la impresi6n casi fisica de que un hombre no
puede estar sierllpre preocupado de una mujer. A1 fin
y a1 cabo un hombre es libre, iqU6 demonios!
Mientras corria en el autobas hacia Vifia, mirando
distraidamente las viejas y sucias murallas de la Estacidn del Bar6n, pensaba que M6nica iba tal vez a
cxigirle que explicsira su actitud con Roy la noche anterior. Eso no dejaba de preocuparle. “No puedo decirle que me exasper6 su aire de desdedosa superioridad,
ni que tengo sospechas de que se haya arreglado con
Bernardino y el Cara de Doctor para hacerme apufialar. .. iQuC puedo inventar? Per0 tambi6n es muy
Posible que M6nica no me pida explicaciones. Las mias
tendrian que acarrear las suyas, y eso tal vez no le
convenga. iQu6 sabra de 10s enjuagues de su marido?

.

239

,

P ella misma, Lhabrh roto verdaderamente con todos
sus antiguos nmantes? LNOhabra por ahi uno que de
cuando en cuando. , . ?”
En el fondo casl deseaba la existencia de ese amante intermitente y misterioso, cuyo papel seria el de
evitar molestas explicaciones a1 capithn Julio Moreno,
y, por lo mismo, de hacerle la vida mas sencilla y
confortable.
M6nica no exigi6 explicacidn alguna.
-iNO hablemos mhs del asunto! iPercy no le ha
dado ninguna importancia a tu tonteria. iLO pasado,
pasado!
Si ella se sintid molesta, fuC especialmente porque
la actitud de Julio vino a destruir la alegria que le produjera el oirle repetir que renunciaba a la caza de la
ballena, que no iria a la Anthrtida, que“sequedaria para siernpre en Valparaiso. “ .
-Yo no he dicho “paTa siempre”. . .
-Te quedas por el mornento; per0 yo me encargo
de que sea para siempre.
El contemplo apasionadamente ese cuerpo desnudo de mujer madura, que muchas jovencitas querrian
para si, de tal manera era fresco, fuerte y armonioso.
Tarde ya salieron de casa de la modista, y, tomados del brazo, fueron en busca del auto, que M6nica
habia dejado en la callecita vecina. Hablaban de la
kpoca feliz que les esperaba cuando 61 se instalara definitivamente en el puerto.
-iY pensar que podiamos habernos separado!
Se echaron a refr, porque ambos habian lanzado la
frase al mismo tiempo, y cuando, como de costumbre,
el Chrysler frend cerca del Baron para que Julio baja-ra, la mano de M6nica, crispada sobre el cuello del
marino, prolong6 largo rat0 el beso de despedida.
Media hora. despuCs Moreno llegaba a1 “Bote Salvavidas”. En la puerta lo esperaba el Polo, terriblemente excitado. El y Brito habian pasado la tarde
buscando a1 capithn. Asi como a las tres, Martin, que
bajaba por la calle Clave, habia visto a1 Gringo ROY
240

conversando otra vez con el Cara de Doctor en un
boliche.
-6No est& viendo, por la chita, capitfin, que ese
mister Roy es el que h a mandado a 10s cuchilleros a
matarlo a usted? Moreno contuvo las conjeturas dal Polo. Lo que le
interesaba era saber lo que habia pasado despu6s.
El Polo estaba radiante. Explic6 que Martin se habfa puesto a vigilar a los dos compadres, los cuales,
despu6s de una hora de conciliAbulos, regados con cerveza, se habian separado. Martin habia seguido a1 Cara
de Doctor hasta un rancho aislado en lo mas alto del
cerro Artilleria. De alli habia enviado a un palomilla,
en busca del Polo. Este habia subido y con Martin habfa estudiado bien la situacibn. Caida la tarde habian
visto entrar en el rancho a Bernardino con otro tipo.
Una mujer les habia abierto la puerta. Seguramente
habia otras personas con ellos, y, como Bernardino
habia llegado con un chuico, parecia que esa noche
iba a haber tamboreo y huifa. Martin se habia quedado de guardia en el cerro y el Polo habia bajado para
prevenir a Brito. Con 6ste habian.recorrido el puerto
entero en busca del capit&n; habian telefoneado a la
casa, y la ‘sefiorita Eugenia les habia contestado que
no habia visto a su hermano desde la maiiana. Ya habian perdido la esperanza de encontrarlo. . . ’
-LY d6nde est& don Ante?
-Ha ido a1 “Bar Ingle$” a ver si lo encontraba a
usted. Ya volverh.
Entraron en el “Bote Salvavidas” para esperar a1
piloto. En el pequefio sal6n estaban Gustavson y el
doctor Varela preparandose a comer. Moreno les participb la nueva: Bernardino y el Cara de Doctor habian sido ubicados, y esa misma noche el iria a arreglar cuentas con 10s dos valentones.
.
El. mCdico y el finlandes declararon inmediatamente que formarian parte de la expedicion.
Moreno protest6: iHombre, no se trataba de una
oPeraci6n milltar!. . . El iria solo 0, a lo m&S, acompa~

241
X&niczi.- 16

~

fiado de un amigo, para impedir que 10s badulaques se
escaparan; pero no podia caer en el ridiculo de presentarse con todo un regimiento.
-Oiga, capitan -intervim el Polo con aife parfiado-, usted no ir8 solo. Acuerdese de que Martin y
YO hemos visto entrar otro gallo a1 rancho. Ya son
tres, y qui& sabe si esta noche no habra mas.
-Por mi parte yo ire, per0 como simple espectador. No estoy dispuesto a hacerme vaciar las tripas ni
a recibir un lacazo. Si hay heridos graves, m.e encargare de mandarlos a1 hospital.
Esta declaraci6n del medico no asombr6 a rfadie.
Era dificil imaginar a Varela, tan cuidadoso de su persona, tan elegante, .mezclado en una gresca.
-Yo no he podido nunca asistir a una pelea como '
espectador -vocifer6 Gustavson-: las manos me comen y tengo que meterme al medio. Por eso no voy
nunca a1 box. Una vez que fui, me sub1 a1 ring a la
mitad de un round. Los dos boxdadores y.el referee se
juntaron para darme la tanda. Deje knock-out a1
referee, que era el m&spibufla, y me arranque.. . Ahora, Moreno, si tli no quieres que te acompafie, ire por
mi cuenta; per0 la rosca yo no me la pierdo.
El piloto Brito, que entraba en la sala, oy6 las 131timas palabras del finland& y, a1 ver el grupo, a126
las manos, escandalizado.
-6Toda esta gente contra Bernardino y el Cara
de Doctor, y todavia Martin, que est& all& arriba?. iAh,
n o ! , . iEsta es una mariconada! Yo ire tambien, per0
serft. para ponerme del lado de Bernardino y pelear
contra ustedes.
Gran algazara salud6 las palabras del piloto. El
mozo presentaba la bandeja con 10s whiskeys sours Y
cada ,hombre alzaba su vasb entre bromas y risas.
Ghstavson reclam6 silencio, y, cuando lo obtuvo,
relativo y no sin trabajo, declar6:
-Si tion Ante va a pelear contra nosotros en el
cerro, mejor es que le peguemos aqui a1 tiro. As1 se
ahorrara el viaje.
I

242

F-

-iESO es, eso es! iYa, don Ante, pdngase en facha! . . .
El piloto estaba rojo de tanto reir; Moreno habia
dejado su aperitivo sobre la mesa y esperaba serenarse
para poder beberlo; per0 el que mhs se divertia era el
Polo, que, entre carcajada y carcajada, murmuraba:
-iOtra vez le voy a patear el culo a Bernardino!
De pronto se hizo un silencio general. Todos 10s
ojos se clavaron- en el cocinero, que habia extraido de
su pantaldn un cuchillo de hoja brillante.
-iQuC es eso? -atin6 a preguntar por fin Gustavson.
-Un cuchillo -replied el Polo, mostrando sus
dientes separados en una sonrisa inocente.
-iNo seas bruto, hombre! -grit6 Moreno, arrancandole el arma-. iC6mo se te ocurre andar con eso?
-Ya sabe, cap, que 10s gallos all& arriba esthn
armados. Ya le anduvieron haciendo un carifio a usted
mismo. LPara que nos vamos a arriesgar?
Todos protestaron: iQu6 barbaridad! No se k a t a ba de matar a nadie, sino, simplemente, de darles una
leccidn a esos botados a nifios. Si Bernardino y 10s otros
tenian cuchillos, no les servirian de nada. No eran
tipos capaces de emplear armas sino a traicidn.
,-iA la pura manito no m&S! iA la pura manito!
-gritaba Gustavson, agitando el pufio, gordo corn0 la
cabeza de un nifio.
Cornieron rhpidamente y en grupo bullicioso llegaron hasta el automdvil del doctor Varela. El medico
manejaba y el Polo se sent6 a su lado para indicarle
el camino. Moreno, Gustavson y Brito se instalaron
atrhs.
Tomaron por Blanco, despuCs por Clave y empezaron a hacer zigzagues por callejuelas cada vei m&s
empinadas, sobre cuyo pavimento el automdvil daba
tremendos basquinazos. A veces iban entre dos filas
de construcciones de madera y calamina, algunas de
dos pisos y cuyo balc6n corrido parecia imitar la linea
sinuosa del suelo; otras veces tenfan a un lado la alta
1

243

,

pared de piedra que cefifa el cerro cortado a pique, y
a1 costado opuesto, una fila de casas desiguales y viejas. La pesima iluminaci6n se hallaba felizmente reforzada por un esplendido claro de luna. En algunos
sitios la vereda corria a gran altura sobre la calzada,
despuCs se confundia con el pavimento ileno de baches.
Pequefios negocios, despachos y tabernas iluminaban
sus puertas y vitrinas con bombillas amarillentas.
, Cuando el auto tomaba ciertos virajes, el panorama
cambiaba por completo: de un lado quedaba la muralla del cerro y del otro el camino se abria sobre la
ciudad y la bahia iluminadas. Abajo se sentia hervir
el barrio del puerto: ruido de tranvfas, de cihxones, de
radios, todos apagados y confundidos.
Llegaron a una plazoleta amplia y en pendiente a
la cual desembocaban callejuelas tan estrechas que
hacian imposible continuar el viaje en autom6vvil. El
medico fren6 y todos bajaron. El dCcorado era pobri-.
simo: casas a las que el desnivel del terreno habfa
terminado por imponer f ormas absurdas; ranchos fabricados de cualquiera manera, conventillos y despachos en penumbra. La luna iluminaba un costado; desde la sombra-del otro venian voces de mujeres y gritos
de niiios.
Guiado por el Polo, el grupo se intern6 por un
callej6n en pendiente aguda. Se vefan algunas puertas
abiertas sobre cuartos pobres, per0 limpios y ordenados. La batalla, de Chacabuco, el retrato de Arturo Prat
0 el combate de Angamos adornaban en oleograffas laS
paredes; la mhquina de coser reposaba en un rinc6n
y no faltaba, a veces, la nota coqueta de un ram0 de
flores de papel sobre la mesita de centro cubierta por
el pafiito bordado. Aquella vida oscura y amarga no
se abandonaba a la miseria, sin0 que se oponia obstinadamente a ella. Era la pobreza de hombres 'alertos
a quienes el puerto nutre de reciedumbre y de inquietud; la pobreza de mujeres bravas para el trabajo Y
cuidadosas de que, a1 volver de la faena, el hombre
encuentre un poco de alegrfa y de belleza en el CUartO
244

'

humilde; la pobreza que lucha por arrancarle a la vida
10s bienes que Bsta le debe.

Despues de mucho andar y mucho maldecir a cada
tropezdn, 10s expedicionarios alcanznron una calle ancha, ya casi en el despoblado. Alli no habia pavimento
de ninguna especie y las aguas lluvias habian abierto
grandes baches y huellas profundas. Las casas eran
todas de un piso, con las fachadas roidas y 10s aleros
de teja carcomidos. Parecian deshabitadas, pues puertas y ventanas estaban cerradas hermeticamente. A1
fin de la calle, en lo m&s alto, el claro de luna hacia
resaltar una capilla blanca coronada por una cruz tsrcida.
Cuando llegaron a la capilla, un hombre salid de
la sombra y, avanzd hacia el grupo. Era Martin.
-Ahf
estan - d i j o , selialando un pequeiio rancho
en medio de un solar-. Otro tipo y otra mujer han
llegado hace' una horn. La fiesta estA que se arde.
-6CuBntos son en total?
-Yo he visto cuatro hombres y dos mujeres. No
SB si habra otros.
Los seis avanzaron con precaucidn hacia el rancho
de donde escapaban cantos y sones de guitarra. Una
voz de mujer se elevd, chillona, bajo la luna:
i A y , amor,
ay, amorcito del puerto,
para siem,
para siempre m e has dejado! . . .

-iBuena debe estar ]la fiesta! -dijo el finlian6No podriamos hacernos convidar mejor?
Moreno hizo un ademan de alto y todos se agruparon en torno suyo. .
-Aqui el que tiene que arreglar cuentas soy yo
-dijo-.
Ustedes no van a hacer mas que impedir que
10s phjaros se vuelen.
-Per0 por lo menos hay cuatro hombres y seguramente armados.
dBs-.

245

-iQue

armas ni qu6 niiios muertos! ... iVamos!

Dos de ustedes se quedan en la puerta y 10s demas dan
la vuelta a1 rancho para que estos fiatos no se escapen

por otrn salida.
Se pusieron en movimiento. El tamboreo y la huifa seguian sobre un fondo de voces roncas. La mujer
cant6:

Marine,
mariner0 de un navio,
que se lla,
que se llamaba “El Ingrate". . .
La voz de Brito son6 a espaldas de Julio:
-Buena moza debe ser la cantora.. .
El capitan’avanz6 a grandes pasos hasta la puerta
del rancho y descarg6 en ella fuertes golpes con las
manos y 10s pies.
-iAbre, abre, Bernardino!
Todo ruido ceso instantaneamente en el interior.
El capitan volvi6 a golpear y esper6 un momento.
iNada! . . . La fiesta se habia petrificado en el silencio.
Otros brutales golpes de Moreno resonaron en la noche
Clara y fueron a despertar un lejano eco de ladridos.
-&QuiCn est& ahi? -pregunt6 desde el interior
una voz que no era la del antiguo contramaestre.
-Yo;‘ el capitan Moreno.
Se hizo de nuevo el silencio completo.
-iAbran o echo la puerta abajo!
Nadie respondi6. Moreno tante6 la puerta: era
una debil hoja sostenida por una vieja chapa y algunos
alambres. Cogid a Gustavson de un brazo y lo hizo
retroceder.
-iYa, viejo! iUn solo empell6n!
La puerta salt6 en pedazos y 10s dos hombres se
encontraron en un cuarto pequefio, de muros descascarados y piso de tierra. En el centro habia una mesa,
y sobre ella, tres velas metidas en golletes de botellas,
un chuico y varios vasos. Junto a la mesa, Bernardino
I

estaba sentado en una silla de paja. El Cara de Doctor
Y dos hombres m8s se hallaban de pie a1 fondo del

cuarto. En un rinc6n se acurrucaban dos mujeres jovenes y una vieja gorda, que se cubria la cara con
una guitarra. Cerca de la puerta habia una silla volcada y dos mits junto a la mesa.
Moreno y Gustavson contemplaron en silencio el
cuadro. Nadie se movfa.
-iAqui est8n 10s nifios diablos, ah!. . iVengo pa-.
ra ver si me pegan otra cuchillada!. . .
Los tres hombres del fondo continuaron silenciosos
e inm6viles. Bernardino contemplaba a1 capitan con
ojos embrutecidos.
-LQui6n es el Cara de Doctor? -preguntd Moreno.
Uno de 10s hombres se adelantb. Su bigotillo negro
saltaba nerviosamente, como suspendido de su nariz
ganchuda.

.

-iYO

SOY!

-DespuBs de 1a.guantada que te voy a dar ya no
van a llamarte Cara de Doctor, sino Cara de Culo.
El hombre se revisti6 de dignidad.
-Nosotros no tenemos nada que ver con usted,
caballero. iYO no lo he vlsto nunca!
-LNo, eh? iAhora me vas a ver!
Los ojillos del maleante brillaban de astucia, per0
su rostso parecia a cada momento mits solemne.
-iUsted viola el domicilio de gente honrada! -Y
luego con sorna desafiante-: iMiren que gracia, en
pandilla y seguramente hasta con pacos!
Sin que pareciera haber hecho un movimiento, el
cuchillo brill6 en su mano. Di6 un paso adelante y 10s
otros dos hombres avanzaron tras 81. Moreno tuvo apenas tiempo para recoger una de las sillas caidas.
-iAtr&s, capititn, dbjeme solo! -grit6 a Gustavson, colocitndose a su lado.
:El Cara de Doctor recul6, bajando el cuchillo y
fingiendo confusi6n; per0 de pronto di6 un salto obliCUO para alcanzar a Moreno por el lado izquierdo. Este
247

volvi6 la silla en el momento precis0 y el cuchillo resba16 sobre una de las patas. El Cara de Doctor quiso
aferrarse a ella con la mano izquierda; per0 Moreno
di6 un tir6n y el otro tuvo que soltarla. InstantBneamente el marino empuj6 el mueble con todas sus fucrzas sobre el pecho de su adversario, el cual tiraba en
ese mornento una nueva cuchillada en el vacio. Antes
que se repusiera del choque, Moreno le asest6 un silietazo formidable en la cabeza. El Cara de Doctor solt6
e! cuchillo y cay6 hacia atrBs, tratando de afirmarse
en el muro.
Los otros dos hombres, cuchillo en mano, avanzaron cautelosamente hacia Moreno y Gustavson, quien,
armado de otra silla, se habia colocado a1 lado del ballenero. En ese momento entraban en el cuarto Brito,
el doctor Varela, el Polo y Martin.
-iNo se muevan! -grit6 Julio a su gente.
Lam6 la silla a la cara del hombre mBs pr6ximo.
El movimiento con que este esquiv6 el golpe hizo que
sd cuchillada quedara corta. Llevado por el impulso,
baj6 la guardia, y el pufio de Moreno fue a chocar de
lleno contra la boca del adversario. Estalld Csta como
una fruta madura; per0 Julio habria recibido el arma
del tercer cuchillero en pleno vientre si Gustavson, en
ese mismo momento, no hubiera aturdido a1 maleante,
rompiendo silla y cabeza, la una contra la otra.
Rapidamente Martin se apodero del cuchillo que
habia caido junto a su duefio, y se lo pas6 a1 medico,
inm6vil en la puerta.
Uno de 10s cuchilleros parecia definitivamente fuera de combate; per0 el Cara de Doctor y el que sangraba con la boca destrozada se hallaban afin en pie
y no habian abandonado sus armas. Se produjo una
pausa. Bernardino ihabia ido a refugiarse junto a laS
tres mujeres, que se lamentaban y gemian. La ?.n&s
vieja seguia ocultando la cara tras la guitarra. En la
puerta estaban Varela y Brito; mBs adelante,.ya dentro del cuarto, Martin y el Polo.
Moreno habia vuelto a coger la silla y la sostenia
248

con la mano izquierda por el asiento. A su lado se hallaba Gustavson. Ambos hombres fijaban la vista en
10s dos adversarios que tenian a1 frente armados de
cuchillos y que parecian esperar el momento propicio
para atacar.
-Nosotros no queremos desgraciarnos con ninguno de ustedes -dijo el Cara de Doctor, que parecia
bien repuesto del silletazo que habia recibido en la cabeza--. Dejenos salir con nuestros compafieros. -Y
ciesign6 a1 hombre gQlpead0 por Gustavson, que seguia
en tierra, y a Bernardino.
-De aqui no sale nadie -contest6 Moreno-. TO
tienes que pagarme la gracia de la otra noche.
--iQuC gracia? i Y O no lo he visto nunca a usted!
Apenas habia terminado la frase, 61 y su compacero saltaron hacia Moreno blandiendo sus armas; pero, a pesar de la rapidez de sus movimientos, no pudieron sorprender a 10s dos marinos. El ballenero
baraj6 el golpe con la silla y su derecha alcanz6 a1
Cara de Doctor en el ment6n, haciendolo vacilar. Inmediatamente solt6 el mueble y se tir6 contra su adversario, sin darle tiempo a esgrimir el arma. El Cara
de Doctor no era hombre para Moreno y se tambaleaba
bajo 10s golpes, tratando de cubrirse la cara con el
brazo izquierdo y de apufialar con el derecho. Pero
tiraba sus golpes a ciegas, sin fuerzas.
Menos &gil, el viejo Gustavson no pudo esquivar el
golpe a tiempo y el cuchillo del otro hombre le alcanz6
el hombro. El gigante finlandes lanz6 una especie de mugido atronador y, sin hacer cas0 de una segunda pufialada que le desgarraba el brazo izquierdo, cogi6 a1 adversario por el cuello y empezG a apretar sus tenazas
peludas. El individuo solt6 el cuchillo. Sus piernas se
doblaron y empezo a desplomarse, amoratado y con .
10s ojos saltones. Brito se precipit6 hacia el finlandes
gritando:
-iSuelta, animal!. . . iSuelta por vida tuya! . .
iNo ves que lo matas?
249

Gustavson solt6 a1 fin, gracias a 10s esfuerzos del
piloto ayudado por Varela y Martin. El medico, a empujones, llev6 aparte a1 finlandes y le sac6 el vestdn,
a pesar de sus-protestas, para examinar sus heridas.
Brito y Martin sostuvieron a1 hombre medio estrangulado. Apenas Bste salib de su aturdimiento, el piloto
apart6 a Martin y de una bofetada magistral hizo perder de nuevo el sentido a1 tipo, que cay6 como una
masa y fuC a golpear la cabeza contra el muro.
Entretanto el Polo se habia aprovechado del tumulto, saltando sobre Bernardino sin que 10s demas
se dieran cuenta. Bernardino, completamente borracho, quiso defenderse; per0 el cocinero le cogid por un
brazo y empez6 a hacerlo girar rapidamente, dandole,
a cada vuelta, una patada en el trasero.
El Cara de Doctor seguia tirando cuchilladas a .
ciegas, cada vez con menos fuerza. Moreno ha116 por
fin el momento propicio y cogiendole el brazo derecho
se lo torci6 hasta que elcuchillo cay6 a1 suelo. Martin,
que ya habia recogido el arma del hombre abofeteado
por Brito, se apoder6 tambiCn de este tercer cuchillo.
La batalla se habia desarrollado sin m8s ruidos
que el de las bofetadas, el jadeo de 10s combatientes y
10s gemidos apagados de las mujeres. Cuando el tercer
cuchillo cay6 a tierra, Moreno dej6 de golpear y recul6.
El. espectaculo ofrecido a sus ojos le satisfizo: el Cara
de Doctor, sangrando abundantemente de la nariz y
con un parpado caido, se spoyaba contra la pared: el
hombre que a1 prineipio de la pelea habia recibido 'el
silletazo de Qustavson s e levantaba penosamente; el
tercero, a quien el finlandes habia estrangulado a medias, seguia en tierra, aturdida por la bofetada del
piloto; Bernardino giraba como una mula de noria y
a cada vuelta, regularmente, el zapato de Polo iba a
chocar contra sus nalgas.
-iEh -grit6 Moreno-, deja a bse!
Y dirigikndose a 10s maleantes:
-Ahora estamos m8s iguales: ustedes son treS
contra mi, per0 ya no tienen armas. Si quieren, espe-

*

.

ramos que se despierte ese otro gallo. Con las manos
limpias voy a descrestarlos a 10s cuatro.
CubriCndose la boca para contener la hemorragia,
el Cara de Doctor habl6 con dificultad:
--Oiga, caballera, lleguemos a un arreglo. Nosotros
reconocemos nuestra culpa. No. dehiamos haber sacado
cuchillo; per0 nos asustamos caando vimos entrar tanta gente.
-Y la otra noche, cuando me apufialaste en la calle. LTambiCn fuC porque te asustaste?
-Le juro que no fui yo. Es la primera vez que lo
veo a usted. iOiga, sea noble! Nosotros reconocemos
nuestra culpa y t a m b i h reconocemos que no somos
capaces para pelear con usted. iDCjenos irnos!
En ese momento Martin salt6 sobre el Cara de
Doctor y, antes que Cste pudiera hacer un gesto para
defenderse, le ech6 las manos a1 cuello y empez6 a
apretar y a zarandearlo, gritando:
-iTienes que decirnos si estfis de acuerdo con
Percy Roy, carajo! LPercy Roy te ha mandado apufialar a1 capitfin? icontesta o te mato, hijo de perra!
Moreno intervino; per0 ya el Polo se habia precipitado sbbre Bernardino, e imitando a su compafiero
golpeaba a1 ex contramaestre, gritfindole que confesara su complicidad con Roy.
El piloto Brito contuvo a Julio:
-Los muchachos tienen raz6n: es necesario saber
s i el Gringo se la est& jugando.
--iAh, eso no, don Ante! qi el Gringo es culpable,
yo prefiero no saberlo.
Y como el Cara de Doctor hiciera gestos significando que queria hablar, Moreno se precipft6 sobre
Martin, lo apart6 de un empell6n y antes que el maleante pudiera articular una palabra le asest6 un golpe
terrible en el est6mago. El Cara de Doctor se desplomd
sin aliento. Moreno se volvi6 hacia el grupo que formaban el Polo y Bernardino y con todas sus fuerzas
Ian26 su puiio derecho contra el rnent6n de este ulti251

mo. Bernardino fuC a caer de espaldas sobre las tres
mujeres, que se levantaron dando chillidos.
-iVamos fuera! -grit6 Moreno, saltando hacia
la puerta-.
iVBmonos! i R&pido, rhpido!
El capitan Gustavson y el piloto Brito trataron de
retenerlo.
,-i Per0 es necesario hacerlos confesar si tienen
algo que ver con Roy!
.-iNada, nada!. . . iFuera de aquf!
Empuj6 a sus amigos hacia la salida, a pesar de
las protestas de Martin y del Polo que, por lo menos,
decian, querian darle a ~ algunas
n
bofetadas a1 hombre que, junto a1 Cara de Doctor, habia vuelto en sf
y se incorporaba. Julio avanz6 hacia el personaje, el
cual. alz6 las manos en seiial de rendicidn:
-iPor Diosito, patron! iYa est& bueno! . . .
Moreno lo cogid de un brazo:
-Dile a tus compadres que no se metan m&s conmigo ni con ninguno de nosotros. Esta no es m&s que
una advertencia; si se botan a nifios otra vez, les costar& m&s caro: ir&n primer0 a1 hospital y despuCs a'
la c&rcel. LOiste?
-Si, patr6n.
Julio le di6 una fuerte palmada en laJcara y empuj6 a sus amigos fuera del rancho. La calle estaba
desierta, 10s perros ladraban a la luna.
Empezaron a bajar rkpidamente, guiados por el
Polo y Martin, que conocian cada rincdn de 10s cerros
porteiios.
-Una de las chiquillas era harto buena --dijo
Gustavson-. Debiamos haberla traido como prisioner a de guerra. Los wikings raptaban a las mujeres de
sus enemigos.
El doctor Varela tom6 a1 capitan por un brazo:
--^tTsted, en lugar de robar chiquillas, lo que va a
hacer es curarse esas dos heridas del hombro y del
brazo. Vamos a mi casa para hacerle un buen vendaje.
-Y dirigiCndose a 10s dem&s--: Tengo whiskey, acquavite, pisco y cerveza. iA escoger!
252

-iBravo,

doctor! -gritaron

Martin y el Polo-.

iY pensar que si el capitan Gustavson no hubiera sido
herido, usted no nos habrfa invitado!
-Los habrfa invitado de todas maneras para celebrar. la victoria.
Llegaron a1 autom6vil. En el momento de subir,
Brito sac6 un revdlver del bolsillo trasero del pantalbn.
-Una precauci6n -dijo, respondiendo a las miradas estupefactas de sus amigos-. No sabfamos con
quien fbamos a encontrarnos; Julio habrfa podido recibir una herida-grave, tal vez mortal. Para ese cas0
yo habfa resuelto no dejar vivo ni a uno solo de esos
tipos. iAunque hubiera pasado en la ckrcel el resto de
mi vida!
Moreno pas6 el brazo sobre 10s hombros del piloto
y apret6 sin decir nada. El Polo, mientras el auto partia, se pus0 a cantar a gritos:
i A y , amor,
ay, amorcito del puerto,

para stem,
para siempre m e has dejado!
Marine,
mariner0 de un navfo,
que se lla,
que se llamaba “El Ingrato”.

253

UN ZUMBIDO casi imperceptible subi6 de la sala de
mkquinas y el “Alcatraz” empez6 a rasgar delicadamente la tersa superficie del agua matinal, del agua
gris, sin un pliegue, pulida como una lamina de plata,
que las brumas ligeras del horizonte soldaban a1 cielo
tambien gris. Los graznidos de las gaviotas, el golpe
de una cadena, el rumor de una mkquina lejans eran
10s unicos ruidos que animaban el despertar de la
bahfa. El viento dormia a h , de tal manera que 10s
mastiles y 10s cascos mantenian inm6viles en el agua
sus imkgenes invertidas, conservando a ’veces hasta sus
colores cuando Cstos eran vivos, como el del minio
que revestia la obra muerta de un barco en desarme.
Valparaiso despertaba perezoso en el friolento
amanecer de primavera. Algunos humos se alzaban en
verticales reposadas, como si las calderas de donde
provenian no hubieran todavia empezado el trabajo
diario; una locomotora pequefiita, humeando blanco,
corrla por el litoral. Sin duda aprovechaba para jugar
que las Mikado y las locomotoras electricas dormian
a ~ como
n
correspondia a sus altisimas categorias. De
muy lejos venfan el chirrido de un tranvia mal engrasado, el tafiido de una campana, el pitazo de una fabrica, por el lado del Bar6n.
La gran masa de 10s ciudadanos dormia aan; per0
ya se adivinaba a 10s viajeros que partian esa mafiana,
254

J

~

con una rodilla apoyada sobre la maleta y tratando
de encajar la chapa rebelde, bajo la luz electrica a
cada instante mss destefiida a causa de la claridad de
la ventana; se adivinaba un olor de leche caliente y
de cafe tostado en 10s corredores de 10s hoteles; se
adivinaba esa atm6sfera fria,y gris que envuelve siempre las partidas matinales, cualquiera que sea la 6poca
del afio; se adivinaba a 10s obreros dejando mecer su
modorra en 10s ascensores de 10s cerros; a 10s serenos
y a 10s huachimanes zapateando y golpehndose 10s
biceps para expulsar el hielo de la madrugada antes
de regresar a slxs casas. Sobre la cordillera de la Costa,
a traves de las nubes, se encendia de pronto una vaga
masa rosada y un ray0 vivo iba a clavarse en la tierra
roja o gris de un barranco, en el crista1 de una ventana o el agua prisionera de 10s malecones. Despues se
apagaba.
Los xostados del dique flotante parecfan doblemente altos, tal era la nitidez con que el mar inm6vil
reproducia su imagen. El “Alcatraz” pas6 frente a1 dique en el momento en que un cachucho desatracaba
de el. A su bordo un hopbre singlaba lentamente. Los
remolinos del rem0 desparramaban grandes circulos
dorados en el gris del agua. El ballenero sigui6 avanzando lentamente y en silencio. Pas6 cerca de dos goletas langosteras ancladas. En el extremo de cada uno
de sus mhstiles habia una gaviota inm6vil; otras gaviotas revoloteaban graznando en torno a la boya que
servia ’de amarre a las naves. En la proa de una de las
goletas, un hombre 4nm6vil miraba pasar el “Alcatraz”.
El hum0 de su pitillo le subia por la oreja izquierda.
Julio Moreno, desde el puente del ballenero, le grit6:
-iEh, Viterbo, hasta luego!
-iBuen viaje! -respondi6 el otro, alzando las dos
manos unidas.
Moreno se ech6 a reir.
-iQuP tiempo, ah!. . . -exclam6, golpeando el
hombro de Baucho, que se hallaba a1 timdn-. iUno
se siente como nuevo!
255

Grit6 la orden de toda mdquina por el tub0 acixstico y de dos saltos estuvo en su camarote, a1 cual todavia no habia entrado esa mafiana. Cerr6 la puerta
tras si y di6 una mirada circular sobre sus mapas, su
fusil-arpdn, su escritorio, sus libros y su cama. Tendid
10s brazos, respird profundamente y, mientras se cambiaba ropa, empez6 a cantar a grito pelado:
iAy, amor,
ay, amorCito del

puerto! . . .

Una vez que se hub0 vestido con sus pantalones de
diablo fuerte y su grueso pull-over, y que se hub0 embutido sus botas de mar, salid a cubierta con la gorra
en la mano. FuC a popa y se qued6 un instante contemplando la estela del “Alcatraz”, acaricid a “Toribio”, que maullaba por ahi; se ca16 la gorra y volvi6 a
respirar profundamente, abriendo 10s brazos dos o tres
veces. Luego subi6 a1 puente p encendi6 su primera
pipa del dia.
El “Alcatraz”, fuera del abrigo del puerto, rolaba
ya que era un contento. El viento sur empezaba a levantarse como para no dejar duda de que en unas
horas mas pegaria con fuerza. Moreno di6 una mirada
a1 compas y se nbstrajo en la contemplaci6n de su tripulacidn y de su barco: el piloto Brito, ayudado por el
Rucio Aldana, revisaba linea, ceba, pateca y catalina;
Martin se afanaba en torno a1 cafi6n; otros hombres
disponfan las mangueras de aire comprimido, las cruces y las lanzas; don Carlos Mujica aparecia en la scotilla de la sala de maquinas; desde popa corria el
Polo con un balde de agua de mar. El “Alcatraz”, a
doce nudos, embestia a 10s “tbritos” y era como un
ser vivo, consciente de su fuerza y de su agilidad. MOreno sentia palpitar el navio, ddcil a su voluntad, cas1
como una prolongacidn de su propio cuerpo.
La mirada del capitan iba de uno a otro de SUS
hombres, de un extremo a1 otro de su barco. Un tiempo
infinito habia transcurrido sin duda desde la ultima
256

R‘

cacetia. ~Habiapodido vivir esos dlas sin sentirse, corno en este momento, como durante tantos afios, parte
de una voluntad y de una fuerza quiz& en constante
lucha contra la naturaleza, quiz&voluntad y fuerza de
la naturaleza misma? Su misidn y la de sus hombres
eran dominar el mar y matar las ballenas; per0 no
podfan llamar enemigos ni a1 mar ni a las ballenas.
Victimas y victimarios se confundian en una misma
fatalidad de acci6n en 10s claroscuros del drama sin
fin, en las misteriosas lfneas entrecruzadas de la vida
y de la muerte. iC6mo encontrar el limite de cada
cual en este movimiento exaltante, en este continuo
enlace de causas y de efectos? La aleta de la ballena
y el brazo del arponero; la mano del timonel en la
cafia y el soplo del hurac&n; las s6lidas cuadernas del
“Alcatraz” y la contextura del piloto capaz de estar
tres dias y dos noches de guardia en el puente; el golpe
de la ola y la tenacidad del cocinero para preparar,
por lo menos, una taza de cafe cuando nada se sujeta
a bordo; el mar siempre cambiante y la obstinacidn
con que el hombre continaa su esfuerzo, a pesar de las
penas, las miserias y 10s fracasos.. . Todo eso formaba
un solo nbcleo, y, iquien era Moreno en medio de eso?
iEstti contento de ha-iEh, don Ante! -grit&-.
llarse otra vez embarcado?
-iCdmo no voy a estar! -contest6 el piloto-.
iSi ya no aguantaba mas en tierra!
-iLas preguntas del capitan! -murmur6 como
para SIBaucho, mirando maliciosamente a Moreno.
Este lo sacudid afectuosamente.
-6Te hacfa falta el “Alcatraz”, eh?
En ese momento el primer ingeniero subi6 a1 puente a felicitar a1 capittin, primer0 por su pelea triunfal
de la noche antepasada, y segundo, porque ahora el
“Alcatraz” estaba “como una seda”: iNi la menor frotacidn de la helice!
-Si; per0 lo que falta es que se me haya echado
a perder la punterfa.. .
Don Carlos Mujica se pus0 a refr; ilas cosas del
M6nica.---i 7

257

capitan! iNO habia mefor que 61 para el arpbn.. . y
para las guantadas!. . . Ya todo el puerto sabfa c6mo
tratara a 10s cuchilleros. iY a mano limpia!
-No tan limpia, don ‘Carlos: 10s silletazos llovian.
-Si; pero sin armas, y contra tres tipos con cuchillos. . .
-Bueno; per0 todos me ayudaron, don Carlos. Todos: don Ante, Martin, el Polo, el capitan Gustavson
y el doctor Varela. El viejo Gustavson sa116 con dos
heridas en el brazo.
-Si; pero usted rue el hombre. Justamente es
Gustavson quien anda contando por todas partes la
gallada suya; c6mo usted descrest6 a 10s maleantes
arrnados.
-Todos hicimos algo; cada uno su poco.. .
Lo decfa sinceramente. No sentfa orguilo por haber castigado a1 Cara de Doctor. Muchas veces habfa
puesto a prueba su valor y su fuerza con enemigos mas
peligrosos. El Cara de Doctor, con cuchillo y togo, no era
gallo para el. Per0 las palabras admirativas del ingeniero y sus propias respuestas le producian una sensaci6n.endiabladamente agradable. Desde muchos afios
atrBs estaba habituado a mandar, a ser respetado, a
saberse el i e f e ; desde muchos aiios atrhs se habfa percatado de que sus hombres no s610 respetaban 10s galones de su bocarnanga, sino que -salvo excepclones
coma ese desgraciado de Bernardino- se apegaban a
61 con hn sentimiento afectuoso y hasta admirativo.
El capitan Julio Moreno no analizaba nada de esto: le
parecia natural, puesto que en sus afios de navegaci6n
a la vela y de ballenero siempre habfa cornpartido con
sus hombres 10s peligros y las tareas penosas, habia
tratado de ser justo, y jamhs, por ningun motivo ni
bajo ninguna amenaza, habfa echado pie atr&sCUando
la raz6n habfa estado de su parte. Pero ahora tenfa la
impresi6n de que la palabra “jefe” adquiria en su persona una vida especial y polarizaba una fuerza h u m na de la cual 41 se sentia vagamente orgulloso. NO habfa necesitado la gresca de la noche antepasada Para
258

saber que tenia buenos amigos; per0 desde esa noche
una extrafia sensaci6n de solidaridad’le rodeaba. Mientras don Carlos Mujica descendfa la escalerilla de hierro, el capitdn pase6 su mirada de un extremo a otro
de su’pequefianave. iPequefia, si, per0 capaz de vencer
todas las acechanzas del mar! Ahi en la cofa estaba
don Antenor Brito. 5Cudntos afios habian navegado
juntos sin que jam& nada 10s separara? Habian vivido
hombro contra hombro, ocupados siempre de tareas
rudas y diffciles. El viejo don Ante no mentia jamas.
La noche antepasada habfa llevado un rev6lver, y si
Julio Moreno hubiera sido herido gravemente, 61 se
habrfa “desgraciado”, y habria tenido que dejar a’ su
rnujer, a su hija enferma, a la bonita Marina que tanto defendfa, para ir a la carcel tal vez por afios.. . Ahi
estaba Martin, a proa, preparando el cafi6n para que
el capitdn lo usara contra la ballena; Martfn, que habla pasado dfas siguiendo la pista a los bandidos y
que se habia mantenido junto a 81 “sin ni siquiera
pestafiear” delante de 10s cuchillos. Ahi estaba el .Polo,
que se habrfa interpuesto entre 61 y 10s maleanfes si
la orden del capitdn no lo hubiera contenido. Y en
algfin punto de la vaga linea de tierra que se desvanecia a popa estaba el viejo capitdn Gustavson, el de iss
inmensas manos y de las inmensas carcajadas, que
casi habfa estrangulado a un tipo y habfa recibido dos
cuchilladas por defenderlo a 91. iY el doctor Varela! . . .
El doctor, que olvidaba sus empresas amorosas y sus
regalias para correr en auxilio de Moreno.. . Ahi estaban todos &os, que no s6lo reconocian en Moreno la
autoridad del que ha sido designado jefe por una ordenanza, sino del que se ha ganado el titulo de “jefe”
n costa de hombrfa, es decir, de valor, de fuerza, de
voluntad y de rectitdd. Y ellos no se inclinaban ante
este jefe, sino que se confundfan con 61 en una estrecha solidaridad humana.
Durante toda la mafiana el “Alcatraz” navegd a
gran velocidad hacia el suroeste. El piloto, en vigilancia constante en la cofa, se mantuvo silencioso.
259

El almuerzo reuni6 a1 capitan, a1 piloto y a1 primer ingeniero en el comedor.
-A buena hora Harrisson vende sus ‘buques -3ijo
Brito-. Dentro de poco tiempo ya no se encontraran
ballenas por estos parajes. Hace cinco aiios habia cardaimenes; per0 ahora las diablas se han pasado la voz
y cada dia se hacen mas raras. Ya ven, la mafiana ha
pasado, iy ni siquiera un espauto!
-iTendremos mas suerte en la Antartida! -suspir6 el ingeniero.
Brito, con la cabeza baja, removi6 la cuchara en
su p h t o de porotos.
-Usted sabe, don Carlos, que yo no me voy para
alla. No es sitio para un viejo.. .
-iMiren el viejo -replic6 riendo el ingeniero-,
el pobre viejito! . . . LCree usted que no se sabe que de
una guantada dej6 durmiendo a un gallo la otra noche?
-Si; per0 eso no tiene nada que ver: no puedo
dejar la familia.. .
Moreno estaba ensimismado. Pronunci6 apenas
unas cuantas palabras y se qued6 mirando fijameute
a1 piloto cuando este le dijo:
-iY pensar. Moreno, que dentro de un mes ya no
seremos balleneros!
La tarde no fue mas afortunada que la mafiana:
se hundi6 el sol sin que vieran ningain espauto. A un
crepfisculo de inmensos arreboles de or0 sucedid un
claro de luna con un mar bastante movido. El vinnto
sur, que habia soplado insistentemente, como empujando el velero del dia hacia el otro lads del planeta,
lo abandon6 cuando este se perdid en el horizonte Y
continu6 soplando sobre las altas y plateadas velas de
la noche. Despues de comida, Moreno se comunic6 por
radio con la oficina de Harrisson en Valparaiso y lUeg0
subi6 a1 puente, envi6 B descansar a1 timonel y durante
dos horas estuvo solo, guiando a1 “Alcatraz” entre las
olas de resplandeciente espuma. A pesar de la fuerZZ
del viento la estela era una recta linea de azogue. El
barco habia disminuido su andar y a veces hundia la
260

proa en una mssa de agua que la envolvia tal un
monstruo de escamas brillantes.
A1 bajar la vista, el capitan encontraba el circulo
de la bitacora C O ~ Duna estrella inextinguible, guia de
su vida desde 10s quince afios. No habia tinieblas que
pudieran ocultar su luz, vigilante bajo el capuch6n de
cobre. Lampara fiel que calentaba el corazbn; claridad
redonda, partida por la aguja, cuyo extrekno marcaba
siempre la ruta de la libertad.
De pronto Moreno. tuvo la sensaci6n de que alguien se hallaba a su espalda. El ruido del oleaje habia
apagado 10s pasos de Baucho, per0 el capitan sentia
tras si su presencia fiel. Continu6 inm6vil un largo
momento todavia, accionando apenas la cafia; luego
se apart6 y el relevo vino a ocupar su puesto. A la voz
del capitkn que seiialaba el rumbo, contest6 la del marinero como un eco, y 10s dos hombres quedaron silenciosos, uno a1 lado del otro, mucho tiempo, hasta que
Moreno baj6 a su camarote.
Se habia desnudado ya y se iba a meter en cama
cuando se le present6 la imagen de M6nica. Durante
ese dia habia dado vuelta tantas ideas en su cabeza,
que S610 ahora pensaba en la mujer querida. . .
*
*
*
A la maiiana siguiente el viento habia amainado.
Cerca de las ocho la voz del piloto baj6 desde la tina:
-iBallena a popa!
-iVira por estribor! Tgrit6 inmediatamente Moreno.
El. “Alcatraz” t m z 6 un medio circulo y pus0 proa
a un cardumen de espermas. La campanilla del standby picote6 el aire de la mafiana ordenando “toda fuerza”, y el mar empezd a rasgarse con la alegre blancura
de la espuma.
Los cachalotes, cuatro adelante y dos atras, nadaban perezosamente. Moreno 10s observ6 con atencibn.
A1 abrir la puerta‘hacia la pasarela ya tenia elegida
26 1

su victima y, seguro de no errar el tiro, fu6 acerc&ndose a1 castillo de proa con paso lento, dando afm
algunas chupadas a la pipa.
-i Media f uerza !
Los seis lomos surgian lustrosos y acompasados,
las aletas hacian saltar la espuma, mientras el “Alcatraz” corria como si hubiera sido tambien un animal
en persecuci6n de 10s enemigos de su especie.
Di6 Moreno la orden de parar la mhquina, sacudi6
la pipa, se la guard6 en el bolsillo del pantal6n y baj6
las orejeras de su gorro de lana. Martin, que habia preparado el arp6n, 6e apart6, y Moreno empufi6 el cafibn
con movimientos lentos.
El “Alcatraz”, llevado por su impulso, corrla hacia
el cardumen; todos 10s tripulantes se hallaban sobre
cubiertn para presenciar el primer tiro del capitdn despu6s de tantos dias de inactividad. De sflbito el silencio estirado como un eldstico se cort6 y su iatigazo fu6
a repercutir en la c ~ p u l adorada de la maiiana. El
cachalote de la izquierda, un macho enorme, sac6 medio cuerpo fuera del agua, ensefiando el arp6n clavado
en la base de la cabeza. La roda del “Alcatraz” empezd
inmediatamente a cortar una vasta mancha de sangre.
Esa noche pusieron rumbo a la caleta del Cerezo
remolcando cuatro cachalotes.
-Cuando no hay vibracidn en la helice -decretb
Moreno-, uno puede hacer lo que le da la gana.
Asi parecfa, en efecto; en 10s tres dias que siguieron el “Alcatraz” llev6 nueve cetdceos a la planta beneficiadora del Cerezo, y a1 fin de la semana ech6 el
ancla en Valparafso para renovar su provisi6n de petrdleo.
Apenas desembarcndo, Julio Moreno se encamin6
a la oficina de la Compafiia Ballenera Anthrtica, en la
calle Blahco. El gerente general lo recibid sin antesala.
Moreno, sentado frente a 61, encendi6 \ e l cigarrillo
ofrecido por el gerente, y, despuCs de contemplar un
momento la cara redonda de Cste, animada por una
expresi6n interrogante, habl6:
262

-Vengo a decirle que estoy dispuesto a trabajar
con ustedes a condicidn de que me firmen un csntrato
por cinco afios.
El gerente tir6 su cigarrillo a1 cenicero y, levantiindose de su sillbn, PUB a estrechar Ias dos manos
del. marino.
-Por 10s afios que usted quiera, capithn. iNO bnltaba mas! Nos saca usted de un apuro tremendo: el
c6nsul en ,Oslo acaba de comunicar que en este momento no se pueden encontrar capitanes noruegos. Ibnmos a telegrafiar a Alemania; peso &e es un lio terrible: 10s alemanes no pueden salir de su pais sin
permiso de 10s gringos, de 10sfranceses, iquc! sc! yo!. . .
En fin, sin usted habriamos tenido el “Alcatraz” en
inactividad durante rnuchos meses.. .
-iPues el “Alcatraz” no perderh tiempo! LCuhdo
habra que partir?
-La mas pronto posible; apenas usted est4 listo.
-Los mnrinos estarnos siernpre dispuestos a partir. iAh!, per0 yo pongo aon otra condici6n.. .
El gerente estaba dispuesto a ceder en todo.
-Yo quisiera -continu6 Moreno- que no se hablars de mi partida a la Antartida sino a las personas
a quienes es indispensable hablar. Son razones grivadas, jsabe usted?
iSi no era miis que eso! . . . El gerente di6 todas las
seguridades. Se infsrmaria a la tripulacidn que continuaba en el “Alcatraz” y a 10s ernpleados que debian
redactar el contrato. A nadie mhs. !Moreno podia estar
tranquilo! Sonrfente, volvi6 a estrechar las rnanos del
aue ya llamaba “el miis valioso colaborador de la Cornpafiia Ballenera Anthrtica”.
-Le dire la verdad, capitan -concluy6--,
que yo
no desespessba de que usted se viniera con nosotros.
iQU6 diablos! iUn marino de la personalidad suya no
puede dejar el oficio! Yo nunca crei que usted se iba
a resignar a quedarse en el puerto, como d e c k Usted
liecesita el mar, su barCQ, su arp6n. jESa es su verdadera vida! , . .
263



Moreno se limit6 a sonreir, y a1 despedirse pidi6
permiso para telefonear. El gerente mismo lo acompafib hasta la cabina.
Hubo un estallido de alegria a1 otro extremo del
hilo telef6nico cuando M4nica reconoci6 la voz de J u lio. Inmediatamente acept6 la cita para esa misma
tarde.
Se encontraron, como de costumbre, en la trastienda de la modista en Vifia. Estuvieron largos minutos
estrechamente abrazados. DespuCs 61 la posey6 con un
ardor brutal y ella fu6 la exaltada gozadora de siempre.
5610 cuando fumaban sus cigarrillos, a medio vestir, hablaron de algo que no era directamente el placer
del amor.
--Y
a1 fin -pregunt6 M6nica-,
~ c 6 m ovan tus
asuntos? ATienes ya seguro algOn trabajo para quedarte?
Julio se recost6 en el divan y lanz6 hacia el techa
una bocanada de humo, que form6 un circulo y fu8
elevdndose lentamente.
--Seguro no, porque aun no me he decidido por
ninguna de las proposiciones que me han hecho. No
tengo prisa: escoger6 con calma lo que m8s me convenga.. .
Mdnica se acercb a1 espejo y estuvo mirandose la
frente y palpandosela con la yema de 10s dedos:
-iHum, arrugas! . . . Me estoy poniendo viej a . . .
Se volvi6 vivamente hacia el marino:
-LES verdad que te quedas? jlN0 me engafies! No
sea que me resulte como la cueca:
i A y , amor,
ay, amorcito del puerto,

para siem,
para siempre me has dejado! . . .
Se ech6 a reir. Con la cabellera revuelta, el Cigarrillo en 10s labios y las manos en las caderas, Mbnica,
siempre tan distinguida, tenia un aire de sensual VUlgaridsd.
284

-iC6m0 cambias! -exclam6 Julio-. Yo no sabre
nunca cuhntas mujeres hay en ti.
-Y eso es lo que te harh quererme siempre -repus0 ella, beshndolo-. Cada dia yo me hark distinta,
para que mi amo y sefior no se fatigue. iLOS hombres
necesitan la variedad! ‘Fa me engafiarhs conmigo misma.
El resto de la tarde pas6 entre risas y ternuras. Los
dos estaban de buen humor.
Sin embargo, cuando se separaron, el capithn Moreno se sinti6 repentinamente desasosegado, y, en vez
de ir a1 “Bote Salvavidas” en busca de 10s amigos, corn0
se habia propuesto, subid lentamente a pie hasta su
casa.
Anunci6 a Eugenia su resolucibn de partir n la Anthrtida y estuvo discutiendo con ella 10s problemas
domksticos que planteaba su viaje.
Hablaron hasta tarde y a1 dar las .buenas noches,
Julio advirti6 a su lhermana:
-jAh, se me olvidaba! . . . Si ves a Mdnica Banders
no le digas nada de mi partida. Si te pregunta, dile que
no sabes, que me has oido hablar de guedarme en Valparaiso.
Eugenia era demasiado >surrXisapara pedir explicaciones. Se fur! a su cuarto en silencio.

.

265

X V

OCHO DIAS m8s tarde, bajo una luz fria y gris, como es con frecuencia la de las mafianas primaverales
en Valparaiso, el ancla del “Alcatraz”8e hundi6 por Qltima vez en el agua de la bahfa, no lejos del fondeadero
be las goletas langosteras. Un hombre, singando en un
viejo cascardn inundado casi hasta la mitad, amarrd la
espia a la boys y se alej6 con su boga pausada. El graznido de las gaviotas, a pesar de su acritud, no desentonaba dentro de la dulzura del sire y del color. Desde
el dique flotante llegaban ruidos de martillos y de maquinas.. .
El “Alcatraz” qued6 inmovilizado con amarras que
s610 se soltarian dos semanas m8s tarde, cuando el barco pusiera rumbo a1 sur, a1 mando siempre de su antiguo capithn Julio Moreno, que habia firmado contrato
con la Compafifa Ballenera Anthrtica por cinco aAos.
Don Santiago Santelices habia ya hecho entrega de 10s
barcos -el “Alcatraz” y el “Re1icano”- y sdlo se e’speraba que este Qltimo saliera del dique, donde habfs
entrado a carenarse, para que la pequefia flotilla pusiera rumbo a1 sur.
La tripulaci6n que acompafiaba a1 capittin Moreno
a 10s mares australes era la misma de sus expediciones
frente a la costa de Valparaiso, salvo el piloto: tlon Antenor Brito se quedaba en el puerto como capittin de
un remalcador. Martin ocupaba su puesto.

Cuando el viejo se hubo enterado de la dechibn de
Julio, fue a estrecharle la mano.
--.iBien hecho, bien hecho! No podias dejar tu barco. iUn arponero como tu!. , . Vas a ganar mucha PI%-

ta. L o que me duele es separarme dcp ti.
a e p a r a d o s , per0 siempre hermanos -afirm6 el
capitan-. Usted, don Ante, no tiene mas que mandarme una palabra y yo estare a su lado para darle el ].le.
llejo si es necesario.
Ahora, en la manana gris, 10s 30s hombres desembarcaron juntos en una lancha que habia ido a busCarlos y que traia el cofre de don Antenor Brito, COfre
que durante aAos habia tenido su lugar fijo a bordo del
“Alcatraz”. El viejo estaba emocionado, a pesar de que
no queria demostrarlo y d e que no se habia deSpedidQ
de ninguno de 10s hombres de la tripulacidn, a 10s cuales seguiria viendo en el puerto’hasta el dia de la partida. Per0 10s hombres se hallaban todos-en cubierta,
riendo y alborotando, y cuando la lancha se apart6 del
costado, Martin se quit6 la gorra, la agitb en alto y
gritb:
-jViva el piloto Brito!
-iViva! -respondi6 la tripulacibn entera. La slrena del “Alcatraz” prolong6 el saludo.
El viejo, que se hallaba de pie, alzb 10s brazos. Luego se sent6 y se quedd contemplando el barco que abandonaba para siempre. Dos gruesas lagrimas corrian por
sus mejillas y 61 no trataba de disimularlrts. La sirena
volvid a sonar, lejos ya.
-iNunca volvere a pka,r su cubierta!, jnunca miis
subire a sp cofa! -dijo con una voz estrangulada por
la emoci6n, y luego, como avergonzado de su debiliAad,
volvi6 la espalda a1 “Alcatraz”. Sus gruesos dedos se
afanaron con el papel y el tabaco hastn que el cigarrillo empez6 a humear en la comisura de sus labios.
Moreno canternplaba en silencio a1 viejo lobo que
iniciaba su retirada. Ahora abandonaba el bafco de alta
mar por un remolcador que cada tarde lo depositaria
en el puerto; despues abandonaria el remolcador por el
267

muelle, y m b tarde la tierra se apoderaria de 61 definitivamente. jLa tierra rnezquina, sbrdida, enemiga de
la libertad!. .. iAh, per0 tal vez el viejo prefiriera no
entregarse nunca y morir con 10s zapatos puestos sobre
un puente azotado por el viento sur!. . .
Llegaron a1 muelle. El mismo piloto pas6 un cab0
en torno a su ccvfre y 6ste fu6 izado por una polea. Un
hombre gordo lo recibid y lo pus0 sobre el lomo de un
asno. Moreno salt6 a tierra y se qued6 contemplando a1
animal que se alejaba con su cdrga, seguido de don Antenor Rrito. El piloto caminaba lentamente, con su balance de babor a estribor, arrastrando 10s pies, como si
ya no tuviera fuerzas para despegarlos de la tierra, que
habia empezado a apoderarse de el.
Cuando Brito desaparecib, Moreno se pus0 en camino a su vez, tambien con lentitud y desgano. IEl todavia pertenecfa a1 mar, 61 todavia era libre y, seguramente, lo seria por muchos aiios; pero, Lno habria
preferido en el fondo de su corazdn la tierra y la esclavitud, es decir, M6nica? &No habria estado feliz vienclo
su cofre de marino cargado en un viejo fiacre y alejhndose, dando tumbos, hacia el cerro Barbn, tierra adentro y para siempre?
Hizo un gesto como para quitarse un peso de 10s
hombros y apresur6 el paso. Un cuarto de hora despues
discutia con el proveedor, don Atilio Buonagamba, sobre las provisiones para el “Alcatraz” y el “Pelicano”;
media hora mhs tarde examinaba 10s arpones reci6n
recibidos, y a las cinco, junto con el gerente y otros
altos empleados de la Compafiia Anthrtica, bebbia unos
tragos en un bar de la calle Prat, conversando sobre
detalles de la futura organizacion en el sur.
Aquellas preocupaciones le hacian olvidar completamente a Mbnica. Cuando cuidaba 10s detalles del pr6ximo viaje o defendia sus principips formado,s en la
prkctica contra las vagas teorias de 10s hombres de nagocios, Julio Moreno era solamente un capithn arponero que iba a confinarse cinco aiios en la Anthrtida para
ganar una pequefia fortuna, y no para satisfacer 10s
268

caprichos de comerciantes, muy habiles en el manejo
de acciones, per0 que no habian visto jamas una ballena. Julio argumentaba y exigia sin que jamas la
imagen de M6nica viniera a distraerlo o a debilitar sus
palabras.
A las seis y media el grupo sa116 del bar. Las altimas oficinas cerraban sus puertas y la calle comercial
iba despoblhndose rhpidamente. Las cortinas de hierro
de algunas librerias y casas de antiguedades descendizn
estrepitosamente; s610 ante una cigarreria se detenian
algunos hombres, y en torno de ellos un suplementero
giraba ofreciendo 10s diarios de la tarde, como un ave
monstruosa que agitara sus blancas alas.
La 'calk estaba ruidosa de motores que se ponian
en marcha. El gerente ofreci6 a Julio llevarlo en su
coche; pero el marino no acept6. Hub0 apretones de
manos, y cuatro autom6viles partieron, tres hacia ViAa
y uno hacia el Puerto.
Julio fue a tomar el ascensor para el Cerro Alegre.
Cuando lleg6 a1 Paseo, Mdnica no estaba aan alli.
Se habfan dado cita para las siete y faltaban todavia
algunos minutos. Julio se sent6 en un escafio, satisfecho de poder divagar.
iPobre M6nica, tar, confiada que estaba en que e1
se quedaria en Valparaiso! . . . A 61 le repugnaba mentir; per0 la vida obliga a veces.. . iTan bonita, tan
buena muchacha! . . . &Queiria a hacer cuando supiera
que 61,se habfa marchado? iQU6 golpe! . . . iPobre M6nica?.. .
En el amor mas tierno hay siempre cierto fondo de
lueha, y 10s amantes mas completamente entregados
uno a1 otro son slempre un poco rivales. Julio Moreno,
a1 compadecer a M6nica, experimentaba oscuramente
una impresi6n de triun'fo. iPobre Mdnica! El la abandonaba . . ., adorhndola. i Pero la abandonaba! . . .
El Paseo estaba casi solitario. ~Loschalets miraban
al mar a traves de pequefios jardines separados por barandas verdes y blancas. En uno de esos jardines jugaban dos niiios rubios; en otro una mujer leia, tendids
269

en una silla de lona. En la puerta del chalet de la esquina un viejo, en mangas de camisa y fumando una
gran pipa, hacia jugar a un perro policial lanzhndole
una pelota. De una ventana abierta hufa la mdsica de
una radio:
Tzi,

solamente tuuuu.. .
decia la canci6n fiost&lgica, la canci6n del amor dnico

y perdido. . .

\

El capitan se acomod6 en la barandilla. El mar ondulaba apenas y 10s reflejos rojos y amarillos del sol
poniente le entristecfan lo mismo que la policromfa
melanc6lica de las linternas encendidas en una fiesta
lejana. Julio vi6 la manchita negra del “Alcatraz” y
volvi6 10s ojos haccia 10s eerros. Los cristales brillaban
y la tierra roja de las quebradas parecfa absorber 10s
matices mA.s sutiles de las dltimas luces. AquCl continuarfa siendo el pafsaje habitual de M6nica; per0 para
el dejaria de existir junto con ella. M6nica y Valparaiso se le confundian en el alma, le sangraban por igual
con esas desesperadas luces rojas y amarillas del crepusculo. iM6nica y Valparaiso! . . . iAdi6s, acaso para
siempre! . . .
La vi6 aparecer en el extremo del Paseo. Desde lejos le hizo un gesto alegre y C1 fue a su encuentro. EStaba linda, con su traje azul oscuro muy cefiido a1 talle
y que le modelaba muy bien 10s senos, con su sombrerito sencillo, del cual se escapaba el pelo dorado oscuro.
Se sentaron en un banco frente a la bahia.
-All1 est& el “Alcatraz” -dijo ella, mostrando la
pequefiita - mancha negra.
-Si; ahi est&
--iCu$ndo parte?
-Dentro de unos diez o quince dias.
-LY tQ?
El la mir6 a 10s ojos y respondi6 sin vacilar:
-Lo que te dije: me quedo con Sotomayor y Bianchi, como jefe de bahfa.
270

F

M6nlca ssstuvo amorosamente la mlrada del marlno. A1 cabo de un instante este se inclln6 y le bes6 !as
manos.
-Me hablas dlcho que no encontraban capitan arponero para el “Alcatraz” -aventur6 ella.
Julio respondi6 lentamente, casi sin retirar 10s labios de las manos de su amiga:
-Ahora han encontrado uno.. . Es un noruego que
tornth8 el buque en Punta.Arenas.
-LEn Punta Arenas? LY qui4n HevarA el “Alcatraz” hasta all&?
-L&uibn?. .. No s b . . . Creo que Qristavson.. .
-iAh, Qustavson! . . .
--Si; ese finlandes grande con qulen fuimos una
noche a “La Estrella Solitaria”. LTe acuerdas?
Ella se acordaba muy bien y se pus0 a ihcer comentarios de aquella nbche y 8 refrse de las ocurrencias
del capitAn Qustavson.
Mdnica estaba ale$re y su conversacibn fu&de una
cosa a otra con una volubilidad que Julio casi no le
conocia. Eran ya las ocho y media cuando bajaron a1
plano y se despidieron, dandose cita para el dia siguiente en casa de la modista en V1Aa.
Ella se dirigi6 a la Avenida Brasil, a cas& de amigos,
donde comia esa noche en compaAia de Ray, y Moreno
fuc! caminando hacia el puerto.
En el restaurante del “Bote Salvavida-s” habia poca
gente. En una mesa el doctor Varela comia solo. El marino, cabizbajo y de mal humor, se sent6 frente a1 medico, pidlb un pedazo de jambn y se lo comi6 acompaRad0 de casi un litro de vino.
+Parece que las cosas no van muy blen -dijo Varela, que lo observaba con curiosidad.
Julio empez6 pop afirmar que todo marchaba ma- .
ravillosamente; luego prorrumpi6 en maldiciones a eausa de la mala calldad del jambn, y termin6 por confesar
que el mentir a Mdnica lo ponia de mal humor, que el
haber inventado esa historia de que el “Alcatraz” partia a Punta Arenas a1 mando de Qustavson le hacia
271

sentirse como disminuido, como culpable de algo. . .
Varela se rmc6 el ment6n y despues de beber varios
vasos de vino declar6 que, en efecto, lo que Julio Moreno estaba haciendo era una comedia indigna de un
hombre.
-Te est& portando como un gtgoZ6, vlejo - d i j o ,
medio en serio, medio en broma-; mintiendo a las mujeres que son leales contigo.
-LY quC voy a hacer?
El doctor Varela creia que Julio debia decirle francamente a M6nica que se marchaba. LQuerfa abandonarla sorpresivamente para vengarse de ella, porque
acaso M6nica tenia algo que ver con el golpe del Cara
de Doctor y de IBernardino? Aunque Roy hubiera estado mezclado, LqulC culpa podia tener la mujer? Y Bunque asi fuera, el dislmulo de Moreno, el 'engafio, eran
indignos,
-iBah, la cosa de Bernardino es cosa pasada! replic6 Julio-; ya ni me acuerdo de eso. Lo que hay es
que yo pens& sinceramente quedarme en Valparaiso, y
asi se lo prometf a M6nica. i Q U t ! tonterla!. . . iComo
si yo pudiera dejar mi barco y la caza! . . . Ahora no
puedo desengafiarla, no puedo decirle que soy incapaz
de cumplir mi promesa.. . iPhbre M6nica! Ha sido tan
buena conmigo; me quiere, y yo no tengo valor para
verla sufrir.
Varela no estaba de acuerdo; la actitud de su amigo le parecla una bellacada. Como estaban sentados uno
frente a1 otro, el medico tendid su brazo y apoy6 el
fndice sobre el pecho del marino, diciendo:
-Valiente con 10s cucihilleros y cobarde con las
muj eres . . .
4Bueno: cobarde, si quieres llamarme asl. T b no
puedes comprender. Los mMicos saben arreglarse muY
bien en medio de 10s sufrimientos y de 10s llantos; saben consolar. Per0 10s marinos no sabemos nada de
eso. i&uC hago yo con una mujer que Ilora? iPrefier0
tener delante diez gallos armados de cuchillos! . . .
272

*

-Luna mujer que llora? iY si le anuncias a M6nica que te vas para siempre y no llora?
Julio interrumpi6 tan bruxamente el ademan con
que se llevaba a 10s labios la copa de vino, que una
buena parte del lfquido se derram6 sobre el mantel. Se
qued6 mirando a1 medico con la mano en el aire y una
expresi6n.de asombro tal, que Bste se ech6 a reir.
-LY si no llora? -repiti6 Varela, tosiendo de la
risa.
Moreno se arranc6 de su estupefacci6n con un violento esfuerm.
-iTd esths loco, doctor; tQ no sabes lo que dices!
iM6nica est& muy enamorada de mi y mi partida sera
un golpe horrible para ella! Y lo peor es que yo tambidn
la quiero. iA bordo, en medio de mi trabajo, no pienso
en ella; per0 apenas desembarco necesito verla, tocarla!. . . ~1C6moCrees que no va a llorar?
El medico hizo un gesto vago.
-itBah -replicb, las mujeres son tan raras!
Los dos amigos quedaron en silencio. El mozo levant6 10s platos y coloc6 sobre el mantel las tazas de
cafe. Yarela echaba bocanadas de hum0 hacia el techo
y Moreno sacudla obstinadamente su cigarrillo en el
cenicero. Pasaron as1 largos minutos, hasta que el marino pregunt6:
-6Por que piensas tQque mi partida puede ser indiferente a M6nica?
-Yo no he dicho eso.
-Has dicho que tal vez ella no llore ... .
-LY por que te empenas en que llore? Tal vez liore y tu partida le sea sin embargo indiferente; tali vez
no derrame una lagrima y se muera de pena. . . TII.sabes: "En cojera 'de perro. . .''.
-M6nica no hace nunca comedia; es sincera.. .
-Yo la conocia en otro tiempo; me pareci6 una mujer poco dada a las sensiblerfas y a 10s lloriqueos; una
mujer de mucho temple.
-Lo es; per0 el que yo la abandone tendra que resultar un drama para ella.. .
273
Mlinica.-lS

El mMico no respondid y Moreno se quedd mirandolo en una actitud de expectaci6n. Como su amig0
parecia no darse cuenta de que esperaba algo de C1,
Julio insisti6:
-Td no lo crees, jeh?
Varela bebi6 su dltimo trago de cafe, se limp16 cuidadosamente 10s labios con la servilleta, se acaricid el
pequefio mostacho colorin y dijo:
-Me parece que comprendo lo que te ocurre, mi
viejo Julio. Ta no te atreves a confesar a Mdnica que
eres incapaz de cumplir tu promesa, que te vas porque,
con todo el amor del rnundo, tQ no puedes vivir sin t u
trabajo de marino, de ballenero. Muy bien. Para justfficar tu cobardia has encontrado el dolor de Mbnica,
su desesperaci6n y su Ilanto. “NO puedo verla sufrir
-dices-.
No puedo anunciarle mi partida, porque se
echarh en mis brazos bafiada en lhgrimas como una
loca.” Ahora, con lo que yo te he dicho, te asalta la
duda de que ella no llore. Entonces, Len que queda tu
piadoso stlencio? iNada mi& que en un gesto de cobardia, mi pobre vfejo!
-iBah, cbmo complicas las cosas!
Julio Moreno se encogi6 de hombros despectivamente. (Luego golpe6 las manos y cuando el mozo se
acerc6 pidid dos coflaques. Varela lo observaba con un
chispazo de m l i c i a en 10s ojos.
--Tit crees que yo soy un Don Juan como td, que
yo gozo con intrigar a las mujeres y d a m e aires de
hombre fatal.
Habia hablado el marino con tanta acritud, que la
expresi6n maliciosa se acentu6 en el rostro del medico.
4 N O te pongas de mal humor, mi viejo -respandi6-. 86 que no eres un Don Juan. LY yo?. , . Bueno,
si td te empebas, aceptemos que yo lo sea; per0 D m
Juan o no, todos somos un poquito vanidosos y egoistas.
Cuando sufrfmos por amor nos sentimos menos desgraciados si la “parte contraria” sufre tambien. Lo anico
terrible en amor es sufrir solo. . .
En ese momento 10s capitanes Gustavson y Artigas
274

.

entraron en el comedor y a1 ver a 10s dos amigos se
dirigieron a su mesa. Moreno se pus0 inmediatamente
de pie.
-Me voy - d i j o .
-LPor que? iQuC te ocurre?
-No estoy con &nimo de charlar.
Y a pesar de todos 10s esfuerzos de sus amigos, especialmente de Gustavson, que tenia dos o tres nuevas
, historias que contar, Julio Moreno se despidi6.
-iChao, chao! . . . No puedo quedarme. . . ilmposible!
Y sali6 casi a la carrera.

275

+

EL TIEMPO transcurrid a un ritmo endiablado.
Moreno trotaba el dla enter0 de un extremo a otro del
puerto, ocuphndose de 10s preparativos para la partida,
y cuando por la noche se echaba agotado en la cama, le
venia de pronto la idea de una diligencia olvidada, de
un detalle que no habia puesto en claro con el abastecedor, con alguno de 10s empleados de la Compaiiiia
Anthrtica; con el ingeniero que debia llevar 10s repuestos esenciales, porque allh, en las soledades del
sur.. .
Muy rara era la tarde en que no se encontraba con
Mbnica. A veces iban a caminar por el Cerro Alegre o
por el Paseo Alemania o a beber el aperitivo en algdn
bar de barrio apartado, donde estaban seguros de no
encontrar gente conocida. IPero oasi siempre se reunlan
en ViAa del Mar, en la trastienda de la modista, y sus
citas eran’ardientes y prolongadas. Cada vez Julio descubria en su amante nuevos acicates para su deseo, sin
pensar en 10s pocos dias que le quedaban a su lado.
Cuando en la penumbra del cuarto tenia en sus brazos
aquel cuerpo dorado e insaciable que se multiplicaba
en caricias, su conciencia se anulaba para todo lo que
- no fpera su lujuria. Aquellos momentos, eternos y absolutes, sg soldaban sobre su vida como un caparaz6n
de placer. Ni un ray0 de luz exterior se filtraba para
hacerle medir lo absurd0 de su situaci6n y lo efimero
276

de su goce. Julio se separaba de su amante medio ebrio,
sin ganas de pensar en nada, y cuando volvia a encontrarla, ‘era tal su ansia de poseerla y de prolongar
las caricias, que la imagen de M6nica rechazaba toda
otra preocupaci6n, S61o algunas noches en su cuarto,
fumando el Qltimo cigarrillo y recordando la ternura
Y el ardor de su amante en la cita reciente, venia a su
espiritu la inminencia de la separaci6n, y entonces
murmuraba: “iPobre, mi amor; pobre, mi linda!”
Julio no pensaba que en pocos dias m&s iba a empezar a vivir sin ella, a vivir sin mujeres. La Antarticia
se le representaba s610 como el lugar de su trabajo, y
en su trabajo no habia nunca mujeres. Alli no importaban nada m&sque el “Alcatraz” y las ballenas. Tampoco comparaba sus pescas frente a la costa de Valparaiso y su escala en el puerto cada semana, con lo que
seria la pesca dentro del circulo polar antartic0 y 10s
rneses y acaso afios de mar y hielo. isu oficio de capitan
arponero tenia para 61 un valor independiente del lugar en que se ejercia. Julio Moreno no hacia comparaciones, no imaginaba el porvenir, no analizaba. Geguia
su destino y se conformaba con 10sdias de su vida.
Por las noches, despues de trabajar ihasta tarde y
de beberse un trago con 10s amigos, llegaba a su cuarto.
La ventana estaba abierta y en sus cristales se reflejaba ‘el chisperi,o de las luces del’ puerto. Julio se acodaba en el alfeizar y encendia un cigarrillo. De la Estaci6n del Bar6n subfan 10s humos negros, 10s chorro:;
de vapor blanco y un rumor sordo de trenes. A lo lejos,
un pitazo, una campana; a veces, por el camino de
Vifia, un cor0 de trasnochadores, en un autom6vil a
gran velocidad. Ruidos ‘que la noche disfrazaba de melancolia y de misterio, en que Valparaiso ponia todo lo
que hay de fugitivo y de errante en un puerto.
Entre esas luces, entre esos ruidos, en la atmdsfera
fresca de 18 noche primaveral, a1 otro extremo de Valparaiso, en el perfume marino de Playa Ancha, estaba
M6nica. Julio pensaba en ella y de pronto sus rasgos
se le borraban. Hacia esfuerzos lpor evocar su rostro
277

’con precisidn y no lo conseguia. Era intitil que imaginara su boca grande, su pel0 dorado oscuro, sus ojos
claros. Aquellos elementos dispersos no podian componer el rostro adorado. Mdnica se borraba, como escamoteada por la noche, como derivando ya en la profundidad del tiempo y del olvido.
“iPobre, mi amor; pobre, mi linda!”
Julio disparaba el cigarrillo a la avenida y se metia
en la cama. iCuantos detalles faltaba solucionar para
el viaje! A ultima hora dos marineros anulaban sus
contratos, alegando, con certificados medicos, su incapacidad para afrontar las temperaturas polares. iY si
no fuera mas que eso! . . .
x
Y

.
Y

A cada cita Mdnica acudia alegre y radiante. Nunca en esos dias Julio not6 las actitudes desencantadas
de otro tiempo. IDesde que interrogara a1 marino en el
paseo del Cerro Alegre y Cste le afirmara que se quedaria con Sotomayor y Bianchi en Valparaiso, no habia
vuelto a hacer ninguna pregunta, y Julio se habia
guardado bien de rozar el tema. Algunas veces ella
mostraba su confianza aludiendo a la vida que 10s esperaba, a1 cuartito simpatico que podrian arreglar en
un cerro para evitnr 10s viajes a Vifia. iSeria tan agradable tener algo intimo, adornado con algunos objetos
escogidos por ellos mismos! . . . 1431marino la escuchaba
en silencio o respondia con monosilabos; per0 Mdnica
no pareci?. notar la actitud desganada de su amante y
su charla saltaba alegremente a otro tema.
Una tarde, en el momento en que Moreno bajaba
del autobus en Vifia para irse a reunir con Mdnica en
la tienda de la modista, un pensamiento que hasta entonces habia rechazado con obstinaci6n se apoder6 de
ski cerebro como un, animal armado de tenazas se apodera de una dkbil presa: “Hoy la veo por ultima vez”.
Hasta ese minuto 81 no ihabfa querido aceptar pla%o ninguno. Si ya le habia asaltado la idea de que le
278

quedaban pocos dias junto a su amante, habia multiplicado aquellos dfas en horas, habia vertido aquellas
horas en el espacio, en el incierto futuro imposible de
prever. Ahora no habia futuro: aquellas horas incontables se habian consumado y ningdn acontecimiento
imprevisto habia desviado el destino. El plazo cahia ya
en el cuadrante del reloj y el sol que se ponia era el
dltfmo.
La certidumbre se apoder6 del cerebro y del alma
de Julio. El animal nrmado de tenazas ahogaba su presa. El rnarino ech6 a-andar a grandes pasos; pero luego
se detuvo y continu6 despuCs kntamente, como si asi
lograra retardar lo inevitable.
Junto a ella no tuvo que fingir. Besde que la tuvo
en sus brazos no existi6 para 61 sino la furiosa lucha
por llegar a1 fondo de un placer que sabia insondable.
Ella tampoco se saciaba, y su lujuria activa y alegre
perseguia actitudes complejas y la hdcla reIr a veces
con grandes carcajadas.
5610 cuando se acercaba el momento de prepararse
para partir, Mdnica se mostr6 menos exuberante. Se
alz6 desnuda sobre Julio, que estaba tendido de espaldas en la cama, lo bes6 largamente en la boca y le
revolvid 10s cabellos.
-Dime, Lme quieres?
-iTe adoro! -murmur6 61, tratando de atraer otra
vez el rcxstro suspendido sobre el suyo. Pero ella resisti6
a la presi6n y se mantuvo sobre su amante mirandolo
fijamente a 10s ojos.
-jTonto, mi gran tonto adorado! -dijo con voz
grave.
El la tumh6 sobre el lecho y la cubri6 de besos.
Era ya muy tarde cuando terminaron de vestirse y
salieron. Tras ellos la modista baj6 la cortina de hierro
de la tienda, y, como M6nica no habia traido el autombvil, echaron a andar. Llegaron hasta el estero y caminaron a lo largo del parapeto. La noche ihabfa caido,
un viento fresco sgitaba las hojas de las palaeras y las
luces se reflefaban largamente en las aguas quietas. El
270

sitio estaba solitario; 10s rumores del viento y del mar,
que mugfa a1 otro lado de las dunas, daban un ton0
tristt? a la noche ligera. De tiempo en tiempo pasaba un
automdvil a gran velocidad, con un roce sordo de neumaticos sobre e! asfalto. En las ventanas iluminadas de
las quintas y de 10s palacetes, tras 10s visillos, se veian
cruzar sombras vagas y brillar ' lamparas suntuosas o
grandes pantallas de colores dulces. Vifia del Mar, antes de la estacidn veraniega, vivia su propia vida, de
interiores confortables, de reuniones elegantes y tranquilas. La ciudad tenia una extrafla actitud de secret0
y de retraimiento.
Julio Moreno iba silencioso oyendo la voz de M6nica, per0 sin saber lo que decia. El fresco desolado de la
noche y laihumedad del mar invisible le penetraban
bajo la piel. A1 llegar a la Avenida Ecuador ella se
detuvo.
-Bueno, amor -dijo con voz alegre-, hasta aqui
no m8s podemos ir juntos.
El suplicd:
-No nos separemos todavia. Puedo acompafiarte
un poco m&s; nadie nos vera.
-No, no -replied ella, haciendo un gesto picaresco-. iNada de imprudencias! No olvides que hay que
tomar siempre pbecauciones. Lo primero en la vida ea
preverlo todo para no dejarse sorprender por nada.
8 e echd a reir y cogiendo a su amante del brazo 8e
apretd contra #el.
-iMira que estoy fil6sofa! iNo te parece raro?
El sonri6 tristemente, apretandola contra su pecho.
-i Separemonos aqui! -exclam6 Mdnica-.
iRApido; ya es muy tarde!
Hizo un gesto nervioso y se desasi6 del abrazo. Luego volvi6 hacia 61 y le ofrecid su boca. Se besaron larb
gamente.
-LMe telefonearks mafiana? -pregunt6 ella.
-Si; naturalmente.. .
--LA que hora?
-A mediodia.

F

Julio quiso oprimirla de nuev6, per0 ella lo apart6
-iNO, no; es muy tarde!
Todavia un beso ligero y se separaron.
-Hasta mafiana, mi vida -dijo el marino.
-Adi&,
mi amor -respondi6 ella.
mGir6 rhpidamente y ech6 a andar hacia la Calk
SchrBders. Moreno se apoyd en el parapeto del ester0
y se qued6 inmbvil, mirando la silueta esbelta y rhpidlt
que atravesaba zonas de luz y de sombra, que se aclaraba y se esfumaba alternativamente, hasta que uno de
esos pozos de oscuridad la enoerr6 para siemprs. E:aper6
todavfa escrutando la lejanfa de la calle, per0 ya no
volvid a Clivisarla. Entonces se pus0 en marcha, siguiendo el mismo camino, primero despacio, luego a toda la
velocidad de sus piernas, con la esperanza de dark
alcance . . .
Per0 Mdnica habia desaparecido. Moreno llegd a la
calle Viana, dej6 pasar dos autobuses y escudriflb a ~ n .
Despues hizo sefias a1 tercer0 y se embarc6 en direccidn
al puerto.
En el “Bote Salvavidas” lo esperaban 10s amigos.
El doctor Varela, Gustavson y el piloto Brito estaban
ya ante una mesa cubierta de botellas en el comedor
particular, bastante “puestones”. El finlandes interrumpia con cuentos verdes 10s discursos del medico,
a quien el alcohol habfa colocado en un plano de filosofia donjuanesca y esceptica.
-El verdadero conocedor de una cosa -decia Varela-, el que sabe gozar de ella, no est&siempre probando uno solo de sus aspectos. Asi, por ejemplo, el que
sabe beber no toma toda su vida el mismo vino, ni e+
que ama la poesia lee eternamente el mismo poeta.
Cambian, analizan, comparan, para que su amor sea
cada dia mBs refinado y completo. Asf, el que tiene la
pasidn de la mujer no puede vivir entregado a una
sola; tiene que conocer el mayor namero posible, puesto que s610 asi lbgarh a entrar en contacto intimo con
el arquetipo femenino.
281

I

El corpachbn del capitln Gustavson se convulsionaba de risa.
-Di francamente, doctor, que lo que tb quieres es
acostarte con el arquetipo.
Varela removia apenas en una sonrisa desdefiosa
su bigotfllo colorfn.
-Yo soy un epicbreo, Gustavson; tllt eres un cachalote.
El piloto Brito no participaba de la discusidn y se
man tenia, como de costumbre, tranquilo. gin embargo,
cuando aparecid Julio Moreno ~2116sus voces a las de
sus compafieros para saludarlo.
-iViva el conquistador del Polo Sur! ... iHurra
por el rey de 10s pingiiinos! . . . iSalud a1 capitan general de la Anthrtida!
Se abrazaron, trincaron, cantaron en coro, armando un alboroto que him acudir a varios socios del “Bote
Salvavidas”, todos amigos de Moreno y enterados ya de
su prdxima partida.
El viajero tuvo que beber con cada uno de ellos la
copa del adi6s. &an las cuatro de la manana cuando
el grupo bullicioso, amontonado en un enorme y viejo
Hudson descubierto, lo deposit6 en la puerta de su casa.
Moreno entr6 rapidamente y cerr6 tras si para cortar
las estrepitosas despedidas.
8e acost6 y se durmi6, con su sueno disciplinado
que no dejaba jamas de obedecerle. Hora y media mhs
tarde ya estaba bajo la ducha fria. Mientras se vesstia
oia a Eugenia moverse en el comedor preparando el desayuno. Para la hermana, aqutS11a era una de las tantas
separaciones y no la entristecfa demasiado. Hablaron,
rnelanc6licos, sin embargo, a la luz espectral de las lamparas, que se ahogaban en la clariciad del amanecer,
hacikndose recomendaciones y encargos mutuaments.
Como el dia anterior Julio habia enviado todo su equipaje a borda, no tuvo que llevar consigo m8s que una
pequefla maleta. Salic) a la puerta y bes6 a Eugenia,
que habla *echado sobre sus hombros una chalina a
282

grandes cuadros negros y verdes, y que permanecid inmdvil mirkndolo al-j arse.
E1 amanecer era frfo y gris. Julio bajb en pocos
minutos hasta la avenida y allf detuvo a un taxi.
-A1 muelle Prat.
El vehiculo echd a correr. Los largos muros de la
Estacidn del Bar611 parecian mAs leprosos en la humedad del alba. Tras ellos subfan humos lentos, como
adormecidos. Llegaron a la Avenida Brasil, cubierta
por una niebla fina. Julio miraba desfilar las faclhadas
y 10s jardines con la sensacidn de que sdlo en ese momento descubria el verdadero caracter de cosas tan
familiares. LCukndo volveria a ver todo esa? Baj6 el
vidrio de la ventanilla y el olor frio de Valparafso le
penetrd exactamente como en las mananas de su infancia. Le parecfa respirar la esencia secreta de su
vida. El taxi corrfa en silencio y alcanzaba ya la Avenida Errhzuriz. El pavimento recikn lavado espejeaba
glauco y melancdlico bajo la luz gris. Todas las puertas
estaban cerradas. En las esquinas, 10s carabineros se
perfilaban masivos bajo sus ponchos de Castilla.
En torno a1 monumento a 10s HCroes del 21 de Mayo habfa algunos pequefios grupos. Wn vendedor de tortillas atrafa algunos clientes, 10s hombres mpateaban
para desentumecerse. Por la calle Blanco desemboc6
una golondrina, tirada por dos grandes caballos, con
un estrCpito de hierr0 bambolean te.
En el p6rtico de la ‘Estacidn del Puerto 10s “gorras
coloradas”, 10s suplementeros ;y 10s conductores de carros y camiones empezaban a Egitarse. El taxi se detuvo a la entrada del muelle y Moreno bajd con su
maleta. Los carabineros de guardia, que le conocian mucho, lo saludaron:
-LA la ballena, capithn?
-No; me llevo el “Alcatraz” a Punta Arenas. Vamos a cazar a la AntArtida.
-Buen viaje, buena suerte.

-Gradas. Adibs.
Los carabineros llevaron la mano a la visera de sus
0

283

,

gorras. Bajo sus ponchos parecfan osos de movimientos
pesados.
A1 acercarse a1 embarcadero, Julio vi6 la gran siliieta de Gustavson que lo esperaba. La voz ,del finland63
son6 en la bruma como el mugido de la ,boys del Buey.
-iQu6 hubo, guacho! LTodo est& listo?
-Todo. LHan llegado mis hombres?
Jose Cardoso subia en ese momento la escalera del
embarcadero, a1 pie de la cual se hallaba el bote del
“Alcatraz”, con el Rucio Aldana.
-iAqui estamos, capitfin! Buenos dlas.
-iEl liltimo trago, Julio! -bram6 Gustavson-. iEl
dltimo que tomaremos juntos hasta unos cuantos afios
m&s!
-iEl liltimo trago!
Los dos marinos se asestaron grandes palmadas en
la espalda, riendo, y se encaminaron a1 “Bote Salvavidas”. Moreno habla entregado su maleta a Cardoso. ,
-Brit0 debe de estar por llegar -dijo el finlandes.
-Lo que me apena es separarme de 61 -rsespondi6
Julio. Y apenas pronunci6 la frase sinti6 el coraz6n como agarrotado por la monstruosidad de su traici6n: lo
linico que le atormentaba era separarse de su viejo
compafiero de correrias. iY M6nica, que lo amaba; M6nica, la mujer m8s hermosa y m a fina que se habia
entregado a 61, que confirtba en el y a la cual 61 habia
engafiado? Una infinita piedad por su amante lo domin6 hasta el punto que no oy6 la conversaci6n de
‘Gustavson ni sup0 c6mo llegd hasta la puerta del “Bote Salvavidas”. iPobre M6nica, que esa misma tarde se
encontraria desamparada, tanteando en las tinieblas,
como un ciego, en busca de ese amor perdido para
siempre! . . .
La mano de Gustavson se apoy6 en su hombro y lo
empuj6 puertas adentro del “Bote Salvavidas”, con la
rudeza de todos 10s gestos del gigantesco finlandss.
-iEl altimo trago!. . .
Hacia frlo. En el pasadizo, sobre 1; conchuela que
tapizaba el suelo, contra las paredes de madera, pare284

cia pegada la fina neblina de la manana. Los pasos de
Qustavson y su vozarr6n sonaban desapaciblemente.
LPor que diablos vociferaba asi ague1 maldito capitan?
Entraron en el sal6n donde se celebraban las reuniones de 10s socios del “Bote”. Ahora que iba a dejar
de verlos, 10s objetos de aquella pieza adquirian un
nuevo valor a 10s ojos de !Moreno. Mir6 con curiosidad
10s retratos amarillentos de viejos marinos, las antiguas fotografias de la rada de Valparaho, 10s catalejos,
10s compases, 10s dientes de ballena. . .
Oustavson sac6 una botella de aguardiente y tres
vasos.
Tomernqs
-Brit0 no tardara
llegar -dijo-.
mientras tanto.
-Me apena separarme de 61 -murmur6 Julio.
-iBah!. . . Cualquier dia Brito y yo nos largamos
para Punta Arenas, y si no te encontramos ahi, ite vamos a buscar a la Bahia DecepcMn!
Moreno, con su vas0 en la mano, se sent6 junto a
la pequeda ventana que daba sobre el muelle. Distraidamente estuvo mirando hacia afuera, hasta que una
silueta que pasaba a lo lejos entre la neblina llam6 su
atenci6n.
-Oye, Oustavson, mira.. . Aqu61, Gno es el comandante Roquebruna, el viejo don Anselmo?
%1 finland6s peg6 su nariz a1 cristal.
A i . . ., es 61. ~ Q u 6andara haciendo a esta hora
ese viejo loco?
Y despub ‘de beber un largo trago agreg6:
-Hacfa tierqpo que no le veia por aqui. El ofro dia
estuve conversando un rat0 con 61. Vino con tu amiga
tan macanuda. iLa suerte del nido, ah!. . . iMiren el
gallo!
Ri6 maliciosamente y di6 una palmada tremenda
sobre el hombro de Moreno. Este lo mir6 asombrado.
+ , C o n mi amiga?
-iSi; con tu amiga!. . . jNO te hagas el leso!
-6Con M6nica?
285

-Si.

Vino con M6nica Sanders, con la mujer de

Roy, que creo que es sobrina del comandante. jPara
que te haces el disimulado?
Julio no comprendla nada. Se levant6 nerviosamen-

te, como ante una amenaza.
-jMbnfca vino aquf? 6TQ hablaste con ella?
-iSf, hombre! Vino aqui con el comandante Roquebruna. iEs decir . . . , no vino expresamente! . . . Pasaban por aqul, nos encontramos y estuvimos hablando
un momentito.
-LDe que?
-iPsch. .., de todo un poco! . . . De ti. ..
Moreno sacudid a1 finland& por la manga derecha.
El resto de aguardiente que quedaba en el vas0 salpic6
la cara de Qustavson. Este protest6:
-iSuelta, animal! jNo ves c6mo me esths poniendo?
-6M6nica te habl6 de mi?
-iNo; ella no! jNo seas fregado, hombre! El viejo
me estuvo hablando de la caza de la ballena, porque se
le habia metido en la cabeza que yo me llevaba el “Alcatraz” a1 sur. iTit sabes que el pobre esth mhs loco
que una cahra!
-jTe pregunt6 delante de M6nlca si td te Ilevabas
el “Alcatraz” a Punta Arenas?
-41.

tit, iquC contestaste?
-jQue iba a contestar? iQue no, qaturalmente;
que tti eras el tapittin y que td te ibas con tu buque!
-LY M6nlca oy6 eso?
-i@laro! iC6mo no iba a oir si esbba con su tfo y
yo le hablaba a1 viejo?... Supongo que no es sorda, jno?
Moreno se dej6 caer en la silla, ante la estupefaccldn de Qustavson.
-iOye! jQue te pasa?
--iCuhndo fu6 meso?
-No S C . . . Harh unm quince dias.. . A ver, espCrate.. . Si; debe Ihacer unos quince dfas.
-iQuince dfas! itPor la grandisima recresta! . . ,
-Y

)

I

286

.

rEl vas0 de Moreno fu6 a estrellarse en un rincdn
de la pieza y la masa enorme de Qustavson se bambole6

bajo las furiosas sacudidas de su amigo, que lo habia
cogido por 10s dos brazos.
-iLe dijiste todo, pelotudo! iTe pusiste a hablar
C O ~ Oun baboso!
Sorprendido, el finland6s se dej6 zamarrear un
instante; per0 no tard6 en amoscarse.
-iYa est& bueno, mi hijito! NO? iCreo que se le
est& pasando la mano! -vocifer6, desprendibndose.
Moreno se dej6 caer nuevamente en la silla y estuvo un instante golpeando el suelo con 10s tacones.
$se movimiento removia comicamente toclo su cuerpo.
AI fin levant6 10s ojos hacia el finlandbs.
-@e, Gustavson: jno me voy!
--~C6rno?
-iNO
me voy; no me embarco! jEntiendes?
Habia hablado a gritos. Se pus0 de pie y empez6 a
pasearse a lo largo de la pieza.
-+No te embarcas? jHasta cugndo piensas quedarte?
-Me quedo para siempre.
-iY el “Alcatraz”?
-iA la mierda!
Qustavson mir6 un instante a su amigo. Luego a126
10s brazos y 10s dej6 caer con ademan desolado.
--iTQ estds loco! T6mate otro aguardiente para ver
si se te pasa.
Como Moreno no Alciera. cas0 de tan prudente consejo, Gustavson llen6 su vas0 hasta eI borde y se lo
bebid de un trago. En ese momento don Antenor Brito
apareci6 en la puerta. Julio se dirigi6 a 61:
-iNo me voy, don Ante; abandon0 el “Alcatraz”!
El piloto siguid avanzando hasta el centro de la
habitaci6n sin comprender. Alli se detuvo domo aplastad0 por la revelaci6n.
-+Que dices? GTe has vuelto loco?
-Completamen te loco -in tervino Gustavson-,
Est& delirando. i Y O no csmprendo nada!
.

287

,

-iNi hace falta que comprendas ni td ni nadie!
-vocifer6 Julio, volviendose h a d a el finlandes-. LPor
que no me dijiste antes que hablas hablado con ella?
El otro se encogi6 de hombros.
-No me habla acordado. ., no le di importancia. . .
-Pero, LquC es la que pasa? -pregunt6 Brito con
voz severa-. iQuC chacota es Csta?
-i Yo que sC! -rezong6 Clustavson, exam<inando
su vest6n-.
iEste idiota casi me ha arrancado una
manga!
Julio se acerc6 a Brito, esboz6 un ademan para dar
m8s vigor a su discurso; per0 a1 enfrentarse con el viejo dej6 caer 10s brazos con desaliento.
+No.. . LPara que voy a explicar cosas que ustedes no comprenderian?
El piloto, sin embargo, parecia resuelto a comprender.
-dDices que-no te embarcas? -prea;unt6 con tono
seco--; Lque abandonas el “Alcatraz”?
4 1 ; no puedo partir.
-LQuC
ha ocurrido para que abandones tu buque
y faltes a tu contrato?
4 H a ocurrido que.. .
Se interrumpi6 Julio, peg6 un manotazo sobre la
mesa y di6 vuelta la espalda a sus amigos, vociferando:
-iV&yanse ustedes a1 diablo! .. . iYO no tengo que
darle cuentas a nadie!. . .
Las faccfones de Brito se endurecieron y su rostro
adquiri6 repentinamente una expresi6n sombrfa. Se
aproxim6 a Julio y tom&ndolocon violencia de un brszo lo ihizo girar sobre si mismo.
-iTQ me conoces bastante, Morkno! -dijo con tono tranquil0 y firme-. A bordo td has sido mi capitan,
y yo te he respetado; p r o aqui yo soy tu superior. Vas
a decirme inmediatamente por que abandonas tu buque.
Julio inici6 un gesto de rebeldia; per0 ante la mirada fria y dura del piloto, sacudi6 las manos como
para significar la fatalidad de 10s acontecimientos.

288

-&Que quiere que le diga, don Ante? Yo Pnisrno no
comprendo bien.‘Usted sabe que yo tenia un amor.. .
Bueno, yo me separb ayer Be esa mujer diciendole que
me quedaba en Valparalso, que nos verlamm hoy. Ahora resulta que este boludo le dijo hace quince dias que
YQ partfa hoy a1 sur con ,el “A1catraz”.
-LY &a ek una raz6n para faltas a tu contrato?
-iDbjeme tranquilo, don Ante! iUsted no puede
comprender! . . Ella sabia mi partida g fingi4 creer lo
que yo le contaba: que me iba a quedar en el puerto.. .
;Beha burlado de mi la muy perra; per0 yo le dire lo
que se merece!
Llen6 su vas0 de aguardiente y se lo bebi6 de un
trago. Antenor Brito mir6 a su antiguo capithn con
atenci6n y repuso:
-Tdhablas mucho de que no te vamos n compsender. bo que es,yo, comprendo muy bien: en buenas
cuenta.., td creias haberla engadado, y ahora resulta
que es ella la que te engafib. iQu6 diablos! . . . Eso pasa
todos 10s dias y no es rnotivo para que rornpzq tu contrato, faltes a tu palabrn y quedes como im ridiculo.. .
S a h s que si a estas alturas no cumples con la Ant&rtica, las otras compafiias no t e tomarhn fhcilanente.
-iQUB
me Importan las compafiiiiar! Lo que quiero
es que esa mujer oiga las cuatro frescas que tengo que
decirle.
El piloto no parecia tomar el drama muy en serio.
CQnh3&6con gran calma:
-Td creias haberla engafiado y te embarcabas muy
satisfecho. iY ahora vienes con estas cojudeces! . . .
iTen cuidado de que no sea esa miller la que te diga
las cuatro fresca! iD6jate de tonterfas, Julio! iP6rtate
como un hombre y no como un chiquillo!
-!Que
hombre ni que nacla! Usted no pupae saber.. .
Se interrumpib, asaltado por una idea repentha, y
se encar6 con el piloto y Gustavscm, que sequfian la 6scena estupefactos.

.

-mora me acuerdo de que Varela me dijo que
ella no lloraria cuando supiera mi partida. LPor que me
lo dijo, eh? jlEse sabia algo! ... iYO aclasare esta intriga!
Brito ll’en6 10s tres vasos de aguardiente y levant6
el suyo.
-iSalud!. . . jPor tu buen viaje y porque ganes
mucho dinero en el sur!
jSalud! -bram6 Gustavson, que .hacia esfuerzos
por comprender.
Moreno tom6 el vaso, per0 no lo llev6 a sus labios.
-iYO no me embarco!
-iSalud! -repiti6 el piloto con tono decidido-.
iSalud, por tu buen viaje y por las buenas cazas del
“Alcatraz”! iTd te vas a embarcar inmediatamente,
Moreno, o nos vamos a romper la cresta 10s dos aquf
mtsmo! . . .
Tom6 a1 ballenero de un brazo y lo sacudi6 con
violencia.
-jVamos, ya es hora! iSalud!
Los tres hombres bebieron y Brito empuj6 a Moreno dulcemente hacia afuera. Encontraron la maflana
ya limpia de neblina, per0 todavia gris y frfa.
-&Wnde andarh ese viejo c&br6n? -pregunt6
Julio.
-L$uien?
-El
comandante Roquebruna. Andaba rondando
por aquf. Quisiera hablarle.
-No hay ni sefiales del viejo -comprob6 el finlandes, mirando a todos lados.
-TU ya no hablas con nadie m8s en tierra -afirm6 tranquilamente Brito-. jBasta de majaderias!
Se acercaron rhpidamente a1 muelle. En. el embarcadero 10s esperaba Cardoso.
-&Lis to, capit&n?
-Listo.
--Bueno, adibs, hijo -murmur6 Brito, abrazando
a Julio-. jTantos afios juntos! jParece mentira!
Moreno apretb largamente a1 viejo entre sus brazos.

-

290

-iAdi6~, don Ante! Ya sabe: si le pasa algo, me
w r i b e ; si me necesita, me llama, y yo lo dejo todo
para venir a su lado.
40
sb. Adi6s.
-iAdi6~! iUn0 de est& dias te vamos a ver a la
Antartida! -vocifer6 Gustavson, haciendo casi desaparecer a1 corpul'ento Moreno entre sus enorrnes
brazos.
El ballenero estrech6 las manos de 10s dos amigos
y baj6 la escala de prisa, seguido de Jo& Cardoso.
El Rucio Aldana mantenia el bichero enganchado
a una argolla del malecbn.
-iAvante! -0rd~en6 Julio.
Las palas de 10s remos surgieron 'del agua y sus
flecos de gotas brillantes rayamn la superficie tersa.
Luego se hundieron de nuevo, como hurgando en la luz
de la mafiana. Cardoso y Aldana remaban acompasadamente y la ligera embarcaci6rnse alejaba de tierra a
gran velocidad. Moreno, de pie a popa, agit6 la mano
en un Oltimo adi6s.
-iBuena suerte! -grit6 Brito.
Gustavson hacia gestos c6micos tam cerca del borde del malecbn, que a veces parecia que la mitad de
sus enormes pies quedaban en el vacfo. Formando bocina con las manos au116:
-iEh, Moreno!. . . iCUidad0 con las mujeres de la
AntArtida!
Sus carcajadas dominaron todos los ruidos del
puerto, que empezaba sus faenas. MQrenO volvid la espalda a la costa y, siempre de pie, se pus0 a mirar hacia su barco, que aparecia tras el molo.
-iBueno con el gringo Gustavson! -exclam6 el
Rucio-. iMientras m b viejo, mas loco!. . .
Valparaiso, 3 de septiembre de 1947.

Paris, 20 de octubre de 1949.

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